Uno no sabe dónde se puede encontrar el peligro, si en los pezones propios o en los ajenos. Si los pezones son peligrosos o hay peligro para ellos.
“Peligro es mi apellido” pensé. Y me dirigí hacia la entrada.
Una teta artificialmente rosa y plástica alojaba un pulsador a modo de pezón y sobresalía con lujuria de la jamba de la puerta de entrada asquerosamente pintada en rosa pálido.
No me meé encima epatado por la originalidad derrochada porque soy frío, calculador y carismáticamente grave; pero a juzgar por el olor, o aquella entrada era el pipi-can del barrio o el cliente que tocaba el timbre, efectivamente se meaba encima emocionado por la decoración exterior.
Lo presioné con asco y froté el índice en la madera del marco parar arrancar cosas invisibles que se hubieran podido adherir a mi suave y tersa piel.
El sonido no me inmutó, mi sagacidad natural me hizo temer algo así; pero alguien con menos sangre fría que yo, miraría a izquierda y derecha avergonzado ante el elevado volumen de la grabación de gemidos sexuales que hacían de melodía del timbre.
Abrió la puerta una mujer de pelo castaño recogido en un moño desgreñado en la nuca, gafas de concha blancas y estrechas. Una falda oscura de tubo le llegaba hasta las rodillas y estaba tan ajustada que era obvio que no llevaba bragas.
Tampoco llevaba medias que cubriera aquella piel lamible. Una camisa roja y brillante cuyo enorme cuello se abría hasta posarse en los hombros, mostraba un escote indecente que descubría las curvas de sus pechos, escondiendo con dificultad las areolas. Cada vez que respiraba, los pezones eran iluminados por la luz y me la puso dura. Estuve tentado de pelármela delante de ella y dejarle un billete de veinte euros en la boca.
No sabría decir de qué color son mis calzoncillos; pero a las tías buenas, más que admirarlas, las escaneo y quedan grabadas en mi memoria para siempre. Tengo un importante banco de imágenes de mujeres deseables para mis gratos momentos de auto-complacencia.
La puti-secretaria-recepcionista se hizo a un lado con un simple “buenas tardes” y entré rozándole los pitones con mis poderosos hombros.
Se puso delante de mí cuando cerró la puerta y caminó con dificultad debido a la ajustada falda y la altura de los tacones de los zapatos de charol negro.
Llegamos a una mesa de madera estilo Luis XV, más falsa que un billete de Monopoly.
—Siéntese, por favor.
Exhibió una sonrisa preciosa que me hizo sentir bien y me enamoré de Vicky. Su nombre estaba escrito en un letrero dorado con letras caligráficas negras que se encontraba delante de un libro de registro, con la portada ilustrada con dos grandes tetas cuyos pezones se encontraban amoratados y magullados. Uno de los pezones estaba desmesuradamente dilatado por una bomba succionadora. Lo sabía porque veo muchas pelis porno.
La verdad, soy valiente cosa mala; pero aquella imagen puso duros y erectos mis propios pezones.
Pensé en volver inmediatamente a casa con mi mujer y mientras mi hijo hacía los deberes, que mi santa me la chupara. Y encima gratis.
Vicky, abrió el cajón central de la mesa y sacó un álbum de tapas negras satinadas, en letras azules Arial tamaño un millón, se podía leer: Dangerous Pezons. Lo colocó frente a mí girándolo y lo abrió.
Era un muestrario de las putas de la casa y además de ser todas preciosas, sus pezones eran de un tamaño desmesurado, incluso en las que tenían las tetas pequeñas, los pezones parecían dos misiles blandos que se prestaban a meterlos entre los labios y tirar de ellos hasta que la puta gimiera entre dolor y placer.
Algunos de aquellos pezones parecían doblarse por su peso y longitud; pero cuando se excitaban (por cada puta había una foto de antes y después) se elevaban con lujuria y gallardía ante un mundo hostil, peligroso e insensible. De nuevo me sentí emocionado y lírico.
—¿Y por qué lo de Dangerous Pezons? A mí me parecen monstruosos; pero no me inspiran miedo. Y pezón en inglés es nipple.
—Nuestras chicas tienen una técnica especial para usar sus pezones. Algunos son peligrosos y otros no, como los pimientos de Padrón, vamos. ¡Ja ja ja ja! —su rústica expresión la hizo más adorable aún— En esta incógnita se encuentra la exclusividad de nuestro negocio. Hay chicas que trabajan con tal dedicación que sus pezones acaban tan irritados que los clientes sienten que han conseguido doblegarlas y tienen el orgasmo más intenso de su vida cuando las chicas llorando, piden que les curen los pezones y les apliquen crema cicatrizante. Y para hacerlo, se han de acercar bastante a ellas y ellas se dejan hacer. El resultado final depende tanto del cliente como del carácter de la chica elegida para el servicio —me explicó al tiempo que pasaba el bolígrafo señalando las distintas modelos y su precio.
—Y sé cómo se escribe pezón en inglés, pero en mi casa hago lo que me sale del coño.
Debería haberme casado con esta mujer, el destino es una mierda y siempre sale alguien a quien amar de la forma más inesperada.
El pecho izquierdo había salido completamente fuera de la camisa y yo no le hacía ni caso al boli. Sus pezones eran normales, preciosos y bien proporcionados.
—¿Por qué son de distinto precio?
—Según la chica y su técnica, emplean diferentes tiempos para dar placer al cliente. A mayor tiempo, más precio.
Era lógico y justo. En las cuestiones del follar, no es como en el trabajo, la política o las leyes. El sexo de pago suele ser caro; pero justo.
Había una morena de media melena, ojos oscuros y con unas areolas tan oscuras como su cabello. Los pezones parecían tirar de las tetas y tenían una preciosa forma cónica. En la foto del después, los pezones sobresalían como dos dedos más entre sus manos y las areolas se contraían con los poros de la piel erizados. Los pezones estaban húmedos.
—Esta —señalé.
—Emy aún tiene leche, hace un mes y medio que fue madre y te podría ahogar con todo lo que le sale de ahí. Aunque la hace un poco irritable en algunas ocasiones. Las madres primerizas son un poco imprevisibles.
A mí me la pela, “dangerous es mi apellido” pensé con la polla presionando salvajemente dentro del pantalón y sintiendo como el baboso flujo empezaba a cubrirme el glande.
Si arrastrara mi pene por el suelo, confundirían mi rastro con el de un caracol.
—El pago del servicio por adelantado. ¿En metálico o tarjeta?
—En metálico —estaba buscando el sobre con el dinero semanal que me daban en negro como gratificación.
Le pagué los doscientos cincuenta euros y aún me quedaba en el sobre para tomarme una hamburguesa royal con patatas deluxe y salsa de cebolla, unos fingers de queso, una cola grande, dos croquetas de jamón, un trozo de tarta de chocolate, un batido de fresa y un café con leche con galletas cookies. Me gusta merendar bien cuando acabo el trabajo y cuando acabo de follar. Aunque en mi caso pueda parecer lo mismo, probar condones bajo la presión de un horario y unos objetivos por día, no puede considerarse del todo placer.
Soy un currante y punto. Empiezo a vivir cuando se acaba la jornada laboral y las pajas y cópulas a las que someto a mis compañeras de trabajo, son sólo tareas ya rutinarias. No es lo mismo eyacular por obligación que por devoción.
Mi mujer no se siente especialmente engañada cuando me tiro a tres o cuatro mujeres al día en mi departamento; pero si se entera que voy de putas, me monta un pollo de te cagas moragas. Cuanto más conoces a las mujeres, más seguro estás que se pasan por el coño los procesos lógicos en sus cerebros eficaces, agudos y retorcidos. Son caprichosas y volubles; pero si están buenas y húmedas se les puede perdonar.
—Puerta 3 A. No llames entra directamente, es demasiado pronto para la clientela, madrugador.
Me dieron ganas de llamarla puta y usurera, pero pensé que si volvía otro día al local, no habría buen rollo.
—¿Y tú no sabes hacer nada con tus pezones?
Estaba seguro de que se ruborizaría, pero algunas veces la vida nos sorprende de la forma más deliciosa y a veces también, espeluznante. Así que me arrepentí al instante de haber hablado.
Se abrió la camisa hasta descubrir ambos pechos, rebuscó a tientas en el cajón mirándome a los ojos con fiereza y sacó una grapadora con la gracia de un prestidigitador.
Se llevó el instrumento al pezón izquierdo y presionó.
Aunque todo duró una centésima de segundo, mi mente captó con todo detalle y nitidez el pezón aplastado por el cabezal de la grapadora, la lengua voluptuosa asomando entre sus dientes. Los dedos de afiladas uñas sujetando el pecho y la otra mano aferrando con fuerza el aparato. Satánico.
Lanzó un gritito y sus ojos lloriquearon un poco. Se me pusieron las pelotas duras como el cuero.
Con la respiración agitada y la grapa clavada en el pezón, se recogió con el dedo el proyecto de lágrima para evitar que se corriera el rímel y de nuevo con su obscena lengua entre los dientes y la respiración agitada, hizo pinza con los dedos sobre la grapa y lentamente la sacó. Se resistía y el pezón se tensaba y tensaba hasta que por fin comenzó a deslizarse a través de la grapa y volver a su lugar. Cuando se la sacó del todo, noté que me había clavado las uñas en las palmas de las manos al apretar con fuerza el culo y por simpatía los puños.
Yo soy muy poco delicado, puedo aguantar sin asco correrme en la boca de una mujer; pero a pesar de mi serenidad, aquello me espeluznó y mi polla dentro del calzoncillo se quedó lacia como un pelele. Además soy un profesional y la delirante escena me preocupó, aquellas grapas no estaban esterilizadas, no se encontraban en un medio suficientemente aséptico.
—También lo hago con los clientes —me explicó.
Mi cerebro estaba haciendo toda clase de ruidos procesando toda la información y rápidamente, en apenas doce segundos le pregunté:
—¿Emy es también aficionada a los objetos de papelería?
Sonrió como una niña; pero en puta.
—¿Quién sabe? Los pimientos de Padrón que unos pican y otros no.
Di media vuelta antes de acabar de oír el refrán porque tengo poca paciencia para la sabiduría popular y me dirigí al pasillo que me había indicado. En cada puerta de las seis que había a ambos lados del pasillo, colgaba una teta con el nombre de la puta.
Cuando abrí la puerta, mi pene había resucitado y mi glande se encontraba de nuevo resbaladizo y cremoso.
Cuando Emy se giró hacia a mí desde el tocador frente al que estaba sentada y vi aquellos pezones al aire a través del sujetador blanco sin copas (especial lactancia), el pezón grapado entró a formar parte de los recuerdos de un pasado lejano y cuasi onírico.
(continuará)
Iconoclasta
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