Cuéntame tus secretos, susúrrame todas y cada una de tus penas y frustraciones. Confiesa que tu vida es una mierda. Confiesa que no vives, sino que sobrevives.
Que soportas como yo, los días sobre la espalda, penosamente.
Tristemente, mi cielo.
Mi cosmos es negro.
Gravitan las carencias como los satélites en torno al negro planeta sin nombre. Y gravita tu ausencia en mi cerebro creando sinapsis apagadas. Mi pensamiento es unidireccional, directo a ti.
Por eso, mi vida, cuéntame de tus lágrimas. Dime cómo es tu soledad de triste.
Dime todo eso y hazme sentir hombre, quiero ser tu salvación. Quiero ser tu dios, el que ilumine tu camino.
Tu esperanza.
Una puta esperanza que se pudre en la lejanía de un largo recorrido hacia ti y tu cuerpo.
Quiero ser un astro que viaje a tu encuentro arrastrando esta estela de negra pena, de negra ansia por ti. Una estela de improbables besos, una estela de esperanzas que se hacen añicos como gas congelado al chocar contra pequeños asteroides, contra pequeños seres que dificultan mi camino hacia ti, hacia tu cuerpo.
Y si tu vida no fuera lo triste que es la mía, si acaso (maldita seas) fueras feliz; miénteme. Por lo que más quieras. No dejes que viva solo este infierno; no me dejes viajar por este universo oscuro sabiendo que jamás seré correspondido. No puede hacerte daño mentirme. Y sabes que te creeré.
Si lloras, aunque no sea por mí, deja una lágrima prendida en la órbita de la Estrella Desbocada, llegaré a ella y clavaré ese cristal en mi frente: una lágrima de posición en este viaje en el universo oscuro por el cual viajo hacia ti.
Hacia la luz.
Amo cada una de tus penas.
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