Cuando mi Dama Oscura está pensativa, cuando sus oscuros ojos se pierden en la negrura de algún punto de la cueva y sus facciones se relajan, siento el deseo de sentarme a s su lado, besarle las manos y pedirle que se olvide que una vez fue primate, humana. Sé que tiene momentos bajos en los que le pesan todas esas muertes y torturas realizadas a lo largo de más de cuatrocientos años. La he visto envidiar a las madres primates, sólo un breve fulgor en sus ojos la ha delatado al ver a una hembra preñada o con su niño en brazos.
Algo breve que automáticamente rechaza, pero no deja de ser un instinto latente en su cerebro.
Es muy orgullosa, no me costaría esfuerzo alguno estrecharla entre mis brazos en esos momentos (si no me da vergüenza follar ante los crueles, no voy a sentir vergüenza por expresar alguna emoción amable) y decirle lo mucho que la amo pero; ella es y se siente una cruel.
Y lo es a pesar de ese residuo minúsculo de primate que queda en ella y que de vez en cuando la asalta como una molesta conciencia que la hace sentirse incómoda y le cuestiona de una forma básica e intraducible su vertiente diabólica, considerándola una esquizofrenia, una enfermedad mental.
Le podría haber extirpado esa zona molesta del cerebro, lobotomizar la justa porción de cerebro primate; pero no hubiera sido ella misma. La conocí así y así se quedará durante toda la eternidad. Ella es auténticamente malvada y cruel, es humana y a ojos de la humanidad no tiene perdón alguno, ni comprensión. A un diablo sí se le puede comprender e incluso justificar porque es su naturaleza, su idiosincrasia. Lo mejor de ella es que es de origen humano, que tiene una porción de humanidad que la convierte en la más salvaje asesina de todos los tiempos en este pequeño y estúpido planeta.
Algo breve que automáticamente rechaza, pero no deja de ser un instinto latente en su cerebro.
Es muy orgullosa, no me costaría esfuerzo alguno estrecharla entre mis brazos en esos momentos (si no me da vergüenza follar ante los crueles, no voy a sentir vergüenza por expresar alguna emoción amable) y decirle lo mucho que la amo pero; ella es y se siente una cruel.
Y lo es a pesar de ese residuo minúsculo de primate que queda en ella y que de vez en cuando la asalta como una molesta conciencia que la hace sentirse incómoda y le cuestiona de una forma básica e intraducible su vertiente diabólica, considerándola una esquizofrenia, una enfermedad mental.
Le podría haber extirpado esa zona molesta del cerebro, lobotomizar la justa porción de cerebro primate; pero no hubiera sido ella misma. La conocí así y así se quedará durante toda la eternidad. Ella es auténticamente malvada y cruel, es humana y a ojos de la humanidad no tiene perdón alguno, ni comprensión. A un diablo sí se le puede comprender e incluso justificar porque es su naturaleza, su idiosincrasia. Lo mejor de ella es que es de origen humano, que tiene una porción de humanidad que la convierte en la más salvaje asesina de todos los tiempos en este pequeño y estúpido planeta.
— ¿Quieres ser madre? ¿Sentir qué es desarrollar una vida en tu interior? —le pregunté uno de esos días en que la encontré abstraída en la cámara del silencio.
La cámara del silencio no es más que otra pequeña cueva dentro de la principal, tan profunda que no llega ni sale sonido alguno. De vez en cuando bajo para gritar; ni matando a miles de primates en una mañana soy capaz de relajarme en ciertas ocasiones y grito y lloro y rompo a puñetazos las rocas descargando mi ira y mi odio. A la cámara del silencio no bajan ni mis crueles a limpiar las heces que cago llevado por una rabia atroz y descontrolada.
— ¿Si fuera madre no sería acaso una primate más? ¿Los crueles tienen hijos, mi adorado 666? No quiero ser una primate, una humana; pero en algunos momentos me embarga una extraña melancolía. Como si aquí —se señaló la sien— tuviera una enfermedad un dolor, un bulto. Algo que me hace sentir triste y ansiosa. Se me pasará.
La dejé sola; si la hubiera abrazado en aquel momento es muy probable que hubiera sucumbido al llanto y con ello a su naturaleza humana.
La adoro cuando lucha contra su piojosa condición de primate.
Las lágrimas de los crueles sólo son de ira y odio.
Aunque yo también soy susceptible de llorar ante la intrínseca belleza plástica de un cuerpo descuartizado
La muerte tiene la belleza más serena y definitiva. Un cuerpo muerto tiene más expresividad que cualquier obra de Van Gogh con diferencia.
Tal vez fuera su afán de satisfacerme o tal vez por liberar un resentimiento de frustración, por lo que durante más de una década sintió una ansiedad obsesiva por matar a madres y embarazadas.
A mí no me parece especialmente cruel la muerte de madre e hijo, no me siento identificado con esa mojigatería sobre la maternidad. Los animales nacen, mueren y son alimento de otros superiores a ellos. Una preñada o una madre, son víctimas naturales en este ecosistema que tan mal creó ese Dios maricón que lo ve todo bien y perfecto acariciando a sus ángeles con una rijosa sonrisa.
Matando primates puedo ser muy despegado, si un día matáis a más de cinco, ya me lo diréis; a partir del quinto ya no es lo mismo, todo se hace previsible y con lo único que puedes jugar es con el sufrimiento de la víctima, prolongarlo más o menos y conseguir que sus últimos minutos de vida sean lo más horrorosos y dolorosos posible. Y lo hago tan bien, que hasta eso me aburre en algunas ocasiones.
No os equivoquéis, puede que haya perdido algo de ilusión en mataros, pero mi avidez de muerte no conoce límites.
Jamás vi a la Dama Oscura ensañarse tanto con las preñadas y las madres de bebés de pecho.
En 1820 nos encontrábamos de visita en Alemania, la revolución industrial se encontraba en pleno apogeo. Los campesinos abandonaban los campos para trabajar en las innumerables fábricas que se estaban creando. Berlín se hacía demasiado grande, se formaban sin cesar barrios insalubres en el extrarradio, donde se hacinaban familias de campesinos ahora obreros de fábricas venenosas. Vendían sus hijos más de doce horas al día a los patrones para luego emborracharse en las sucias tabernuchas y pegarles una buena paliza a sus mujeres.
El cansancio y el estrés que provocaba en los primates la revolución industrial los convertía en animales que respiraban, comían y follaban sin otro fin que simplemente morir en su puesto de trabajo o de camino a otra borrachera.
Por ahí en medio andaba el iluminado de Marx ideando El Capitalismo, como si los obreros, en el supuesto de que fueran capaces de leer, pudieran comprender sus ambiguas, complicadas y confusas ideas sobre lo que en una sociedad perfecta, un mierdoso minero podría aportar a la economía.
Es siempre lo mismo, unos mueren trabajando y otros se mueren de risa y aburrimiento, porque dicen que el cándido Marx tardó más o menos unos dieciocho años en terminar su gran obra.
La cuestión es que los idiotas que vivían en la sana pobreza del campo, cambiaron esa misma pobreza por miseria y se habituaron a vivir en chabolas donde comían en el mismo sitio que cagaban, por unas monedas y una vida tóxica y etílica que regalaban las recientes fábricas propiedad de grandes aristócratas y ricachos generacionales.
Utilizamos el nuevo medio de transporte que era el tren. Nos apeamos en un Berlín de caótica actividad.
Maté a razón de 15 primates por día en aquellas tres semanas, se me debió contagiar parte de aquella febril vida.
Alemania competía directamente con Francia e Inglaterra por la supremacía industrial. Ganaba Alemania, se encontraba mejor situada. Tenía más fronteras y por ello mano de obra más barata y deseosa de trabajar. Llevaba una clara ventaja hasta que los judíos empezaron a crear sus barrios y el dinero se detuvo y quedó en manos de unos pocos y…
A la mierda, ya estaba divagando. Polacos, checos, austríacos, suizos, etc… Colapsaban las fronteras de Alemania y en Berlín había un follón de idiomas desconcertante, uno no sabía nunca si las vísceras del primate eran polacas o suizas. Aunque me importaba una mierda de que nacionalidad eran.
Todas aquellas muertes no tuvieron importancia alguna, se retiraban los cadáveres y un juez con demasiada prisa firmaba el acta de levantamiento. De mis trescientas y pico víctimas sólo dos tuvieron relevancia y sus muertes figuraron en la sección de sucesos de los periódicos, eran dueños de fábricas.
El resto sólo importó a las familias y durante muy poco tiempo. Tenían que trabajar muchas horas al día.
Recuerdo el día que en apenas cuatro horas, entré en cinco casas y rebané el cuello de tres niños sucios de carbón (la sangre corriendo sobre la piel pálida y ennegrecida es un espectáculo de inconmensurable belleza) que dormían sin cambiarse de ropa de puro agotamiento. Maté a tres machos de tamaño medio y cinco hembras ya maduras.
Aunque en aquella época, cualquier primate con más de quince años, aparentaba treinta.
La Dama Oscura se encontraba en el centro de Berlín comprando ropa y joyas; amén de cazar en un ambiente más selecto. Decía que cazar en la zona obrera le recordaba demasiado su origen primate y pobre.
Yo soy más bizarro y sencillo y no discrimino por clases sociales. Por otra parte, la incultura acentúa más el temor que inspiro. Los religiosos no es que sean temerosos de Dios, es que se cagan que Dios los pueda abandonar a mi volición. Y eso me hace sentir más poderoso.
Cuando les digo: “Hoy toca morir, primate”. Ven en mis ojos la verdad absoluta y suelen quedar sumidos en tal marasmo que cuando les meto la punta del cuchillo en el meato, quedan quietos como imbéciles. Algunos se cortan la lengua con sus propios dientes ante el dolor. Es uno de los detalles que más disfruto.
Cuando me encontré satisfecho, acudí a la hora convenida con mi Dama Oscura para comer.
En el lujoso restaurante berlinés, me senté al lado de mi Dama, bajo la mesa le metí los dedos en el coño y la masturbé. Yo me saqué la polla del pantalón para masturbarme también, no tuve tiempo. Se corrió en el primer plato y yo me excité tanto que eyaculé sin tocarme, formé un importante charco de semen bajo la mesa que ofendía el olfato de nuestros vecinos comensales más cercanos.
La Dama Oscura, tras recuperar la compostura, fijó su mirada en una mujer embarazada sentada a nuestra izquierda, compartía mesa con una mujer mayor y que a todas luces parecía su madre.
Hablaban de la visita que tenían con el médico para la revisión de la preñada.
—Quiero a la mona preñada. Quiero saber que las hace tan especiales. —susurró la Dama Oscura.
Esperamos que salieran del restaurante para seguirlas. No tardaron en entrar en una casa de dos plantas con jardín. De un poste, junto a la puerta del vallado del jardín, colgaba con un par de cadenitas una placa de latón grabada en una ostentosa caligrafía. Indicaba que era la consulta del doctor en medicina general Helvenger.
Cruzamos la puerta de la verja y cuando llegamos a la entrada de la casa, una enfermera de blanco y con cofia, ya había abierto la puerta a la preñada y su madre; al vernos avanzar por el jardín nos esperó con una sonrisa servil. Nos invitó a sentarnos en la sala de espera tras anotar nuestros nombres y causa de la visita. La Dama Oscura le dijo que sospechaba estar embarazada y la enfermera me miró directamente a los cojones.
En la sala había una mujer con su bebé en un cochecito y las dos mujeres del restaurante.
No nos sentamos, fui a por la froilan de la cofia con el cuchillo en la mano y La Dama Oscura a por la madre de la preñada.
La enfermera estaba ante su mesa de oficina, le pedí papel y lápiz, cuando se levantó, pasé tras el pequeño mostrador que hacía las veces de recepción y le clavé el cuchillo en el pubis tirando hacia arriba y cortándolo todo hasta que el esternón frenó el avance del filo. Tuvo tiempo a gritar antes de que le clavara el cuchillo en la nuez. Yo no pude evitar que sus intestinos me cayeran en los pies.
Entré en la consulta del doctor, un anciano se encontraba con el pecho descubierto en la camilla y el médico auscultándole.
Fui rápido, pero el médico se defendió con la mano y se la atravesé con el cuchillo; tras dar un par de vueltas a su mesa jugueteando al que te pillo, le clavé el cuchillo en la zona lumbar izquierda y cuando cayó al suelo le apuñalé por entre las costillas tres veces cuidadosamente.
El viejo aún estaba saltando de la camilla cuando le golpeé en la cabeza con un pequeño busto de bronce de alguien que debió ser famoso, al menos para el médico.
La sien izquierda se hundió y su cara se deformó de una forma sub-realista; cayó al suelo y sufrió durante unos segundos unas fuertes convulsiones que le hacían patalear en el suelo. Por fin murió.
Reflexioné sobre lo muy puta que es la vida, nunca se sabe lo que te puede ocurrir, aquel viejo pensaba largarse con unos caramelos de menta para combatir la tos y en cambio, murió retorciéndose como un perro con la columna rota.
Mientras tanto, la Dama Oscura había apuñalado el corazón de la mujer mayor, cuando salí de la consulta aún se arrastraba por el suelo y la preñada con su gorda barriga intentaba levantarse, se encontraba cerca de su madre sentada con las piernas abiertas y las manos en el vientre, su blusa estaba empapada de sangre, la Dama Oscura le había apuñalado la barriga y gritaba como una cerda.
La joven madre protegía a su bebé en brazos, le temblaba la boca con una expresión de horror.
Me acerqué hasta la mujer que reptaba y le di una estocada en la nuca, eso la dejó tiesa.
Cogí de los pelos a la preñada y la hice sentar en una de las sillas de la sala.
El olor a sangre, orina y mierda en la sala de espera me hacía recordar con añoranza mi oscura y húmeda cueva.
— Ni un solo grito más. —le grité zarandeándole la cabeza.
El ser de su vientre ya estaba muerto, la puñalada era grave y la sangre se mezclaba con el líquido amniótico.
La Dama Oscura se había enfrentado con la madre del bebé en brazos. Cortó una tira de tela de las cortinas y le vendó los ojos.
—No por Dios, no nos hagan daño.
El bebé lloraba entre sus brazos.
—Dame al bebé, primate.
— ¡No!
La Dama Oscura se lo arrebató de los brazos y me lo pasó. Sentí ganas de morderle la cara, de masticar sus deditos. Mi Dama rasgó la tela del vestido y el canesú dejando sus blancos pechos desnudos. De un rápido movimiento, cortó el pezón izquierdo, casi lo partió en dos; la mujer gritó de dolor, pero sobre todo, de miedo a lo que no veía y sin embargo intuía que iba a ocurrir. Todas las bestias reconocen los últimos instantes de sus vidas.
Me cogió al bebé y le dijo a la madre:
—Dale el pecho, tu hijo llora porque tiene hambre.
Le puso al bebé de nuevo entre los brazos y lo acercó a sus pechos temblorosos, el bebé lloraba y no atendía al pezón sangrante que su madre le ofrecía entre llantos.
La Dama, cogió la cabeza del bebé y dirigió su boca a la ubre sangrante.
El mini-primate sintió la tibieza de la sangre entre sus labios y calló de inmediato apresando con su boca el tumefacto pezón, mamando sangre y leche.
Puse el culo duro, porque aquello le tenía que doler. De la boca del bebé resbalaba un líquido rosado.
La Dama acercó la mesita central de la sala hasta la silla de la madre y me pidió que subiera a ella.
Desabotonó la bragueta y sacó mi pene.
— ¡Mama tú también! —le dijo a la madre con mi pene en la mano rozando sus labios con él.
La mujer abrió la boca y yo no pude contenerme. Lancé la cadera adelante y le hundí el rabo, sus dientes me rozaron los cojones. Mi Dama Oscura, me los acariciaba y apretujaba entre sus cálidos dedos.
A la preñada le dio por gritar, un trozo de carne ensangrentada y rosada salía por la tela cortada del vestido, parecía un pequeño pie.
Le privé a la madre de mi pene, bajé de la mesita y me acerqué hasta la preñada.
Le di un puñetazo en la boca, sus dientes me hirieron los nudillos además de partirse y me escupió trocitos de marfil a la cara cuando escupió la sangre como un sifón; le di de nuevo otro puñetazo que la dejó sumida en una estupidez silenciosa.
La Dama Oscura, miraba con la cabeza ladeada y una mirada feroz a madre e hijo.
—Yo no quiero ser una estúpida madre primate. Yo no necesito un hijo entre los brazos para ser mujer. No envidio la vida que creaste en tu cuerpo, ni la vida del que ahora mama tu sangre. Soy yo la que os permite vivir, la que os mata. Yo permito la vida y administro la muerte.
Le arrancó al bebé de entre los brazos y lo lanzó contra la pared. Su pequeña cabeza crujió y quedó muerto en el suelo.
Yo estaba muy caliente, la mamada de la madre había quedado a medias y me acerqué a mi Dama, le levanté el vestido y la penetré por el culo, ella se apoyaba en los hombros de la madre que suplicaba que le devolviera a su hijo. La Dama Oscura estaba tan cerca de su rostro que los labios de ambas se rozaban e imaginé que se lo montaban en plan lésbico.
Pellizcó el pezón inflamado y encontrado hundiéndole el cuchillo en la gola lentamente. La madre dejó de gritar para emitir una especie de gorgorito líquido.
Yo me corría en el ano duro y áspero de mi Dama; estaba concentrada en admirar los últimos estertores de la mujer.
Sentí el semen rezumar por entre mi pene y el esfínter, ella también lo debió sentir. Se mantuvo inmóvil y esperó con un escalofrío que erizó su piel, que yo acabara de bombear en ella. Se dio la vuelta y me besó.
—Mi Dios… Tú no me quieres madre ¿verdad?
—Te quiero puta y asesina, te quiero cruel e insaciable. —le dije besando aquellos carnosos y duros labios.
Se metió los dedos en el culo y los sacó pringados de semen, se los chupó.
La preñada estaba sollozando de nuevo, todo el pecho de su vestido azul cielo era una mancha de sangre. Me coloqué tras la silla y le sujeté los brazos.
La Dama Oscura se arrodilló ante ella y le rasgó el vestido dejando desnuda su barriga. Metió la punta de los dedos de ambas manos en la herida empujando el piececito adentro y desgarró la herida. La mujer se revolvió de dolor en la silla y tuve que sujetar con verdadera fuerza sus brazos; aunque por poco tiempo, no tardó en desfallecer, aunque no se desmayó, su voluntad se rindió al dolor y al espanto.
Si al menos el médico estuviera vivo, le podría haber administrado algo de láudano y ahorrarle un tormento breve pero intenso.
Los primates deben tener cierto mecanismo que los salvaguarda del dolor extremo desconectando su sistema nervioso, de alguna forma que me interesaría averiguar para remediarlo y conseguir que su sufrimiento y dolor sean insoportables hasta él último hálito de sus vidas.
Desearía que murieran que enloquecieran en su agonía.
Mi Dama hurgó en el vientre hasta que consiguió sacar la cabecita fuera de las entrañas de la madre, era algo grotesco y cualquiera que hubiera mirado aquella escena, hubiera apartado la vista de aquella obscenidad maternal.
Dejé de sujetar los brazos de la mujer, no había vida en ellos, no había afán de luchar ya.
Mi Dama pasó los dedos por el cráneo del feto.
—No me gusta, no quiero que algo así crezca en mi vientre. — mentía y mentía.
Renegaba con todas sus fuerzas del instinto maternal que toda primate siente en algún momento de su vida. Le apoyé una mano en el hombro.
La embarazada llevó las manos al vientre, meciendo la cabecita que asomaba, sus ojos siguieron nuestro camino hacia la puerta de salida.
—Vámonos de aquí mi Dama, hay muchas madres en esta ciudad. Hay muchas primates amamantando a sus hijos. No pierdas más el tiempo con ésta.
Salimos de la casa dejando atrás el hedor de la muerte y la sangre.
Dos arcángeles empezaban a declamar su aria de salvación y uno de ellos desafinó llorando cuando habíamos cerrado la puerta de la casa al salir al jardín. Llegaron tarde, normalmente los arcángeles intentan al menos, serenar a mis víctimas. Son como unos asistentes sociales de Dios que intentan dulcificar la muerte.
Nos encendimos un cigarro sentados en el banco del porche y la masturbé.
—No puedes ser madre. Sólo me amas a mí, no podrías amar nada más. Eres maldita entre los humanos, extraña entre los crueles. Eres mía…
Entre los espasmos del orgasmo se abrazó a mí hundiendo su lengua en mi boca.
Al día siguiente, visitamos un hospital materno-infantil situado en los arrabales de Berlín. Utilizó los forceps con pericia.
Ni Dios ni ángeles; nadie apareció por allí, ni siquiera para salvar sus almas.
Dios tampoco tiene sensibilidad primate-maternal. Es mentira que os creó a su imagen y semejanza.
Mi Dama Oscura… tiene la matriz tan contaminada y tan castigada por mi rabo, que jamás podrá gestar un niño en sus entrañas. Y me ama tanto, que seguirá dejándose destrozar el coño mientras viva.
Ya os contaré más cosas.
Iconoclasta
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