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21 de agosto de 2010

Crónica del amor letal



Nunca pensó que podría vivir sin ella; tenía razón, pero falló en el cálculo del tiempo de supervivencia.
Se masturba de costado, dando la espalda a su mujer. Presionando precisa y rítmicamente un glande henchido y amoratado de sangre. Su polla reacciona como su pensamiento a la lejanía de la que ama: amplificando el amor, desmesurando el deseo para llegar a ella como sea. Su pene endurecido es un eco de su pensamiento absolutamente dedicado a ella.
Se siente solo y por alguna razón de instinto y posesión, su erección lo lleva hasta el dolor pensándola, amándola.
Siempre pensó que moriría en el mismo instante en el que ella dejara de amarlo.
Sus dedos resbalan en el viscoso prepucio, arrancando placeres que provocan espasmos musculares que lucha por controlar.
El pantalón del pijama está mojado y cuando desnuda el glande, la tela recibe la sensible carne con dulzura. La dulzura del sexo que desea.
Intenta mover tan solo los dedos, como una pinza que se centra exactamente en el génesis de todo el placer y anular todo movimiento innecesario. Su masturbación es compleja y sus testículos bullen de un semen que presiona indecentemente. Se le escapan micro-gemidos que lucha con todas sus fuerzas por ahogar, para que la que detesta, no oiga.
Que no despierte.
Que lo deje a solas con su pensamiento, con su paja.
Con la que ama más que a su puta vida.
Podría correrse imaginando que la besa, el simple roce de sus labios provocaría una intensa eyaculación.
Va más allá y en su imaginación su lengua lame lenta y potente la raja de su coño, abriéndose paso entre los labios y aplastando un clítoris duro y eléctrico que hace que el vientre que ama se contraiga con cada lamida.
Su glande está bañado de un moco oloroso y sexual, el movimiento del hombro es apenas perceptible, tan sólo el aleteo de un insecto le provocaría un orgasmo. No necesita el puño, está tan excitado que suda su bálano. Sus piernas se estiran, se tensan y con la otra mano, coge los testículos llenos y pesados haciéndose daño.
Las yemas de los dedos presionan ahora dolorosamente el glande; están tensos ante el desenlace. Siente la presión en sus conductos seminales y duele el semen inundando la caverna de su falo. Su vientre se contrae con fuerza y muerde el labio inferior para no gemir cuando el hirviente semen sale con fuerza e inunda el ombligo y de una cálida marea la tela del pantalón.
Se duerme diciéndole que la ama más que a cualquier cosa en el mundo. Duerme como si aún tuviera en su boca y su nariz, el sabor y el olor de su coño puto.
Y la llama puta al oído por tener semejante cuerpo y ella sonríe y le coge la polla sacudiendo el semen que aún gotea.
Mientras duerme, el semen se seca en el pijama y su vientre, en el vello de su pubis.
Cuando despierta, el esperma endurecido ha dejado tirante la piel y evocándola, se rasca suavemente, demasiado cerca de la polla y de los cojones, para limpiar los restos de amor y deseo.
Así ocurre cada noche de un verano tórrido, en las que se encuentra más alejado de ella que nunca. Duele hasta el alma amarla.
Así ocurre cuando se queda solo en la casa y el cuerpo rotundo de la que ama, ofrece sus pezones duros para ser recorridos por su glande cruento.
Duele el pene desconsolado que cabecea gordo entre sus piernas, que incluso en los momentos de mayor cansancio, se expande presionando contra los jeans provocando una excitante incomodidad.
Su boca está llena de baba sexual.
Y todo eso es locura de amor.
Amarla a veces en la lejanía, le hace sentirse condenado, recluido en una vida errónea.
Algo debería ocurrir para evitar esa sensación de estar rasgado: un infarto, un derrame cerebral, algo que él no pueda evitar. Porque voluntariamente no puede dejar la vida. No puede estar sin ella.
Cada despertar deja escamas entre las sábanas, secas láminas de amor que se desprenden con el primer bostezo.
El tiempo pasa lento entre anhelos y frustraciones, entre sueños construidos y abatidos. Sueños que se cumplen en contadas ocasiones, pero que les dan fuerzas para continuar amándose. Han condensado una vida entera en tan sólo unos pocos años.
Un día, sin esperarlo, sin creer que pudiera ser cierto, el dolor padre de todos los dolores se aferró a su cuerpo como una garrapata sedienta de sangre.
Ya es tarde. Ella sonríe a otro como una vez le sonrió a él.
El dolor es cáustico. Está perdido.
El dolor tiene filo de cuchillo que parte el corazón en dos y colapsa los pulmones.
Me duele a mí a pesar del tiempo que ha pasado. No creo que sea una buena idea dejar testimonio de estas vidas, requiere sentir dolor. Estoy tentado de apagar la computadora, temo infectarme de ese espantoso germen del desamor.
Se retira, da un paso atrás. Llegó el momento. Uno es apartado del camino cuando llega otro mejor y más fuerte. O diferente.
El tiempo es caprichoso, y puede crear un amor inquebrantable o puede hacer mediocridad de lo más hermoso. Cómo no... Toca destrucción.
Sonríe llorando y se desconecta del chat sin decir adiós. Cuando el camino se pone duro...
Ella le envía algún correo amistoso, contándole de ese nuevo amigo que ha conocido. El hombre no puede acabar de leerlo y lo archiva en la carpeta con su nombre. No le contesta.
Con el paso de las semanas, no recibe nada de ella.
Y de la misma forma que sentía su amor invadirle desde miles de kilómetros de distancia, siente ahora el doloroso ácido de la indiferencia.
No puede permitirse llorar ante ella, pedirle que no lo deje. Que se convertirá en vómito sin ella.
El tiempo es el disolvente universal y diluye todo aquel amor convirtiéndolo en un triste recuerdo. Incluso deja de ser amor. Incluso duda de que alguna vez hubiera sido amor.
Ahora se masturba por no llorar y aún así, llora con la misma técnica silenciosa al lado de la que no quiere. Las noches son largas, nunca habían sido tan largas.
El dolor lo ocupa todo.
El semen es molesto, se enfría enseguida, es desapacible. Huele mal.
El orgasmo es un llanto que sale sin fuerza y se escurre muerto entre los dedos.
Y continúa dejando escamas al amanecer, ahora son pútridas de desamor. Escamas de un semen cuajado y mohoso. Duele en la piel, ya no hay ilusión alguna.
Arde su pijo cuando se masturba pensando en cuando ella le amaba.
De lo único que puede arrancar algo de orgullo es de su dignidad, de haber dado un paso atrás silencioso, una discreta salida del escenario. Le dijo que sería así, que no tenía que preocuparse. Pero él sí que tenía de qué preocuparse. Sabía del dolor, pero no conocía la correosa mordida del desamor. Ignoraba la infinita magnitud del dolor de no ser amado.
La destrucción de su única y poderosa historia de amor y la más bella que nunca osó soñar, ha llegado imparable como el viento atómico.
No tan poderosa... Se ha deshecho en jirones como la voluta de humo del cigarro que cuelga de sus labios.
No tiene valor para abandonar la vida, como tampoco lo tuvo para abandonarla cuando ella le amaba.
Ahora se rasca las escamas y debajo de ellas sale sangre. Las escamas del olvido tienen poderosas raíces que invaden sus intestinos.
Algo quema sus entrañas: su cuerpo tampoco entiende la vida sin ella.
Quimioterapia le receta el médico. El cáncer de piel está haciendo un agujero en su vientre y el pubis aparece despellejado con pústulas de pus que se extienden hasta el ombligo. Allá donde se formaban las escamas de amor, ahora se pudre.
Repudia la quimioterapia y todo aquello que pueda calmar su dolor, todo aquello que pueda prolongar su vida.
La que no ama no lo entiende, no puede entender que el maldito cáncer haga presa en su hombre. No quiere que muera. Y a pesar de ese dolor que demuestra la mujer que no ama, no consigue tener ni el más mínimo acto de ternura hacia ella. Ni el miedo a la muerte puede traicionar el amor que una vez sintió. La ama en silencio, quedamente por las noches, supurando amor roto por las llagas de su vientre.
Las sábanas al amanecer están manchadas de sangre y piel necrótica. Y sus tripas rugen de dolor al incorporarse. Se cubre con una venda el vientre para poder soportar el roce del pantalón y va a trabajar cada día.
Y cada día huele peor, la llaga es profunda, y una última piel que ha desprendido con sus dedos, muestra el intestino palpitar como un gusano agonizante, aplastado.
El desamor siempre es letal, y él, pobre idiota, pensaba que amar era lo más duro.
Siempre pensó que cuando fuera relegado por otro, no sobreviviría, que moriría fulminado.
Pero ahora escupe sangre, y el humo del cigarrillo parece ácido en sus pulmones.
El desamor es inaguantable y pide al corazón que falle.
Pide que el tumor se extienda rápido.
Se llena de tierra seca las heridas buscando más infección. Que la pus acelere su muerte.
Que los gusanos le coman las costras que sujetan con precariedad sus intestinos.
El tiempo no sólo se ha detenido, si no que avanza para atrás y se eterniza la muerte y la corrupción del alma y el cuerpo.
Pero toda esa podredumbre, no puede distraer la masiva hemorragia de desamor. No existe un dolor más fuerte. Murió su hijo hace años atrás y aquel dolor era soportable.
Ahora ya muere, ya es tarde, el cuerpo ha perdido toda capacidad de regeneración y la mente se ha perdido en algún lugar demasiado remoto dentro de sí misma.
Sus tripas se deslizan a través de la carne muerta, como lombrices mojadas se escurren por sus piernas. Muere en el asiento de la oficina, en un despacho donde le habilitaron para que nadie pudiera oler la carne del leproso del desamor.
La muerte empezó hace seis meses; pero realmente ocurrió hace seis años, hace seis siglos.
El desgraciado ha tenido suerte, ha podido morir por fin, antes de que la verdad le abofeteara de nuevo: un icono de nuevo email parpadea en la esquina del monitor. Sea lo que sea ya no dolerá, ni siquiera importará.
Lo abro y dice:
“Aunque no te lo creas, te extraño. ¿No podrías contarme al menos cómo te encuentras?
Un día me dijiste que si supieras que amaba a otro, te marcharías en silencio, sin una sola queja. Y lo cumpliste. Gracias por ello, corazón.
Espero que no hayas cumplido aquello de “sin ti me muero”, siempre fuiste muy exagerado, muy pasional.
¿Crees que un día podríamos hablar?
Besos.”
He borrado el mensaje, porque si hubiera la posibilidad de que hubiera otra clase de vida tras la muerte, alguien debe hacer algo. Es bueno evitar el dolor.
La verdad es dolorosa e innecesaria.
Soy un hacker sin ambiciones, por puro entretenimiento. Ellos captaron mi atención en una de esas redes literarias, Había una corriente inusual entre ellos. Como un voyeur entré en sus cuentas, asistí a sus conversaciones, a sus deseos y anhelos.
Incluso con un pequeño programa de escucha, intercepté sus llamadas. Sus imágenes de cibersexo.
No era el sexo, no buscaba excitarme. Era la tremenda pasión que había en ellos, la tremenda y dramática emoción que poseía a los amantes, lo que me llevaba a pasar horas oyéndolos, leyéndolos, observándolos.
No me enamoraré jamás, sé lo que se siente.
No vale la pena pasar por ello.
Que esta crónica os enseñe que el amor no es felicidad.
Amar es una cabronada.
Que descanse en paz si puede; porque que si el amor puede ser eterno (que no lo es), el dolor más aún.
Si estáis enamorados, si amar os duele, estáis condenados, aún así, prefiero vuestra muerte dolorosa que la mediocre vida de los vulgares.
Pero yo no me enamoro, da miedo...


Iconoclasta
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2 comentarios:

Lynette dijo...

Qué bien me viene una crónica hoy Magnífica todo.
Beso bermejo

Iconoclasta dijo...

Gracias... Tu presencia es pura adulación. Puro placer.
Beso bermejo, Lynette.