Cuando era pequeño, pensaba que si fuera invisible como Zarpa de Acero, me haría rico. Podría conseguir mucho dinero, objetos, admiración.
No es así, cuando se es invisible, uno se encuentra en una dimensión privilegiada. Tanto es así, que no quiero ni quisiera ser visible nunca más.
Soy como un fantasma gozosa y obscenamente vivo.
Hay momentos en los que me olvido hasta de comer; porque jugar con hombres y mujeres, usarlos como muñecos y golpear sus mentes, es para mí lo más valioso e importante del mundo.
De mi existencia.
No existe nada igual al poder de aterrorizar, asombrar y enloquecer a un ser humano. Es la cima absoluta de la predación más elaborada y cruel.
La riqueza y el poder social han perdido cualquier sentido si alguna vez lo tuvieron para mí.
Ser invisible es como ser Dios, estar en todas partes, la libertad absoluta. La impunidad.
¿Para qué conducir o viajar? ¿Para qué conocer nuevos lugares? Cojo, uso y juego con cualquier ser que me apetece. Elegido al azar o con motivos.
Saber que tengo la capacidad para asesinar al ser más poderoso del planeta, me llena de una paz espiritual que nadie podrá alcanzar jamás.
Es inimaginable lo mucho que cambian las necesidades personales cuando se es invisible.
Tomar posesión de un ser vivo, trastornarlo, es una necesidad, la violencia o la muerte forman parte del juego, de mi vida. Es como si me alimentara de sus miedos y dolor, de su incertidumbre y su ceguera respecto a mí.
Me cuesta mucho dormir cuando rememoro mis actos, cuando me masturbo ante la mujer o la niña que he violado. Me río con el hombre al que he manipulado y dañado irreversiblemente.
Incluso aquí, en este inmundo y sucio lavabo de bar, me siento como en un palacio. Y no por mi imaginación, sino porque soy el puto amo de todos.
Tíos demasiado bebidos descargan sus orines cargados de cerveza y licor en los urinarios, mirándose la polla y suspirando por el placer del desahogo.
Son casi las 2:30 de la madrugada del sábado. Es una de esas noches primaverales que comienzan cálidas y acaban frías, con lo cual, los borregos se aposentan más tiempo en los bares musicales. Perezosos como ganado vacuno.
Los que no han trabajado suficiente durante la semana, se encuentran en estos sitios, con energías de sobra para bailar, beber e incluso follar. Aunque de estos últimos no hay tantos, las estadísticas mienten como el cura en sus sermones. No follan tanto.
Si a un tambaleante de estos que entran en el meódromo y lanza suspiros, le rozo la espalda para llamar su atención; se gira con cuidado y lentamente, como si tuviera una lesión en el cuello; sobresaltado porque hubiera jurado que no vio a nadie al entrar. Es mi prueba de alcoholemia.
Es ahí donde me lo quedo para mí.
Ahora piensa el meón que es una falsa sensación, que está más cargado de lo que pensaba. Y vuelve a girar la cabeza para admirar su polla y el chorro ámbar que está soltando.
Me meto en uno de los dos inodoros y descargo la cisterna.
-¡Hijo puta!- pronuncio casi gritando y evitando que se me escape la risa.
Esto lo hago porque me gusta cortarles el chorro de golpe.
Se mete la polla dentro del pantalón sin sacudírsela y se acerca a la puerta.
-¿Perdón? ¿Decía algo?
Me he situado a su espalda y le susurro:
-Hijo puta…
Se vuelve hacia a mí sobresaltado, casi rozándome y sin saber que me mira a los ojos, mira a través de mí buscando al dueño de la voz.
Y sale de los servicios sin lavarse las manos.
Mi vida ya no tiene sentido sin estos juegos.
Lo sigo hasta la barra donde ocupa su taburete. Las mesas están abarrotadas de gritonas mujeres y silenciosas y babosas parejas, no hay nuevas reses desde que entré en el aseo de caballeros hace ya una media hora larga.
Siete u ocho hombres como el que es mío ahora ocupan la barra cavilando cómo follarse a alguna de las tías que hay sentadas por las mesas.
Mi juguete echa un largo trago al medio tubo de cerveza y dirige su mirada aún inquieta a la puerta de los lavabos. Luego desvía la mirada a distintos puntos al azar evidentemente descolocado.
Un cigarro, alza la mano para llamar la atención del camarero y pide un vodka con hielo. En el anular izquierdo luce la deformación que provoca una alianza que debe llevar metida en el bolsillo del pantalón.
¿Qué hace un hombre solo en un bar musical en plena madrugada con un buen traje?
Pues viene aquí a follar, es el típico cincuentón acomodado, de aladares plateados que pretende exprimir sus últimos años de “atractivo” y con lo mucho que va de putas, aún le gusta el ligue y probar así su capacidad de atraer.
Esta peña se siente tremendamente insegura a esta edad; caminan directos a la vejez y su holgada posición económica no lo puede impedir.
Un poco más sereno, gira su mirada hacia atrás, hacia una mesa ocupada por cinco sonrientes mujeres jóvenes. Supongo que lo son, porque van tan maquilladas, son tan extrovertidas y juveniles, que bien podría tener alguna los 40 tacos.
Algunas de ellas se han dado cuenta de sus miradas insistentes, de su exhibición de macho potencialmente reproductor. Y ríen sonoramente a su costa. Devolviéndole juguetonas miradas.
Joder con los adultos, todo un dechado de madurez.
De hecho, el maduro este, aposentó su culo aquí porque veía tema con este grupo de cinco cotorras. Aquí encontraría su ligue de los viernes.
Lo que me pone de estos grupos de tías es que siempre ríen con naturalidad y vehemencia. Y cuando lo hacen, se llevan las manos juntas entre las piernas, al coño. Como si evitaran mearse. Y eso me la pone dura, porque imagino que son mis manos las que apresan sus coños sudados.
Imagino follándolas, violándolas, provocarles el llanto y el terror…
Una morena de pelo ensortijado y brillantemente hortera, intenta salir del fondo de la mesa pegada a la pared. Sortea con dificultad a dos amigas cuidando el equilibrio entre tantas piernas y alcohol. Y claro esas posturas para poder pasar, las hace reír. Es que son idiotas.
Yo también sonrío.
Mucho.
El tonto del madurito sonríe a la morena divertido y con ello ya ha elegido a su puta.
Ella le devuelve la sonrisa y gira a la izquierda, al lavabo de mujeres.
Y ya han ligado.
Un ménage à trois, será genial.
Entra dando un empujón a la puerta y se va directa a los espejos del lavabo, y yo detrás.
Se alborota los rizos y practica algunas sonrisas.
Cuando levanta los brazos, el jersey se eleva descubriendo un ombligo adornado por una bolita cromada. No tengo nada en contra del piercing, simplemente me es indiferente. Lo que llama mi atención, es que el pantalón es tan bajo de cintura, que se puede ver parte del pubis rasurado, el elástico de las bragas.
Rozo suavemente la piel que limita con la cinturilla del pantalón, haciendo resbalar el dedo por ella y ejerciendo más presión justo encima del pubis.
Contrae el vientre y da un paso atrás mirándose el ombligo.
-¡Uff! –suspira.
Me acerco a su cuello y le lanzo el aliento. Se le eriza la piel y se frota la carótida.
Eso la lleva a enfilar hacia la puerta de salida, pero con el pomo en la mano, hace una pausa.
Suelta la puerta y se dirige a unos de los inodoros; imagino que se olvidaba de mear; va muy cargada de cubatas.
Si se decide a cagar, no me quedo, no vale esta tía tanto como para admirarla defecando.
La puerta del inodoro, abre hacia fuera por lo reducido del espacio, así que abro la puerta cuando veo los pantalones en sus tobillos.
-¡Ocupado! –dice pensando que alguien ha entrado.
Y alargando el cuello, levantando un poco el culo de la porcelana, mira a derecha e izquierda.
Intenta cerrar la puerta sin levantarse pero no llega.
Y yo la entorno, despacio.
Está soltando un sonoro chorro y sus ojos se relajan cerrándose un instante. El tanga blanco está hecho un rollito en sus pantorrillas y el pubis se mueve mágicamente con el acto de mear. Sobre todo en los últimos chorros.
Me sitúo frente a ella abriendo mis piernas todo lo que puedo para situar cada una a un lado.
Casi con ternura paso mis dedos por el pubis, rozando un pequeñísimo triángulo de vello que queda allá donde se unen los labios de la vulva y que guarda su clítoris que arrancaría a bocados.
Su respiración se detiene por un instante y se mira el coño. Se toca como si buscara algo. Y hunde los dedos en esa ínfima porción de vello para pasarse suavemente las uñas. Muy someramente.
He acercado a su cara mi polla dolorosamente dura, y la huele. Lo veo en el aleteo de sus fosas nasales, conoce el olor de un pene. Su mano aún está metida en el coño y la presiono allí, como un pequeño toque nervioso.
Se muerde el labio inferior, cree que la bebida le ha sentado divinamente.
No está asustada, mantiene una expectante serenidad.
Brevemente le vuelvo a presionar los dedos y consigo que el dedo corazón se le hunda en esa raja húmeda.
Y relaja las piernas, su vulva se entreabre y deja entrever los labios menores, rosados, mojados. Cierra los ojos y encogiendo el cuello a un lado, presiona el clítoris.
Sus dedos se han humedecido. Los pezones, y a pesar del sujetador presionan contra la tela del jersey.
Arranca un trozo de papel y comienza a secarse el coño. La muy tramposa se roza más de lo necesario.
Está tan caliente que me la follaría aquí mismo. Desearía que me la mamara, la tiene tan cerca de su boca…
Una gota cae de mi pijo a una de sus rodillas, una gota viscosa de lubricante, de humor sexual. Lo recoge con la punta del dedo y lo frota. Lo huele extrañada sin conseguir ver la textura.
Abren la puerta del aseo y ella se sube rápidamente el tanga y el pantalón. Por un segundo se pasa el dedo por encima del tanga, siguiendo el perfil de sus labios.
Se abotona el pantalón y sale del aseo saludando a la rubia que se está metiendo una raya en la pica del lavabo.
El cincuentón la observa salir y ve rubor en su cara. Una media sonrisa.
El sonríe y ella no le mira.
-¿Una copa?- le pregunta cuando ella llega a su mesa y se prepara para ocupar su sitio.
Mira a su grupo de amigas sopesando la oportunidad.
-Gracias, una crema de whisky.
Desde la barra saluda a sus amigas y alguna la llama guarra con una falsa voz baja haciendo que rompan a reír por enésima vez.
-¿Sois estudiantes?- él ya sabe que no lo son, pero tiene experiencia ligando.
-No… Compañeras de trabajo. Solemos encontrarnos los viernes para celebrar el fin de semana.
-Me llamo Fernando.
-Silvia.
Y se dan dos de esos estúpidos y estériles besos en la mejilla. Silvia se acomoda en un taburete y se deja invitar a un pitillo.
Estoy muy pegado a ella y rozo las copas de su sujetador con mucho cuidado de no tocar su espalda. Quiero que se sienta acariciada por su imaginación. Se calienta, estoy tan pegado a ella que lo noto en un cambio del ritmo de su respiración.
También se siente incómoda, algo en su instinto le dice que estoy violando su espacio. He de ser cuidadoso.
La insulsa conversación decae y Fernando llama al camarero para pagar la cuenta.
-¿Vamos?- pregunta Fernando.
-Espera, me despido de mis amigas.
Risas, insultos cachondos y alguna palmada en el culo para la primera folladora de la noche. Si se descuidan le dan dos orejas y una vuelta al bar en volandas.
¿Algo que no sepa para variar?
Al salir, Fernando, en un arranque de sensibilidad la coge de la mano. Enfilan hacia el parking dos travesías más abajo y los sigo escuchando con aburrimiento su estúpida e insulsa cháchara.
Lo único que me importa es que se dirigen a una pensión “muy limpia” en la zona alta de la ciudad. Una “preciosa torrecita azul”, según Fernando.
Joder con el idiota este.
Ya hemos llegado al coche y Fernando acciona el mando a distancia del Peugeot, se liberan los seguros y abro una de las puertas traseras para meterme dentro.
-¿Eso es normal?- pregunta Silvia señalando la puerta que ha quedado abierta.
-No, seguro que ha quedado mal cerrada. O han entrado dentro para robar.
Fernando se acerca y apoyándose en la puerta examina el interior. Sin saberlo, me está mirando los cojones.
A ver si se la meto en la boca al madurito ligón…
-No ha entrado nadie. Se ha debido quedar mal cerrada.
Ocupan los asientos y se enganchan de morros.
Yo aprovecho para sobarle las tetas a la Silvia, acariciándole por debajo de los brazos que abrazan a su chulo. Y ella responde pasándole la mano por encima del paquete, presionando su polla.
Fernando arranca el coche a toda hostia y nos dirigimos a la pensión de putas, a la que él llama “torrecita azul”.
Pero ella va tan caliente que ni hace caso de esa fachada hortera.
Yo estoy caliente como un perro en celo.
El paga la habitación a la vaca del recepcionista y a cambio le da una llave enganchada a un llavero obscenamente grande.
-Primer piso, puerta 4.-canturrea el aburrido gordo.
Por muchos litros de ambientador que tiren, el olor a orines y mierda no hay dios quien lo saque, hasta las paredes huelen a folladas. Leches viejas incrustadas como un tumor en la estructura.
Y así, en la apestosa habitación y con prisa, se pegan un prolongado morreo.
-He de ir al lavabo.-dice Silvia retirándose del abrazo del chulo.
Cuando ha cerrado tras de si la puerta, Fernando se saca la ropa hasta quedarse en calzoncillos, sentado en el borde de la cama. Fuma y se toca la picha para ponerla bien dura. Estoy seguro de que cuando está solo, le habla y todo.
Silvia sale en ropa interior. El tanga está mojado; se ha lavado el coño. Fernando se levanta y le magrea las tetas durante otro morreo.
-Ahora vengo guapísima.-y se mete en el aseo.
Mientras él se lava los cojones y mea, ella se estira con pereza en la cama.
Está buenorra.
Me subo encima de ella y antes de que pueda reaccionar ya le he tapado la boca. Sacudo la almohada hasta que sale volando el cojín y me quedo con la funda en la mano.
Y se la meto con fuerza en la boca hasta que le es imposible siquiera mover las mandíbulas.
Sus ojos se mueven enloquecidos tratando de ver a su agresor, a moi.
Me siente, me huele y me toca pero; no me puede ver y eso es terrorífico.
-¡Calla, coño!-la orden y un puñetazo en su quijada le llegan al mismo tiempo.
Aún se escucha el ruido de agua corriente del idiota en el bidé, seguro que se la está pelando para no correrse enseguida.
Ahora que la tengo aturdida le doy la vuelta como a un pelele y la dejo con el culo en pompa; todo su cuerpo se agita con un mudo gimoteo. Llevo sus manos a la espalda y apreso sus muñecas para doblar los codos lo más cerca que puedo hacia su nuca. El dolor es intolerable, pero no se mueve ni dios cuando a uno le hacen esto. Es tan doloroso cualquier movimiento que se dejará hacer cualquier cosa. Como una sana y ecológica sedación.
Con mis rodillas clavándose en sus muslos no tiene más remedio que abrir las piernas y me acomodo bien entre ellas.
Le arranco el tanga, es una tela bastante resistente y le quemo la cintura con el roce.
Y con dificultad, consigo meterle en el culo mi invisible polla.
Rasgar un esfínter es una sensación impagable (no sé si habéis visto el anuncio de la Mastercard). El glande presiona con fuerza y de golpe ¡Rasss! Puedes sentir en la punta de la polla la rasgadura. Como el rasgón de una tela, menos ruidoso pero mucho más inquietante. Es la cima de la posesión.
Yo creo que a pesar de la sangre que rebosa el ano entre mi polla, no le duele. Está impresionada por mí. Siempre les pasa, mi personalidad carismática acapara todas las ondas sensoriales.
Todo es incomprensión, terror.
Voy tan salido que me corro en segundos, en el momento en el que Fernando sale del aseo con sus ahora relucientes y perfumados cojones.
El ojete de Silvia rezuma un líquido rojo muy espeso: mi semen, su sangre.
Es como una compota de fresas.
Estoy vaciándome, dando las últimas arremetidas contra sus nalgas...
-¿Qué está ocurriendo?- musita viendo como el despatarrado cuerpo se convulsiona en la cama, con los brazos doblados en una extraña posición.
-¡Silvia…!- se aproxima lentamente, casi con temor y su mirada va al ojo del culo, el cual pulsa, se abre y se cierra a merced de mi polla. Como una obscena “O” y sucio de sangre.
Le desclavo la polla y el madurito puede ver como el ano se vuelve a contraer, cerrándose. Se acabó la función.
Aún mantengo a la guarra en una postura improbable, porque me la estoy sacudiendo y ahora apoyo todo mi peso en sus muñecas y espalda, con lo cual se arquea aún más.
Fernando está a punto de tocarle un brazo para llamar su atención; le coloco un buen puñetazo en la boca del estómago arrancándole todo el aire de golpe. Se le abren los ojos como platos y alucina pepinillos en vinagre.
Se arrodilla de puro dolor, buscando aire; y le pego un buena patada en la mejilla derecha provocándole una pequeña hemorragia en el oído.
Bueno, ya lo tengo donde quiero.
Silvia está intentando sacarse la tela de la boca, la agarro por los pelos y le golpeo la frente contra la pared de la cabecera de la cama. El cuadro barato de un amanecer rojo en una playa, está a punto de caerse por la sacudida.
Rasgo unas tiras de sábana y le ato las manos a los traveseros de la cama, dejando que quede casi incorporada y pueda descansar sus brillantes rizos contra la pared. Es que quiero que crea en mí, que vea lo que ocurre. No mola hacer una obra de arte y que la zorra se quede mirando al techo y encima llorando.
Está preciosa, las lágrimas han corrido su rimel y bajo sus nalgas aparecen manchas de sangre en la bajera. Verla así, como una muñeca rota y la boca llena de tela, me pone. Le bajo las copas del sujetador y le doy un besito en cada pezón. Ella se los mira y le salen mocos por la nariz.
Fernando está recuperando la respiración y saca fuerzas para ponerse en pie.
Le doy una bofetada.
-¿Qué coño ocurre?- pregunta sin mirarme, buscando algo en el aire. Escupiendo sangre.
-Soy un hombre invisible- se lo digo tan cerca del oído que puede sentir el calor de mi aliento.
Da un paso atrás.
Apreso con rapidez su muñeca y llevo su mano a mi pene empapado aún.
-¿Me sientes?
Queda paralizado, pensando sin poder concretar nada.
Pero no creo que sea por el tamaño de mi pene, es demasiado usual. Ser invisible no quiere decir que un servidor sea una polla andante.
Se acabó la parte social.
Una patada en la barriga (razonablemente lisa porque se cuida, eso se nota) lo lanza contra el vano de la puerta del aseo.
A punto de caer, consigue mantenerse en pie aferrándose al marco.
Con un puñetazo en los genitales consigo meterlo dentro. Y cogiendo su cabeza con las manos, le estrello la cabeza contra el canto de la pica del lavabo. Se ha roto algún hueso, lo noto en que se le ha hundido el cuero cabelludo, como una fea abolladura. Lo dejo caer y vuelve a golpear el suelo con la cabeza.
Unos borbotones de sangre manan de entre el pelo y bajan por su cara. Son como pequeñas olas.
Respira rápida y débilmente.
Silvia está histérica. Lo ha visto todo a pesar de lo sucios que tiene los ojos por el rimel corrido. Y patalea como esa muñeca que me parece, como si su mecanismo se hubiera embalado y estuviera a punto de romperse.
Le arranco el sujetador y apreso su pezón izquierdo, apretándolo con fuerza para que me preste atención.
-Te vas a dejar hacer lo que a mí me de la gana o te arranco los ojos, golfa.- le aviso sin ningún asomo de cordialidad, con mala leche. De verdad.
Le doy una sonora bofetada y levanto su rostro para que mire y sepa donde está el mío.
Ser invisible no quiere decir que sea insensible.
-Soy invisible, disfruta de mí, porque no hay nadie más como yo.
Y me lanzo a mamar sus pezones con fuerza. Ya sé que no se le pondrán duros, ni que gozará, pero eso no me importa. Es mía y hago lo que quiero con ella. No me importa su placer, no me importa una mierda nada de ella.
Es su espanto e incredulidad al ver sus pechos deformarse por una fuerza invisible, sentir una invisible saliva que cae por su pecho. Mis babas… La succión salvaje de sus pezones que se erosionan entre mis dientes.
Es ese pánico lo que me hace disfrutar. Llegar a desesperar a alguien es mi meta. Es mi gran momento.
Cuando bajo la lengua deslizándola entre sus pechos en dirección a su coño, comienza a patalear rechazándome. Y me da un talonazo en el cuadríceps que me hace ver las estrellas.
Le sacudo un puñetazo en las narices y su coronilla golpea con un sordo golpe contra la pared. Sus ojos se hinchan por momentos debido a la rotura del tabique nasal.
Ahora se encuentra desorientada y preciosa con esa sangre que mana de la nariz regando e inundando sus labios como un jarabe rojo. Un excitante néctar.
Pero no la beso, porque me es desagradable el sabor de la sangre.
Abro y alzo sus piernas y mi glande hiperlubricado entra con total facilidad en su vagina, se abre paso entre los labios enterrándose, partiendo el hielo como un buque en el ártico helado…
Después de la dureza de la penetración anal, esto es un paseo por las nubes, y mi pijo lo agradece; se siente bien en blando. Es un dulce placer…
Y así mete y saca, mete y saca; me voy corriendo de nuevo. Suavemente, sin ansias, disfrutándolo con desidia. Mis cojones golpean con suavidad su ano.
Incluso me miro y soplo las uñas; tal es mi habilidad.
Me importa una mierda el placer de esta golfa. Me la pela. No es mi intención que se corra conmigo. No la amo. Sólo es un juguete.
Me corro en su pubis, con una mano me sujeto los huevos y con la otra extiendo mi crema en su carne blanda y flexible, le empapo hasta los labios menores.
¡Qué gusto…!
Y ahora me da asco. Siempre me pasa, cuando me las follo, me dan repelencia.
Fernandito interrumpe mi momento de paz y reflexión con sus lastimeros gemidos. Parece un bebé grande y subnormal que llora pidiendo la protección de su madre.
Vacío el bolso de Silvia y encuentro con ilusión una lima para las uñas, una de esas metálicas con un pequeño mango de color crema que sirve para pasar los ratos de aburrimiento.
Saco al madurito del aseo arrastrándolo por los brazos y lo llevo al lateral de la cama para que Silvia se sienta acompañada.
Ella me pide algo con los ojos y me da cierta pena. Y en ese momento y con mucha lentitud, palpo el cuello de Fernandito, detecto su nuez y allí mismo le clavo la lima, todo lo que puedo.
Apenas hace nada, más que un estremecimiento, como si hubiera sentido una descarga eléctrica. Hace ruido boqueando por aspirar aire durante unos segundos y por fin se muere.
Cojo una toalla del aseo y me envuelvo la cabeza con ella.
-¿Ves lo que soy? ¡Mírame, cerda!
Abre todo lo que puede los inflamados ojos y ahora parece que ha encontrado los míos. De su boca amordazada se escapan balbuceos e intenta gritar.Arrastra y frota con terror los pies en la cama.
Y no puedo evitar una sonora carcajada. Es muy importante el buen humor, evita malos recuerdos.
Le doy un dulce besito en la frente y le coloco la toalla en la cara, tapando su rostro antes de largarme de aquí.
Me quedo con las ganas de saber qué comentarán los polis cuando entren y vean este follón. Cuando Silvia les hable de un hombre invisible.
Pero prefiero perder el tiempo en cosas más placenteras, es finde y se presenta la mar de divertido.
Me voy a dormir un rato, sólo un par de horas, estoy nervioso por volver a coger a otro ser y usarlo como me apetezca.
Buenos días mundo, dentro de un rato nos vemos.
Iconoclasta
No hay comentarios:
Publicar un comentario