Tal vez alguien ha creído que las rosas rojas nacen solas. Que brotan rojas.
Que son rojas por algún motivo evolutivo o aleatorio.
No…
Y mil veces no.
Oledlas, hay un punto acre cuando se mueren. Tienen algo de humano, de animal.
Cuando se marchitan son como sangre seca.
Y es la sangre de las heridas del amor, la sangre las tiñe. Indoloras hemorragias que nos vacían sin darnos cuenta, con dulzura.
Almas que se desangran entre besos y abrazos.
Esperas sangrientas, corazones latiendo a máxima presión. Y todo es rojo y sangre.
Son días de rosas, sí…
Visten su belleza con un ropaje sangriento.
Se alimentan de amores no cumplidos, de amores muertos, amores inconclusos. De amores soñados. De la felicidad del breve encuentro tras una cruel ausencia.
Hermosas y suaves carroñeras.
El dolor de los amantes las ha teñido durante siglos. El amor es un juego de esperas y encuentros. Ellas las rojas rosas, eran blancas. Infinitos amantes las tiñeron de un vehemente rojo.
Las alimentaron con su propia sangre.
Son hermosos vampiros fragantes, esas rosas rojas.
Tocad su tallo, siempre hiriente, punzante.
Es una obscenidad el vasto y doloroso tallo de la aterciopelada flor. Olorosa.
¿Y si es el tallo la vida, el amor, la locura por ti…?
Y la flor la trampa.
Pero es tan bella…
Se alimentan de nosotros, hieren la piel y esplenden con un sangriento fulgor.
Tal vez es que las apretamos demasiado y ellas se defienden; las estrechamos entre nuestras manos como estrechamos a nuestro amor en un encuentro. O en una despedida.
¿No podía ser simplemente un tallo sin espinas?
A veces parece que dios se ríe de nosotros, que él tiene una rosa roja entre sus manos que gotea sobre nuestras cabezas. Pero no es su sangre, los dioses no tienen sangre.
Son perfectos.
Es la sangre de miles de amores muertos, gotas de roja y trágica esperanza llueven a veces sobre nuestras cabezas.
A veces me siento agotado, tocar la belleza comporta un dolor. No es justo, la vida redondea al alza, a su favor. Tal vez soy un animal sucio y grotesco y las preciosas rosas se defienden de mí con esas espinas malintencionadas.
No se me hubiera ocurrido dañar una rosa.
Mi rosa preciosa…
¿No puede haber placer sin un dolor a cambio? Es usurera la vida, como la rosa: cobra un interés abusivo por cualquier dulzura.
Una ternura es un vaso de sangre.
-Sírvame cinco vasos de ternura, camarero. Quiero acabar con esto de una forma feliz.
Rojo indoloro. Terciopelo entre mis dedos.
Mierda…
Las rosas no nacen rojas. Son rojas porque se alimentan de mí, de mi deseo obsesivo por hundirme en un placer. Bucear en ti y dedicarte mi sacrificio de amor: una rosa teñida con mi sangre.
Y mis dedos se cierran con fuerza en el tallo. Es inevitable.
Si hay una lágrima en la entrega mezclada entre los pétalos, es porque a veces el amor no es tan indoloro; a pesar de toda esta ansia, el cuerpo se abandona y fluye el llanto. Pero es precioso, le da el aspecto del rocío.
Y mi sangre sube por sus venas para teñirlas.
Son carnívoras.
Y las amo por cada una de las heridas que me han hecho.
Iconoclasta
No hay comentarios:
Publicar un comentario