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26 de agosto de 2019

Últimos momentos


Nos hemos corrido y yacemos boca arriba en la cama, yo miro a la derecha y ella a la izquierda. Cuando te has corrido brutalmente queda un hartazgo casi agresivo en los amantes que es preciso que se evapore durante el tiempo que la respiración recupera su ritmo sereno.
Es mejor no mirarse a la cara, no hablar, no romper el hechizo de la lasitud sexual.
No puedo evitar rozar el dorso de su mano y sentir sus suaves venas pulsando levemente. Es la piel que amo y bajo ella, corre sangre cremosa que lleva mi semen como una marca de posesión, como un bautismo pornógrafo.
Mi pene da un último latido, como el muñón que escupe la última sangre del decapitado, en un suspiro silencioso de una boca abierta tirada en las tablas de un cadalso; mi meato dilatado aún.
Unos párpados sin ojo…
Y sueño o deliro, porque cuando dejo mi pensamiento podrido sin control, inventa cosas sórdidas que no le cuento a ella que ya respira más suavemente.
Tres gotas de semen caen desde los pies del nazareno clavados en la cruz, una para su madre, otra para el legionario que le desgarra sus benévolas entrañas con una lanza y, la tercera que intenta fertilizar en la tierra una bondad que no arraiga.
Lejos llora Pilatos con una indefinible tristeza por una piel que ya no podrá arrancar a latigazos.
Y rezo silenciosa y apáticamente al encender un cigarrillo:
Padre nuestro, por el semen de tu hijo, dame el placer y otórgame la fuerza para que mi puta disfrute.
Y beso cuidadosamente su cabello, callando los trozos oscuros de mi historia íntima.
Susurrándole: “Mi puta, mi puta, mi puta…”
Responde contrayendo un poco el cuello ante la íntima y bella obscenidad que cosquillea en su oído. Sin mirarme y aún en silencio aprieta los dedos de mi mano con un “te amo, loco”.
Es un último momento, tan sereno, tan desinhibido…
Solo han pasado unos segundos; pero es un agujero negro el placer.
Distorsiona el tiempo hasta esa irrealidad que destruye cualquier asomo de mediocridad durante una eternidad.




Iconoclasta

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