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20 de marzo de 2024

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¿Qué cojones pasa ahora? ¿A santo de qué esta mierda?

Las piedras ruedan cuesta arriba ahora que me dirijo a la cima.

Maravilloso...

No es inusual que morir se convierta en una confusa y compleja performance que, no tiene más interés que el de joderte, porque tienes el cerebro operativo y captas la mezquindad humana como auras flotantes que infectan de muerte la razón y me provocan pesadillas. En definitiva, soy un testigo a liquidar por la humana envidia insectil.

Las piedras me quieren aplastar por la espalda, a traición y absurdamente.

Son malas como un cáncer.

He escuchado a cobardes y apóstoles de sectas del amor palurdo, desmesurado y planetario, decir que el cáncer lo padece quien ha hecho cosas malas, o es en esencia malvado. Por lo cual esos cobardes píos no lo padecerán.

Sin embargo, he aprendido que todos los hijos de puta del mundo están sanos como cerdos de selecta crianza y duran asaz.

Las piedras que ruedan veloces hacia mí son como esos cobardes: han visto que camino raro y han pensado que soy un malo arrastrando un bulto oculto.

Ni que fuera una mula transportando heroína en el interior de los huesos…

Hay hostilidad del universo contra mí; a pesar de que soy una mierda, el universo pierde el tiempo conmigo.

Las piedras no son como los mirlos que brincan por el bosque piando muy relajados, paralelos y a prudente distancia de los caminantes silenciosos y solitarios cuando no tienen mirlas que follar.

Las piedras son la orina y los excrementos solidificados de la mediocridad y la cobardía.

El duro vestigio de la humana miseria.

He esquivado una roca que rodaba vertiginosamente para arrancarme la cabeza, ha pasado a unos centímetros por encima de mí y se ha detenido cuando en la cima alcanzaba la cara opuesta, al inicio de la ladera de descenso, ya con el impulso agotado.

Es absurdo…

Las piedras son idiotas como esos sabios de la teoría del cáncer justiciero, tan beatos…

Prefiero a los inquietos mirlos que mantienen un saltamontes o un escarabajo en el pico, como yo un cigarrillo.

Estas cosas de las piedras es mejor no airearlo, porque además de ilegal te calificarán de conspiranoico.

Debo ser oculto y secreto lo que me resta de vida.

Nunca he sentido la soledad como una carga o estigma; la he buscado. Tal vez eso es un billete de lotería por otro bulto con premio seguro.

Sienten envidia los expertos del cáncer porque hasta las piedras los ignoran.

He llegado a la cima y para evitar accidentes me siento en la ladera opuesta, donde las piedras no pueden lanzarse cuesta abajo y se detienen tosiendo al borde, agotadas de rodar hacia a mí y mi maldad.

Las subidas me machacan y por lo visto a las piedras también, que quedan temblorosas y exhaustas al borde de la bajada; idiotas analfabetas que no conocen como funciona la fuerza de la gravedad, ni siquiera por intuición.

Una vez recuperado el aliento saco de la mochila el tabaco y una cantimplora con casi un litro de dulce y chispeante cocacola aún fría que me bebo sin descanso. Y luego, me enciendo un cigarrillo.

En verdad que debo ser un mal bicho, porque pienso que la cocacola y los cigarrillos son los mejores inventos de la humanidad, por mucho que no dejen de cacarear las piedras idiotas que son venenos que me van a prohibir.

Llegan tarde.

Y no soy un conspiranoico.

Siento en la boca la amarga aspereza de los veinte diazepanes que he disuelto en la cocacola.

Me gusta el tabaco porque el humo hace llorar mis ojos resecos que, por muchos recuerdos que evoque, no consiguen derramar las lágrimas que alivian la osmótica presión de la tristeza y la frustración.

Es de agradecer el humo, una de esas piedades por las que vale la pena fumar.

Echo de menos a mis queridos muertos que lenta; pero incansablemente me han dejado solo aquí, abandonado a las piedras, sin más armas que mis venenos.

A unos metros, un mirlo salta neurótico picoteando el suelo, con su melodioso canto que sólo cesa para tragar el insecto que luce orgulloso durante unos segundos en el pico.

En algún momento queda inmóvil mirándome, controlando que no me mueva; es tan pequeño y perfecto… Sonrío, aunque creo que mi boca no está por la labor de moverse.

Es una de esas sonrisas tristes que esbozamos los tristes.

Me tumbo cubriéndome el rostro con el sombrero y pienso en Terminator y su “Sayonara baby”; sin que al fin nada duela.

La piel se me enfría veloz y se agradece el sol, sin que sirva de precedente.

Conspiranoico…

El cáncer es estigma de maldad y duele y agota por esa beatitud pederasta que los mezquinos predican. Mi castigo a no sé qué; pero un veneno autorizado, por lo visto.

Mi cocacola es un dulce placer que combate la amargura nuestra de cada día como el pan de los cristianos y es veneno.

Mi tabaco templa y relaja mis pulmones cansados y fríos, porque la imbecilidad te roba el calor del cuerpo en un segundo. Y es veneno...

Y el universo muerto y vacío, poblado de piedras quiere robarme lo poco que me da un asomo de placer, incluso mi bulto que llama la atención de las piedras.

¡Qué cojones conspiranoico!

Estoy tan har…


Iconoclasta

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