En el aire había una distorsión, parecía un torbellino de agua flotante.
Siempre la busco y ubico en todos los lugares y tiempo de mi cotidianidad y de esa deformación del aire, aunque fuera una espejismo de mis ojos gastados, me permití la ilusión de que podía ser un portal para llegar a ella en un instante.
Y entré en el torbellino como un adulto que no cree en lo extraordinario, pero nada ni nadie le impide soñar. Una solitaria y secreta travesura más de amor, no podía hacer daño... Era sólo un espejismo, una avería de mis ojos.
Me hice pequeñito como los niños de algunos cuentos de la infancia.
Me sentía turbado, alterado por un temor extraño que corría bajo la piel, como cuando la tierra se mueve por un terremoto y te das cuenta con un escalofrío de la enorme magnitud de la fuerza del planeta. No volví atrás, si en el mundo grande no te encontraba, la buscaría en un mundo en miniatura.
A veces hay intuiciones...
Comencé a caminar esperanzado en un bosque en el que las cosas mínimas formaban otro bosque, tal vez mágico como ella, mi hada amada.
Avanzaba penosamente entre una selva de altas hierbas y flores grandes como árboles.
El mundo era, al mirar al cielo, terroríficamente grande. Los árboles colosales parecían no tener fin y perderse sus copas más allá de lo azul.
Y no sé el tiempo si también se encogió, porque agotado me senté a descansar bajo el sombrero de una seta y en un instante de lucidez fui consciente de estar loco de amor. Y tuve miedo, temí lo peor: ¿Quién va a amar a un loco?
Deseé que estuviera loca también para no ser ajeno a ella.
No soy un ingenuo; pero cuando eres miniatura piensas como tal, sencilla y pequeñamente sin alejarte demasiado de lo que eres, sin sobrevalorarte, esperando lo peor.
Respiré hondo, me serené y tuve la certeza de que fuera adonde fuera, al mundo más grande, al profundo, al etéreo, al líquido, al de piedra… No la encontraría porque está en todo tiempo y lugar. Es sencillamente inabarcable, sólo puedo sentir una fracción de ella. De la misma forma que le preguntas a alguien en qué piensa y se bloquea porque no hay suficiente vida para traducir a palabras el pensamiento.
Bajo el sombrero del hongo lloré secamente esta verdad revelada. Purgué mi incapacidad hasta que una oruga voraz erizada de gruesas espinas me comió en dos segundos el meñique, anular y corazón de la mano izquierda que acariciaba la tierra cálida y húmeda. Con la derecha fumaba un micro cigarrillo.
Y escapé lejos de la monstruosa oruga sintiendo una inmediata añoranza de mis dedos más que dolor.
Ahora entiendo porque los cuentos infantiles no tienen final feliz o les pasan cosas malas a los pequeños. El problema es que cuando te encoges, el mundo se hace colosal e insensiblemente cruel. Sólo eres un microbio…
Y tal vez el amor se torne también monstruosamente voraz.
Me come ahora que soy pequeño.
Sentía angustia, ¿cómo iba a ser mi vida sin mis dedos, cómo explicar la mutilación? ¿cómo un día acariciarla con la mano mutilada, fea, horrorosa? Y aun así, en otro alarde de locura pensé que era un precio razonable por buscar a mi amor en otra dimensión como he soñado tantas veces.
Comenzó a oscurecer a pesar de que a miles de kilómetros arriba se podía ver entre las lejanas ramas el azul del cielo. El miedo se apoderó de mí, no quería que la oruga me comiera también la cabeza.
La oscuridad se llenó de ruidos, de amenazantes chirridos, algunos tan cercanos que me llevaron a correr a oscuras y caer y caer y caer…
Y la aguja de un pino se clavó en mi muslo como una lanza. Conseguí extraerla, pero manaba tanta sangre… En la última luz que quedaba vi una hebra de telaraña vieja y rota prendida en las púas bajas de una zarzamora y me hice un torniquete.
Se me cerraron los ojos de agotamiento, miedo y dolor. Cuando encontré fuerza para abrirlos, un disco de plata iluminaba suave y gélidamente el bosque. La luna llena era demasiado lejana y pequeña a mis ojos, me costó identificarla.
No tenía frío, la tierra me transmitía su calor vital.
No podía dar un paso más, notaba un corazón palpitando en mis heridas y me negaba a examinar la mano mutilada.
Y otra aberración óptica apareció como un pequeño sol ante mí. Un burbuja dorada que se estiraba y contraía, como el cebo de un anzuelo para atraer a los peces. Avancé lentamente hasta ella y cuando miré dentro, me succionó.
Imaginé que era una alucinación, una metáfora de mi muerte por desangramiento.
Y ahora soy donde nada duele, donde no hay sonido, ni orugas. No siento ni siquiera necesidad de amar porque soy una partícula, un pensamiento inmaterial que no precisa respirar. Una conciencia eterna, un quark indivisible donde el amor ya no es deseo, sino serenidad. Y sin cuerpo, el amor es una obra de arte de mi conciencia, un orgullo de sentir.
Fue importante amar, la ilusión no fue una pérdida de tiempo al final.
Soy una partícula subatómica indivisible sometida a las fuerzas y corrientes de la materia oscura de un cosmos tan grandioso y tan inabarcable como tú, mi lejano amor.
Soy una mínima y completa estructura de pensamiento puro que cobija infinitas ideas.
Así son los dioses que pueblan el universo: partículas indivisibles que guardan la memoria vivida y contemplan y se llenan de experiencias. Ahora sé que todo mi pensamiento, no ocupa espacio ni tiempo. Soy un pensamiento libre de materia y estoy en todo lugar y tiempo expandiéndome a mi interior.
Hace unos segundos la oruga casi me devora y me he emocionado con la formación de una estrella que se ha convertido en una agujero negro a lo largo de millones de años en la escala temporal de la carne sufriente.
Sin cuerpo, en la dimensión cuántica el tiempo pasa tan veloz que puedo ver estrellas formarse e implosionar en un instante y tan lento como para reírme de la angustia que sentí en aquel bosque en miniatura hace unos segundos.
Todo ocurre al mismo tiempo, en un caos fascinante.
Soy un fenómeno cuántico producto del amor y la imaginación, de alguna forma me convertí en lo que buscaba. Y dentro de un millón de años o de una trillonésima parte de un segundo, no habrá variado nada, de lo que siento, lo que amo, temo y admiro. De lo que experimenté y descubrí. Soy un proceso libre.
Lo que importa es que ya no hay búsqueda y no es necesaria la esperanza. Soy un todo consciente liberado de toda carga, incluso atómica.
Y mi amor será eterno e indivisible como mi naturaleza cuántica.
Bye, amor, todo irá bien, te lo juro.
Iconoclasta
Foto de Iconoclasta.
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