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5 de mayo de 2008

El gusano


El gusano es tan gordo y negro que no parece un ser vivo con ese brillo metálico que centellea de su cuerpo húmedo y viscoso.
Y tiene unos ojos enormes que se clavan desafiantes en los míos mientras repta por mi pierna haciéndome cosquillas con sus cien millones de pies que lanzan micro espasmos a mi piel.
Placeres aberrantes que se propagan directamente a mi bálano, que sí parece de verdad; porque palpita, bulle de sangre el glande. Las venas todas parecen confluir en este puto pijo que me está matando de ansia.


El repugnante gusano, gordo como mi propio pene se enrolla en si mismo y descansa en una pequeña vena de mi pierna: sólo lo hace para clavar sus fauces en ella y sorber mi sangre. No hay consuelo, esa sangre que me roba no afloja la presión en mi pene y parece el sangriento anticipo de una mamada.
Su cuerpo repugnante parece latir al mismo ritmo de mi corazón y es hipnótico ver como se alimenta de algo tan lejano como mi sangre.

Estoy tan enfermo, me siento tan enfermo… Mi cerebro es papilla infecciosa y el gusano sólo busca podredumbre. Estar solo tiene sus inconvenientes y la libertad se ha convertido en una quimera que murió hace muchos años. Tantos como los que ha tardado el gusano en hacerse tan grande y tan terrorífico. Tan lujurioso. Me pregunto si no será un gusano cósmico, un gusano en el tiempo; si el tiempo no es un gusano hambriento.

¿Dios existe y es un gusano? Sólo así entiendo el horror de lo divino, el horror de la bondad.
Al igual que el gusano, mi glande se ha recubierto de una fina película brillante de baba, huele fuerte y cuando sufre una contracción por el torrente sanguíneo que golpea en la mismísima punta del pijo, el placer me eriza la piel y el gusano levanta sus segmentos como una ardilla se pone en pie para otear algo extraño y anómalo. Algo peligroso.

Es tan extraño llorar de soledad y de horror a la vez. Sentir este asco por ese gordo animal que sube por mi pierna y se alimenta de mí… Todo son pensamientos funestos y lúgubres.
No lo entenderé jamás. La locura sólo se vive, no se comprende; y el horror que siento me hace sentir pena de mí mismo.
El gusano llega a la rodilla y tras él ha quedado una media luna grabada en la piel, allá donde se ha alimentado.

Estoy inmovilizado en la cama, hace horas que esto dejó de ser una pesadilla, hace horas que se me ha escapado la orina empapando las sábanas. Hace horas que ya no tengo esperanza de ver un nuevo atardecer.
No quiero verlo, no deseo llegar vivo al atardecer; ni que estos ojos que usa mi mente enferma, perviertan el universo más de lo que está. No podría soportarlo.

El gusano no habla, sólo me mira y de su boca, pequeños filamentos de placer obscenos van dejando un rastro cálido en mi piel.
¿Cómo decirle a mi cuerpo que reaccione, que se levante y aplaste al gusano repugnante y obsceno? ¿Cómo decirle a mi pene que deje de excitarse que el gusano es miseria y muerte y esquizofrenia y alucinación?

¡Qué asco! He vomitado y por mi pecho se extiende un miasma ácido y maloliente. Un vómito provoca otro vómito y tras expulsar la mismísima hiel, me duele el estómago y me arde la garganta.

Y la desesperación hace presa en mí: necesito que me coja el pene con su puño y me lo meneé, ¡coño! Necesito que su boca se lo trague, que se comporte como una puta, cualquier humana mujer, y me libere de esta presión. Estoy tan excitado que hasta una corriente de aire me haría eyacular.
Si pudiera liberar una mano me masturbaría gritando, escupiendo una baba animal.
El gusano ha llegado a la ingle y se interna entre mis testículos. Tengo tanto miedo… Lo noto en mis cojones, lo noto inquieto retorcerse en ellos, sus mil patas me endurecen el escroto como cuero curtido y ojalá ella lamiera mis pelotas, que sorba uno a uno mis huevos, que los empape de su saliva fresca y clara.

Me siento sucio, siento asco de mí mismo. Me siento humillado con el pene tan duro y con el enorme gusano que ahora asoma su nerviosa cabeza por el pubis.
Siento miedo de desear que el gusano clave sus fauces en mi pijo y me haga una mamada, siento asco de estar tan caliente, que me haya convertido en una bestia sin asomo de humanidad.
¿Qué es humanidad? ¿Acaso los humanos no sienten esta perentoria ansia por correrse aún cuando su mente se encuentra razonablemente coherente? Una vez fui humano y no podría haber soportado el gusano en mi piel, el gusano en mi mente, el gusano en mis cojones; pero siempre he deseado correrme, siempre ha sido un buen momento para soltar mi andanada de semen.

Me hubiera levantado la tapa de los sesos antes que caer tan bajo, antes que soportar que un gusano me la mamara.
Pero ahora… Que no me quiten la vida, que nadie me de movimiento, que el gusano haga su trabajo, que el gusano me la mame. El gusano tiene que llegar hasta mi pijo ardiente y amoratado, clavar sus fauces y liberar presión, comerse toda esta podredumbre, sorber mi semen loco.

Pero no, aún se hace esperar. Se enrosca de nuevo, le parece apetecible la vena principal que se retuerce bajo la translúcida piel que recubre el pene y se detiene, siento su minúscula boca perforando, siento la sangre salir. Mi pene cabecea excitado, se agita ante un próximo y repugnante placer-dolor-placer.
Se me escapan los mocos al lanzar un gemido de miedo. Estoy sucio por dentro y por fuera.
Sueños de mierda… ¿Y si no es un sueño? El gusano ha atravesado mi cerebro y ha salido por mi ano. Lo he parido desde lo más perverso de mi mente.

Me la está mamando, noto cada succión y su pequeña boca parece arrancarme el capullo entero. Siento como la leche se va abriendo paso por sitios que desconozco y como inunda algún conducto interior del pene. Siento como si me fuera a estallar la puta polla con una explosión líquida y blanca. Ojalá se ahogue el repugnante gusano.

Unas gotas de sangre se deslizan desde su boca y apenas se distinguen entre el amoratado e hipersensible tejido nervioso y sensible del glande.
Es tan grande el placer que al apretar tan fuerte las mandíbulas, rompo una muela. Me importa poco.

Como en un delirio, me pregunto si el gusano siente placer, porque sus ojos ya no me ven, se han llenado de sangre, dos bolas granates y mates que no pueden ver nada. Sólo intuir, sólo alardear ante el universo. Sin vergüenza, sin asco.
¡Bum!
Ha desaparecido el gusano, ha desaparecido mi polla, y sólo unas gotas de semen quedan entre el ensangrentado muñón de mi pubis.

—Lo siento mucho Al; se escapó. Era uno de esos gusanos del amor que se encontraban en la zona de cuarentena biológica. Aún nos quedan tres por encontrar.

Es Dani, mi amigo, mi compañero. Existe…

Gusanos del amor, así los bautizamos tras observar los grabados de una de las ruinas del planeta Lazaria. En la piedra de un altar, un gusano se alimentaba del pene de un ser con tres piernas. Tal vez no era un pene, pero lo parecía. Durante la toma de muestras, recogimos cuatro gusanos que guardamos en la cámara de cuarentena biológica de la nave.
Empieza a dolerme el pubis ¿es el dolor del miembro fantasma? Nunca mejor dicho.

—Sabes que no queda otra solución, amigo mío. ¿Puedes oírme?

Yo asiento moviendo unos pocos milímetros la cabeza y bajando los párpados. Mi conciencia parece despejarse lo necesario para concluir que estoy muerto. El protocolo de navegación no permite mantener con vida a seres infectados; quedan aún seis años de viaje.
Dani parece un super-héroe con su traje anti-contaminación plateado y el escudo de la aeronave en su escafandra. Aún empuña el cañón nucleo-elemental con el que ha reventado al gusano y mi polla.

Está llorando y apoya la jeringuilla neumática en mi corazón. La droga que el gusano me ha inoculado se diluye y puedo mover mis piernas, pero ya no son piernas. Ahora es un segmento de gusano, enorme y asqueroso. La metamorfosis avanza rápida.
Quiero morir deprisa.
Y yo mismo, cogiendo su mano disparo el émbolo que acabará con mi vida, con lo poco que queda de ella.

A través de la ventana panorámica de mi camarote, el sol de la galaxia Exoland, me deslumbra y me invita a morir medianamente cuerdo.
Un gemido eléctrico de pena, sale por el altavoz del traje de Dani.
No es tan malo morir, lo necesitaba.


Iconoclasta

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