El niño muere aplastado por el adulto, por su agresivo conocimiento y experiencia del medio en el que se ha desarrollado. El niño y el adulto no pueden ni deben compartir el mismo pensamiento, tiempo y cuerpo.
No hay ningún niño en un ser humano adulto, sólo un cadáver neuronal que los poco favorecidos por la genética y madurez intelectual se niegan a enterrar.
El adulto morirá por el olvido del viejo de cuerpo degradado. La pasión y la agresividad adultas se diluirán en emociones pueriles y piadosas. Si el niño muere aplastado, el adulto muere por inanición mental o envenenado de repentinas misericordias.
Y por fin, la vieja carcasa marchita que respira trabajosamente no sabrá en qué momento muere.
Iconoclasta
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