La podredumbre de los actuales políticos es tan nauseabunda como esas orugas peludas y urticantes retorciéndose entre las viscosidades de sus nidos.
Es tan repugnante observarlos que causa fascinación, una hipnosis que impide apartar la mirada de esa asquerosidad pulsante.
En su pornógrafa vanidad, arribismo e hipocresía, se han autoproclamado los auténticos mesías salvadores de vidas y almas. Pero sus fauces babean de pura codicia de dinero y poder. Esa obscena voracidad viscosa de la riqueza fácil, de una pornográfica y publicitada impunidad que pringa toda dignidad.
Y apenas unos pocos ven esa malignidad.
En el año 2020 esta plaga de vomitivas orugas se expandió e infectó el planeta con el coronavirus o covid, retorciéndose impúdicas en sus nidos-poltronas, esperando que la seda del nido se rasgara para devorar la ética, la decencia, la libertad y todo asomo de razón.
Jamás la plaga de políticos procesionarios fariseos había sido tan grande, tan numerosa. Lo han infectado y ensuciado todo, incluso a la especie humana.
Los nidos de orugas políticas llenaron e infectaron las calles y el bosque mismo como nunca antes se había visto en ninguna era.
Y pudrieron el clima y el agua.
Mientras nos subían arcadas del estómago, ellos, los políticos-orugas, engordaban y erigían nuevas dictaduras analfabetas y usureras creando crisis con burda y obvia alevosía ante una masa humana ciega de miedo e ignorancia, de inmovilismo y amén.
Oscurantismo y expolio…
Cada día y a cada minuto las repugnantes orugas se retuercen lujuriosas de poder y mentiras en las pantallas de televisores, teléfonos y ordenadores, en las páginas de los periódicos. Y nadie las mata, nadie las extermina cuando dicen que la libertad es enfermedad y usan la doctrina evangelizadora del homosexualismo y su esterilidad para frenar la reproducción humana en las ciudades superpobladas por humanos y ratas.
Las asquerosas y voraces orugas exigen más espacio que infectar. No pararán a menos que las quemen o envenenen en sus nidos.
Y lo peor que podía ocurrir está pasando, que la mayor parte de esta sociedad decadente, infantilizada, superficial, asexuada, cobarde y analfabeta ha desarrollado amor, respeto y fe hacia ese horror repulsivo de las venenosas y voraces procesionarias.
En algún aciago momento la repulsión y lo sucio se convirtió en adoración, como ocurre con toda religión.
Sucede aquí y ahora. En todas partes.
Estamos abandonados…
Iconoclasta
Foto de Iconoclasta.
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