Una vida plena de angustia, la constante amenaza del Estado; su extorsión contra el asalariado: trabajo esclavo, mísero jornal e impuestos de usura. La destrucción sistemática de toda libertad, pensamiento y la propia biología humana.
Los Estados fascistas de alegorías y palabrería progre y pía están abocando a la casta asalariada a una nueva revolución sangrienta.
El asfixiante control e incluso la invasión de la intimidad en el hogar, ha hecho del Estado el policía que se sienta a la mesa para vigilar, denunciar y castigar a cada miembro de la familia.
Hoy, en pleno siglo XXI, el Estado es el enemigo, el depredador de los esclavos asalariados.
El aumento de la violencia que se da entre la población con sórdidos y múltiples asesinatos, es tan solo un escape descontrolado a la presión del Estado que no tardará en dirigirse, como debe ser, contra las aristocracias del nazismo climático, sanitario, puritano y homosexual.
Los actuales Estados fascistas (surgidos de decadentes y raídas pseudo democracias) instaurados con la pandemia del coronavirus en el 2020, han acorralado a su presa, cuya única opción que le queda, es atacar.
Porque muerta ya lo está.
Muerta, infectada y parasitada por su enemigo el Estado.
Iconoclasta