Iconoclasta, provocación y otras utilidades para escapar del negro abismo del agobio.
11 de febrero de 2009
Un cálido beso
Es hora de un dulce morir, es hora de un beso sereno y líquido, algo que reblandezca las duricias y costras del alma.
Porque es necesario dejar que el amor fluya y dejarse someter a él.
Sería emocionante.
La lucha ha convertido el corazón en un trozo de sílex como el que los antiguos usaban para cazar y matarse. Diríase que retorno a los orígenes del hombre y camino entre el mal y el dolor como si no existiera otra cosa.
A veces el tránsito por la vida depara bellezas que quedan grabadas en la retina como un espejismo de absurda realidad. Las he archivado todas en mi cerebro, sólo me queda irme con la calidez de tus labios.
Es hora de demostrar un cansancio, desidia de vivir.
Que un beso llegue tranquilo como un batir de alas lento. El silencioso planear de una gaviota contra el viento.
Hay un momento para la lucha y otro para la derrota.
Y está el cansancio.
Entiendo al que muere de hambre sin un quejido, entiendo al desnutrido cuyas costillas parecen rasgar la piel y no le importan las moscas que beben sus lágrimas secas. La sal de la vida. Qué ironía...
Entiendo la tranquila respiración del enfermo que ve como su carne se pudre y sus dedos caen.
Y no grita, no llora. Sólo mira al cielo o la tierra y tal vez piense en cómo será posible salir del agujero en el que será enterrado para viajar al paraíso o al infierno.
Necesitará ayuda. Necesitará un beso sereno. Sólo un beso a la hora del final, una delicadeza de la vida, algo que llevarse con una sonrisa.
Nada carnal.
Necesitamos los desgraciados algo dulce, algo hermoso que llevarnos a la tumba. Nadie es tan malo como para morir sin haber conocido la ternura de unos labios que aman a pesar de todo y todos.
A veces pienso que he llegado ahí, donde los sentimientos se han transformado en una osada indiferencia, en un irreparable agotamiento. El cuerpo se devora a si mismo y el alma se encoge, se esconde entre células enfermas. Células que les dicen a otras que es hora de descansar.
“No os reproduzcáis más, no podéis dividiros más veces. ¿No os dais cuenta que ya es tarde para eso? Venga preciosas, a dormir”.
Y si me das tu beso, yo cierro los ojos y no me divido más.
He blasfemado tanto... Gritado, insultado, golpeado y follado como un animal en celo.
Lo he hecho casi todo, pero no recuerdo tus labios en mi piel perdonando mi vida, mis actos.
He visto boquear desesperadamente en busca de aire bendito a los hombres y mujeres que he estrangulado. Y sé que ellos hubieran agradecido un beso que les ayudara a cerrar los ojos, a relajarse ante la muerte inminente después de tanto luchar y al final, perder.
Morir.
Cuando te estrangulan, los segundos duran años. Y tienes tiempo a sentir pena por la vida que vas a perder. Por lo que podrías haber sido, por lo que ha quedado por reparar. Por cosas que ya jamás podrás ver.
Agonizar es sólo arrancar unos segundos más a la vida cuando todo está perdido. Yo no quiero morir así, yo quiero morir en paz.
Un beso en la agonía es un billete directo a la paz.
“Pasajeros, suban al tren de la muerte, y no miren por la ventanilla o sentirán vergüenza y su morir se convertirá en una auténtica pesadilla. Si alguien les ha querido una vez, pidan un beso y cierren los ojos”.
He matado a tantos en mi continuo viajar por el mundo, que mis manos han tomado la temperatura de los cadáveres y mis labios se han secado. No puedo besar sin que me sangren.
Por eso pido un beso líquido como el mar. Un beso en el que sumergirme, en el que ahogarme de paz.
Me duelen las manos, de tanto matar. Y me duele el cerebro de amarte.
Los muertos hablan y me dan las gracias.
Las treinta mujeres, los quince niños y los cuarenta y dos hombres que he matado a lo largo de mi vida, todos están contentos de estar muertos. Soy el que mata a los enfermos y a los desesperanzados.
Soy un suicidador, el terminador de vida.
Por poco dinero mato a los que ya no pueden más con su vida tan dura, como maravillosa es la de otros.
Siempre se me ha dado bien matar, no siento nada, no amo ni odio.
Es sólo un trabajo. Experimento día a día el descontento y me siento en una prisión en este mundo donde todo está detalladamente reglamentado. Donde no quedan sorpresas.
Y eso ayuda a matar a otros, les haces un favor.
He decidido suicidarme porque ya estoy cansado de matar y si me he cansado de ello, no me queda otra cosa por la que desear seguir vivo.
Estás tú, pero no cuentas. Eres un ángel y los ángeles sólo se llevan a los muertos.
Creo que he matado a algunos que no me han contratado llevado por mi deformación profesional. Recuerdo aquel que lloraba porque se le había metido el humo del cigarrillo en los ojos y le partí el cuello. A veces ocurren errores que nos alegran por un momento la vida y nos renuevan la esperanza de que todo pueda cambiar de alguna manera.
Ahora sólo te pido, que cuando mis pulmones paralizados por el veneno ya no puedan aspirar me beses en la mejilla con tus cálidos labios. Me gustaría que fuera en los labios; pero cuando alguien ha bebido un buen trago de veneno, es mejor optar por la profilaxis.
Tú siempre me has ayudado, has comprendido mi trabajo y lo has aceptado desde el primer momento que te lo conté.
¿Te acuerdas? Tenía la cuerda de piano rodeando tu cuello y el dinero que me pagaste por el servicio, asomaba a punto de caerse por el bolsillo de la camisa.
Y sin aire en los pulmones y con el acero a punto de cortar la carne, llevaste la mano a mi pecho y aseguraste el dinero en el bolsillo para que no cayera.
Aquello fue un acto de pura ternura que me descolocó.
Y yo te besé, recuerdo que no fue por amor. Sólo sé que necesitaban tus tristes ojos un poco de ternura para el tenebroso camino de la muerte.
Siempre has sujetado sus brazos cuando yo les rodeaba el cuello con la cuerda y los estrangulaba. Has sentido la muerte apoderarse de sus brazos y la sangre manar cuando la cuerda ha penetrado obscenamente en la carne de sus cuellos. Sabes de lo que hablo, los que mueren no deberían irse jamás sin un beso, es una crueldad innecesaria.
Siempre me has besado apasionadamente tras cada muerte. Diríase que hemos follado sobre sus tumbas.
Y ahora, que todo pesa. Ahora que estoy cansado y que el veneno cauterizador de penas está deteniendo cualquier movimiento interno de mi cuerpo; necesito un beso tuyo que llevarme a la tierra.
Necesitaría que existieras para poderme besar, necesitaría saber que alguien de verdad sujetó los brazos de aquellos valientes que pagaron por morir.
Me gustaría que te hubieras negado a morir tras aquel beso.
Que toda tú, y todos los besos soñados. Que la pasión en las tumbas de mis muertos, hubiera sido real.
Necesito que el recuerdo de tu belleza (una de las pocas cosas hermosas que tengo archivada en mi mente) cree el espejismo de un beso. Una fantasía de una vida plena de muerte y amor.
Moriré como ellos, los otros, sin un beso, sin que nadie los llore.
A quien encuentre mi cuerpo muerto, que no me mire, que no diga en voz alta que he muerto sin un beso.
Que mienta.
Una mentira piadosa, algo de dignidad en un mundo infame.
Iconoclasta
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