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28 de agosto de 2009

Mi trozo de mundo

Tan solo hace unos minutos que me encontraba abajo, aún llevo metido en las narices el olor a sudor rancio de la chusma de la ciudad, de su fetidez enquistada en asfalto y paredes.
He subido la montaña, he escalado con rabia, pisando la tierra con un rencor malsano, hiriéndola. Haciéndole pagar al planeta toda mi frustración.
Ahora estoy en la cima y he tomado posesión de mi trozo de mundo, he sudado sangre sin ser necesario para llegar aquí.
Muestro los dientes al mundo como un animal rabioso.
He tomado lo que por derecho me pertenece. He marcado mi territorio y he gruñido hostil, arisco. Adrenalínico.
Y siendo dueño de este trozo de mundo conquistado, justo el que hay debajo de mi culo, el que ensucio con la ceniza de mi cigarro; no me siento dichoso, ni sereno, ni completo.
Soy el amo y señor de todo lo que se extiende a mis pies. Miro al resto de la humanidad desde una posición privilegiada y estratégicamente situada. Estoy en una situación de poder, autoridad y posesión.
Me la he ganado con mi sudor, con mi dolor.
El esfuerzo ha valido la pena y los poderosos y los idiotas, los vulgares y los felices se mueven a mis pies sin ser conscientes de que son mis esclavos.
Desde la atalaya de la plenitud es fácil, es inevitable ser el hombre y sentirse todopoderoso.
Por otra parte, mi genética me aleja mucho de la madre Teresa de Calcuta, eso también ayuda a ser cabrón y bestia.
Y a pesar de todo la quiero a morir.
Me falta ella como el aire.
La pierna enferma recibe una sangre que no puede retornar y su desmesurada presión sanguínea, provoca en mí una oscura ira creciente y latente, algo que nace de un tejido casi podrido.
No hay dolor que pueda apartarla de mi mente.
No puedo olvidarla.
Negranoche pulsa con su amor en mis sienes, acelera mi corazón, hace de mi pene algo que duele, que se entumece. Hace de mis órganos gelatina.
Ni ante la naturaleza salvaje ni ante mi consagración como Dios puedo dejar de pensar en ella. Es mi bella infección, mi enfermedad crónica, mi cáncer del alma.
No hay nada en el mundo, ni la belleza y poder de un árbol partido por un rayo o la ola devastadora que arrasa vidas y propiedades, que pueda hacerme olvidar a Negranoche.
Negra... La luna hermosa y plateada nos torna a todos oscuros ante su láctea faz.
Mi Negranoche esplende allí en el disco deslumbrante que baña el mundo con una luz espectral, donde la magia trepa sibilinamente por los pies para apoderarse del corazón.
Yo, amo de vosotros, dueño ahora del mundo; no puedo ser feliz, no es posible cuando Negranoche no está prendida de mí. La quiero tanto que el vértigo de amarla me provoca una náusea de soledad.
La quiero aquí, la necesito aquí, conmigo.
En mi reino, en mi montaña conquistada, en mi sagrado trono.
Es mi trozo de mundo, lo he conquistado por ella. Todo es por ella.
Si ella no bajara como una diosa de la luna, como la reina de mis noches; mi crueldad no tendría límites y todo sería sacrificable. Si yo perdiera mi esperanza de abrazar su talle y hacerle sentir la dureza de mi pene erecto al besarla estrechamente abrazada, la vida de todos estos que se arrastran a mis pies, de mis esclavos, no valdría ni el pequeño cardo que llevo prendido en el pantalón.
Soy dueño de todo y todos, mi sangre bautiza la tierra y la hace mía.
Pero todo es nada sin Negranoche, sin la bella que hace la luna irresistible.
La que da importancia vital al satélite.
El olor nauseabundo de la ciudad, su calor enfermizo y el hedor de la chusma ya no existe, es un lejano recuerdo. Una pesadilla desdibujada.
Debería sentirme libre porque hiede el animal muerto, se mezcla con aromas de romero y anís y el viento ruge entre las ramas de los pinos intentando asustarme.
Y río con una carcajada que enmudece la montaña, ahora me teme. Teme mi locura y el viento se ha retirado astuto. Lo cierto es que sólo soy esclavo de mi naturaleza, de mis instintos brutales.
Ella sigue pulsando en mis sienes, en mi corazón, en mis brazos vacíos de ella misma, en mi grandísima polla doliente.
Es tan poderosa... Vence mi brutalidad y crea una lágrima donde debería haber un grito de ira.
Negranoche conjura mi ferocidad y me hace mierda mirando a la luna. Soñándola.
Con Negranoche no puede haber sufrimiento. Quiero apoyar mi cabeza en su regazo. Quiero que sepa que me muero de pena.
Sin ella no quiero libertad. No existe.
La quiero absolutamente, orgánicamente, psíquicamente, loca y provocadoramente. Por ella dejaría mi reino y me arrodillaría ante su sagrado coño y su santa palabra, es la verdadera diosa.
Miro a la luna donde ella promete estar cada día y desde la lágrima aún prendida de mis ojos, alucino un guiño de sus increíbles ojos.
Desciendo de la montaña un poco cansado, cojeando. Un hombre orina en la orilla del sendero. Hay seres que son casi tan desgraciados como yo.
La hoja de la navaja se despliega veloz, con un clic metálico y tranquilizador. El filo es mi propia mano, tal vez, las venas y nervios se extienden hasta la cuchilla.
Si Negranoche estuviera, si ella me abrazara...
No está, y es mi montaña. ¡Es mía! Es mi territorio y él lo ha usurpado. La navaja corta el riñón hundiéndose profundamente, el hombre grita con su ridículo pene aún en la mano y otro navajazo le hace una sonrisa nueva bajo la boca. Me salpica la sangre mientras intenta agarrarse a mí con una mirada interrogante y preñada de miedo. Sabe que está muerto y yo no puedo disfrutar de la belleza trágica de la muerte.
Ni la lucha, ni la muerte evitan que piense en ella, y miro el cuerpo desangrarse; en el breve tiempo que la sangre tarda en filtrarse entre la tierra, la luna me mira en ella reflejada. Y es tan preciosa y poderosa, que ni la sangre puede teñir de rojo.
Negranoche, ni como bestia, ni como esclavo, ni como amo puedo olvidarte.
Cuando griten los muertos, cuando los condenados y mis esclavos aúllen de dolor, seguiré pensando en ti. Seré el rey infeliz. El rey con las manos manchadas de sangre que no obtiene consuelo. Seré un triste Tarzán.
Huele a romero y muerte en mi trozo de mundo y tu ausencia sigue pesando en mí como una condena.
En mi trozo de mundo faltas tú.
Y tal vez, cuando estés, no necesite nada más ni haya nada que defender.
Amarte es letal para otros seres.
Qué extraño y paradójico es el mundo que has creado para mí.
Mi Negranoche es caprichosa y su sonrisa hace triviales sangre y dolor.
Su sonrisa acalla los gritos de los muertos que no tienen nada que decir.
Y desciendo de la montaña, alejándome de la luna, como si descendiera al mismísimo infierno.
Mañana conquistaré otro trozo de mundo, marcaré mi territorio y la esperaré.
Y sin ella, no tendré piedad.


Iconoclasta

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