Hay un vientre sacudido por espasmos, los ecos de un placer que suben desde el coño como latigazos lascivos, sin penitencias que alegar. Sincronizados con mi lengua, con mis dedos y mi pene hambriento.
Desbocada, maltrata con paroxismo el clítoris ante mí, retándome a que sea tan brutal como ella consigo misma. La quiere más adentro, más fuerte. Que le reviente ese coño ardiente gritan sus dedos chapoteando, rozando mi puta verga que trabaja como un pistón; que a duras penas puede contener un semen que hierve y pulsa doliente dentro de la dura carne.
¿Cómo es posible que el deseo sea tan líquido? Pienso cuando el glande es acariciado por los mojados y resbaladizos labios de su coño.
La primera lefa la escupo en su monte de Venus, y le salpica el vientre. Luego la violo con fuerza, y descargo. Cierra las piernas en torno a mi cintura y clava los talones en mis nalgas para meterme en lo más profundo de su vagina que se contrae con fuerza, lo noto en mi pijo que revienta allí dentro aprisionado.
Y ahí me quedo intentando respirar.
Ella inmóvil, aún aprisionándome, se asegura de que el vaciado sea perfecto.
Me libera y me aparta casi con desdén, se acaricia perezosamente añorando lo que ocurrió hace unos segundos, y el semen se derrama dulcemente por sus dedos. Un último gemido y se gira de lado en la cama, dándome la espalda.
Le gusta hacerme sentir como un esclavo sexual.
Por favor… Está preciosa.
Pero yo también soy cruel, me acuesto pegándome a ella. Con el pene más relajado, con restos de un semen ya frío rozo sus nalgas.
– ¡Cabrón! –e intenta separarse de mí; pero no la dejo, le muerdo y beso la nuca porque me la comería, y ella patea para alejarse.
Con la boca llena de su pelo farfullo algo que la hace reír.
–Un día te la arranco– dice apresando con fuerza la fláccida polla y limpia su mano de semen en mi cara con una risotada.
Y no dejo de maravillarme de que tras toda esa obscena lujuria, pueda luego surgir un par de adultos traviesos que al final, desembocan hacia una ternura inaudita.
Solo deseo que como amante o adulto travieso, que mis mañanas amanezcan con ella, aunque esté en la cocina haciendo el café para su macho.
Bueno, cuando le digo lo del café, me dice no sé qué de mi madre.
Y entonces soy yo el que lanza una risotada.
Iconoclasta
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