El viento es malo, no te fíes de él.
Sopla como un abrazo que pasa de largo.
Un beso que se deshace antes de rozar la piel.
Una palabra hecha jirones.
Una piel arrancada, una mirada desenfocada, un latido perdido, la lágrima robada, un pecho indefenso, unos ojos desesperados, un cristal esmerilado…
Y aun así, a pesar de todo ese drama, mi mente invencible sueña que un día te traerá hasta a mí.
Cuando en la montaña ruge el viento entre la fronda del bosque, sueño que escucharé tu voz, todas las veces, todos los segundos.
Y cuando eso ocurra estaré preparado.
Llevaré en mi espalda el más potente de los ventiladores para provocar otro viento opuesto que lo contrarreste y jamás te vuelva a llevar lejos de mí.
Sé que parecer que arrastro un ultraligero le resta algo de glamour al encuentro, cielo.
Pero solo hasta llegar a casa, unos minutos. Y allí también te liberaré de las cadenas que te sujetarán a mí…
¡Que no! No te ocultaba lo de las cadenas. Es que con este asunto del jodido viento y el ventilador me he acordado ahora. Es otro detalle sin importancia; pero si el ventilador se averiara, al menos podría mantenerte cerca de mí hasta llegar a cubierto.
Es que ese viento pérfido me lleva por el camino de la amargura, cielo.
Además, me mola verte encadenada.
Que no, nada de látigos ni cosas raras, imagínate que soy un voluntario de protección civil y ya está.
¿Sabes, cielo? También he soñado que esa risa tuya pasaba rápidamente ante mí y se convertía en un velo triste en mis ojos. Esa misma risa que me desespera no besar.
¿Sabes qué? Mejor construyo un refugio allá donde sopla el viento más fuerte y cuando te traiga, te agarro en un abrazo y te fol… te meto en casa rápidamente.
No te rías, no puedo besarte, mujer del viento.
Bye, amor.
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