Quiero, necesito flotar. Algo de ingravidez.
Es un momento para la pena.
La pena ajena es una cálida corriente ascendente que sale de debajo de las pieles y las piedras. Soy un globo aerostático que se mantiene alto, apoyado en ella, suspendido de ella.
La pena es un colchón; duermo sobre ella y no envuelto por ella.
Necesito la paz que sólo la pena da. No quiero sonrisas ni euforia. Ni tan siquiera la ira.
Pongamos que estoy cansado de la intensidad de todo, del amor que cargado en las espaldas me dobla, de la angustia de la espera. De una ira que a veces me prende en llamas; entro en combustión y blasfemo y odio. No es fácil estar descontento, por decir poco, por decir lo mínimo.
No es bueno sentirse siempre ajeno a todo, la pena de otros es mi equilibrio emocional.
A veces soy tan frío que ni siquiera aprecio la pena. Hoy no.
No puede hacer daño tenderse en la pena, tampoco hace ningún bien, pero ¿qué es capaz ya de hacerme bien?
Me da igual.
Ahora sólo necesito la tersa y elástica superficie de un mar de penas sereno y narcótico.
No lloro, sólo miro, soy curioso.
Sólo contemplo el dolor del planeta y gozo de la pena; la que siento en la piel, en los músculos. Por fuera.
Como un medicamento de uso tópico.
Yo no trago pena, no masco pena.
La pena es mi mecedora, mi cenicero.
Soy mecido por suspiros que me sacuden, es una rítmica vibración que me relaja, me seda el respirar cansado de un número infame e inimaginable de pulmones. De ojos acuosos que rebosan lágrimas, la orina de la pena.
La pena es un riñón colapsado de cálculos.
Pero no respiraré su aliento. No mastico pena, sólo es un apoyo, sólo es un momento para el relax.
La pena…
Hay tanta y está tan mal vista… Si nadie la quiere, me la quedo toda, la pena da valor para abrir venas, para inyectarse veneno.
La pena es un sherpa que me guía en una escalada casi vertical, una montaña imposible hacia mí mismo, es la única forma que tengo de valorarme. El nivel de pena marca mi nivel de tranquilidad, de sosiego. Me parezco a Dios, cuanto mayor es el dolor en el planeta, más feliz soy.
Con ella trepo por encima de todo, para llegar junto a ese Dios que se preocupa de que no cese el dolor, que se masturba ante el llanto.
Yo soy una deidad, me ocurre lo mismo que a él.
Entiendo a los dioses y su degeneración.
Es el momento para la pena.
Para la cuchilla sajadora, para el veneno ácido y corrosivo. Sangre que mana, sangre que se pudre.
Pena mullida que me relaja y me conforta. Que esplende en la oscuridad de mi cerebro pulsando como un tumor. Tutum-tutum-tutum…
Es el ritmo de los corazones contritos.
Un tumor mullido, una pena hipnótica es la del mundo, la ajena.
Hoy su pena es mi valium, mi consuelo.
Me hace divino.
Estoy hecho a mi propia imagen y semejanza.
No soy malo, sólo soy sagrado.
Iconoclasta
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