Pienso que soy un fenómeno del planeta. Que te amo como los rayos caen en la tierra, con una fulgurante pasión.
Soy un efecto atmosférico, un movimiento telúrico a tu alrededor.
Hay tantos seres humanos en el planeta que me parece increíble haber caído tan fulgurantemente enamorado frente a ti, lo más bello.
No ha sido por voluntad o inteligencia intuitiva, sino por un azar.
Y seamos sinceros, tampoco es un azar…
De hecho, tengo la certeza de que me creaste de la nada, soy tu creación de memoria difusa y riges mi azar.
Me creaste hombre para amarte desde el primer hálito de mi vida. Mis recuerdos de la infancia son tan difusos y débiles que me resultan ajenos y cada día que pasa se diluyen en la lluvia hasta casi desaparecer.
Y tú tan desesperadamente sólida…
No consigo recordar el rostro de mi madre; pero recuerdo el brillo de sus ojos cuando me miraba.
En la infancia las cosas simples y sinceras quedan fuertemente grabadas en la memoria porque no requieren discusión ni aprendizaje. Sólo mirar y sentir...
Pero aquel niño no era yo, es un recuerdo ajeno que también creaste para que me sintiera humano. Un recuerdo difuso como un sueño que se deshace al despertar, como la voluta de humo que se expande en el aire hasta desaparecer.
No es un recuerdo sólido como yo cuando lluevo sobre ti y me encharco en tu ombligo para derramarme por tu vientre y bajar como un torrente a los muslos y a tus labios mudos que sufren espasmos de placer como los de tu boca entreabiertos.
¿Y si soy una ilusión tuya qué, como el aleteo de una mariposa, se convierte en algo más grande? En tu placer, en tu mirada de amor indiscutible que queda grabada en la memoria como la del niño que no fui.
Tú eres el planeta y yo tu clima, tu consecuencia.
Este pensamiento es el tuyo.
Eres la todopoderosa creadora y yo tu Frankenstein ectoplásmico, una consecuencia de ti.
Una aleatoriedad en tu red neuronal que es la réplica exacta del cosmos.
Amar es una voluntad y yo no puedo elegir.
Unas veces soy marea y no tengo control de mi agua que te baña.
Otras soy el viento que le arranca palabras y lujurias a los árboles que se inclinan ante ti.
Ni siquiera me importa si me quieres, mi fin último es ser tu atmósfera, recubrir tus dedos cuando a solas te tocas y, tan abiertas tus piernas, asistir al parto de tu orgasmo entre gemidos que arquean tu belleza en una coreografía que desatará una tormenta.
Puedo ser la lágrima de un tristeza que tu vida desborda.
Lo abstracto puede ser inenarrable y la multi forma es ubicuidad, así es tu creación: yo.
Mi génesis está en ti.
Por eso atraes al rayo enamorado.
No es que te ame, te habito; fuera de ti sólo hay la nada.
Podría explicar y nombrar miles de accidentes que soy en ti; pero siempre como consecuencia de tu existencia.
Jamás me pregunto o intentaría preguntarte si me amas. No tiene sentido esa cuestión porque no te amo de la misma forma que la rosa no ama sus espinas. Simplemente soy tuyo, estoy entrelazado en ti.
Eres existencia y yo no puedo influir, un viento no elige el árbol que tumba.
Y cuando no hay opción, dejarse llevar es lo más parecido a una dulce y caótica libertad.
Si tuviera huesos y dentro de ellos un mal anidado, sólo podría pensar que es amor y es cruel. Y quiero la metástasis completa. O un corazón infartado, roto de amar.
Yo no quiero decidir, cielo.
Ni puedo alterar lo que soy, lo que has hecho de mí. No tengo medios para evitar o modificar lo que provocas.
No es tragedia, ni dolor, placer o alegría.
Es una nube donde las moléculas colisionan entre sí hasta provocar un brillo extraordinario en tu mirada que me hace sentir que soy una buena creación, que te sirvo.
Soy la partícula y tú la científica y su acelerador de partículas. Tienes el control.
Es como un cuento: la bella científica y su acelerador de partículas.
Algo inexplicable como mi existencia dependiente de ti.
Por eso tampoco recuerdo el rostro de mi padre…
Estas palabras no son mías, sino tuyas. Sólo soy la tinta que llueve en el papel.
Soy tu meteorología.
Iconoclasta