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5 de abril de 2021

Oda virtual a lo virtual



(en la antigüedad, a lo platónico)



Si fueras humana te abrazaría y besaría, o tendría la posibilidad de hacerlo; pero eres un ser etéreo del que no tengo prueba palpable de su existencia.

El semen jamás se enfría dulcemente en tu piel que amo, si la tuvieras.

La leche cae al suelo desconsoladamente en el lugar donde deberías estar y se enfría como un cadáver abandonado.

Eres una fascinante frecuencia, un conglomerado de bits que vibran anómala y maravillosamente, tan exótica que me lleva a amar desesperadamente lo que no existe, lo impalpable, lo infollable.

Lo que no es aquí y ahora…

Porque tengo que creer para preservar la cordura, que no existes; porque si existieras mi existencia estaría dedicada exclusivamente a tu búsqueda.

Si me desintegrara, si un rayo me hiciera ceniza y mis moléculas se convirtieran en una frecuencia, tal vez tendría una oportunidad de abrazarte, amor.

Pero temo perder la conciencia, todo lo que soy lo que odio y amo. Si no eres capaz de odiar, tampoco puedes amar. Ambas cosas necesitan coraje y determinación.

Y no serviría de nada.

Tú eres una frecuencia y yo solo un trozo de carne aislante.

Sé que en otra dimensión eres carne y coño.

Mi vocabulario es duro porque estoy resentido con la vida y si tengo alguna frecuencia activa, es la ira, cielo.

No eres coño, eres la piel deseada.

Tu dimensión me está vedada.

Eres la película y yo el insignificante público.

No sé si serás capaz de escanear estas líneas y codificarlas en tu lenguaje binario.

Pretendo hacer palpable el amor ahora que la vida me oprime las sienes sin piedad para que mire al frente y no a la fantasía. No hay manos de amor que den consuelo al ansia que la frecuencia provoca, la que hace virtual la piel y su humedad.

Estoy en el límite de la vida, pronto desapareceré. Cuando uno muere, muere todo con él; siento que sea así, que mueras también.

Lo siento infinito.

No puedo decir nada más, no me arrepiento de nada y no hay alegría alguna a la que aferrarme, para alegar a mi propio juicio final.

Moriré como he vivido, insignificantemente atrapado en una insalvable frecuencia.




Iconoclasta