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5 de noviembre de 2021

Un biólogo aficionado


No se trata de fetichismo, de violar preñadas; soy biólogo aficionado.

Quiero decir que el asesinato no es el fin, ojalá pudiera hacer mi trabajo sin matarlas; pero ya entramos en metafísicas de ciencia ficción. A menos que a las mujeres se les dé la opción de usar en el futuro un útero artificial que puedan tener en sus casas alimentado y atendido; deberé seguir matándolas.

No me follo a las embarazadas que degüello. Me gustan los vientres sin demasiada prominencia y las tetas plenas, sin leche, por favor. Y me gusta joder a mujeres vivas que no estén preñadas, la muerte vendrá luego, ni antes, ni durante el acto sexual. No padezco o disfruto de parafilia alguna, este aspecto de mi vida es simple cinegética reproductiva. Puro instinto ¡ea!

¿Y dónde me proveo de embarazadas? Soy taxista, obvio. No voy a ir a una consulta de un obstetra a pillar una preñada como quien va al supermercado. La biología requiere siempre discreción. Además, a lo sumo abro tres preñadas cada seis meses, el futuro de la especie humana está asegurado. Y sobre todo, se debe a la cautela hacia mi propia seguridad, no me apetecería pasar unos años en la cárcel, soy muy celoso de mi libertad.

En lugar de llevarlas a la consulta del obstetra, las conduzco a un vertedero a veinte kilómetros de la ciudad, y allí las degüello, destripo y disecciono el feto.

Por si quedara alguna duda, dispongo de un inhibidor de frecuencias móviles. Y dosifico un gas que las aturde garantizando mi seguridad con una mampara de metacrilato perfectamente sellada que divide el asiento trasero de los delanteros.

Solo mato a preñadas de seis meses en adelante.

Hace dos años, me quedé con una que ya estaba con dolores de parto; pero son demasiado voluminosas y pesadas para manejarlas con comodidad. Necesito más cantidad de gas para drogarlas. Se me cayó dos veces entre la basura y pensé que no podría hacer mi trabajo, hay que marcar un tiempo para hacer las cosas o corres el riesgo de encontrarte con gente curiosa.

Dicen que cuando matas a una embarazada, matas dos vidas por el precio de una; pero es mentira.

No hay tanta humanidad en la gestación como se piensa la peña, ocurren cosas escalofriantes.

Siempre sospeché de ello desde que pequeño observaba fascinado las fotos de los fetos en internet.

Los fetos humanos se hacen humanos a posteriori, primero es la rata.

Llegó el momento en el que sentí la acuciante necesidad de averiguar la verdad, de corroborar mi teoría nacida de una intuición primitiva. Muy adentro de mi cerebro, como los instintos.

A los diecisiete años, rajé a la madre de mi amigo y vecino Eduardo Galán. Era una madre ya un poco tardía. Regentaba una mercería, y una tarde a la hora del cierre, entré en la tienda con una navaja haciéndole creer que quería robarle. La obligué a meterse en la trastienda, la amordacé y embridé sus manos pies. Con rapidez y torpemente di un tajo rápido. Era la primera vez y sentí que cortaba varias cosas más duras además de la carne del vientre. Corté el feto en dos mitades y era normal, no había rata. No me desanimé, por ello, estaba seguro de que algo olía a podrido en Dinamarca.

He abierto un feto y he visto una rata blanca fundiéndose en él. Así se forman tres de cada diez humanos. Siempre me he sentido fascinado por esos fetos tan jóvenes aún sin extremidades definidas. Podrían ser cualquier cosa en un principio.

La primera vez que abrí a una preñada, el feto era normal; pero a la segunda, lo que yo intuía, se demostró.

Por eso siento repulsión por roedores: nos parasitan al formarnos.

Hay bebés que nacen sin extremidades porque la rata ha muerto antes de que sus huesos y carne se fundieran en uno solo.

No sentí miedo, sentí asco.

Si la embarazada hubiera sobrevivido a la cesárea, habría dado gracias por haber sido rajada a tiempo.

Metí el puño en la barriga le arranqué el feto, lo corté longitudinalmente en dos mitades y allí estaba, una rata que aún agitaba una de sus patas traseras no queriendo morir aún.

Alguna consecuencia tangible y razonable debía haber por la milenaria convivencia entre ratas y humanos.

Los datos son escalofriantes, de treinta embarazadas que he destripado, diez tenían rata.

Repugnante.

A veces siento deseos de destriparme yo, para saber si soy un hombre-rata.

Día último:

La preñada tenía un feto de rata, por alguna razón la rata era enorme sus brazos y piernas eran humanos ¿Es un paso más en su evolución? Cuando la he sacado del vientre de su madre, se ha lanzado a mi cuello y me  ha destrozado la carótida. He podido rajarle el vientre y eviscerarla, pero ya es demasiado tarde. Me desangro.

Ya no hay nada que frene a las ratas humanas, estoy muerto.



Iconoclasta