Son exigentes, todo ha de salir perfecto, todo controlado y definido. Aunque cueste años.
Cada cosa en su sitio y todo conforme las más ancestrales normas. Como sus padres desean. Es importante hacer felices a los papás y mamás.
No casarse hasta que el piso nuevo esté debidamente reformado, que se demuestre que son especiales y tienen dinero. El piso avalado por los padres, o comprado… incluso entre las dos familias; hay que ayudar a los “niños” porque la vida está difícil.
El viaje de novios planeado, el tiempo justo de la boda, el banquete y una visita a la discoteca con sus mejores amigos.
Es importantísimo que en el banquete los invitados estén debidamente agrupados y los amigos, en la mesa más cercana.
Y que suene la música de El último mohicano cuando aparezcan tras reportaje fotográfico y en vídeo.
Se casarán en la ermita más pequeña y acogedora situada en un paraje de incomparable belleza. Hay siete meses de espera más los seis que necesitan para coordinar la boda con sus vacaciones de trabajo y así sea un perfecto enlace de días de fiesta.
El coche será nuevo, negro y engalanado con lazos y flores; vida nueva, coche nuevo. Es algo que impacta.
La televisión de plasma ya está sintonizada, así como el DVD grabador. El “home cinema” está posicionado como en las salas de cine y serán envueltos por la banda sonora de las películas.
Es un regalo de sus mejores amigos.
Es un piso enorme de más de ciento diez metros cuadrados con un salón a dos niveles. Las paredes revestidas de estucado veneciano, es lo que se lleva ahora. Un tono distinto para cada habitación.
Y el disgusto de que el pintor confundiera el color de la habitación de los futuros niños…
Hay que estar en todo y exigir. Exigir porque todo ha de ser perfecto. Lo que bien empieza bien acaba.
El es un encargado en una fábrica de perfiles de aluminio que cobra un jornalazo. Ella administrativa de banca, cobra tanto como él.
Son tan amigos de sus amigos, que en las despedidas de soltero, se prometieron una eterna amistad entre mini-consoladores y mini-tetas pegadas en la frente.
Con borrachas lágrimas de sentimiento.
Lo único molesto es el lugar donde van a vivir, un pueblo mal comunicado a unos 70 km. de su ciudad natal. Los pisos en la ciudad y alrededores, son hasta cuatro veces más caros.
“Pero con el sueldazo que cobra cada uno, pronto recogerán dinero y podrán venirse aquí después de vender el piso”.
Explican los padres a los vecinos.
También han acordado una mutua de salud para cuando ella tenga que parir; les entra en el precio una suite doble.
Y la cesárea entra en el precio. Ella tiene miedo del parto y prefiere que la anestesien; “para eso están las cesáreas aunque te rajen”. Aunque sean peligrosas.
En todo caso, si algo se complicara, se encargará la clínica de trasladar a madre e hijo al hospital del seguro más cercano.
Todo coordinado y controlado.
No les falta el ordenar de sobremesa, el portátil ni la línea ADSL.
Se casaron con una precisión matemática; todo fue un éxito y fueron la envidia de vecinos y familia.
Con el tiempo, los vecinos preguntaban a los padres: “¿Cómo le va a la parejita?”.
Ya no sueltan sus mierdas de flores sobre sus tan millonarios y perfectos hijos, tan solo dicen: “Están muy bien”.
La pareja perfecta y exigente, de tan sociables y tanto que querían a sus amigos, acabaron follando entre ellos.
¿Por qué ella gemía más con su amigo?
¿Por qué él besaba tan apasionadamente a su amiga?
Luego, en la soledad de su mierdoso piso, se hacía un embarazoso y vergonzoso silencio.
Toda esa falacia de amor era basura pura.
Se conocieron en una discoteca barata y hortera. “Te quiero” susurrados con el aliento pegajoso de cubatas baratos.
Risas felices entre el humo de los porros del fin de semana.
Las mamadas de ella nunca fueron lo mismo desde que dejaron de hacerlo en el coche, el reservado de la disco.
El ya no busca su coño como cuando conducía. Ella se masturba en la ducha evocando cuando abría sus piernas para él, sentada en el coche. Los dedos buscando por entre su micro-falda, haciéndole cosquillas entre los muslos, apartando la braguita y hundiéndolos en su coño jugoso. Le excitaba que él no pudiera apartar la mirada de la carretera, se corría con sus dedos clavados en lo más profundo de su vagina elevando las rodillas con los pezones duros como rocas.
Eran un par de provincianos incultos, hijos de obreros con complejo de clase media.
Les regalaron todo a “los niños” sin conocer a los idiotas que habían criado.
No se creerían que su perfecto y “encargado de una perfilería de aluminio” hijo, se ponía ciego de beber y que a veces no sabía si se había tirado a su novia o a su amiga.
Tampoco hubieran creído lo mucho que disfrutaba “la muy responsable de la niña” babeando semen, limpiándose los cuajos de la blusa con toallitas húmedas.
Parece inevitable que ser pobre es lo mismo que ser idiota.
Es lo que hay, muchas parejas idiotas que se estropean en tres o cuatro años tras un gran fasto.
Pero no son inteligentes ni a nivel primario, deciden tener hijos para dar un nuevo enfoque a la relación, para hacer más duradera una estúpida y superficial unión.
Tienen dos hijos porque así alardean de fértiles y buenos reproductores.
Y se divorcian igualmente.
Se pelean como dos tarados por una mountain bike de hipermercado que nunca han usado. O por la colección de CDs de reguetón.
Y ahí se me escapa la risa, me río de aquella exquisitez de boda, del preciso control de todo. De esa hermosa amistad que disfrutaban con sus amigos de “toda la vida”.
Convivir juntos sin estar colocados es muy distinto a la mierda de una relación sexual.
Y ese pisazo de mierda a mil kilómetros de todo…
Que se jodan, yo me casé sin tener siquiera un televisor y con un piso de alquiler. Nadie me ayudó.
Y no soporto a esos palurdos que hablan de sus fabulosos y potentes hijos; he visto demasiado como para tragarme sus fantasías de analfabetos.
Bodas perfectas…
No es envidia, es que me aburren y los veo cada día, es como una condena el estar rodeado de subnormales.
Y esas ermitas lejanas, preciosas, recónditas.
Me la pela.
Buen sexo.
Iconoclasta
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