Iconoclasta, provocación y otras utilidades para escapar del negro abismo del agobio.
27 de agosto de 2010
666 Invasión, dolor, placer
Morir es vuestro fin, nacéis para ello. Sois sólo un ornamento en el planeta.
Desde que Dios creó el Universo y hasta que apareció el primer primate, pasaron millones de años. He matado a bestias más inteligentes y comunicativas que vosotros.
Sin embargo, no eran cobardes; y yo no conseguía sacar plena satisfacción de mis actos.
Cuando apareció el primer hombre y le arranqué las uñas de manos y patas, me ofreció a su peluda hembra y la cría que llevaba en su vientre a cambio de no sufrir más. Fue el primer pacto que la especie humana hizo conmigo, con el Mal Puro.
No dejé que la hembra muriera durante el tiempo en el que abría su vientre. Le arranqué su pequeño macho y le aplasté la cabeza contra una roca. Le di el cadáver al neandertal y lo devoró a mi orden. No dudó. Su ridículo pene aún no evolucionado hacia complejas prácticas sexuales, dejaba escapar un incontrolado chorro de orina. Invadiendo la mente de la primate, sentí en mi propia piel el miedo y el dolor que padecían estos nuevos animales. Y me sentí sucio de cobardía.
Os odié instantáneamente, el sólo hecho de ser un invento de Dios era suficiente, pero conocer la textura de vuestro pensamiento provocó la ira en mí.
Al primate macho le permití vivir a cambio de su alma. Murió de viejo. Vivió lo suficiente para hacer saber de mi existencia entre sus contemporáneos y así empezó la humanidad a comprender lo que es el Mal. A temerme y adorarme.
En ese momento supe que nunca me cansaría de torturar, desmembrar, asesinar y enloquecer monos.
Yo invado vuestra mente, yo permito gritar o gozar durante vuestra agonía. Yo decido como morís, porque la muerte no es una decisión que tenga que considerar. Los primates sois cadáveres que no se han dado cuenta de que están muertos.
Descabezados.
Mi Dama Oscura mantiene la boca cerrada y los brazos en cruz. Le permito que sus manos descansen en las argollas del muro, donde cuelgan las cadenas malolientes, sucias de sangre y tejidos podridos.
Y si le permito que se sujete las manos, es por causa de su tremenda naturaleza voluptuosa, cuando le sobreviene el orgasmo, entra en estado de shock, sus piernas se doblan, su espalda se arquea y su vientre parece entrar en erupción.
Quiero que se mantenga de pie durante el clímax de sus orgasmos y no moleste mi trabajo con la lengua. Quiero que se corra de pie en mi boca.
No necesito cadenas para que se mantenga en la posición que le exijo. Invado una parte muy precisa de su mente para controlar algunas partes de su cuerpo dejando su voluntad intacta. Ella asiste a mi invasión con un terror irracional, siempre ocurre, es lo peor que existe: que alguien usurpe la voluntad propia. Por pequeña que sea la presión, es la violación de las violaciones. Es peor que ser atado o encadenado. Infinitamente peor, y si presiono y tomo el control de la totalidad de la mente de un primate, aún es más aterrador, ya que a partir de ese instante, son conscientes de que les queda muy poco de vida. Tener la certeza absoluta de que se va a morir en ese instante, provoca que cualquier primate se aboque a la locura en cuestión de minutos.
He permitido el control de su boca porque me ha retado: no la abrirá para gemir en ningún momento. He dejado sus manos a su control, para que se canse. Sólo controlo sus piernas, que entre ellas, es donde se encuentra su coño profundo y salvaje.
–Esta puta no te regalará hoy un solo gemido –dice con sus desafiantes oscuros ojos entrecerrados y peligrosos.
–Lo sé –le contesto metiendo la mano por dentro de la braguita de blonda blanca que contrasta contra su piel siempre morena.
Está húmeda y resbaladiza la tela, por la vulva se deslizan mis dedos con tal facilidad, que la penetro con tres sin necesidad de empujar.
Deja caer la cabeza hacia atrás llevada por el placer y de su frente se deslizan gotas de sudor que le escaldan los ojos y no puede enjugárselos con las manos. Lagrimea y los lamo, me gusta el sabor salado de las lágrimas. A menudo hago llorar de terror a los primates para obtener una buena copa de lágrimas.
Tal vez monte una granja de humanos para tener lágrimas frescas cuando me apetezca. Los pondré a cuatro patas, haré profundos cortes en sus lomos, y clavaré astillas entre sus vértebras; unos embudos sucios de sangre, recogerán sus lágrimas. Será una técnica que requerirá estudiar muy bien la distancia entre el ojo y el embudo, ya que se pueden juntar lágrimas y mocos.
Nunca se me acaban las ideas cuando se trata de hacer daño a los primates.
Cuando saco los dedos de su vagina, están cubiertos de una densa mucosidad que extiendo por mi falo con tanto entusiasmo, que a punto estoy de acabar masturbándome ante su coño dilatado.
Me llevo los dedos a la boca con obscena glotonería.
Sus ojos son dos rendijas, me odia por no metérsela, sus muslos están temblando y he abierto sus piernas cuanto he podido para que se ofrezca a mí. Que me incite la puta a que la folle hasta que le salga mi pijo hediondo por la boca.
¬–Dime que quieres ser follada, dime que necesitas sentirte llena, a reventar de mí.
No abre la boca. Si yo invadiera profundamente su pensamiento, escupiría esas palabras en el acto.
–Crueles, venid y lamed su coño hasta que sangre.
Los cerdos bípedos, de piel negra y verrugosa recubierta de vello crespo duro, con sus zarpas de oso y afilados colmillos que les provocan perpetuas heridas en los belfos, emergen de la oscuridad de mi húmeda cueva, salen de entre las rocas. Son cuatro.
Sin cuidado alzan el cuerpo hasta la horizontalidad.
La muerte es horizontal y lleva al infierno.
Dos son los crueles mantienen a la Dama en suspensión. Dos los que lamerán la piel de su sexo hasta el dolor.
Lucha por mantener las manos aferradas a las argollas. Sus enormes pechos, se estiran ante el esfuerzo y sus pequeños y contraídos pezones son recorridos por las ásperas lenguas de los crueles que la sujetan. Lenguas largas y anchas que dejan un rastro enrojecido en la piel. Cuando las lenguas se arrastran por ellos, piensa que se los arrancarán.
Los otros dos crueles se han arrodillado frente al altar que es su coño, sus largas lenguas se enredan entre sus muslos y dejan pequeñas heridas en la zona interna.
El dolor no es demasiado fuerte para ella, puede aguantar mucho más, pero mi invasión, su forzada postura y las dos lenguas que ahora han penetrado en su vagina provocan en su gesto un rictus contradictorio de dolor y placer.
La piel que recubre sus costillas parece rasgarse por la agitada respiración. Su boca continúa sellada.
Invado la mente de un cruel y con una uña de su peligrosa zarpa de oso, practica pequeños cortes en el rasurado pubis.
Llevo la uña hasta el clítoris y allí la detengo, el cruel suda, es demasiado básico su cerebro para entender nada de lo que hace. Ni siquiera sabe que estoy dentro de él.
La Dama Oscura separa aún más las piernas, hasta tal punto, que los labios interiores de su vulva asoman como una flor fresca y dejan ver el profundo agujero de su coño. Sangra su espalda, allá donde las garras de los crueles la sujetan con fuerza en alto.
Las lenguas entran y salen de su vagina y la suave piel de sus muslos sangra levemente. Cierra los ojos en un profundo éxtasis.
–¡Méate! –le ordeno.
Y deja escapar suavemente la orina que corre por las lenguas y los rostros de los crueles. Éstos gruñen excitados y lamen con más fruición. La orina corre también por su vientre, gotea por sus muslos. Es un agua caliente que ahora moja mis endurecidos pies.
De mi glande se descuelga un filamento denso que se estira sin romperse, mi glande está tan sensibilizado que siento como oscila y es una caricia más que me lleva a la brutalidad más peligrosa.
–Separad más sus piernas, aguantadla firme.
Los crueles con sus lenguas aún colgando, gruñendo pura maldad, cogen sus piernas y las separan hasta que los abductores de las ingles hacen palidecer la piel morena de la Dama. Las venas de su cuello se han hinchado ante el dolor. Los crueles respiran agitados, inquietos cuando me acerco a ellos y los rozo. Una lengua larga y pesada reposa bajo el pecho izquierdo de la Dama Oscura.
Lamo las venas palpitantes de su cuello, cierro los dientes en una de ellas y siento como su cuerpo se tensa ante la mortal amenaza, su boca sigue firmemente sellada.
Aflojo la tensión de mis mandíbulas y beso la vena, para absorberla y dejar una moratón oscuro en su cuello. Unas gotas de orina manan de nuevo de su sexo y yo dejo escapar la mía entre mis propios pies.
–Puta –le susurro al oído ¬–Pídeme que te empale.
Me mira con una sonrisa lasciva, y saca su lengua mojándose los labios. Sus manos no aflojan la presión de la argolla. Lamo el sudor de su frente e invado con la lengua sus labios entreabiertos, su lengua combate contra la mía con furia. Me muerde el labio inferior y escupe el trozo que me ha arrancado.
Mi pene se endurece hasta la desesperación y el dolor es un cable que une mi labio con la polla. Laten al unísono y una gota de prematuro semen aparece en mi meato que se muestra abierto como su coño.
Pinzo el pezón izquierdo con los dedos y lo retuerzo. Sus ojos se quedan en blanco y una fuerte convulsión de su cuerpo hace que el cuerpo casi se escape de las garras que lo inmovilizan a la altura de mi cintura. Otros pequeños espasmos seguidos e incontrolados como un ataque epiléptico, anuncian que ha subido la cima de un clímax.
Me mira con la sonrisa sucia de sangre.
Ante sus piernas casi desencajadas, lanzo un fuerte manotazo a su pubis desnudo. Saco el puñal de entre mis omoplatos y presiono suavemente el filo en su clítoris.
Deja de respirar y su piel se eriza en un escalofrío.
Cuando deslizo el cuchillo no puede saber lo que ocurre en su coño. Todo su cuerpo se ha convertido en un tenso cable de acero.
Retiro bruscamente el puñal de su sexo y beso su clítoris aplastándolo con la lengua, se deja llevar por la lasitud y de su vagina mana un abundante flujo.
No habla por la boca, pero su coño es poesía pura.
–¡Puta!
He lanzado un grito atroz que resuena hasta el infinito en las paredes de la cueva. Los crueles gimen y he visto por el rabillo del ojo, un ángel asomarse desde la entrada de la cueva con la cara asustada.
Ahora su pelvis se ondula entre los brazos de los crueles, me invita, me incita a penetrarla. Ostenta control sobre mí.
Su vagina palpita deseando ser invadida. Planto mi pene en su coño y presiono sin penetrar.
Las venas de sus sienes y cuello continúan inflamándose por la tensión acumulada. Los crueles gruñen excitados sin atreverse a mover un músculo. Mi Dama muerde su labio inferior hasta hacerlo sangrar, para no lanzar un gemido que nace de la presión sostenida de mi falo en su sagrado coño.
–Traedme a la princesa.
La joven hija del rey de un pequeño principado europeo, es arrastrada por los pelos ante mí por dos crueles, las patadas que le dan la ayudan a moverse como una borracha.
Apenas debe tener quince años. Sus pechos nuevos y aún por mamar, están pálidos, coronados por unas areolas de rosadas y unos pezones blandos que apenas resaltan, son una tentación que devorar.
La Dama Oscura se revuelve furiosa de celos entre las garras de mis bestias sin importarle herirse con las garras que la aprisionan.
Los crueles la elevan en brazos, colocándose a un costado de la Dama Oscura, ofreciéndome en ofrenda satánica su coño cerrado.
Su vagina sellada.
Dos coños ante mí y mi pene expandiéndose y llenando de obscenidad el infierno.
–¿Qué me van a hacer?
No presiono su mente, no la invado. Dejo que el miedo y el dolor la inunden y sus nervios transmitan toda la intensidad de la maldad.
Me inclino ante uno de sus pechos y succiono con fuerza arrastrando la areola entre mis dientes casi cerrados. Grita de dolor y patalea, el movimiento hace que mis dientes rasguen más aún su sensible pecho. Sangra por la espalda, a la altura de los lumbares, allá donde las uñas aceradas de los crueles la sujetan.
Bebo su sangre con delectación y uno de mis dedos recorre la raja de su coño.
El escaso vello rubio de su pubis deja entrever la delicada piel que hay debajo y que nadie ha besado. Ni mordido, ni arañado, ni cortado...
La Dama Oscura ha soltado las argollas y araña los ojos de los crueles. Clava profundamente sus largas uñas en sus globos oculares reventándolos, sangre y un incoloro líquido espeso desciende por sus pelajes plagados de gordas garrapatas y cucarachas de ojos rojos.
La princesita es un pago de su padre. Le libré de la leucemia que lo estaba matando, de la leucemia y del sida que le inocularon por su culo herniado de tanto que lo han follado.
Prolongar su vida ha tenido el coste del cuerpo de su hija y su alma. Cuando muera, su alma será mía y durante toda la eternidad, tendrá a su hija mamando de su pequeño pene. Para siempre, para que se ofenda Dios, para que sangren de vergüenza y asco los ojos de los santos y los ángeles.
Para que Dios se masturbe enfermizamente en su trono celestial, ante la corrupción de este purísimo coño.
Escupo con desprecio en el vientre de mi Dama Oscura para excitar más su cólera. Está a punto de librarse de las garras de mis crueles, ambos están ciegos. Y sus brazos tiemblan de dolor.
Con el puñal dibujo en el estómago de la princesa un imperfecto círculo sin otro fin que provocarle dolor y torturarla. Para mí es una obra de incomparable belleza la dulce sangre brotando por la pálida piel inmaculada.
Me excita.
Cuando la penetro, la sangre de su himen rasgado lubrica mi falo. Es tan estrecha su vagina que la presión que ejerzo desestabiliza a los crueles, pero consiguen mantenerla firme para mí.
Mis cojones golpean sus nalgas aún no formadas. Su pubis se deforma ante la penetración. Y hasta en su vientre siente con un insoportable dolor la gorda cabeza que es mi glande.
Está tan encajada en mí, que a mi orden, los crueles la liberan y sus hombros y cabeza golpean contra el suelo, pero su pelvis está pegada a la mía. Está tan profundamente empalada, que parecemos dos perros enganchados en la cópula. Muevo mi cintura follándola, provocando que su cabeza golpee contra el suelo.
Sangra y sangra su coño, sangran sus vísceras reventadas, sangra su cuero cabelludo. Sangran sus ojos por las hemorragias de los golpes. Toda belleza real se ha esfumado de su cuerpo. Toda cordura se ha corrompido y el dolor es locura y la locura terror.
Una breve eyaculación y el semen rezuma por nuestro coito, ensangrentado y viscoso.
Ya apenas grita y siento la deliciosa vagina acoger y presionar con fuerza los abultados capilares de mi pene.
La Dama Oscura por fin está de pie, los crueles ciegos buscan un lugar donde esconderse y chocan cómicamente contra si mismos, contra las rocas afiladas.
Mueren lentamente desangrados sin encontrar el camino al infierno.
Me ha quitado el puñal de las manos.
Apoya el filo en mi pubis amenazando con cortarlo. Jadea por el esfuerzo y la excitación. Me besa la herida del labio.
Me escupe mi propia sangre a la cara.
Clava el puñal en el pubis de la princesa y corta hacia el clítoris. Cuando se desgarra el tejido, la cintura de la joven princesa resbala por mi pene hasta liberarse cayendo al suelo entre gritos de dolor.
Mi pene bañado en sangre me excita.
La Dama Oscura se arrodilla ante mí y con el filo del cuchillo en mis testículos se lleva mi falo a la boca. Se lo mete tan profundamente que le sobreviene un vómito y los restos de una digestión hieden en el suelo de la cueva. Mi polla ahora está limpia de sangre.
La niña sigue lanzando sus irritantes gritos. Le clava el puñal en la garganta y lo deja allí, para que se ahogue en sangre la puta princesita.
A veces pienso si mi Dama Oscura no fue un error de Dios, un ángel caído en medio de la nada, sin saber ni ella misma de su naturaleza.
Se arrodilla ante mí, retrae el prepucio con violencia y muerde mi glande.
Rujo de excitación y dolor, un fino polvo se desprende del insondable techo negro. La princesita sufre pequeñas convulsiones muriendo.
La belleza del Mal no tiene parangón en el Universo. Muerte y dolor, agonía y eternidad...
La aferro por su melena negra y la obligo a incorporarse, atenazo su coño con mi mano, cerrando con fuerza los dedos, exprimiendo sus jugos.
No gime, no emite un solo sonido y me enfurece.
Fuerzo su mente y araña mi voluntad furiosa, se revuelve contra mí en su pensamiento ante la intrusión. Sin que pueda evitarlo, la obligo a sentarse en mi trono de piedra, con los muslos sobre los apoyabrazos, indefensa su vagina abierta ante mí.
Quería que se corriera de pie en mi boca, incómoda y tensa; pero hay que improvisar cuando las situaciones así lo exigen, soy adaptable, tengo tiempo. Tenemos toda la eternidad.
La penetro sin cuidado y su cabeza golpea la piedra, sus pechos se agitan salvajemente y sus manos se cierran en ellos para evitar el dolor.
Mi bálano aparece untado de una crema blanca, el roce eleva el calor de los sexos amalgamando los fluidos. Pinzo su clítoris duro como una perla y su boca se abre.
Lanzo mi pelvis en otra embestida furiosa y eyaculo con fuerza en su interior, presiono con cada contracción que siento, sosteniendo el orgasmo que crece en ella imparable y se extiende por su pubis, por el vientre, electriza sus pezones y se aloja como una puñalada de intenso placer en su cerebro.
Su flujo abundante rezuma por la unión de los sexos y noto como gotea por mis testículos al suelo.
Un perro con una pata amputada, de pelaje atigrado, lame el suelo y sus miserias.
La Dama Oscura aún se sacude con los ecos del orgasmo.
Hay un momento de silencio, tras de mí, el cadáver de la princesa empieza a apestar el aire. Los crueles muertos son bultos en la penumbra. El sonido profundo de nuestros pulmones es la única prueba de que hay vida en el infierno.
Enciendo un Cohiba y aspiro con fuerza el humo ante el sexo goteante de la Dama Oscura. Me toco distraídamente el pene.
–No me has arrancado ni un gemido, mi Dios Negro.
Y beso su boca profundamente, sin dolor, sintiendo lo que yo no debería pronunciar ni pronunciaré jamás.
Le paso mi puro y aspira de él profundamente.
Observamos el sexo destrozado de la cría de primate, como un objeto decorativo.
–¿Así de fácil te la dio como pago?
–Tiene la esperanza de tener más hijos.
–¿Lo permitirás?
–No. Violé a la reina. Y engendrará una cría de primate con espina bífida. Y vivirá muchos años con ellos. No serán felices jamás, no podrán olvidar su hija primera.
–No tienes piedad, mi 666. Por mucho mal que hagas, no tienes suficiente...
–Nunca, mi Dama Oscura, jamás dejaré de hacer aquello para lo que existo.
–¿Te gustó tirarte a la reina? –me pregunta con un asomo de malicia, de celos.
–Me gustó pudrirla por dentro, en sus entrañas ahora corre la enfermedad de mi semen venenoso. Ya no es bella, su piel se desprende como escamas secas, sus uñas sangran. ¿La oyes gemir abrazada a su embarazo? Sin piedad, mi Dama Oscura.
Iros, dejadnos solos, ya habéis visto bastante, me molestáis.
Ya os contaré más cosas, más muerte y más dolor. Más sexo y aberración.
Siempre sangriento: 666.
Iconoclasta
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