Iconoclasta, provocación y otras utilidades para escapar del negro abismo del agobio.
5 de febrero de 2015
Genialidad y perfección
Hay destellos de genialidad que supuran tinta por cada uno los poros de mi piel. Se me da bien, escribir y amarme a mí mismo como a mí mismo.
Ser vanidoso, vulgar, simple y además tener gracia, requiere años de esfuerzo y tener muy buen riego sanguíneo para que, a pesar de la influencia humana, la erección sea posible.
Eso de amarse los unos a los otros es un producto de la descomposición del cerebro, imagino que primero se pudren los sesos y luego los pies; por eso se dicen tonterías al morir y luego los pies se agitan espasmódicamente en último lugar, como si dijeran: No le hagáis caso, está loco.
Aunque cuando me masturbo, no pienso en mí mismo, hay mujeres realmente deseables que provocan la contracción de mis testículos que se ponen duros como canicas.
No soy tan egoísta con el sexo como lo soy en mi faceta de escritor, tal vez sea porque el pene es mi parte más humana. Decir sensible sería caer en lo obvio.
(Aunque desearla es obvio, y no puedo evitar decirlo.)
Las mujeres suelen arañarme bien en la cabeza si está entre sus piernas, bien en mi poderoso pecho cuando me cabalgan. Soy perezoso.
(Me metería entero dentro de ella, aunque muriera asfixiado.)
Y nadie te araña si no te desea, nadie te clava las uñas si no está muy, muy, muy, muy excitada. La pornografía también tiene sus profundos mensajes.
Es una entelequia eso de estar en pleno coito y soltar algún poema. Bastante trabajo da respirar como para ponerse a declamar alguna poesía que ni caso me va a hacer la mujer cuyos pechos se agitan como flanes con ese "dale que te pego". Cuando estoy en plena sesión de sexo sudoroso, jamás digo un "te amo", y menos si estoy haciendo un cunillingus; para llegar al orgasmo no puedes detenerte para oler flores urticantes por el camino. Eso que lo haga Caperucita Roja.
(Le digo cosas de amor cuando duerme, para que no interrumpa este torrente de ansia que me provoca, para que no sepa que soy esclavo y débil ante ella.)
Hay cosas que no es necesario que me las diga nadie, la certeza de mi perfección me basta. Se requiere mucho desprecio cultivado durante años para llegar a mi nivel de absoluta indolencia ante el dolor de los seres humanos.
De tal grado es mi indolencia, que cuando la peña ve un partido de fútbol, le doy patadas a la antena para joderles la transmisión. El diablo me observa con recelo, porque no entiende como un humano puede ser tan malvado.
(Es una pena que algo tan perfecto, equilibrado y consecuente con sus ideales y acciones sea una mentira más. El diablo debería existir y ser presidente del planeta.)
Padre y madre murieron sabiendo que hicieron una obra maestra conmigo.
Podría vivir solo en cualquier rincón del mundo y no sentir jamás la necesidad de tener a nadie cerca, más que un par de indígenas con los tendones de Aquiles cortados y sus montes de Venus rasurados (me repele ver vello por doquier) para realizar las tareas domésticas y las otras.
Mi poderosa imaginación no me da descanso, puede ser atronadora.
Soy único y trascendente, no existe ley, ni justicia que pueda juzgarme o guiarme.
Lo que pienso lo escribo y mi mano no se queja jamás, es inmune a principio o moralidad alguna.
Una vez me dijeron que lo mío jamás sería escribir. Y pensé que inventaría otras formas, otras ofensas, otros miedos, otros ascos, otras miserias. Y sin estar borracho.
Soy un extraño para los humanos.
Es mi condena, soy un error de la madre mediocridad y mi vida pasa lenta en esta prisión. Me diferencio de los presos en que no llevo la cuenta del tiempo que llevo encerrado, principalmente porque no tengo deseo alguno de salir.
Y si uno de esos presos calientes y ambiguos con complejo de "amaros los unos a los otros" (lo correcto sería las unas a los otros) se me acerca con ganas de sodomizarme, le arranco los pulmones con una cuchara a la que le he sacado filo con una piedra de tungsteno y vanadio que pedí por catálogo desde la biblioteca de la prisión.
Aún así, a pesar del hartazgo y hastío de encontrarme en un mundo tan escaso de inteligencia e interés, no reniego de mi perfección. Parecerá tonto decirlo, pero es que hay humanos que van de humildes y pueden alegar que les gustaría ser "iguales", y bañarse desnudos en una playa llena de medusas en comunión con el resto de seres vivos que evidentemente son inferiores a ellos. Toda esa mierda que se dice para no cargar con la pesada losa de sentirse solos y aislados y poder ser aceptados por las comunidades gays y lesbianas, y así participar en una marcha de las putas con un calzón de piel de leopardo con una graciosa cola cosida en el culo.
Me lleva la chingada (en mexicano en el original).
Cuido y acreciento mi soledad, y si fuera necesario, puedo hacer un agujero en la tierra.
Hay arenales realmente apetecibles.
No necesito más que una mesa, una silla y mi colección de papeles y libretas para viajar a otra galaxia y crear lo que quiero y necesito.
Que se metan el ordenador y el teléfono por el culo, yo no escribo pensamientos virtuales, todo ha de quedar en el papel para que sea tangible y cuantificable. Quiero que mi pensamiento tenga las tres dimensiones, como las tablas de los diez mandamientos que Moisés estuvo cincelando durante cincuenta años para nada, para que al final aquellos idiotas acabaran haciéndole un agujero al vellocino en los cuartos traseros.
Además, el papel es combustible y si hace fresquito siempre puedo encender una hoguera.
Esas pantallas que simulan un leño ardiendo, son aborrecibles y adocenadas para mi alma sensible con ansias de libertad.
No puedes darle a un león un canapé de salmón ahumado con una montañita de caviar encima y que te dé las gracias educado él.
A la mierda, ya he divagado bastante.
Buen sexo.
Iconoclasta
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