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25 de diciembre de 2006

Delirium tremens

Apenas han pasado 3 horas desde que se han ido los invitados de la cena de Nochebuena, los invitados son sólo familia, la misma familia vista una y mil veces a lo largo del año.
Aburrido, apático, deprimente.

Nunca mejoran estas cosas, siempre van a peor y cada año supera en asco al anterior.
No soy especial, sólo que no bebo, no me emborracho y tengo una asombrosa claridad de cada detalle, de cada palabra, de cada gesto de mierda.
No es bueno meditar tras una reunión familiar, porque acabas convencido que la porquería es la misma, perpetua; sólo que con luces de colores, una iluminación más llamativa.

Y comen como cerdos, arrancan y mastican patas de cangrejos, las cascan con alicates, se ensucian y sorben.
¿He dicho que no bebo? Entonces, ¿por qué parecen cerdos?
¿Lo son o simplemente he bebido vino sin darme cuenta y sufro un delirium tremens?
Porque gruñen, salpican migas de marisco y hablan de que hemos de dar gracias a un puto dios porque los hay peor que nosotros.

Brindo mecánicamente con ellos, sonrío como el más cordial de los fariseos y bebo mi dulce cocacola que devuelve las miasmas que estaba a punto de vomitar al estómago.
Yo no como, se me ha quitado el hambre, y es que no quiero parecer algo cercano a ellos. Sólo quiero ser distante, que me arranque alguien de aquí.

El cigarro no consigue turbarme lo suficiente, nunca lo ha hecho, como mucho, difumina detalles y los hace más soportables. Una boca llena de carne blanca que sorbe vino. Los dedos sucios y las huellas en el vaso.
La niebla que forma el humo no me permite ver el sarro de los dientes, las uñas sucias que sujetan el vaso.
El tabaco lo hace todo más delicado y elegante.

Alguien ríe como un imbécil y los demás también.
O gruñen.
Creo que soy despiadado en mi juicio, en mi falta de tolerancia. Al fin y al cabo son familiares.
Joder, pero si es que tienen rabos con forma de tirabuzón.

- Esto sí que es música.- dice el cerdo más grande, mi suegro. – Y no la mierda que se hace ahora.

Y lo veo más cerdo, más marrano. Más imbécil.
Un palurdo al cual pegar con una vara hasta arrancarle la piel a tiras.
Y no sé si es delirium tremens, pero mi colilla sale de entre mis dedos y se estrella contra su cara en una explosión de pavesas. Me encantan los juegos artificiales si molestan a los cerdos.

¿Podría ser que la mayonesa esté en mal estado y me haga flipar?
Igual sí.
Es tan vívido todo. No puedo dormir, no se me van los cerdos de la cabeza.
Hasta mi amigo el tumor se remueve inquieto en el hueso.
Vaya… La nochebuena me ha inspirado un humor negro. Muy negro.

Negro como el sostén fino de mi cuñada, sus pechos lo llenan, sus pezones presionan la blusa. Quiero follarla, me apetece darle un par de embestidas apartando la braguita, sólo lo justo para que sea rápido, eficaz. Explosivo.
Es que las venas laten y oprimen abajo. Quiero que su coño me empape, desde aquí huelo su humor sexual, dulzón y caliente.

Me siento acalorado y llevo la mano a los cojones para calmar esta excitación.
Por un momento no la he visto como cerda, pero ha dicho no sé que sobre la pobreza en el mundo con un vaso de Ballantine’s en la mano y se me ha vuelto sonrosada la buenorra, incluso gruñía.
Y le han aparecido 8 tetas…
Joder, que mal rollo.

Esta mayonesa está hecha yogur, debe ser eso.
Tengo un pavor que me hace sudar copiosamente, si mi hijo se convierte en cerdo, los mato a todos con un cuchillo.

Otro cigarro, he de fumar y quemar los pulmones, que la sangre se espese, que se ralentice la circulación sanguínea en mi cerebro. Perder el sentido, un coágulo en la cabeza.
Porque mis manos son pezuñas.
Ahora sí que tengo miedo.

Ahora sí que me monto a mi cuñada, a cuatro patas, reventando la mesa llena de comida y de cáscaras de cangrejos, de patas amputadas por dientes blancos que se han convertido en amarillos y sucios colmillos.
Nochebuena…

La música que suena es una mierda, me gusta la de ahora, aunque sea cerdo.
Miro a mi hijo, y no puedo hablar. Pero mis ojos no son porcinos aún, y le ruego que aguante, que no se rinda. Que no se embrutezca creyéndose y asumiendo tanta mierda.
Tantos purines.

Se fueron, en algún momento de la madrugada se fueron. Y la mesa no estaba rota, no había gruñidos, no había ruido ni migas de carne volando por el aire.
Sólo yo, escribiendo, recapacitando sobre los buenos deseos, sobre la paz en el mundo.
Sobre la sinceridad y emoción con la que hablamos en estos días de bacanales y encuentros.

Tal vez, no quiero dormir para seguir disfrutando de este momento en el que no hay cerdos. Porque mañana, más de lo mismo.
Mañana no, hoy.
Y no sé si podré aguantar más mayonesa en mal estado. O más vino bebido distraídamente.

No quiero pasar por otro delirium tremens.
Prefiero ver perros, son más tranquilos, menos gritones.
Haré el pino y me quedaré dormido, más que nada para pasar inconsciente parte de la Navidad.
Es madrugada y haré más corta la vigilia.

Iconoclasta

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