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13 de octubre de 2005

666 trabajando en Israel

Esta luz de la tierra santa... esta luz amarillenta que da color a resecos olivos centenarios y un toque fantasmal a las ciudades que se divisan a lo lejos, como espejismos aúreos; luz que da calidez a las pieles de estos primates.
Israel, Palestina...
Esta luz es producto de la mierda de polvo árido y estéril que viene del desierto. No es una luz cálida, os he engañado; es una luz sucia y llena de mierda. El tono cálido es por culpa del asqueroso polvo en suspensión que los vuelve a todos gilipollas, como si aspiraran continuamente rayas de una dorada cocaína. No os creaís que en vuestro mundo todo es tan bello. Tenéis verdaderas mierdas también.
Aquí fue donde le clavé más profundamente a Cristo las espinas de su corona en su santa frente, atravesando con el esfuerzo mis manos. Me subí a la cruz y le dije mirando sus ojos verdes y llenos de sangre reseca: ¿Me quieres a mi también, falso ídolo de enfermos y locos?
Le lamí la sangre que goteaba de su nariz mientras la crucifixión lo asfixiaba lentamente y se morían con él sus falsas esperanzas para un mundo de mierda mejor, donde los hombres se sacrificarían y sacrificarían a sus hijos por obedecer a un dios idiota y egoísta. Y el acre sabor de su sangre bajaba desde mi lengua bífida a mi garganta sabiendo que con cada gota me llevaba parte de su vida. La del santo hijo que abusó de locos y enfermos para ser más que nadie.
¡Qué ironía! El lugar donde murió el santo y casto varón resulta que es ahora el núcleo de la guerra de todas las guerras, la cuna de la muerte y el terror.
Se me ha puesto dura... la polla.
Y yo, asesino de asesinos, estoy aquí recordando la muerte del nazareno hace apenas unas semanas atrás...
Camino con el uniforme de soldado israelí porque soy un chulo, el chaleco antibalas de ligero kevlar me hace sudar y mis brazos fuertes y gordos como un muslo de hermosa mujer llaman poderosamente la atención. Mis gafas ocultan mis ojos ávidos de emociones y muerte; el casco me hace sentir un poco más sobrenatural, con más carisma. Reconozco que hay algo de fetichismo en ello; disfruté con aquella judía, la mujer de un almacenista de la construcción que no me dejó sacarme ni el chaleco ni las gafas de sol mientras la penetraba una y otra y otra y otra vez... Y sus piernas me apresaban el culo para que me metiera más adentro de ella.
El subfusíl es ligero, he descargado 3 cargadores en pocos segundos contra un viejo perro que estaba al sol y lo he convertido en una hamburguesa sangrienta. El 9 mm. es el calibre perfecto para estas armas rápidas y de corta distancia. Podría matar en 3 segundos a 4 primates sin ningún problema.
Ningún soldado judío tiene suficientes cojones para caminar por esta zona palestina alejada del núcleo urbano. Podría ir descalzo pero estas botas molan mazo.
Hace apenas unos minutos he oído una explosión y estoy buscando la causa. Unos pequeños jirones de humo salen de detrás de una antigua y gastada loma salpicada de resecos arbustos. Cuando llego a la cima, en la pendiente contraria puedo ver como un tronco de primate ensangrentado mueve la cabeza de un lado a otro en estado de shock.
Es un barbudo palestino, uno de esos que se ponen explosivos por su cuerpo (demasiado moreno para mi gusto) para luego explotar e ir a un cielo donde unas supuestas putas le estarán chupando la polla durante toda la eternidad. Error.
Seguramente este imbécil ha hecho algo mal y ha reventado él solo aquí.
Me acerco y me río en su cara, feliz y sinceramente. Consigo captar su atención a pesar del shock cuando me quito las gafas y miro directamente a su cerebro. Llora sangre porque un ojo ha reventado. Un par de perros famélicos lamen la sangre y el hueso de los muñones que han quedado a la altura del hombro derecho y la pelvis, donde debería estar enganchada su pierna. Otros perros se pelean por una sucia alpargata que tiene aún algo de carne dentro. Con los incisivos delanteros un pequeño perro blanco pega tirones de un nervio negro y gordo, que retorcido que sale del muñón del hombro.
Necesito estar solo con este imbécil.
Les hablo a los perros para que se vayan de aquí o los mato. Se acercan hasta mí con sus hocicos ensangrentados y me lamen las manos, los más altos apoyan sus patas en mis pectorales y lamen mi cara con cariño. En mis labios han quedado restos de sangre de los lametones y me los limpio con la lengua. No soy un tío delicado y siempre me ha gustado que los seres inferiores me muestren temor y respeto.
El tronco humano se revuelve en esta sucia tierra y sus muñones se rebozan en un fino polvo; me señala con el dedo hacia el este, donde se aprecia una casa de ladrillo desnudo, de esas de los pobres. Se escuchan voces de niños y alguna mujer. Cojo el tronco del primate con una facilidad espantosa y miro en derredor para localizar a algún turista de esos horteras con cámara digital para que me haga una foto con el primate ensangrentado al hombro.
Pero no hay nadie, estoy solo con este idiota.
Me señala su casa, me señala a su familia; pretende que lo lleve ante ellos antes de morir, este subnormal no sabe lo que es el paraíso que le tengo reservado.
Cuando llegamos a unos 100 m. de su mierda de hogar, lo tiro al suelo sin ningún tipo de cuidado y apenas gime, no tiene fuerza. Le doy unas bofetadas en la cara con cuidado de no partirle su moreno y sucio cuello para que espabile.
Esto que voy a hacer, no lo intenteís hacer vosotros, el subfusíl es un arma para corta distancia, sólo los seres superiores podemos disparar y ser certeros a esta distancia con estas armas.
Le obligo a mirar hacia su casa y le sujeto la mano que le queda atravesándola y clavándola al sucio suelo de esta santa tierra con mi Herbert de doble filo y acanaladura. No grita demasiado y su mano apenas se ha crispado.
Ahora, antes de morir, observará el paraíso que le espera durante toda la eternidad.
Hay tres niños correteando frente a la casa que está llena de desperdicios y trozos de uralita cortantes y peligrosos que el guarro este recogió para seguramente arreglar el techo de su choza. ¿Es que no sabe que eso es un peligro para los niños? Me tumbo en el suelo en posición de combate... De caza. Mi arma apunta hacia uno de los pequeños bultos que está sentado en el suelo haciendo dibujos con un palito, disparo y casi al instante cae hacia adelante, el pequeño cuerpo inerte se ha doblado besando el suelo entre sus piernas abiertas, con sus dibujitos aún por acabar...
Hay algo de dramatismo en la mirada de este palestino moribundo y parece que no acaba de creer que acabo de reventarle la médula a su hijo más pequeño.
Los otros niños, apenas han podido reaccionar y corren hacia su hermano gritando. Apunto a la niña y de su pecho una rosa roja se abre mientras cae al suelo, el padre saca fuerzas de no se donde y emite un profundo grito. Es igual no me impresiona. Otro disparo más y la cabeza del niño mayor se convierte en una sandía reventada y el contraluz crea una aura roja con la sangre pulverizada en el aire. Unas lágrimas de emoción se desbordan por mis ojos ultravioletas.
Aún me quedan muchas balas...
Un mujer grita, con su gorda barriga, apenas puede correr hacia sus hijos muertos. Calculo que debe estar preñada de unos 7 u 8 meses. Estos primates se reproducen como las ratas.
Le digo al palestino que tiene una buena polla y que me siento orgulloso de la cantidad de veces que ha sido capaz de joder a su mujer, y de lo muy hombre que es a pesar de ser un paria de mierda incapaz de alimentar debidamente a su familia. Le pellizco el muñón del hombro cariñosamente, de Dios a mono.
Espero a que la mujer ofrezca un perfil y ... disparo. La bala atraviesa su barriga, entra limpiamente y por el extremo opuesto se abre un agujero irregular, se sujeta la barriga lanzando un grito al aire.
Al girar por el primer impacto se pueden apreciar pequeños huesecillos asomando entre el masivo agujero de salida de la bala; el palestino se desgarra la mano al desclavársela del suelo y querer alcanzar a su lejana mujer. En ese mismo momento, el pecho izquierdo y pleno de leche estalla con otra bala.
Y ahora el silencio, el silencio de la muerte. Mi gran momento.
Cojo el tronco y lo llevo hasta su familia muerta y dejo que muera allí; no me ha dado tiempo de quedarme con las almas de su familia así que espero su muerte. Llamo a mis crueles para que se hagan cargo de su alma y en el momento que el sucio y ensangrentado barbudo abandona su cuerpo mis cerdos, mis queridos cerdos de la profundidad lo apresan.
Estará durante toda la eternidad viendo la muerte de toda su familia. JAMAS ACCEDERA A PARAISO ALGUNO Y SU AGONIA NO TENDRA FIN.
Me desnudo y dejo toda la ropa y las armas en este sucio rincón del mundo; más que nada para desestabilizar más esta tierra santa de ese dios maricón, para que haya más odio, más rencor y más muertes.
Más barbudos muertos.
Volveré a mi cueva oscura y fresca, maloliente. Y además, tengo unas ganas locas de follar, un buen trabajo me pone.
Esperaré impaciente como los palestinos revientan otro mercado lleno de judíos. Y así hasta que todos mueran y sus almas sufran en mi infierno, en el sótano de mi cueva.
Ya os contaré más aventuras de estas que tanto os gustan.
Siempre sangriento: 666


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11 de octubre de 2005

El follador invisible: En un velatorio




Los mejores velatorios son los de gente joven, los de cadáveres jóvenes y frescos porque no hay tanto viejo y carcamal a su alrededor.


Basta ir a las floristerías para dar con el lugar y momento adecuado y no para comprar flores; sino para averiguar en el libro de encargos dónde se celebran los más selectos y orgiásticos velatorios.

Las mujeres suelen llevar ropa interior negra bajo gasas y finas telas oscuras y eso me pone. Medias negras y finas, tacones altos y puntiagudos... Los entierros son un catálogo de ostentaciones, hay que impactar hasta en el muerto.

Con infundado temor (es difícil acostumbrarse de un modo natural a la invisibilidad) entro a hurtadillas en el suntuoso portal del edificio, el vestíbulo luce una alfombra negra flanqueada por horteras pilastras blancas que sirven de apoyo a jarrones de alabastro con tupidos ramos oscuros. Las paredes están forradas de oscura madera y la iluminación pobre convierte el vestíbulo en un corredor de la muerte; en un anticipo de lo que hay más arriba.

Subo hasta el tercer piso del lujoso edificio y una puerta de las dos que hay está abierta. Emana un rumor bullicioso y olor a comida que indica donde se celebra el mortal evento.
No me parece trágico, toda la tragedia se ha diluido entre canapés, bebidas y sonrisas apagadas. Entre besos y abrazos. Hay mucha gente y pocos lloran.

Algunas mujeres dicen que sienten escalofríos en los velatorios; soy yo acariciándome el pene y suspirando en su nuca. Toco sus cuerpos y miran hacia atrás pensando en el cabrón que acaba de pasar tras ellas.

Cada día se lleva menos montar el velatorio en el domicilio, salvo en familias de gente millonaria. La muerte siempre es una excusa para alegrarse de no ser el que está en el ataúd, para montar fiestas y que se reencuentren los viejos amigos. Las familias eternamente enemistadas se besan como Judas delante del muerto.

Y yo me hago una paja corriéndome encima de las tetas de la muerta, está buenísima; con 26 años recién cumplidos sus pechos se muestran plenos y duros a pesar del frío mortal que les da un toque cerúleo.
Su columna vertebral está deshecha, lo he notado al arrastrar la mano por su espalda desnuda, forzándola bajo su ahora pesado cuerpo entre la tapicería del ataúd; en su cuello aparece un feo bulto disimulado con un exquisito pañuelo de seda azul marino. Si alguien lo tocara sentiría algo frío y viscoso; está empapado de mi semen.
Una de sus manos con los dedos rotos y retorcidos descansa oculta bajo sus ropas.
Una mujer ha observado el movimiento del cuerpo al moverme entre él y se ha santiguado mientras le decía algo a un hombre apoyando su cabeza en su hombro. Llora. El hombre la consuela acariciando su espalda, mirando fíjamente el ataúd porque le ha parecido apreciar el movimiento que he provocado en el festón negro al meterme bajo la caja, entre los caballetes que lo soportan.
El hombre, diciendo algo al oído de la mujer, da media vuelta y salen de la sala.

Los vivos siguen pavoneándose delante de la muerte. Un hombre maduro y con un rictus de gravedad se acerca hasta el ataúd, se santigua y agachando la cabeza comienza a murmurar alguna cosa religiosa; alargo la mano contra el festón y le toco el paquete genital con suavidad. El hombre se sobresalta y levanta con rapidez el manto negro. No da crédito a sus ojos al no ver nada allá abajo.
Se santigua rápidamente y se dirige presuroso hacia el salón donde se encuentran los otros invitados.

Yo aprovecho para abrir el escote de la muerta y meter la mano bajo la copa del sujetador sin conseguir poner sus pezones duros.
Arreglo el escote de tal forma que asome la blonda del sujetador y subo la falda por encima de sus rodillas, una de las piernas presenta una tremenda cicatriz tierna y amoratada.
Si uno se acerca demasiado, puede oler cómo las bacterias cumplen con su misión.

El próximo en entrar es otro hombre, este es casi un anciano; se agacha sobre el cuerpo y cuando va a depositar un beso en la frente de la muerta elevo la fría cabeza. El efecto es impresionante y el hombre lanza un grito grave y ronco cayendo al suelo.
Alguien ha gritado desde el salón al verlo caer y un corrillo de negros seres lo rodean mientras dos le dan aire con las manos y le aflojan la corbata.
Se lo llevan fuera de la sala, hacia algún sofá donde dejarlo reposar de la lipotimia que dicen debe ser.
Yo es que me parto de risa...

Me estiro relajado bajo el ataúd esperando que entre alguien más.
Y aparece ella, antes de que llegue hasta la caja puedo verla, lleva un sencillo vestido negro, es demasiado delgada y sus piernas apenas tienen forma. Pero tiene unas tetas tremendas.
Cuando se aproxima, puedo meter mi mano bajo su vestido y al hacerlo ella se separa de la muerta casi de un salto.
Echa una mirada atrás por si alguien la ha observado en su brusco movimiento y vuelve a acercarse haciendo acopio de valor.
Vuelvo a deslizar la mano bajo su vestido y esta vez consigo hacer un roce en su pubis, sus bragas son muy finas y puedo notar los pelos de su coño.

Ella aguanta con voluntad y con los puños cerrados apartando de si esa alucinación táctil. Cuando llego con mis dedos al inicio de su raja, sale taconeando rápida de aquí.

Se cruza con el hombre maduro del rictus que vuelve hacia aquí observando atentamente el festón negro por si puede apreciar algún movimiento. Se planta muy cerca y mira el cadáver fijándose en el profundo escote que he abierto en las ropas, en sus piernas descubiertas.
Y le rozo de nuevo el paquete, se mueve inquieto pero; no se aparta. Le masajeo hasta que noto su polla dura. Sus ojos devoran los pechos y las piernas de la muerta.
Salgo con cuidado de allá debajo y delante de sus ojos comienzo a sobar las tetas, él ve con los ojos abiertos desmesuradamente como se mueven, se agitan...
Le separo las piernas ante su atónita mirada.
El hombre se pega más al ataúd dando la espalda completamente a la puerta de entrada a la sala y su mano comienza a masajear el glande a través del pantalón, hipnotizado por los movimientos a los que someto el frío cuerpo.

De repente el tío abre la boca dejando escapar un hilillo de saliva y en la zona de la bragueta del pantalón se va extendiendo un círculo húmedo.
-Cabrón -digo en alto.
Y el hombre siente una arcada y sale da aquí sujetándose el estómago y con una mano en la boca.

He movido tanto las tetas de la muerta que las aureolas de sus pechos asoman por entre el sujetador.
Vuelve la mujer del vestido negro...
Es que a la peña le va la marcha, coño.
Y yo me meto allí debajo.

Se santigua de nuevo y separa un poco las piernas para afianzarse durante la oración.
Mi mano sube por su muslo izquierdo. La mujer tiembla y aguanta su miedo y su excitación. Llego hasta su ingle y meto un dedo por el camal de la braguita, puedo tocar los labios de su vagina, puedo acariciar ese coño y ella acomoda un poco más las piernas dejando que lo que la está sobando se mueva más libre.
Mi polla está dura, está resbaladiza. Llego al elástico de sus bragas y las bajo hasta el borde de la falda, meto mi cabeza allí y mi lengua empieza a hundirse entre sus labios jugosos.
Cierra los ojos y los que la ven temblar desde la sala de invitados, creen que llora emocionada.
Se me está haciendo agua en la boca.

Y cuando mi lengua comienza a retorcer y rotar su clítoris, se le escapa un gemido que provoca una pequeña eyaculación en mí.
Sus manos se han apoyado en el borde del ataúd porque le he metido los dedos en el coño, tres dedos que comienzan a golpearla a removerse en su interior mientras mi lengua la recorre dejando un rastro de saliva que se desliza por sus muslos temblorosos.
Cuando comienzo a aplastar su clítoris con el dedo corazón, girándolo lentamente al ritmo con el que mis dedos entran y salen de su coño, su cuerpo comienza a estremecerse. Noto como sus fluidos se deslizan por mis dedos.
Y en un instante que le cuesta un enorme esfuerzo controlar, se corre. Se corre apenas manteniendo el equilibrio. Se corre con un pequeño grito, que yo aprovecho para acariciar y golpear mi glande contra sus pantorrillas corriéndome en ellas.
Suspirando.

Uso su pubis para limpiarme la leche de la mano entre su vello.
Sus bragas están ahora entre sus pies y una mujer que entra en ese momento la llama puta a gritos.
Y yo me largo de aquí, me largo con el rabo húmedo y con ganas de hacerme otra paja, me ha excitado tanto...

Si no llega a ser porque había tanta gente, le meto el rabo en la boca hasta que se ahogue con mi semen.
Si un día os volvéis invisibles, me comprenderéis.
Ya os contaré alguna sexualidad más otro día.



Iconoclasta

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7 de octubre de 2005

Carta de amor interrumpida

No voy a ser melodramático, mi amor. No quiero ver cómo retuerces tus dedos nerviosa ante el temor de una mala noticia; estoy tan serio porque tengo el imperioso deseo de besarte.
Hoy todo me ha ido mal, y tú eres mi isla. Quería llegar a ti y abrazarme como el náufrago extiende sus brazos en la arena. Nada serio, mi vida; pequeñas necedades que no quiero contar porque es un tiempo precioso que pierdo para admirarte.
¿Sabes que cuando andas me fijo en tu precioso trasero y siento una lujuria que conecta directamente de mis ojos a mi miembro?
Pero eso no es nada comparado con la dureza con la que el corazón golpea en mi pecho.
Tócalo, te prometo que no te exigiré luego que toques más abajo.
No te rías, se me hace imposible no besarte; ser circunspecto y medianamente correcto.
No se trata de impactar. Soy egoísta y me ahogo si no te lo digo; si no te echo en cara toda esta pasión que me ahoga.
Me llena los pulmones el agua que brota en cascada de tus ojos, el metálico tañido de tu timbre riendo me hace cosquillas en el oído y por eso a veces ladeo la cabeza y encojo el cuello..
Me encoges el alma.
Tus gemidos...
Son cosas, éstas que te digo, producto de mi fiebre por ti.
Te lo digo ahora con calma.
No te rías... Sabes que acabaré abrazándote, como me conoces...
Eres tan ladina...
Verás, si te abrazo y me tiembla todo el cuerpo, es por el esfuerzo sobrehumano que requiere no aplastarte contra mí, hacerte mía osmotizando tu piel, filtrándola en la mía con una presión desmesurada.
Cómo te adoro, preciosa...
Es que tengo suerte, soy un cabrón afortunado al tenerte.
Otros dirán: "margaritas a los cerdos..." Y el cerdo concluye que es feliz a tu lado, que hoy no hay pasión roja.
Hoy no hay un velo negro del dolor que parasita el amor.
Como una garrapata que se alimenta constantemente de tiempo en contra nuestro.
Es cabrón ese matrimonio desquiciado de amor-dolor.
Es tan inevitable...
Sonríe, no me da la gana que la niebla atenúe los colores de un decorado que hoy está precioso, guapísima.
Sonríe porque te estoy escribiendo una carta de admiración; una prueba de que tu amor me hace feliz.
Haré una cosa: dejaré este testimonio de amor en la cajita de música y cuando me veas derrotado y un poco ojeroso, lo lees y recordarás que no es por ti, que sigo deseando estar contigo y en esos momentos más que nunca, preciosa mujer.
Sabes que no puedo hablar ni mirar a los ojos cuando siento la furia y la derrota. No soy buen amante cuando me siento agredido por el mundo.
Es que la presión de fuera será a veces tan dura, que me cegará completamente. Y necesitaré unos momentos para liberar la furia. Salir con mi arco y rasgar mis dedos de tanto tensar la cuerda.
Ya sé que no soy un indio... Es este sentimiento de cazador sin territorio que a veces me hunde en un alquitrán espeso que me impide respirar. Un gusto ácido y venenoso que me impregna con sus vapores, que infecta mi ropa y mi piel y ni siquiera al llegar a tu lado, consigo disipar.
Tal vez por ello, necesite besarte los labios, hundir mi lengua en tu boca sintiendo su frescor.
Eres un enjuague bucal dulce y hermoso.
O tu mano acariciándome la cara... A veces lo haces cuando estoy concentrado en algo.
-Estate quieta, que me distraes...
Quiero acabar de escribirte esto para que no te sientas mal cuando me arrincone en algún lugar de la casa.
-Siiiiii, me gusta esa nueva combinación de lencería que has comprado, tan oscura y transparente... Joder, que buena estás.
Espera que te voy a follar, luego acabo la carta.
Tramposa...
Y te ríes deliciosa...

Iconoclasta

6 de octubre de 2005

Un solsticio para recordar

Estaba cansado de los solsticios, de mareas y movimientos cósmicos. De los fenómenos atmosféricos importantes y de los planetas visibles del universo.
Y de todo lo de este repugnante planeta que pueda influir en mi ser.Me sentía zarandeado por cada movimiento, por cada puta marea de este mundo de mierda que me mantenía apresado en una vida plana y aburrida.
Marcada por recuerdos que se evocaban a través de efemerides cósmicas o climatológicas."¿Cómo pudo hacer eso?" Se preguntan ahora. A veces me preguntan si lo recuerdo. Yo simplemente no respondo y les pregunto "¿por qué estoy aquí?"

Aunque lo sé muy bien.

Lo pudo hacer porque el solsticio de verano, hizo estallar miles de cohetes y tracas cuando él se encontraba enojado y deprimido. Cosas de amor y dinero. Algo tan vulgar que da reparo el pensar en ello. Y da reparo porque toda reflexión lo conduce a la horrible planicie que es su vida.
Y se siente frustrado. Engañado.

Un portazo en la puerta para escapar de los gritos de su esposa, de sus propios gritos. A veces pasan esas cosas, no es demasiado extraordinario. Pero lo extraordinario es que daba la causalidad de que todo lo malo llegaba con eventos que lo resaltaban. O así lo recordaba en esos momentos.
Asociaba un disgusto concreto con un fecha señalada.
Y se encontró odiando cada época del año por alguna razón que lo hacía sentir mal. Cada época tenía sus discusiones, sus depresiones. Sus ascos asociados.

En esos momentos odiaba el mundo como odia el agua un animal rabioso.
Los petardos y cohetes se burlaban de él, se reían de su malestar. Los idiotas con rostros iluminados por las bengalas corrían mientras él mantenía el cigarro entre los labios, mirando al suelo en un banco de la placeta. Entre sus pies separados había una pintada en el suelo que decía: "come me la poya".
"¿Tan difícil es escribir bien, hijoputa?" pensó por un momento.

Hay quien necesita consuelo, una mano amiga; él necesitaba salir del planeta, un lugar que no le dejara ni respirar hasta que toda esa presión de su cerebro descendiera.
Ser arrancado del mundo y transportado al mismísimo infierno.Es igual que se alejara lo más posible de ellos, niños y padres y borrachos se acercaban lo suficiente hasta él con su mierda de alegría para demostrarle que uno llora y mil ríen.

La verbena de los idiotas.
Otra vez la mierda del dinero y los gastos extras.
Los reproches: "ya no me quieres"
De vez en cuando pasan estas cosas, y hay días en los que se aguantan con menos humor que otros.
"Vete a la mierda" le ha dicho al salir de casa, hace una hora larga.
Ahora más calmado subirá a comer coca con ella. No hablarán demasiado, como siempre. Y él meterá la mano entre sus piernas y notará su coño blando, esponjoso y húmedo. Siempre le ocurre eso con el cava.
Y la sentará encima de sus piernas, en el sofá; clavada a él.
Y la penetrará cogiendo sus pechos, haciendo que los pezones asomen duros como piedras entre sus dedos. La castigará dando furiosas embestidas en su vagina, mantendrá sus piernas abiertas y cuando esté llegando, le pinzará el clítoris y se correrá en un orgasmo violento. Aplastándole los cojones mientras la leche se desliza por entre los sexos.
Eso es lo que piensa que hará.
Pero el padre gracioso lanza un petardo muy cerca de él. Y del susto se le cae el cigarrillo de la boca, se pone en pie sobresaltado.
Y padre e hijos se ríen. El padre dice: "Perdone, jefe"
Y todo se vuelve de color plateado brillante, perlas de artificio se reflejan en su retina.
Otro puto solsticio, el cambio de estación. La noche más larga...
Todo preparado para otro magno acontecimiento. Uno llora y mil ríen.
Ahora otros tendrán otro mal recuerdo asociado a un puto movimiento planetario.
Y acercándose al risueño papá, lo agarra por la nuca y le estrella la boca contra el canto de hormigón del asiento del banco.
El hombre se levanta con la boca deshecha, escupiendo dientes rotos y la mirada desencajada.
La mujer grita.
El vuelve a agarrar la nuca del hombre y a estrellar su cara en el canto del asiento. Otro crujido espantoso y el hombre estira las piernas rígidas ante el insoportable dolor y se deja caer.
Esta verbena la recordarán toda su vida, como él tanta mierda ha de recordar.
Ahora son varios los que lloran.
Seguro que la marea ese día es especial y le afecta. Cualquier estúpido movimiento le afecta, siempre es lo mismo.
A la mujer la golpea con el dorso de la mano en la quijada y la tira al suelo con el impacto, no deja de gritar. Le machaca a patadas la cabeza hasta que deja de gritar y moverse.
Se da cuenta de pequeños golpes en sus piernas, en su cintura.
Son los hijos pegándole, intentando alejarlo de sus padres.
Y los derriba de una sola patada a los dos, los lanza un metro atrás y sus cabezas golpean el pavimento con un ruido sordo. Se levantan y corren llorando hacia la gente que se aproxima a él.
Ahora le pega patadas al hombre que emite sonidos por algún lugar de su cara deshecha.
Y lanza el pie vertical contra su cabeza.
Y se calla por fin.
Ahora no oye las voces de la gente que lo separa de los cuerpos, no se siente zarandeado. Ahora todo está bien, y se sienta tranquilo en el banco de comer "poyas", con un cigarro entre los labios.
Apeteciéndole comer coca cuando la policía esposa sus muñecas y le preguntan algo que no entiende.
No hay sonidos de petardos y parece que el mundo entero se ha parado bruscamente.

Ahora estoy más tranquilo, la mujer murió casi en el acto y el marido aún permanece en el hospital; están intentando reconstruir su cara. Por lo que me han dicho, aún no puede mover la boca para masticar. Ha pasado más de un mes y medio.
Y aquí, en este sanatorio, no hay movimientos planetarios, no hay mareas. Sólo hay una medicación relajante; cada ocho horas saco la lengua como si fuera a comulgar una hostia en forma de cápsula y el mundo vuelve a detenerse. Aquí no hay recuerdos ni solsticios.
Sólo ininteligibles murmullos de locos.
Cuando me visita mi mujer, buscamos algún lugar en el jardín, entre los setos. Y puedo tocar su coño mientras me la chupa. Me echa de menos y me dice que me curaré.
Pero no quiero curarme, no quiero salir de esta quietud.
Nadie se ríe al mirarme, los que ríen lo hacen mirando al suelo o a la pared. Los hay que aplastan moscas con la mano y luego se chupan la palma.
Los hay que se masturban como monos y otras que se rascan el coño continuamente mientras se quejan.
Pero no mueven el mundo, ellos no gritan alborozados por un cambio de estación o por una fiesta estúpida.
Y yo estoy bien aquí.
Y no saldré jamás. Porque dentro de poco encontrarán a mi mujer muerta entre los setos. La he estrangulado con mis manos y arrancado los ojos con la lima de uñas.
Este último detalle es para dar un toque de psicosis al asesinato.
Quiero asegurarme la estancia aquí para siempre.
Hasta que me muera.
Si quiero que me la chupen, ya tengo a la cerda gorda de la habitacón 217. Es una de esas tías que siempre se están masturbando y llorando.
A veces se hace sangre y oigo sus gritos blasfemos cuando le curan el coño.
No necesito que nada ni nadie me recuerde el mundo exterior.
Ese mundo cambiante e irritante.


Iconoclasta

5 de octubre de 2005

Colibrí

Soy un precioso y lindo colibrí. No sé como cojones ha ocurrido; resulta que heme aquí con mis 120 kg. de peso, en pelotas y aleteando mis orejas a 2000 orejazos por minuto.
Es que ni se me ven.
Y sutil no soy, cuando mi cuerpo se mueve por el aire parezco unos de esos globos que venden los gitanacos los domingos por 4 €. Vuelo sin ninguna elegancia; pero con orgullo, eso sí.
Seguro que es un sueño, que nadie se sonría con la complacencia de los sabios; no me he tomado un tripi ni me he chutado pienso de conejo.

Yo sólo fumo y follo.
No os creáis que me siento mal, casi que soy feliz con mis grasas al aire.

Lo único que temo es no ser constante con la altura del vuelo, si no voy con cuidado me rozo los cojones contra el suelo y me elevo con un lastimoso quejido: uyuyuyuy.
Flip, flip, flip, flip...
Salgo por la ventana al exterior cargándome los vidrios porque soy nuevo en esto. Volando libre y encandilado oigo los gritos envidiosos de la gente: "Mirad al cerdo ese que vuela".
Los humildes y los seres humanos en general son unos incultos, no saben distinguir un cerdo de un colibrí. No me extraña que sus hijos acaben muertos con una jeringuilla llena de sangre clavada en el brazo y oliendo a mierda y meados. Con sus 16 añitos recién cumplidos...

Precioso.
Será por la libertad de ser un etéreo colibrí por lo que me siento tan poético.

Soy lo que rima con joya de candoroso.
Me dirijo hacia una ventana de un bloque de pisos vecino y me rozo el pene en el poyete de una ventana.
¡Me cago en la puta, que daño!
Flip, flip, flip, flip...

Llego hasta la ventana del tercer piso, es que sé que ahí vive una tía buena; y me acerco más. Regulo mi altura porque la persiana está bajada hasta la mitad y resulta que la muy buenorra se está probando la ropa interior.
Yo me quedo embelesado ante tanta belleza, es que se me saltan las lágrimas emocionado perdido.

Ella acomoda los pechos en la copa y de vez en cuando se excita los pezones para que se marquen, yo me toco mis sonrosados genitales y no hago caso a los gritos de un vecino que seguramente está admirando mi porte desnudo.
Mi vuelo delicado y grácil.
Me entran ganas de mear y dejo que la naturaleza siga su curso, los colibrís no meamos en los servicios. La gente contenta de mi presencia y delicada naturaleza me filma y aplaude con sus caras mojadas por mi dorada lluvia.

Y ella continúa ahora con las braguitas, se mira y ve que su sutil vello sale por encima del elástico, arruga el ceño con disgusto (no se porque, a mí esas cosas me ponen).
Unas tijeritas y negros pelarros caen al suelo silenciosamente. Yo lo veo todo ralentizado y con detalle matricial de 800 putosmegapixels.
Mi pene de colibrí, gordo como el de un toro ahora, se ha encabritado y le he pegado un golpe al vidrio rompiéndolo, llamando la atención de ella...
Gira su cabeza hacia la ventana y me mira anonadada, no es normal ver un pene de este tamaño en un colibrí. Tan rosado, tan brillante, tan llamativo.

Y grita: "¡hijo putaaaaaaaaaa!".
Y dejo de volar para caer en un colchón de látex con los pezones duros de mi mujer clavados en la espalda. Mi pene hace de soporte lateral y parezco una bici aparcada, no hay quien me ponga boca abajo.
Si vuelvo a tener otra experiencia onírica de este tipo, es que me voy directo a que me pongan diazepan hasta en las pestañas.
Que horror, aún me duelen las orejas. ¿Y no podría haber sido un ángel o alguna mierda teológica de esas en vez del jodido colibrí?


Iconoclasta

3 de octubre de 2005

Licántropo enamorado

Lo intento, intento no dañarla. No puedo hacer daño a esa mujer. Ella me quiere y yo me muero por ella. Por ella estoy encadenado.
Le he rogado que me encadene, como otras veces. Una pistola cargada con balas de plata será su protección definitiva.
Y tal vez mi muerte.
A medida que la luna llena va ganando claridad y su luz se esparce como una blanquecina pátina por el prado, mi dolorosa transformación lanza mensajes de dolor a mi cerebro animal y enamorado. Ella acaricia mi pecho y llora por mi sufrimiento mientras me sangran las uñas reventadas por las del animal interior.
Grito desesperado y me acaricia y me dice que no hay dolor. Mi pecho, ya de por sí hinchado se abre más, es un parto de dolor; ella me besa mientras de mis encías chorrea la sangre y sus labios se manchan; su pelo se ensucia sin que ella se preocupe por ello.
Sus pezones están duros bajo mi camisa, con la que se cubre; absurdamente grande para ella. Se la ve muy poca cosa para el animal que soy.
Mi visión comienza a convertirse en una gama de grises y mi nariz olfatea el aire buscando su coño.
La mataría con mis garras si no fuera por estas cadenas, y la quiero. Encadenado en esta mesa de dura piedra intento romper mis grilletes mientras ella aún acaricia mi pecho peludo y tenso. Mi pene ahora oscuro, roza su pierna y muevo mis caderas para golpearla con él; está húmedo y un rastro brillante ha quedado en su muslo, noto como me palpita y rujo de tal forma que ella se encoge ante mi violencia.
Me acaricia la cara con sumo cuidado mientras intento arrancarle los dedos de un bocado. Me la comería entera de lo que la llego a querer.
Levanta el faldón de la camisa y me muestra su velludo pubis oscuro, lo acerca un poco a mi mano asesina, una de mis uñas hace un fino corte en su piel por encima del vello y una delgada línea roja me hace babear. Se roza con el índice la herida y suspira, me dice algo del amor pero no la escucho, la quiero matar. A pesar de que la quiero, la deseo. La mataría, le abriría profundamente su garganta con mis fauces.
Me coge el pene duro y entumecido con fuerza y yo me revuelvo con un ruido estridente de cadenas, mis muñecas y tobillos sangran por la presión a los que los someto. Abre la boca y con los dientes sujeta mi glande, yo golpeo con fuerza para metérselo en la boca, para ahogarla. Y la fina piel de mi glande se araña. Ella tose un poco y aprieta con fuerza mis cojones; el crescendo de mi rugido provoca un revuelo de murciélagos en el fantasmal prado.
Deja caer la camisa al suelo y se pone de cuclillas encima de mi cara, con cuidado baja su coño y mi lengua lame su sexo mientras su vientre se agita, con una mano en mi pecho mantiene el equilibrio y la distancia, no se fía y hace bien. Sabe que le arrancaría su precioso y deseado coño de un solo mordisco. Lamo los dedos que dejan al descubierto su clítoris y siento el miedo que la atenaza cuando mis colmillos rozan su vulva.
Se pellizca los pezones mientras mi lengua se hunde en ella.
Con un rápido movimiento de mis garras he conseguido lacerar su piel en el muslo externo. Ha lanzado un pequeño grito preñado de agitación. Se ha manchado las tetas con su propia sangre. Me la quiero follar, la quiero devorar. La desgarraría por dentro y por fuera.
Ahora se vuelve a subir encima mío, sujeta mi pene excitado y mojado y se empala con él. Noto su carne cálida por dentro y mi polla que intenta partirla. Lanzo mi cintura hacia arriba mientras ella gime y me dice que me quiere, que no sufra, que sólo me preocupe de sentir placer. Pero le arrancaría el corazón si pudiera.
La lanzo una y otra vez arriba y noto como cae resbalando por mi pene hiperlubricado, me chafa los cojones con sus nalgas pero me da igual. Quiero inundarla por dentro, la quiero, la degollaría.
Noto como mi semen sube hacia arriba y adentro, y mientras mis pies se contraen ella salta con salvaje brusquedad, siento como mi glande está profundamente apretado allí dentro.
Hay un momento de calma y de silencio mientras yo me corro, mientras lanzo todo mi semen dentro de ella. La mujer a la que deseo se ha quedado quieta por un segundo y comienza a sentir convulsiones mientras poco a poco va dejando caer su cabeza contra mi pecho y de nuestros sexos rezuma un semen blanco, viscoso y caliente.
Le intento morder la cara. Ella se endereza y aún con mi pene dentro se acomoda tranquila y deja que su respiración se tranquilice.
Cuando se desengancha de mí, de su coño aún gotea la blanca leche y me acaricia con pena en la mirada. Con una sonrisa taimada y traviesa mientras se acaricia excitada el vientre, rodea mi dura cama de piedra y me besa la frente con cuidado de que mis colmillos no la dañen.
Si pudiera le arrancaría la cabeza. Y la quiero a morir.
Apaga la luz y me deja solo con mi bestialismo, yo a veces lloro un poco y otras veces aúllo con sangrienta sed de asesinar.
Ojalá mañana me acordara de esto. Cuando soy hombre no me dice lo que pasó la noche anterior. Dice que tan solo cuida de que no me haga daño yo mismo. Pero no la creo. Algo ocurre cuando la luna llena aparece.
Y la quiero tanto que me la comería. Y mañana no sabré que ha pasado hace apenas unos minutos, de hecho ya no me acuerdo más que de un muslo de mujer sangrando, como en un sueño...
La luna... parece reír; es una noche preciosa para cazar. Para follarme una loba en celo...
¿Por qué estoy atado como un animal?


Iconoclasta

2 de octubre de 2005

Misil

Velocidad 2 match y acelerando, soy un misil desde el instante en el que te vi entre la gente. Hace sólo unos segundos.
No sé de donde vengo ni lo que era. Borré casi todos mis datos tras la programación de las coordenadas y posterior autolanzamiento.

Sólo sé que voy disparado hacia a ti destrozando confianzas y amores.
Traspasando corazones en mi vuelo directo hacia ti.
Haciendo daño por que te amo, algo sobrenaturalmente veloz e impensable hace unos segundos.
Sin escrúpulos, sin piedad.
3 match y rompiendo la barrera del sonido, hago estallar todos los vidrios con mi potente onda sonora, es mi voz que te llama, que te pide que te detengas y escuches mi amor potente.
Eres mi delirio.

He fijado mi blanco en ti, en tu corazón, el que se halla bajo unos pechos hermosos.
Estoy cerca, deseo impactarte, presentarme ante ti con un descenso brusco de la aceleración fijando mi sistema de visión en tu rotundo cuerpo, en tus ojos que parecen contener un ponto azul y sereno.
Y cuando llegue a ti deséame. Que sirva de algo esta vergüenza que he pasado cuando el gordo que salía de la panadería se ha interpuesto en mi camino; cuando seguía tu precioso trasero redondeado bajo un pantalón que muestra la marca de unas pequeñas braguitas. Tus nalgas coquetas y sinuosas.
He sentido verdadero pánico de no poder frenar a tiempo e impactar en ese monstruoso gordo; no he podido decelerar a tiempo e impactado en su enorme trasero; el hombre ha dejado caer sus madalenas cuando ha caído a tierra sollozando, con las manos en su trasero; he visto la desolación en sus ojos provocada por ese desgarrador dolor.
Estoy escupiendo a 4 match, ha sido muy desagradable y a pesar de mi velocidad y aceleración (producto de mi amor elevado a 100 por el largo de tus piernas al cuadrado), la gente ha tenido tiempo de reírse de mi. Al gordo lo miran y le dicen que no es para tanto entre risas burlonas.
Las madalenas han quedado rotas y esparcidas por el suelo como un mudo testigo de una tragedia anal.
Tragedia de un amor loco.
Un bodegón deprimente enmarcado en un grís pavimento.
Ya he conseguido llegar hasta ti, mi detonante se ha armado y empieza el proceso de deceleración. La alarma de tu proximidad acelera mi corazón y bombea más combustible del necesario.
Cojo tu mano con dulzura.
- Eres hermosa.-pronuncio devotamente con tu mano tersa como el cristal entre las mías.
- Gilipollas.- y me pegas una sonora bofetada.
Inicio mi aceleración y me alejo a 2 match de ella, no he conseguido impactar y me siento como un miserable petardo de verbena.
Vaya fiasco... Es una mierda ser un potente misil de amor.
Y apenas me queda combustible.
Joder, vaya hostia.

Iconoclasta

29 de septiembre de 2005

Alaridos

Un alarido, si se emite con fuerza y pasión es algo desgarrador para el emisor y para los receptores.
No requiere uno cumplir unas especiales condiciones para ser graduado en alaridos; en absoluto. Y por lo general, cuanto más duro y fuerte es un individuo más desgarrador es su alarido.
¿Y para qué quisiéramos en un momento dado proferir un alarido? Hay momentos en la vida que lo único que está en nuestras manos es gritar. Nuestra única opción.
Cuando el destino golpea fuerte debemos gritar y que todo el planeta sepa que estamos siendo ofendidos. Agredidos.
Sufrimos dolor y hartazgo, y alardeamos de pulmones.
Con ello conseguiremos que se alejen de nosotros muchos seres, los más cobardes normalmente; que mantengan una buena distancia para dejarnos aire que respirar y lanzar nuestro vómito de angustias y miserias y así tener una idea de la cantidad expulsada, de su alcance sin tener que pensar si los zapatos sucios estaban en ese lugar o se han movido.
Una vez lanzado el alarido nos altera a nosotros mismos, los autores. Porque oímos nuestra angustia desde el exterior y adquiere tanto dramatismo lo que sentimos, que pone en jaque la cordura.
Una vez que uno se ha liberado del grito y es consciente de la carga de dolor y miseria que lleva en su interior, el resto es fácil. Uno se siente motivado para subir al tejado del edificio de una avenida céntrica, con un rifle de largo alcance y disparar al azar contra la gente que anda allá abajo.

Al azar, cerrando incluso los ojos para luego jugar a ¿Dónde está Wally? pero con heridos o cadáveres.
Es decir, comportarse como el destino se ha comportado con nosotros: MAL.
Muchos de los francotiradores más famosos, minutos antes de matar, lanzaron un alarido más fuerte que el sonido de sus propios disparos.
"No es justo pero; es lo que hay"
¿Verdad que esa frase la hemos oído hasta la saciedad en bocas ajenas?
"Pues es lo que hay: una bala en su pecho"
Podemos responder con esa cordura en peligroso jaque tras el alarido.
Víctimas... Unas víctimas victimizan a otras y el planeta sigue orbitando y rotando normalmente sin sentirse demasiado interesado en los muertos.
Ni en los vivos.
Si somos prescindibles para el mundo, ellos también. Que nadie se sobrevalore demasiado, que le pegamos un tiro.
Ningún ser que escuche su propio grito puede quedarse quieto, estático. O no debería.
Sé de una mujer que lanzó un alarido al mundo. Fue desgarrador, hasta las cebras se dieron cuenta de que algo olía a podrido en Dinamarca y sus orejas se movieron nerviosas olvidándose de pastar durante el tiempo que retumbó el eco en la remota sabana.
Su grado en el alaridómetro alcanzó un 9,8 y el máximo de la escala está en 12.
Por encima de 10 se considera insania y por lo tanto es patológico.
Por debajo de 10 los alaridos suelen considerarse justos y lógicos.
Sangraron las venas de su laringe pero; no hizo nada más. No golpeó, ni escupió, ni blasfemó, ni deseó muerte alguna.
Quedose quieta y recuperando el aliento tras el esfuerzo. Escupiendo sangre y limpiándose la barbilla.
No hubo ostentación de ira. El corrillo de gente se disolvió y pensaron que fue un simple ataque epiléptico.
Y se dirigió a casa creyendo que se había desahogado.
Y cuando llegó a su hogar, aquella ira remanente, la fue minando con más fuerza rápida y eficazmente frente al espejo del lavabo donde observaba su rostro extraño, ajeno a ella.
Estaba harta de dar tanto amor y sacrificarse por hijos, marido y padres. Era injusto, se hacía vieja entre atenciones a otros y para ella no quedaba más que una cara que a veces parecía deformarse en el espejo. Que perdía sus rasgos y la ocupaban los de sus amados seres.
Y cuando todos esos rasgos familiares desaparecían, el reflejo le devolvía arrugas, juventud perdida; demasiado tarde para recuperar tantos años desperdiciados sin apenas disfrutar, sin recibir nada lo suficientemente importante a cambio. En algún momento se olvidó de pensar en si misma, hasta hoy.
Y no le dio tiempo a bajar a la calle para acabar lo que comenzó, ni de golpear o romper algo; la ira se transformó en un profundo abatimiento y éste se convirtió en un febril movimiento neuronal en su cabeza buscando tiempo, deseando comenzar en aquel punto en el que se olvidó de si misma.
Y la presión de aquella búsqueda mutó en una aguja.
Una aguja en el cerebro.
En una arteria que se rompió y anegó el cerebro en sangre.
Un charco rojo en el torbellino de errores, de cosas por hacer.
En un mudo grito frente al espejo, los ojos muy abiertos por un dolor inconmensurable, del atroz terror de ver que su cara era la de la muerte. Y la muerte velando de repente el húmedo brillo de sus ojos.
Aún pudo oír el golpe que dio su cabeza al estrellarse contra el suelo.
Fue mucho más potente su alarido.
Y las cebras siguieron pastando como si nada hubiera pasado. Porque no llegan a la sabana los ecos de un cabeza estrellándose contra el suelo.


Iconoclasta

25 de septiembre de 2005

El follador invisible: En el manicomio

Era la más bella, orgullosa y engreída. Una futura modelo que mostraba con sus pantaloncitos de tiro bajo el inicio de un rasurado pubis.
Yo se lo rozaba bajo la mesa de la terraza del bar en el que se reunían a la hora del almuerzo. En el descanso entre clases, mientras reían con simpatía por nada en concreto.
Cuando sentía mi caricia se metía la mano discretamente bajo el pantalón y con sus uñas rosas se rascaba aquella piel tierna e hidratada. Maquillada para que no se vieran los pequeñísimos pelos que tendían a crecer.
Eliana se llamaba, lo sé por sus amigas de la escuela de modelos. A veces me acerco allí para excitarme y masturbarme. Muchas de ellas están calientes como perras y se besan y acarician en los vestuarios del gimnasio. Y claro luego pillan a un tío y literalmente lo devoran.
No son tan delicadas como aparentan con sus sonrisas cordiales de buenas nenas.
Ni tampoco son lo inteligentes que se creen. Si las vierais masturbarse con esa violencia y prisa. Van a mil por hora, maltratan sus coños como yo lo haría.
Y yo saco mi polla justo enfrente de ellas y me masturbo, les salpica mi semen invisible y se limpian algo que no ven con suma extrañeza.
A veces están tan empapadas y concentradas haciéndose pajas que cuando les rozo un pezón, ellas lo vuelven a tocar otra vez para sentir ese placer pero; no es lo mismo.
Eliana era posiblemente la más sensual, siempre extremada y buscando las miradas de los hombres. Sus pezones normalmente estaban erizados y cuando iba al lavabo, aprovechaba muchas veces para mirarse al espejo, meter las manos por dentro de las bragas y olerse los dedos después.
La seguí hasta su casa, y saludó jovial a su madre, le contó las idioteces del día y tras una ducha se estiró en la cama con una simple camisa holgada de alguno de sus ligues.
Y la acariciaba cuando cerraba los ojos para dar una ligera cabezada, y ella se despertaba sobresaltada.
Las primeras veces había terror en su mirada y salía corriendo de la habitación para ver si podía ver en el pasillo a alguien.
Pero yo insistí día a día. Durante dos semanas la sometí a caricias cada vez más prolongadas. Ella acabó dejándose hacer con sus piernas abiertas, con los ojos enfocando a todas partes. Se acariciaba ella misma el coño cuando veía como sus pechos eran deformados por mis labios.
Llegó a presionar mi cabeza entre sus piernas para que la lamiera más profundamente.
Dejó de tener miedo y pasó a desearme. A mí no, sino a ese placer.
Se filmaba así misma cuando yo la follaba, sacaba primeros planos de su vagina dilatada, de ese agujero negro que se movía con cada embestida de mi pene.Y llegó a desear esas sesiones de sexo con vehemencia, perdió la sonrisa y llegó a encerrarse en su habitación durante horas y días esperando que la follara, que le lamiera el coño y mordiera sus pechos. Quería verse follada por nadie en las películas que filmaba. Yo de vez en cuando le dejaba oír mi ronquido de placer al eyacular.
Y sus padres comenzaron a preocuparse en el momento en el que dejé de visitarla tan a menudo. Lloraba sin previo aviso y se encontraba nerviosa, extremadamente nerviosa.
No encontraba el mismo placer con hombres normales. Folló como una bestia en celo y se ganó una importante infección vaginal.
Ella lloraba, decía que ya no sentía su coño latir solo.
Que había perdido la capacidad de imaginar sus propios placeres. Se sumió en una profunda depresión y su madre encontró todas las filmaciones que se hizo así misma.
Las venas de sus brazos estaban destrozadas de tantos pinchazos para inyectarse la droga que la llevara a aquel placer extremo. Una droga que no existía.
Ahora está en el manicomio, está atada a la cama porque la última vez que se masturbó pensando en aquellos placeres, se metió un bolígrafo y se hirió la vagina al penetrarse con un ansia enferma.
Cuando su madre la visita, ella llora y le dice:

-Ya no me folla, mamá… - y la infinita tristeza que expresan los ojos de la madre, se podría cortar con un cuchillo por lo patente que es.

Y me gusta así atada a la cama.Es de noche, fuera del horario de visitas y cuando las enfermeras ya han administrado la medicación y se relajan.
Le aparto la sábana ante su mirada atónita; ante sus ojos ojerosos y vacíos de voluntad por los sedantes levanto su camisón y bajo sus bragas.
Y empieza a suspirar, su cuerpo debilitado y esquelético se convulsiona cuando mis dientes acarician sus pezones indefensos, cuando presiono llevándola al límite del dolor.
Cierra los ojos cuando ve como su vientre se hunde al apoyar mis labios para mojárselo con mi lengua, dirigiéndome a su ahora velludo pubis.
Y jadea, suspira:”Así mi dios, así mi demonio; que no pare." Abre sus piernas y se muerde los labios cuando mis dedos abren su coño para poder pasar mi lengua por su raja brillante.
Se lacera las muñecas con los grilletes de velcro cuando la penetro con fuerza, haciéndola expulsar el aire con cada embestida.
Y grita, grita cuando le viene ese orgasmo empujado por mi polla invisible, cuando nota la corriente cálida de mi semen por sus muslos. Se abandona cuando mi lengua se mete en su boca.
Apenas le he sacado la polla entra le enfermera y le inyecta un sedante en el brazo.
Cuando nos quedamos solos y se le cierran los ojos, le susurro:

-Volveré a follarte Eliana, llámame cuando tu coño esté caliente. Grita cuando necesites que mi polla te llene.
Y se queda dormida, sonriendo.

Posiblemente le inyectarán otro chute de psicotrópico cuando empiece a pedir a gritos que la follen.
Posiblemente, de aquí en mucho tiempo, cuando la quiera follar, estará tan fea y demacrada que no le acariciaré ni el pelo.
Porque hay más seres con los que gozar. Y éste se ha acabado ya.
Iconoclasta

El follador invisible

Cuando uno es invisible, lo tiene todo. Cuando uno es invisible no necesita el puto dinero. No necesita una mierda de coche, ni siquiera una casa.Ni ropa.
Mis sentimientos se han hecho tan invisibles como yo, y mi única emoción se halla en la punta de mi invisible pijo.
No, no soy un hombre invisible. Soy un salvaje animal invisible que hace lo que quiere con quien quiere.
Y ésta no quería.
Pero yo sí.

Adoro este extraordinario poder, y el placer que obtengo de él.
Me hice invisible...


Si ahora vierais la violación a la que someto a esta ama de casa... A esta maciza la he seguido desde el super; me he colado con ellas en su piso. Su hija está en la habitación con el puto lector MP3 en las orejas a toda hostia.
Pues que vaya con cuidado, no le vaya a reventar su adolescente culo. Si vierais su coño abierto, su agujero negro y sometido a mi pene duro. Seguro que si me pudiera ver la polla sudaría sangre de la presión que hay en el pijo.
Echo de menos ver mi polla entrando y saliendo de un coño reseco y áspero a veces. Otras consigo que chorreen como fuentes.
La embisto con tal fuerza en el mármol de la cocina que de su cabeza mana la sangre al golpearla contra el armario...

Me hicieron invisible en un accidente de tráfico; un hombre con un aliento atroz se acercó a mí e insufló aire en mis pulmones anegados en sangre.
Había una mujer, lo recuerdo.

-Maldícelo mi Dama Oscura, haz invisible a este primate que no sabe conducir. Que nadie le vea y que hasta él mismo se olvide de cómo fue algún día.

Y me hizo una mamada mientras yo escupía sangre por la boca entre los retorcidos hierros del coche.
El hombre, durante mi corrida, rasgó mi cuello con un cuchillo y me sentí morir.
Cuando desperté, me encontraba tirado en la cuneta, no me veía a mi mismo, pero era sólido.
Eso es todo.

-Dios mío, estoy loca... -dice la mujer con los ojos extraviados por el pánico.
-Calla puta.-le suspiro al oído pellizcando sus pezones con fuerza.
-¿Quién eres?.- pregunta mirando a la nevera.

Ella intenta zafarse de esta fuerza que no comprende y tampoco comprende como el cuchillo vuela por el aire y corta su blusa en jirones para que sus pechos puedan ser mordidos por mi boca ansiosa.
Y cuando le sangran ya los pezones, le doy la vuelta.
Su cogote está empapado en sangre y yo paseo mis dedos por esa brecha. Y meto mi polla en su estrecho culo, la rasgo, siento en mi pijo toda esa sangre y el ruido de un pequeño músculo abrirse de golpe.
Cierra los puños encima del mármol desesperada; ahogando el grito de su mente confusa; piensa en su hija y en su propia locura.
Por eso se guarda todo el dolor.
Estoy a punto de correrme, ahora si...
Y con el mazo del mortero le asesto un fuerte golpe justo encima del cráneo en la vertical.
Y es como un robot, tras el hundimiento del cráneo sus piernas y su cintura comienzan a convulsionarse como en un ataque de epilepsia. Y mi polla apresada en su culo es sometida a toda esa agitación.
Ni siquiera mi semen resbaladizo es capaz de desclavarme de ella mientras muere agitándose.
Cuando queda inerte arranco mi polla de aquel agujero y acabo de sacudirme la leche en el cuerpo tendido en el suelo.
Es genial ser invisible.
Tengo la polla tan dura aún...
Me dirijo a la habitación de la hija y con cuidado abro la puerta.
Está tumbada en la cama, boca abajo y hablando por teléfono; bajo la falda hay unas braguitas blancas, transparentes y comestibles por las cuales sobresale vello negro.
Así que no le doy tiempo ni a respirar.
Mi polla aún está cremosa de semen, no tengo ganas de follar, sólo de joder.
Y le arranco la falda y las bragas manteniendo su cara presionada contra el colchón.
Y hundo en su culo mi polla un par de veces.
Cuando saco el pene, mantengo la presión de la mano en su cabeza y miro ensimismado cómo de su ano, que mantengo abierto con los dedos de mi otra mano, mana la sangre. De cómo un bulto de carne, una especie de ampolla cárnica sale por su rasgado esfínter. De su herniado ano.
Grita y llora. Siento como ha echado hasta los mocos por la nariz cuando ha sentido petar su culo.
Ella y su amiga me sonríen con las caras muy juntas desde el marco de una foto, con un estúpido peluche entre ambas.
Adolescentes... No saben que no todo es amor y buen rollo.
No saben lo doloroso que puede ser el sexo; y eso me pone.
Me largo.
Buscaré más.
Hay mujeres a patadas. Incluso hombres que me pueden servir para mis juegos.


Iconoclasta

24 de septiembre de 2005

El follador invisible: Puta de carretera

La puta permanece sentada en una silla de playa bajo una sombrilla desvencijada. Haciendo propaganda de sí misma.
Sus muslos abiertos bajo una microfalda negra enseñan unas bragas negras que desde lejos parece su coño lleno de vello oscuro.
Bajo una escueta camiseta de tirantes, las enormes aureolas de sus pechos no consiguen ocultarse del todo.
Es rubia. Da igual que sea teñida, lo que importa es el resultado.
Su piel es blanca y lechosa; me pregunto si por el semen que traga o por ser una nativa de la zona este de Europa.
Me he acercado lo suficiente hasta ella para ver picotazos de jaco en sus brazos.
En la cara interna de sus muslos también hay picotazos heroicos.
Y meto la mano entre ellos, dicen que las putas son insensibles.
Se levanta sorprendida, con un gritito tonto.
Y cuando se cerciora de que nadie se ha acercado mientras dormitaba, se lleva la mano entre los muslos.
Siempre he tenido la duda de si las putas son capaces de correrse, si están tan acostumbrados sus coños fláccidos y secos a las pollas que ya no pueden lubricarse.
Se vuelve a sentar ahora con las piernas cruzadas y se enciende un cigarrillo del que no se traga el humo, lo deja escapar lento de tal forma que sube por su rostro y da un algo de misterio a la puta.
Me sitúo tras ella y separo la camiseta para atisbar sus tetas gordas; están un poco caídas por el peso, pero le arrancaría los pezones a bocados. La noto tensa, cuando mis dedos rozan sus hombros da un brusco giro en la silla y casi cae al suelo.
Y se acaricia el picotazo de jaco más reciente, en su muslo izquierdo; muy pegado a su coño.
Sus uñas largas pintadas de rosa dan alegría a su blanca piel.
Se vuelve a relajar y meto mis manos en su escote rozando con las palmas de mis manos tensas la punta de los pezones.
Ella responde con un escalofrío de miedo y sus pezones se endurecen al instante.
Y cuando lleva las manos a sus pechos se encuentra con las mías, se aferra a ellas y vuelve a girar la cabeza para poder identificar al que la toca.
Y no ve nada.
Pero yo me acerco a su oído y le susurro mi placer, en forma de gemido. Me estoy masturbando, estoy moviendo mi puño arriba y abajo por mi pene, no lo veo pero noto las venas gordas...
La fuerzo a que mire al frente con un gesto violento y amenazador, he girado su cuello hacia adelante desde la barbilla.
Y obediente aguanta allí con la respiración contenida mientras le presiono los pezones, y bajo por su vientre hasta meter los dedos bajo las bragas y palpar su vulva seca y contraída, está asustada.
Así que me planto de rodillas frente a ella, le arranco la braguita y grita.
Abro sus piernas forzándolas hasta que los tendones de los muslos parecen próximos a partirse.
Llora y suspira...
Y pego mi boca a su vulva, y succiono y lamo.
En poco tiempo la tengo chorreando, su coño sediento de placer se ha derramado.
Algunos vehículos reducen mucho su velocidad para poder apreciar a la puta retorcerse de placer, sola en la silla; en el polvoriento y sucio descampado de un polígono industrial.
Algunos llegan a parar en el arcén y silban y la llaman cerda.
Ahora ella se acaricia el clítoris furiosa, hasta se da manotazos de placer. Y yo le meto los dedos hasta que su agujero se hace enorme.
Cuando noto que sus pechos se agitan fuertemente ante una oleada de placer, la derribo de su silla y la coloco a cuatro patas.
Le meto la polla hasta que mis cojones se aplastan contra su vulva. Hasta que me hago daño a mí mismo.
Y sus manos se mantienen firmes en la tierra cuando la empujo tan fuerte que sus pechos tocan suelo y lo pezones aún húmedos se rebozan en polvo.
También le peto el culo, y no ofrece demasiada resistencia, tiene el esfínter dilatado de tanto que la han dado por detrás. Y mi polla se hunde en ese estrecho y duro agujero arrancándome un gemido que la sobrecoge.
Un coche con una música atronadora ha parado en el arcén, en la pequeña cola que se ha formado y de él baja un hombre joven con el pelo recogido en una diadiema de tela y una enorme cadena dorada por encima de su camiseta.
Y se acerca hasta nosotros.
Me desclavo de la puta y meto mis manos en la raja de su culo para separarlo hasta que gime de dolor.
El hombre alucina ante aquel movimiento anti natural y se baja los pantalones. Se arrodilla tras la furcia y se la mete sin contemplaciones.
Yo meto mi lengua entre los labios de la puta y a ella se le escapa la saliva y gotea en el suelo formando cráteres de barro.
El calor nos hace sudar y se mezcla con todo.
Huele todo este lugar a coño, polla y sudor.
"Chúpasela" le ordeno.
Y ella se da la vuelta, coge la polla del hombre y se la lleva a la boca, alardea de poder tragarla entera haciendo que sus labios toquen el poblado pubis del chulo salido.
El chulo cierra los ojos ante el orgasmo que se avecina; la puta no deja de gemir porque he estado maltratando su clítoris, rotándolo, presionándolo entre sus muslos abiertos, su culo en pompa...
Y el tío se va a correr, y ella se saca la porción de polla justa para mantener el glande entre sus labios.
Rebusco en su bolso y encuentro una navaja.
La abro y la obligo a cerrar el puño en torno al mango. Y usando su mano, amputo de un certero tajo el pene del joven.
Y éste lanza un alarido cayendo al suelo con la mano entre sus piernas.
La polla amputada aún está entre los dedos de la puta y el glande deja caer gordas gotas de semen.
Y la obligo a que se seinte en el suelo con las piernas abiertas.
Le meto esa polla amputada en el coño y comienzo a meterla y sacarla. A follarla.
Y me agacho para lamer su clítoris.
Y la puta se me corre en la boca, con aquella polla cercenada bien clavada en su coño.
Yo me corro masturbándome y dejo caer mi leche en su vientre, entre sus tetas.
Y cuando la policía llega, yo sólo debo retirarme unos metros para ver cómo la esposan y la obligan a ponerse en pie.
El hombre con la polla amputada ha entrado en shock y tan solo emite débiles gemidos.
Me acerco al coche del joven, me enciendo un cigarro y dejo que mi polla excitada se relaje con el ambiente del aire acondicionado.
Y reflexionando sobre las putas y su pretendida incapacidad para sentir placer al follar, llega la ambulancia y recoge al pavo del suelo despúes de haberle metido una vía en el brazo.
La ayudante de la ambulancia coge el trozo de pene del suelo y lo mete en una nevera de hielo, envuelto en gasas.
Me gusta ser invisible...
Ya nos veremos, no... Yo a vosotras.

Iconoclasta

Esquizo

Breve inmersión en una alucinación esquizofrénica, pongo a prueba los nervios de vosotros pobres mortales, un poco de dolor mental no puede hacer daño, incluso ejercita la resistencia y la valentía.

Cierro los ojos y me encuentro en un mundo metálico, donde las hojas de árboles y plantas son cuchillas de afeitar, porque necesito ejercer la valentía sin que nadie pague por ello. A veces la vida es un poco esto, filos que cortan sin que apenas te des cuenta, porque uno piensa que sería perfecto que todo fuera hermoso; y lo hermoso es peligroso, oculta el dolor, anula la autoprotección.

Una preciosa rosa que destella con luminosidad salvaje, terciopelo metálico que si no lo toco me muero. Lo toco y mi cerebro da una alarma, grita y hace que retire la mano; no le hago caso y mi mano izquierda quiere rozar esa preciosidad metálica y aterciopelada. Es lo más turgente y suave que he sentido en mi vida y a pesar de que el filo de una hoja se mete entre uña y carne de uno de mis dedos, no quiero dejar de tocarla, la sangre es espectacular, rocío rojo resbala por la rosa cortante y la hoja sigue separando uña y carne. Mi cerebro se alarma más aún; es igual no le hago caso, es la cosa más preciosa que he visto.
Veo más cosas hermosas, una lágrima resbala por mi mejilla, no sé si el cerebro la envía como respuesta al trauma al que se ve sometido mi cuerpo o es que la belleza me ha impresionado demasiado.
Sigo mi camino y cuando miro mi dedo, la uña del dedo corazón está obscenamente separada de la carne; con los dientes estiro de ella y la acabo de quitar, caigo al suelo retorciéndome de puro dolor, un súbito mareo y vomito; el dolor es inmenso. Mi rostro está apoyado en el suelo porque he caído de rodillas y se clavan pequeñas agujas metálicas, el polvo del camino de este metálico paraje; mis manos no se pueden tocar entre ellas porque se clavan más profundamente las agujas y un dolor amortigua al otro. Un corazón late en mi dedo descarnado y carente de uña, y sangra y ensucia esta belleza.
A unos metros a mi izquierda se halla la salida de emergencia, cinco pasos y volveré otra vez a la normalidad, a un hospital para que me curen el dedo y me saquen estas astillas metálicas que parecen correr reptando por el interior del tejido de mis manos. Pero hay un manto verde más allá, el aire lo mueve y es como una alfombra radiante; hermoso y mortal. Hierba verde que irisdece formando multitud de arco iris y reflejan a veces la luz con tal intensidad que duelen los ojos, y uno de mis ojos sangra porque una de las astillas ha atravesado el párpado y la punta está continuamente cortando el globo ocular con cada movimiento.
La belleza es impresionante, mi cerebro dirige uno de mis pies a la puerta de emergencia, le digo a mi pie que quien manda soy yo y me dirijo como un crío entusiasmado a la verde pradera; cuando llego me descalzo porque quiero sentir esta grandiosidad; piso el hermoso manto, mi cerebro responde con un fuerte dolor de cabeza y por un momento mis miembros no obedecen, tomo el mando. Con los pies desnudos piso la hierba y las cuchillas de forma indolora crean profundos cortes en las plantas de mis pies, pero no tiene precio lo que siento; este dulce tacto es como un bálsamo. Resbala mi alma por su turgencia y mis pies desfallecen porque los tendones de la planta se han destrozado y asoman como tiras blancas con lunares rojos; precioso.
Hasta mi cuerpo entra en sintonía con esta belleza.
Las uñas de mis dedos han desaparecido y siento que ya me falta algo de sangre; mi cerebro dice que queda poco tiempo: "date prisa, hijo puta loco, nos vas a matar, nos estás matando".
Un dolor sube de forma electrizante desde mis pies y me atenaza los testículos. Los dedos de mis pies se contraen, se retraen hacia el interior hundiéndose en el manto y las puntas de esta hermosa hierba se clavan hasta el hueso descarnándolos.
Los pies no me aguantan más, no quedan tendones, tan solo veo el hueso descarnado del empeine y caigo al suelo y me revuelco en la hierba. Mi cerebro ya no existe, es tan sólo un pasajero dormido. Muy dormido.
Una brizna de hierba ha debido cortar algún nervio porque la parte derecha de mi cuerpo se ha quedado inmóvil y tan sólo puedo reptar dándome la vuelta del otro lado; la hermosa hierba me acoge y me mece y parece arrastrarme con dulzura; me quiere y me adora.
Y no puedo ver bien, la sangre tiñe mi rostro y me llevo la mano al ojo y no lo tengo, hay un filamento carnoso colgando, aparte de esto me faltan dos dedos. Sigo mi arrastre y suena a tela rota, (me es igual, ya me compraré otro pantalón). Intento abrir la boca para gritar de alegría y la mandíbula inferior se desencaja, los músculos están seccionados y no se aguanta en el sitio.
Siento un poco de miedo porque creo que voy a morir, voy a dejar de ver tanta belleza; porque no es el pantalón el que se me ha roto, es mi vientre que ha dejado en el camino el intestino cortado en pequeños trozos desgarrados.
Y no lloro de felicidad porque ya no sé donde se encuentra mi cara.
Siento un dolor creciente mientras el sol se oculta y el ocaso lo torna todo mágico.
Saturado.
Me palpo el pecho por un picor, mis pezones han desaparecido y toco directamente mis costillas pero; esto ya no duele.
Quiero ser esta belleza; un hermoso matrimonio de mi sangre con esta espectacular naturaleza a la que el viento arranca tañidos metálicos.
Tal vez me duerma un rato... Me siento cansado y abrumado por este paraíso turgente y cortante.
Buenas noches vida, no hace falta que vuelvas. Estoy bien así.

Iconoclasta

20 de septiembre de 2005

Que se muera

¿Qué me has hecho, preciosa? Me has sumido en un nefasto mar de amor. Me he bañado en tu boca, me he deshecho en ella y ahora no te tengo...
Y me dejas así, tirado sin ti.
Te alejas con él y me dejas con los pies hundidos en hormigón.
Qué carencia has creado ¿y pretendes que agonice así hasta morir?
Durante años... lo que me quede de vida.
De puta vida.
Y no tengo salvación, no me puedes liberar de este ansia porque tú eres mi respiración.
No es justo, no hay justicia en el amor sin respuesta. En el pensamiento unidireccional.
No es justo que haya alguien mejor que yo.
Debería morir al que ahora sonríes.
No soy un buen perdedor.
Que muera, que muera, que muera, que muera...
No estás conmigo, y me engaño.
Puedo sentir los labios, la lengua, tu cuerpo con el pensamiento.
Es mentira, mi vida; no te puedo sentir sin tocarte.
Si consigo ver tu rostro hermoso, se deshace como cera caliente cuando tus ojos le sonríen apartándose de los míos.
Te evoco y me desespero abrazando el aire.
¿Sabes que mis dedos intentan tocarte? Y tocan aire aunque yo me masturbe pensando que es tu cuerpo.
No me engaño, mi vida, sólo es un mal consuelo.
Y es un consuelo árido, que apenas dura lo que el semen tarda en enfriarse entre mis dedos.
Un desesperado consuelo y sonreír a la mierda que el destino me tira a la cara.
Al cabrón que es mejor que yo.
Mi sonrisa es un odio insano y letal; lo mataría.
Escondo mi dolor como un augusto; me he pintado una negra sonrisa; si me cortara sangraría lágrimas.
Mi mano es la desesperanza, mi mano es tu mano.
Pero no me engaño, soy viejo y sé de espejismos.
Sé de mi condena.
Sé que moriré sacando la lengua creyendo que nado en tu boca.
Y sabré que estoy muriendo, es normal; los cerebros se dan cuenta de estas cosas pero; no esconderé la lengua.
Seré tenaz amándote en pleno viaje a la nada.
¡Cómo odio tu preciosa sonrisa cuando es para él!
¡Qué putada, mi vida!
Que se muera, que se muera, que se muera...
Que se te muera en brazos ese cabrón.
Iconoclasta