El hombre y la mujer se han besado en la mejilla, demasiado cerca de los labios, demasiado nerviosos y ávidos los besos para ser sólo de amigos, de cariño.
Tenemos unos segundos de tiempo antes de que la locura se apodere de nosotros, ese momento preciso previo al encuentro de dos miradas deseosas.
Después de un torrente de sonrisas, de anécdotas banales, de aprender de nosotros, ha llegado el momento en el que las miradas deben reconocerse.
Hoy no hay risas entretenidas ni amistad, hoy se cruzan las miradas, hoy nos reconoceremos deseando elevar la amistad a rango de amor.
Otra vez…
Los ojos se encuentran, se serenan, se reconocen. He pasado por ello, y tú también.
Un instante decisivo en el que podemos caer presas del amor sino vamos con cuidado.
Y nadie quiere enamorarse así como así y ser todo para ella. Ser su universo, su sol, su tormenta.
Y tú mi tormento.
Sería mejor desviar la mirada, no dejar que sus ojos hagan presa en los míos. He de ser valiente, he de ser sensato.
Y recordar todos aquellos dolores de amores incinerados, de angustiosas amneas al besarla; el corazón doliendo, interfiriendo en sus latidos.
Se confunden los corazones, me confunden los corazones.
Nos fusionamos, nos aglutinamos a nivel cuántico.
Fundimos el mundo con nosotros, somos el ilusorio crisol que crea un nuevo universo perfecto y proporcionado.
He pasado por ello y el precio es mi cinismo, mi temor, mi cobardía.
Tengo cicatrices que nunca cerrarán, que sólo un dolor superior, más reciente puede mitigar.
Y no se mitiga el dolor, sólo se enmascara; y suma y sigue.
No aprendo, no aprendemos.
Hay en el azul de tus ojos unas cicatrices profundas que se confunden con vetas que lo jaspean con exotismo y hacen de tus ojos un caleidoscopio de deseos. Las almas se pliegan sobre si mismas ante un nuevo amor, ante lo que se avecina.
Caleidoscopios que anulan la visión periférica y todo eres tú. Y yo no soy nada, sólo un cristal más que gira y se refleja sometido a tu voluntad.
Cuando las miradas se encuentren y la constelación de Eros se refleje en nuestras pupilas, será tarde. Y será inevitable el beso; una caída libre a un nuevo universo engañoso. Otro nuevo espejismo que durará unos días, unos nano-segundos para las fuerzas cósmicas. Todo este amor pulsante que nos confortará, tendrá un inevitable final decepcionante.
Otra andanada de besos que prometen, que rompen voluntades e inventan fantasías que no se cumplirán jamás. Lo sabemos.
Somos sabuesos husmeando amor allá por donde pasamos.
Como cerdos buscando trufas. El cerdo llevado por el aroma de un fruto que no llegará a catar. Su dios-amo, le arrancará de la boca el preciado hongo.
Yo soy el cerdo.
Y todo nace en ese instante en el que las miradas se encuentran y se vuelcan los datos para la programación de un nuevo orden universal, un espejismo que ya no nos engaña. A través de la mirada nos invadimos mutuamente y se destruyen secretos, se destruyen intimidades.
Penetras en mi alma como yo en la tuya, destruyendo cordura y libertad.
Estas cosas pasan, son inevitables como el cáncer y la muerte.
Como la miseria.
El amor destruye. Es ahora el momento decisivo, cuando hasta el pene me duele con solo imaginar lo que te amaría.
Estoy tan cansado, tan decepcionado. Soy un drogadicto de amor dispuesto a desengancharme.
Temo que sea el amor definitivo, el que barra el último vestigio de mi cordura. Estoy cansado de someterme a pruebas de amor.
La silla cae al suelo con estrépito. Las botellas y vasos de la mesa se hacen trizas contra el suelo. El público del local gira la mirada hacia la pareja. El hombre se ha abalanzado contra la mujer que aún sonríe, que aún no ha visto la delgada y larga hoja de la navaja en las manos de él.
Ahora, en este momento decisivo, sólo necesito unos segundos de tiempo para salvar lo poco que queda de mí.
Es ahora cuando apuñalaré tus ojos, los reventaré, no caeré presa de tu amor, de tu belleza, de la piel que tanto deseo.
Un grito desgarrador silencia el rumor del bar.
Créeme, no he podido seguir haciéndolo, bajo las gafas de sol oculto un párpado que he cosido con aguja e hilo; todo este dolor no ha servido para nada, el otro párpado no he podido coserlo. Y no tengo valor, no tengo más capacidad para aguantar el dolor y arrancármelo.
Por eso pincho tus ojos. Es lo mejor para ambos, tú también has sufrido, no tienes que volver a padecer.
A mi no hay quien me ayude, estoy abandonado a mi droga.
Abandonado a ti.
Cerraré tus ojos para siempre.
Incluso ahora, cuando lloras sangre, siento que podría haberte amado por encima de todo.
Ya no me cabe más ruina en mi mente.
No olvidaré jamás tus lágrimas de sangre.
Ha sido por mi bien, ya no podía amar de nuevo, no queda nada en mí por destruir.
Dos hombres sujetan al agresor, la mujer en el suelo, se cubre los ojos acuchillados, entre sus dedos mana la sangre.
Al agresor se le han caído las gafas de sol y luce un ojo tumefacto cuyo párpado ha sido toscamente cosido con hilo de coser. También sangra su ojo.
El otro le llora.
Iconoclasta
Tenemos unos segundos de tiempo antes de que la locura se apodere de nosotros, ese momento preciso previo al encuentro de dos miradas deseosas.
Después de un torrente de sonrisas, de anécdotas banales, de aprender de nosotros, ha llegado el momento en el que las miradas deben reconocerse.
Hoy no hay risas entretenidas ni amistad, hoy se cruzan las miradas, hoy nos reconoceremos deseando elevar la amistad a rango de amor.
Otra vez…
Los ojos se encuentran, se serenan, se reconocen. He pasado por ello, y tú también.
Un instante decisivo en el que podemos caer presas del amor sino vamos con cuidado.
Y nadie quiere enamorarse así como así y ser todo para ella. Ser su universo, su sol, su tormenta.
Y tú mi tormento.
Sería mejor desviar la mirada, no dejar que sus ojos hagan presa en los míos. He de ser valiente, he de ser sensato.
Y recordar todos aquellos dolores de amores incinerados, de angustiosas amneas al besarla; el corazón doliendo, interfiriendo en sus latidos.
Se confunden los corazones, me confunden los corazones.
Nos fusionamos, nos aglutinamos a nivel cuántico.
Fundimos el mundo con nosotros, somos el ilusorio crisol que crea un nuevo universo perfecto y proporcionado.
He pasado por ello y el precio es mi cinismo, mi temor, mi cobardía.
Tengo cicatrices que nunca cerrarán, que sólo un dolor superior, más reciente puede mitigar.
Y no se mitiga el dolor, sólo se enmascara; y suma y sigue.
No aprendo, no aprendemos.
Hay en el azul de tus ojos unas cicatrices profundas que se confunden con vetas que lo jaspean con exotismo y hacen de tus ojos un caleidoscopio de deseos. Las almas se pliegan sobre si mismas ante un nuevo amor, ante lo que se avecina.
Caleidoscopios que anulan la visión periférica y todo eres tú. Y yo no soy nada, sólo un cristal más que gira y se refleja sometido a tu voluntad.
Cuando las miradas se encuentren y la constelación de Eros se refleje en nuestras pupilas, será tarde. Y será inevitable el beso; una caída libre a un nuevo universo engañoso. Otro nuevo espejismo que durará unos días, unos nano-segundos para las fuerzas cósmicas. Todo este amor pulsante que nos confortará, tendrá un inevitable final decepcionante.
Otra andanada de besos que prometen, que rompen voluntades e inventan fantasías que no se cumplirán jamás. Lo sabemos.
Somos sabuesos husmeando amor allá por donde pasamos.
Como cerdos buscando trufas. El cerdo llevado por el aroma de un fruto que no llegará a catar. Su dios-amo, le arrancará de la boca el preciado hongo.
Yo soy el cerdo.
Y todo nace en ese instante en el que las miradas se encuentran y se vuelcan los datos para la programación de un nuevo orden universal, un espejismo que ya no nos engaña. A través de la mirada nos invadimos mutuamente y se destruyen secretos, se destruyen intimidades.
Penetras en mi alma como yo en la tuya, destruyendo cordura y libertad.
Estas cosas pasan, son inevitables como el cáncer y la muerte.
Como la miseria.
El amor destruye. Es ahora el momento decisivo, cuando hasta el pene me duele con solo imaginar lo que te amaría.
Estoy tan cansado, tan decepcionado. Soy un drogadicto de amor dispuesto a desengancharme.
Temo que sea el amor definitivo, el que barra el último vestigio de mi cordura. Estoy cansado de someterme a pruebas de amor.
La silla cae al suelo con estrépito. Las botellas y vasos de la mesa se hacen trizas contra el suelo. El público del local gira la mirada hacia la pareja. El hombre se ha abalanzado contra la mujer que aún sonríe, que aún no ha visto la delgada y larga hoja de la navaja en las manos de él.
Ahora, en este momento decisivo, sólo necesito unos segundos de tiempo para salvar lo poco que queda de mí.
Es ahora cuando apuñalaré tus ojos, los reventaré, no caeré presa de tu amor, de tu belleza, de la piel que tanto deseo.
Un grito desgarrador silencia el rumor del bar.
Créeme, no he podido seguir haciéndolo, bajo las gafas de sol oculto un párpado que he cosido con aguja e hilo; todo este dolor no ha servido para nada, el otro párpado no he podido coserlo. Y no tengo valor, no tengo más capacidad para aguantar el dolor y arrancármelo.
Por eso pincho tus ojos. Es lo mejor para ambos, tú también has sufrido, no tienes que volver a padecer.
A mi no hay quien me ayude, estoy abandonado a mi droga.
Abandonado a ti.
Cerraré tus ojos para siempre.
Incluso ahora, cuando lloras sangre, siento que podría haberte amado por encima de todo.
Ya no me cabe más ruina en mi mente.
No olvidaré jamás tus lágrimas de sangre.
Ha sido por mi bien, ya no podía amar de nuevo, no queda nada en mí por destruir.
Dos hombres sujetan al agresor, la mujer en el suelo, se cubre los ojos acuchillados, entre sus dedos mana la sangre.
Al agresor se le han caído las gafas de sol y luce un ojo tumefacto cuyo párpado ha sido toscamente cosido con hilo de coser. También sangra su ojo.
El otro le llora.
Iconoclasta
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