Iconoclasta, provocación y otras utilidades para escapar del negro abismo del agobio.
6 de julio de 2017
Los tañidos del deseo
El monasterio es casi tan viejo como mi pensamiento. Y a pesar de ello, sus incansables campanas marcan las horas infaliblemente.
Las horas de besarte, abrazarte, follarte...
Si hubieran sabido aquellos benedictinos, que cerca de 1200 años más adelante, sus tañidos serían confundidos con la llamada del deseo; en el monasterio no habría una virgen.
Ni tendría su nombre.
Besaría las piedras de sus milenarios muros cuando las campanas toquen el arrebato de la pasión. A cada hora, a cada media, a cada cuarto...
¿Ves cómo es mi amor de antiguo, amada mía?
Soy un amanuense preso en un scriptorium, pergeñando frenético en recias y toscas hojas de papel las indecencias y blasfemias de amarte con cada tañido.
A cada hora, a cada media, a cada cuarto...
(Foto: Monasterio de Santa María de Ripoll, idealización)
Iconoclasta
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