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5 de junio de 2020

Una sociedad de gallinas con smartphones


El hecho de que una sociedad haya entrado en un pánico tan inmovilizador como para que les impida realizar sus actividades más básicas de supervivencia, indica la degradación, el grado de decadencia tan peligroso en la que vive. Es inadmisible para cualquier especie del planeta sufrir semejante cobardía paralizadora.
El coronavirus no es nada comparado con la peste neumónica. Hay cosas peores, mucho peores; so cobardes.
Una sociedad cobarde (aunque sea la cobardía de su gobierno) está abocada a su destrucción o caer bajo el gobierno de naciones o gobiernos con determinación y valentía. Enfermedades y epidemias han existido siempre. Los africanos viven con ellas de forma habitual y no se pueden permitir esconderse y no hacer lo posible para comer, para vivir en definitiva.
Tal vez sea un país africano el que tenga fuerza y determinación para ocupar una nación cobarde como España, por ejemplo.
Es el momento perfecto para guerras invasivas entre naciones.
Es fascinante observar en vivo el colapso de pánico en el que han caído las reses humanas en muchos lugares del mundo. Por supuesto, los más cobardes han sido los representantes de los gobiernos e instituciones. Incluso los militares y fuerzas policiales represoras se han cagado por la pata abajo.
Los cobardes no solo merecen ser esclavizados e invadidos por otras sociedades: deben ser severamente controlados y sometidos sin contemplaciones.
Los países valientes y activos, con determinación de vivir; tienen la responsabilidad de cuidar de la pureza y el vigor de la especie humana: controlando las sociedades acobardadas, incluso evitando su reproducción para evitar más sucias líneas genéticas como las que hoy abundan.
Solo una violencia sin límite que supere en mucho a las muertes provocadas por cualquier epidemia, puede resultar un escarmiento a las decadentes sociedades de la tecnología de las redes sociales. Es la única forma posible de erradicar la podredumbre sobre la que duermen las reses humanas de las actuales sociedades occidentales, tan indignamente decadentes.





Iconoclasta