Exijo que se me haga daño
como descanso a lo mediocre.
Una sangría de sanguijuelas
chupando odio, mamando muerte.
Conozco tan bien qué sois
adonde os dirigís,
que nada me asombra
ya nada me emociona.
Estoy vacío y vomitar duele.
Hacedme todo el daño
que en verdad podáis.
Es tal mi hastío entre vosotros,
que el desprecio y el rencor
me mantienen vivo
dan presión a mis vasos capilares.
Soy una negra erección
un semen purulento.
Un puño amoratado, colapsado
unos dientes hieren el labio
del que gotea una baba feroz.
Vosotros me hacéis sufrir
y yo concentro ira.
Un odio tan potente
como para ennegrecer el sol
para hacer plaga en el planeta.
Y al final, no me engaño
carezco de importancia para
ser detestado u odiado.
No soy un idiota al uso,
como vosotros, míseros.
No soy ingenuo en mi hostilidad.
Me masturbo con pornográficas violaciones,
cuerdas que dividen coños,
que asfixian pezones que deseo morder.
Cera negra goteando en muslos de mujer…
Y unos dedos que se meten
en el meato de mi glande
y me duele, me duele, me duele…
Bostezo ante el dolor ajeno,
no sonrío por el recién nacido
si no ha salido de mi polla.
Soy un padre indecente.
No necesito que se me haga mal,
tan solo heridas que se infecten
y ser lepra que camina.
El mal no es dolor y
el dolor es refugio aquí.
Estoy abandonado…
Recito un salmo:
“Tu respiración es mi ofensa
tu asma mi esperanza”.
No necesito ser importante
o trascendente para odiar.
Tengo un pensamiento de póster:
“No deberíais haber nacido”.
Soy el desprecio cárnico.
Un Mesías atroz.
Y odio a todos los muertos
que piso, que odio
que me pudren…
Los que crearon esto que me infecta
cada día, cada segundo.
Cuando muera, cuando deje de ser
la humanidad respirará aliviada
sin saber porque.
Seré la ponzoña que infecte
lo que enterrasteis con dolor,
aun muerto cumpliré
con lo que mi naturaleza dicta.
Sin epitafios, porque no soy nadie.
No soy nadie.
No soy nadie.
Iconoclasta
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