Iconoclasta, provocación y otras utilidades para escapar del negro abismo del agobio.
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1 de octubre de 2014
La luz hecha carne
Pensar en ella es llevarme la mano al pubis y evocar su monte de Venus poblado de rizados vellos blancos que apenas cubren una raja profunda y húmeda coronada por un pequeño y duro clítoris. Un arrecife que emerge en entre sus rosados pliegues y es imposible evitar.
Uno naufraga inevitablemente en su coño de luz.
Sus ojos son tan claros que deseo que no los abra, porque parece un ángel, un ser ultraterreno.
E impone respeto follarse un ángel.
Los pliegues de la vulva son pétalos de rosas pálidas y las venas que recorren sus pechos son ríos subterráneos bajo esa piel blanca como la leche, como mi semen.
Las pestañas apenas visibles son alas de mariposa que aletean sincronizados con los movimientos de mi lengua hostigando su clítoris.
Alba... Sus pezones contrastan con fuerza en su piel albina, como dos bombones que deshacen en mi boca con cada succión desbocada y dolorosa que la hace jadear entre el bien y el mal.
Cuando tensa la pelvis para que mi pene se entierre más profundamente en ella, las crestas ilíacas parecen rasgar la nívea y fina piel que las cubre. A veces sueño que sangra cuando la follo.
Me pregunto si su nombre tiene que ver con su hermosa tara. Me pregunto si Cristo se hubiera dejado matar si hubiera conocido la luz de un coño igual.
Su coño es pequeño y estrecho, acoge mi pene con fuerza.
Es ahí donde me doy cuenta de que me ama, cuando su coño me desea, me atrapa. Me succiona entero, no expulso el semen, ella lo aspira...
Alba mi esposa blanca, carne hecha luz.
Cuando pienso en ella y su pálida naturaleza, me masturbo en lavabos sucios como un ser de la oscuridad mental, como un maníaco, compulsivamente. Soñando el momento de volver a casa y follarla y comerme su coño pálido como carne cruda mojada.
Alba vive alejada del sol, porque la belleza angelical de su piel es su condena. El sol la quema.
La jodo en la penumbra alumbrando su piel con tres velas.
Sus pechos lucen llenos de cardenales que mis labios provocan en esa piel de seda blanca.
Sus dedos de porcelana descubren y dejan indefensa la vagina a mi boca y mi polla, y una prematura gota de semen translúcido emerge de mi glande amoratado para caer en sus muslos trémulos de deseo. Sus blancos ojos ciegos tienen un don especial para sentir el deseo y la agresividad que mi pene emana.
Cuando retiro mi pene de su coño tengo la fugaz visión de que es blanco. Contrastan en la carne las venas henchidas de sangre que mantienen la erección, mientras expulso restos de esperma en los ecos del orgasmo.
Ella no lo sabe, pero mancho mis dedos con carbón y ceniza para dejar su cuerpo lleno de mis rastros.
Su melena blanca y lacia a veces cubre su rostro y creo que jodo a una divinidad.
¡Dioses de mierda...! Cuando mi verga se clava en ella, cómo contrastan los sexos.
Su coño pálido...
Se la meto y la saco a un ritmo muy lento, para hacerme blanco como ella y convertirnos en un rayo de luz.
Solo hay un pequeño defecto en su piel: entre sus omoplatos hay una zona oscura y rugosa, como una peca deforme, es un cáncer. Es lo único oscuro que hay en ella. Y me desespera, me da miedo.
Cuando la he follado, unto mis dedos con semen y froto esa zona oscura y mortal para hacerla blanca.
Tengo mis propias ideas sobre la quimioterapia.
No estoy enamorado de ella, no me importan sus ideas, sentimientos y emociones.
Solo me importa su piel. Es tan blanca que parece que una luz la alumbra desde dentro.
Dentro de su coño, dentro de su pecho...
Solo quiero metérsela porque es follar una luz.
Todas esas marcas en su piel la convierten en mi posesión, en mi muñeca penetrable de porcelana.
Otro Pinocho que consiguió ser humano.
Luz hecha carne...
Eso es ella y su precioso coño.
No soy un hombre bondadoso que carga con una bella ciega albina, de piel tan blanca y bella como enferma. Lo hago porque estoy enfermo de obsesión por su piel.
No me gusta que hable, porque su voz no es blanca como la piel que apenas consigue cubrir las venas de sus pequeñas y firmes tetas.
Era adolescente en el barrio y la veía crecer cada día. Obsesivamente.
La admiraba en la calle cuando caminaba del brazo de su madre, cuando sus pechos empezaron a formarse.
Durante años esperé a que se hiciera adulta, era mi sueño, mis pajas, mi obsesión.
Alba, la hermosa ciega albina.
Cuando ya caminaba sola con su bastón por la calle, la saludé. Con el tiempo conseguí que me amara.
Tiro del prepucio y el glande luce baboso y brillante a la luz de las velas.
Me preocupa que muera, no quiero quedarme sin mi Pinocho de coño blanco.
Mañana irá al médico por el creciente dolor de la espalda, la jodo, le meto la polla hasta en el ano y la hago gritar sin que sepa bien si es dolor o placer. Su ano es rosado...
Alba ha muerto y su piel blanca se ha evaporado por las llamas del horno crematorio en un ataúd blanco que exigí para ella.
No sirvió de nada mi semen en esa llaga mortal, ni tampoco la quimio, ni la cirugía. El cáncer de la piel horadó sus pulmones y luego su cerebro. Se convirtió en pocos semanas en un esqueleto cubierto de piel amarillenta. Tenía treinta y un años. Y cuando agonizaba, le mentí diciéndole que la había amado y que la amaría siempre.
Mantengo tres velas encendidas, en la habitación y en el desván. Me hace sentir bien, como faros en la oscuridad.
No hay mujeres como Alba, nace una cada dos o tres generaciones, no encontraré nada igual en lo que me queda de vida.
Tres meses sin Alba... Mi puta polla va a estallar.
El desván huele mal, hay botes de pintura blanca de todo tipo: acrílico, esmalte, al agua, óleo, acuarela... Pero no consiguen recrear la piel. La blancura y la luz de Alba.
El desván huele mal porque hay tres cadáveres de mujeres hermosas. Y la pintura blanca con la que están cubiertas, no consigue aliviar el olor a descomposición.
No consigo que sus pieles parezcan luz y cuando penetro esos cadáveres apestosos, no siento nada, solo el frío de la muerte en la punta del pijo.
Mi pene también está corrupto, lo pinto de blanco en honor a Alba; pero la piel no soporta la pintura y sus componentes. Se han formado llagas de pus que se extienden al pubis y los testículos.
Yo mismo huelo mal como un cadáver.
Las cucarachas corren por encima de la cama y entre los vasos y platos sucios de la cocina. Hay excrementos de rata en el suelo. Los párpados y los labios de Alba 1, la primera que llevé a casa y le clavé un punzón en la nuca, han desaparecido roídos por esa rata que caga por toda la casa.
Yo solo busco lo blanco. Solo quiero que Pinocho de porcelana cobre vida y sea de carne hecha luz.
Mi obsesión choca con la realidad: es imposible; pero soy tenaz.
Separo las piernas de Alba 2, y le meto una linterna en el coño agusanado, pero su piel no emite luz. No es como mi Alba.
Alba 3 descansa sobre una caja de madera con el cuello roto y parece reírse de mí con la cabeza colgando y la boca supurando humores de descomposición.
Yo también reiría si viera a alguien tan tarado como yo mismo.
No tengo otra cosa que hacer hasta morir; así que me meto en el baño y me aseo.
Doy un un portazo a toda esa sordidez y salgo a la calle en busca de otra mujer. Me siento como Gepeto creando un muñeco de piel blanca y luminoso como la porcelana.
¿Cuál es el secreto para hacer luz de la carne?
Alba 4 baila sudorosa entre decenas de hombres y mujeres, su piel no es tan blanca como la de Alba. Me acerco hasta ella y contoneo sin ganas mi cuerpo al son de una música que me da dolor de cabeza.
Solo soy feo por dentro, así que le digo: Hola.
Y ella me sonríe y me responde: Hola...
En dos horas he conseguido que se embriague y le ofrezco llevarla a su casa en mi coche.
Acepta. Cuando se ha sentado a mi lado me pregunta: ¿Cómo te llamas?
Gepeto, le respondo.
Y no acaba de entender, aunque le hace gracia el nombre. Está encendiendo un cigarrillo cuando hundo entre las costillas una afilada y larga varilla de acero, (no quiero estropear demasiada piel, podría funcionar esta vez). Tampoco puede gritar porque le he dado una descarga eléctrica en el cuello. Sus cuerdas vocales están contraídas y su cerebro habrá subido repentinamente de temperatura.
Cuando llego a casa, hace rato que ha dejado de respirar, y solo una pequeña gota de la sangre que ha invadido su pulmón asoma por la comisura de sus labios.
Espero que esta vez funcione. Que Alba, la luz hecha carne, vuelva a mí, a mi pene, a mi lengua.
A mis dedos sucios.
Iconoclasta
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