Amantes
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Raquel se convirtió en su vida, su deseo, su ansia.
Sin Raquel moriría. Y por ella moría día a día, agotado, consumido.
Ella lo amaba tanto que él le daba toda su fuerza, su vitalidad. Era una relación destructiva.
Iván sólo vivía para ella, sus pensamientos se centraban en ella.
Era todo tan difícil ahora...
No debería haber ocurrido así. No debería haber llegado a ese grado de amor, de deseo.
O al menos nunca lo hubiera imaginado.
Pero todo estaba controlado y planeado.
El apenas podía más que dejarse llevar.
Era insano para ambos; una lenta agonía en la cual él moría de amor.
Cuando llegaba a casa de Raquel, ella se apretaba fuertemente contra él, le hacía sentir su voluptuosidad, sus senos erectos presionaban su pecho y su alma. Y él cogía su mano y la llevaba a su miembro duro, a ella le encantaba saber como respondía a su sensualidad innata; el esfuerzo de sacar el pene erecto y duro del interior del pantalón. Le gustaba apretarlo con el puño y sacarlo de allí para arrodillarse ante él.
Y él mantenía un ebrio equilibrio cuando la boca de ella lo acariciaba así.
Y no podía dejar de morir, pequeños hálitos de vida escapan por su pene con cada succión de esa boca cálida y húmeda.
Y ella se hacía más hermosa.
Raquel, tantos años tras ella y ahora...
Sintió que eyacularía, las uñas rojas y largas, rozaban con exquisito descaro sus testículos.
Y él la tiró en el suelo, boca abajo para luego alzar sus nalgas.
Y penetró así a Raquel, sintió como su vagina caliente y viscosa lo tragaba. Era una caída libre y directa al placer. Era el lento suicidio de él.
La meta de ella.
Ella jadeaba, movía su cintura con él apresado en su interior. Iván desfallecía.
Luego un descanso allá donde se amaron, en el mismo suelo del recibidor, unas risas y conversaciones banales de un día como tantos otros.
Raquel dormía durante media hora después de cada coito, se dormía ondulando su vientre, favoreciendo que el semen penetrara profundamente en ella. Ella aseguraba tomar anticonceptivos. Parian sabía que no era cierto, cuando ella dormía o se alejaba de ella y liberaba su mente de esa esclavitud de amor, la mente de Parian trabajaba con lógica y efectividad.
Las tres semanas se habían convertido en 25 años.
Tanto se llegaron a conocer en ese breve tiempo que el tiempo se dilató en sus mentes.
La mentira no pesaba, carecía de importancia. No importaban ya dos siglos de mentiras en la mente de Parian; el amor lo oculta y perdona todo con su manto rojo y viscoso. Porque ella nunca sabrá que la mintió. Todo es amor y deseo, la verdad o la mentira son simples accesorios ornamentales cuando el deseo lo invade y lo oscurece todo alrededor.
O tal vez si que importa, la ama tanto en esos instantes que se le hace imposible imaginar la vida sin ella. A veces se ha sentido tentado de contarle todo.
Salvarla...
Es la décima vez que eyacula dentro de ella.
El fin está próximo.
Iván la engañaba, le decía que cada día trabajaba en una asesoría legal.
Ella era vendedora en unos grandes almacenes.
Pero él no iba a trabajar, deambulaba por las calles y observaba la vida, la civilización.
Luego, cuando ella terminaba su jornada, él la llamaba para encontrarse.
A la cuarta semana, ya no habría más mentiras. En la cuarta semana, eyacularía en ella por duodécima vez.
El había nacido para este fin.
Iván registra por enésima vez el piso, un piso enorme, de 6 habitaciones en la zona alta de la ciudad. Algo impensable para una vendedora en esta civilización.
No hay nada que cuente una historia de Raquel. Epecta no tiene apenas historia. Toda su historia son retazos de conquistas y de una sensualidad letal. Es una reproductora-colonizadora.
En su bolso, disimulado en el forro se encuentra el módulo de comunicaciones y transporte. Se siente tentado de destrozarlo.
Su doble conciencia lo impide. Hay una conciencia inferior controlando sus emociones primarias, hay un código que le permite sufrir hasta casi su propia destrucción por cumplir la misión. No se lo permite, no hay permisibilidad alguna, está obligado. No hay opción. No es libre.
Y mientras la cafetera destilaba café, Epecta-Raquel respiraba profundamente, adormecida aún en el suelo.
Era preciosa.
Y a Parian-Iván le asaltaban imágenes de seres como él asesinados; devorados en vida por los machos de Leptori, el planeta enemigo. El que casi acaba con la vida de Crisalis.
Eso pasó hace más de un milenio. Los leptoritas tienen un instinto colonizador innato y se alimentan de ellos mismos si es preciso. Su afán consiste en colonizar planetas, sentirse poderosos.
Parian es un crisalita cazador. Es un mutante producto de una avanzada tecnología genética que nació del profundo odio que sienten los crisalitas hacia los leptoritas. Crisalis nunca permitirá que los leptoritas se extiendan por el universo; si ello sucediera, Crisalis no podría sobrevivir por segunda vez.
Aprendieron muriendo.
Raquel es una leptorita. Su nombre real es Epecta.
Y debe engendrar hijos en todos los planetas azules que le han sido asignados. Ha de parir dos hembras y cinco machos en cada región importante del planeta. Lo suficiente para que la ferocidad y el poder reproductor arruine la vida autóctona. En poco tiempo se habrán multiplicado en progresión geométrica. Las hembras leptoritas pueden reproducirse con cualquier especie conocida. Los machos sólo pueden reproducirse con sus hembras.
Epecta (y todas las reproductoras-colonizadoras), precisa 12 eyaculaciones para poder engendrar otro ser en unas escasas dos semanas. El macho que ha elegido como fertilizante, será literalmente corroído por los líquidos internos de ella en el último coito.
Dejará a su hijo en cualquier entidad u organismo que lo acoja y con la ayuda de sus mandos en Leptori, adquirirá nuevas credenciales, dinero, vida y trabajo con una simple operación informática.
En cada región elegida no permanecerá más de año y medio.
Es por ello que ha tardado más de 200 años en viajes lumínicos en el universo profundo para encontrarla.
200 años preparado para un enfrentamiento abierto, una lucha... Y todo ha sido tan distinto...
Nada de lo que él imaginaba se había asemejado a lo que estaba ocurriendo.
Parian no precisó entrenamiento para su misión, tan sólo dejarse guiar por sus instintos. Sus mandos se limitaron a enviarlo a través del cosmos como un simple haz de luz. No le explicaron que hacer con ella. Le explicaron que era importante que no fuera consciente de su misión ni su forma de actuar. Que su cerebro, su segunda conciencia se iría abriendo y mostrándole lo que debía hacer como si de un instinto básico se tratara. Las leptoritas son seres letales cuando su vida está en peligro, cuando presienten la amenaza. Tienen un poderoso poder telepático y el cazador debe ser ignorante de sí mismo si pretende cumplir su misión.
Parian teme a su conciencia, a lo que va descubriendo, lo que nace de su interior.
Su amor por ella continúa intacto a pesar de todo y no sabe que desenlace tendrá.
El moriría por Epecta. Ella moriría por él.
Está convencido.
Raquel se desespereza en el suelo y se acaricia el pubis mirando a los ojos de Iván.
-He preparado café, Raquel.
-Eres un cielo.
-¿Por qué no vienes a vivir conmigo, Iván? Estoy segura de que saldrá bien, llevamos tres semanas así y sé que es pronto pero; somos adultos, pruébalo un par de semanas. Te quiero tener todas las horas posibles cerca. No me dejes sola cada día.
-Tal vez más adelante, Raquel. Démonos algo más de tiempo. Conozcámonos un poco más. Yo también te amo pero; necesito un poco más de tiempo.
Raquel se incorporó desnuda y le tomó la taza de café.
-¿Cómo ha ido el trabajo hoy?
Algo imperceptible ocurrió en la mirada de Iván, pareció evaporarse la vida de sus ojos durante una milésima de segundo. Toda su conciencia se retrajo al interior y sus labios respondieron.
-He conseguido un importante contrato para auditar una gran empresa. Ha sido un buen día, de los mejores.
Raquel lo observó atenta y sus labios se fruncieron en un imperceptible esfuerzo. La supervivencia en ella era tan apabullante como su sensualidad, como su capacidad de destrozar a un macho de puro deseo.
Iván se sintió a salvo, su doble conciencia funcionaba. En estos momentos era cuando su amor por ella se disipaba y le dejaba respirar. Era la liberación de una condena. Cuando su conciencia enamorada se relajaba y daba paso a un ser de sentimientos calmos.
Morir de amor por ella era tan duro...
¿Qué ocurrirá dentro de una semana? E Iván continuaba hablando, testigo de si mismo mientras su conciencia, la otra lo mantenía vivo, a salvo de Epecta.
¿Cuál sería la dominante? Estar loco y ser consciente de ello no es una buena forma de vagar por el universo. No es forma de vivir.
-Lo peor de esto es que me tendrá ocupado durante la semana que viene hasta muy tarde y no sé si podremos vernos tan a menudo. Nos han dado un plazo muy corto para presentar el plan auditor.
Raquel frunció el ceño.
-Te compensaré, mi vida. – le dijo mientras la besaba, la bebía.
Cuando hubieron cenado, bien entrada la medianoche, Iván se despidió de Raquel.
-Mañana aunque no pueda venir, te llamo.
-Haz lo que puedas por venir, Iván.
2
Cuando Parian salió a la calle lo envolvió un ambiente cálido, su cuerpo se había habituado a la temperatura acondicionada del piso de Raquel.
Y aún así, se sintió más relajado. Sintió que podía respirar mejor. Que su mente se mantenía tranquila y clara.
Y decidió caminar hasta su piso, se hallaba en el otro extremo de la ciudad. Se encontraba en Barcelona, en el barrio de Sarriá. Tal vez, dos horas de camino hasta su guarida.
El vivía en la zona de Virrey Amat, en el barrio de Porta, un distrito mucho más humilde y superpoblado. Un barrio ideal para seres anónimos que precisan realizar cosas secretas.
Pero tenía tiempo para caminar y se sentía bien sin la presencia de Raquel. Sin ese amor asesino.
Y sus sueños... No recuerda haber soñado en muchos años. Sus sueños son extrañas instrucciones que se repiten, imágenes violentas y sensuales. Seres como él decapitados y devorados por insectoides de piel brillante y dura.
No le gusta dormir, necesita estar muy cansado para quedar dormido y no temer al sueño.
Para no temer a esa conciencia ajena a él que le implantaron en algún momento de su génesis.
¿Ajena? Ya no lo sabe.
Hace apenas dos meses convencionales, que consiguieron la posición planetaria de Epecta gracias a los datos informáticos que pudieron interceptar; esos datos que darían nombre, vida, y dinero a Raquel. Un día más tarde localizaron la región aproximada.
El trabajar en esta civilización era voluntad de ella. Una forma de conocer mejor este mundo.
Encontrarla requirió 2 semanas buscando su aura metálica entre miles de seres extraños y parecidos entre si. No consiguieron más que identificar la región y se basaron en la preferencia de Epecta por los grandes núcleos urbanos para situar allí la guarida de Parian como cuartel de operaciones.
Los crisalitas pueden ver el aura que rodea a los seres vivientes. El aura de un leptorita es opaca y metálica, de color bronce. Destaca entre todas las auras translúcidas de los seres de este planeta.
Durante tres semanas recorrió calles y edificios buscando el aura leptorita, sus ojos estaban cansados, las lentillas que ocultaban su color amarillo constituyeron una tortura hasta que se adaptó a ellas.
Fue en las tiendas de esos grandes almacenes donde vio su aura, ella atendía a una hembra humana, le mostraba prendas de vestir.
El se acercó a ella.
-Eres hermosa...
Ella clavó sus ojos en él, primero fueron fríos como un metal.
En unos segundos se dulcificaron. Sus ojos llameaban de admiración.
-Y tú también.
Parian quedó perdidamente enamorado de ella en ese mismo instante.
Y ella se enamoró con una fuerza violenta, se enamoró de él como si fuera el último macho del universo. El amor de ella eran descargas eléctricas que destrozaban el corazón de Parian.
El amor de Epecta era verdadero, algo que surgía de su naturaleza y no dejaba lugar a dudas de su sinceridad.
Un animal nacido para enamorar.
Mortalmente erótica.
Un aire fresco le animó a caminar más deprisa por las pequeñas calles oscuras y sin vida en la madrugada.
Su transmisor vibró, se desnudó de cintura para arriba en el oscuro portal de un edificio, presionó la cicatriz que había en su axila izquierda y entre coágulos de sangre sacó el aparato.
Era un aviso de sus mandos, una pequeña hembra había sido abandonada hace 6 semanas en un orfanato. Casi con toda seguridad era una hija de Epecta. Debía matarla.
La institución se encontraba a 60 Km de la ciudad y debía dirigirse allí en la próxima mañana.
Parian acudió a un cajero electrónico insertó una tarjeta de comunicaciones y dentro del bolsillo del pantalón, evitando la cámara de seguridad, accionó su transmisor.
El cajero dispensó 900 €.
Llegó a su piso vacío y se estiró en el suelo. Eran las 4 de la madrugada.
3
Sus ojos se cerraron al instante y no soñó.
A las 10:00 despertó y conectó el ordenador portátil y la impresora.
Unos documentos comenzaron a imprimirse. Eran los papeles de adopción para sacar a la pequeña hembra del orfanato. Estaban redactados por importantes autoridades de la región.
Un e-mail dirigido al director del orfanato, haría las cosas más fáciles.
Parian se dirigió a la estación de metro para enlazar con un tren que lo llevara a la población donde se encontraba el orfanato. En una bolsa de deporte llevaba todo lo necesario para la misión.
El lenguaje de los terráqueos en esta región era claro, pero sus sonidos se hacían extrañamente agudos, incómodos a sus oídos.
Agradecía el ruido del tren que amortiguaba las penetrantes voces.
Cerró los ojos y se dejó arrastrar por el estruendo de las vías.
Llegó a la estación de destino al cabo de poco más de una hora.
Un taxi lo llevó hasta el orfanato y quedó en espera tal y como Parian le indicó, dejando en el interior la bolsa de deporte.
Parian se dirigió al despacho de dirección donde presentó los documentos al director.
El director se encontraba evidentemente nervioso por la importancia de las autoridades que firmaban el documento.
-Sr. Somosaguas, es una niña preciosa, debe tener casi dos meses, no tenemos ni una sola pista de su identidad, ni siquiera sabemos su nombre. La hemos registrado como Rebeca.
-¿Está sana? –le preguntó Parian sin atisbo de cordialidad.
-Desde luego, un poco baja de peso para su edad pero; goza de una perfecta salud.
-¿Y su esposa? – preguntó el director.
-Se halla de viaje en Alemania no ha tenido tiempo de llegar; recibimos ayer la notificación; ahora mismo ya debe estar en el avión y espero llegar pronto a casa con la niña. No sabe que he venido a por ella. Quiero darle una sorpresa.
Parian extrajo un sobre del bolsillo interior de su americana.
-Es una aportación para el orfanato, sé que lo empleará de la mejor forma posible.
El director, al abrir el sobre exhibió una gran sonrisa que iluminó su cara triste e indolente.
-Sr. Somosaguas, es usted una persona muy generosa. Le estamos agradecidos por ello.
Una mujer entró con el bebé en brazos, envuelto en una toquilla azul y blanca.
-Esta es Rebeca, su hija. Estoy seguro de que será una niña afortunada con ustedes como padres.
Iván cogió al bebe en brazos con evidente nerviosismo.
El aura de bronce le daba un aspecto sagrado. Un ser tan pequeño e indefenso...
Sintió que pesaba un quintal en sus brazos.
El director sonreía complacidamente.
Se despidieron e Iván salió del edificio con la niña cubierta por la toquilla.
Entró en el taxi y nombró la estación de tren como destino.
Dentro del taxi y ocultando lo que pudo a la niña, cogió la pequeña cabeza y la giró hasta que notó el chasquido de las vértebras al partirse.
Notó en sus manos como el cuerpo del bebé se relajaba y perdía la tensión muscular. Como un muñeco de trapo.
El semblante de Parian era tranquilo, incluso sonreía cuando el taxista lo observaba por el retrovisor.
En su interior no podía evitar sentir una profunda náusea, un deseo incontrolado por sacarse de encima el cadáver de aquella niña.
La maldita conciencia oculta lo invadió, actuando contra sus sentimientos. El crujido de las vértebras y la lasitud que al momento se apoderó de aquel pequeño cuerpo se quedaron grabadas a fuego muy dentro de él.
El taxista hablaba del maldito bochorno que hacía.
Cuando el taxi cruzaba una zona de densos pinares, Iván le pidió que se detuviera.
-La niña... Me temo que le he de cambiar el pañal.
-No se preocupe, aquí podemos parar sin peligro.
El taxi redujo la velocidad y entró en una pineda a través de un pequeño e irregular sendero para situar el vehículo a la sombra de los árboles.
Cuando el taxi se detuvo, Iván abrió la bolsa de deporte y sacó de su interior una pistola. Lanzó el cadáver de la niña por la ventanilla abierta y apoyó el cañón del arma en la cabeza del taxista. Huesos y cerebro de la cabeza del hombre hicieron opaca la luna delantera.
Rebuscó en el interior de la bolsa y extrajo un cuchillo de entre la ropa.
Amputó el pulgar del bebé y con rapidez, introdujo el transductor de un emisor de frecuencias en el tuétano del hueso, aseguró que se mantuviera firme con cinta adhesiva.
El emisor comenzó a emitir pulsaciones como las que un corazón produciría.
A las crías, las reproductoras les inoculan un chip que monitoriza su corazón y así saber si sus hijos siguen vivos. Si la madre supiera de la muerte de su hija, todo se acabaría, se evaporaría con su módulo de transporte y debería volver a buscarla a través del espacio y los planetas. A estas alturas, no podía fallar la misión.
Aunque había otra opción: debería enfrentarse abiertamente a ella, cosa que no sería discreta ni fácil y mantendría alerta al resto de reproductoras dificultando así su localización.
Parian no sabe quienes son, pero hay 10 cazadores más en el planeta. Ellos podrían correr peligro también.
Besó la frente de la niña antes de rociarla con gasolina y meterla en el taxi.
Condujo el vehículo hasta lo más profundo de la pineda, hasta que no se pudo observar desde la carretera; y le prendió fuego.
Comenzó a correr con la bolsa en bandolera hasta alejarse casi un par de kilómetros del incendio que provocó.
Se cambió de ropa y atravesando un par de campos de cultivo, apareció en un barrio del pueblo.
Llegó al cabo de veinte minutos a la estación y tomó el tren de vuelta.
En la oscuridad del piso se quitó las lentillas, se desnudó y se duchó. Pegó la espalda a la pared dejándose deslizar; cansado. Sus ojos amarillos lloraron mientras se frotaba las manos nerviosamente.
No podría volver a hacer aquello.
Pero si que podría, lo haría tantas veces como fuera necesario. Era su naturaleza.
Si Epecta era la cara de la moneda, él era la cruz.
La cruz asesina...
En algún momento de su tormento interior, el cerebro creó y liberó alguna enzima que lo aplacó y relajó hasta dejarlo sumido en una profunda inconsciencia.
Pasaron tres días desde que viera a Raquel por última vez.
El pulgar de la pequeña Rebeca, se flexionaba macabramente vivo en el fondo de la bolsa de deporte, estimulado por el emisor de frecuencias. Enviando falsas señales de vida a un planeta lejano y voraz. Durante las 48 horas no había cesado el rítmico movimiento del pulgar que continuó latiendo, creando un penetrante sonido a roce de tela; era obsesivo. Un sonido que asociaba al crujido de sus vértebras cuando giró aquella cabeza inocente.
Y la 4ª semana comenzó.
4
Llamó a Raquel desde una cabina telefónica.
-Raquel, hoy nos vemos sobre las 22:30 ¿te parece?
-Prepararé la cena, Iván.
Al abrir la puerta, Raquel se lanzó a los brazos de Iván. Le besó como si hubieran pasado años.
Y él comenzó a sentir ese amor angustioso y enfermizo, su propio amor emergió en la conciencia invadiéndolo todo por ella.
-¿Cuánto tiempo has de continuar con ese informe? ¿Cuánto tiempo he de esperar para que vengas a vivir conmigo?
Te necesito, Iván. –le dijo Raquel durante la cena.
Iván comía con verdadero placer el mousse de chocolate cuando Raquel se metió bajo la mesa con una sonrisa traviesa y oprimió sus genitales con dulzura, se reía como una cría contagiándolo. Bajó la cremallera del pantalón y sus uñas rozaron su pene; lo notó crecer oprimido ente los dedos de ella; en su lengua fresca que dejaba caer hilos de saliva en su pubis. Estaba hambrienta, con su lengua rozaba apenas su glande, lo obligaba a seguirla. Iván lanzó su cadera hacia adelante buscando el contacto total de la lengua. Pero ella se retiraba para evitarlo, para excitarlo furiosamente.
Iván sentía como si su pene se extendiera buscándola.
Raquel salió de debajo de la mesa y se dirigió a la cocina, y allí se subió la falda dejando ver su sexo, su pubis poblado. Su vulva dilatada, abierta.
Y se dio la vuelta, abrió sus piernas y le ofreció las nalgas.
Iván se lanzó a ella, y lamió su sexo y su ano entre gemidos sensuales y excitantes. Raquel se convulsionaba entre su lengua.
Sus fluidos eran dulces y viscosos, y el pene de Iván latía como otro corazón más.
Cuando la penetró, ella lanzó un pequeño grito y sacó más las nalgas para facilitar una penetración profunda.
El sentía cada vibración de ella. Se aferraba a sus pechos dejando profundas marcas en ellos.
Raquel se sujetaba el vientre como si con ello pudiera frenar aquello que la invadía por dentro.
Comenzó a gemir más profundamente, un pequeño orgasmo, luego otro más profundo y otro más que provocó que el pene se saliera por la brusquedad de sus movimientos convulsos.
Iván volvió a penetrarla sintiendo como el semen se precipitaba, eyaculó empujando salvajemente, haciéndole daño contra el mueble.
Y ella gritaba que quería más, que la inundara con su leche.
Tan sólo fue un microsegundo, cuando el semen se liberó, en la nuca de Raquel asomaron vellos cortos, duros y negros. Como los del abdomen de una abeja.
Su conciencia se retrajo aún más y al momento olvidó aquella visión. Y continuó inseminando su semen dentro de ella contrayendo fuertemente las nalgas con un orgasmo largo y agotador.
-Iván, te amo. Te deseo tanto, mi tesoro...
Y se recostó en el suelo de la cocina moviendo imperceptiblemente su vientre. Cerrando los ojos con una dulzura imposible de soportar.
Iván con el pene aún goteando semen la miraba fascinado. Disipando las oleadas de placer y amor que le poseyeron. Diluyendo con la inconsciencia de ella ese deseo que parecía extraerle la vida con cada acto.
“Una vez más...” pensó fugazmente, muy dentro de si; tan profundamente, que bien hubiera podido ser otro personaje.
Se fijó detenidamente en el vientre de Epecta, ondulándose, llamando al placer.
Unos gruesos vellos parecían salir a través de su piel blanca. Como los que aparecieron en su nuca. Ella los acariciaba, parecían duros y hostiles.
Un insulto a un cuerpo tan hermoso.
Repugnante...
Raquel comenzó a desperezarse en el suelo e Iván acudió a ella con el mousse de chocolate y allí en el suelo le ofreció de su dedo.
Y ella lamía encantada aquel dulzor.
Acabaron la velada viendo una película, sin verla. Hablando del trabajo, del traslado de Iván al piso de Raquel. De pequeños cotilleos del ámbito cotidiano.
De las cosas que hablaban los seres de esa civilización.
Iván se despidió bien entrada la madrugada.
A medida que se alejaba de Epecta, su mente se relajaba, su cuerpo se distendía y una deliciosa sensación de estar consigo mismo le embargaba.
Unos momentos para pensar en si mismo.
Hace tanto tiempo que no evoca sus recuerdos.
Recuerdos...
¿Qué recuerdos?
El fue un joven crisalita que reía y sus padres...
No hay padres, sólo una micropipeta que lo transportó al óvulo de un útero artificial.
Tampoco risas…
No hay recuerdo alguno. Sólo un vacío.
Parian caminaba en la noche como lo hacen los vagabundos, sin ganas de vivir, sólo consumiendo energía sin fin alguno.
Una profunda depresión se estaba apoderando de él. No había recuerdos de amor, de risa. De Crisalis sólo recuerda el sol azul. La vegetación roja y el agua gris.
Vio ese mundo a través del cristal de un laboratorio, apoyó en él la mano y su mente infantil enfocó una mano adulta.
Su creador sin rostro. ¿Era un recuerdo real?
Se sentía vacío, una mierda…
Se sentó derrotado en un banco intentado entrelazar imágenes y crear el guión de su vida.
Un intenso dolor de cabeza se apoderó de él. Se estiró con las piernas plegadas y las manos sujetando la cabeza. En Crisalis, su creador, un ingeniero genético; analizaba sus ondas psíquicas y mediante una instrucción informática, corrigió aquel desarreglo de la conciencia.
Parian se relajó y las imágenes que se esforzaba por conservar se fueron haciendo humo.
Pasaron unos minutos en los que Parian se encontró desorientado. Minutos después emprendía el camino pensando en su misión e intentando imaginar en cómo la llevaría a cabo. Aquello era lo único que importaba.
No pensó en que nunca fue niño.
Se sentó frente al ordenador.
Se le comunicaba que dentro de 3 días debía acabar el proceso de fertilización de Epecta.
El dedo bebé continuaba latiendo en la bolsa.
De algún modo se durmió y volvió a ver las imágenes de los crisalitas devorados por enormes cíclopes de dientes afilados. Visualizó niños y adultos desmembrados en un baño de sangre.
Una hembra leptorita sacaba con sus pezuñas un hijo del interior de su abdomen, sentada sobre el pecho abierto de un crisalita.
Al bebé lo comenzó alimentar y le daba a chupar el dedo manchado con la sangre de la víctima.
Parian desintegró la cabeza de la madre con una bombardeadora plásmica.
Al bebé lo decapitó con un haz de láser frío.
Colgó la cabeza de su cinturón y...
Parian despertó con el corazón desbocado. Con las sienes latiendo dolorosamente. Sus retinas aún apresaban la luz azul que emitía el sol de Crisalis.
La cabeza del bebé leptorita parecía oscilar en su cadera y llevó la mano allí para encontrar nada.
Eso ocurrió hace mil años.
Y sin embargo, eran sueños tan cercanos...
Vivir para matar hembras reproductoras y sus crías era algo que requería una ausencia de sensibilidad y conciencia que no es habitual entre los crisalitas. Parian es un monstruo entre sus semejantes.
5
Epecta observa detenidamente su reflejo en el espejo, está desnuda en el baño. Se acaricia el vientre y cierra los ojos evocando con placer el sexo gozado. El amor que siente por el semen de Iván la lleva a un momento de éxtasis.
Un leve picor en el vientre y las uñas lo calman suavemente... El picor va en aumento y con las uñas ejerce una mayor presión.
Epecta está deseando la última cópula, la que fertilizará su duodécimo óvulo, el que acabará dando forma a un embrión hembra.
El picor, como otras veces va en aumento. Los once óvulos fertilizados en sus dos úteros se han hinchado, están madurando y han elevado la producción hormonal.
En su rostro, la molestia ha formado un rictus de malestar en sus labios.
Y las uñas acaban ulcerando el vientre con saña. Bajo la piel aparecen las púas de su vientre, su protección contra otros predadores.
De un fuerte tirón desprende toda la piel del vientre y su negro abdomen pulsante de insecto, se muestra en todo su esplendor.
Epecta emite un chirrido agudo apenas imperceptible para los humanos y estirándose en el suelo, reptando con la ayuda de los brazos, roza su vientre contra el frío suelo dando consuelo a la picazón.
Cuando por fin queda dormida, la piel rosada de su cintura se estira cubriendo el negro abdomen.
Epecta sueña con su macho y ser penetrada en lo más profundo de su ser.
En amarlo hasta la muerte. Hasta que Iván, con su último suspiro deposite en ella su preciado semen.
Iván escribía en el ordenador su bitácora del día anterior, cada día emitía un informe para sus mandos. Cada día ocultaba sus angustias y sus carencias para dar impersonalidad al informe ¿o tal vez era esa segunda conciencia de su mente dual la que se encargaba de redactar el informe?
Quedó en silencio, pausando la respiración. Algo no iba bien.
Los movimientos del pulgar de Rebeca habían cesado.
Con rapidez se lanzó a la bolsa de deporte y sacó el dedo y el emisor de frecuencia.
Se había descompuesto la carne y apestaba pero; lo peor es que el electrodo del túetano se había desprendido y dejó de provocar las frecuencias en el dedo.
Con torpe celeridad consiguió volver a conectar el electrodo y el podrido dedo comenzó su lento palpitar.
Un mensaje de alarma apareció en la pantalla del ordenador.
“Parian, ahora es tarde, posiblemente la hembra reproductora ya es consciente de la muerte de su hija. Desconecte inmediatamente el emisor para que no llegue hasta ti siguiendo el rastro de la frecuencia.” El mensaje lucía con rápidas intermitencias de peligro.
Parian desconectó el emisor y lanzó al cubo de basura el dedo.
El mensaje proseguía.
“Manténgase alerta ante un ataque inminente de la reproductora.”
Parian se dirigió a los grandes almacenes situados en un extremo de la Avenida Diagonal, su mente se mantuvo tensa durante todo el trayecto, observando las auras, escrutando miradas y roces. El metro era un medio de transporte confuso e incómodo. Pero era rápido para moverse por la deprimente y artificial ciudad.
Desde una distancia prudencial pudo ver a Epecta trabajando, nada en su actitud hacía pensar que supiera de de la muerte de Rebeca.
Epecta dirigió la mirada hacia donde hace unos segundos se hallaba Iván. Tan solo un maniquí vestido con una combinanción roja le devolvió una mirada muerta.
Epecta se acarició el vientre y pensó en Iván y en amarlo hasta morir.
Hasta que él muriera.
Parian se dirigió al puerto, a respirar el aire salado del mar, era uno de sus sitios preferidos en esta ciudad. Barcelona era apabullante en su caos urbanístico, en su tráfico, en la gente que se agolpaba en las grandes superficies comerciales.
Pero muy cerca del mar, no había nadie.
No había nadie que disfrutara ya de aquel olor, la gente se sentaba en las terrazas de los bares o en los bancos del paseo para observar a otros congéneres suyos.
Nadie permanecía de pie durante horas y horas, oyendo y oliendo el mar.
Si Epecta no sabía aún de la muerte de su hija, lo sabría muy pronto, y eso requería adelantar la cópula si era posible hacerlo.
Al atardecer, Parian comió un bocadillo frío que compró en una panadería y volvió a meterse en el metro. Dirección Horta. Cuando llegó a Virrey Amat, enfiló el paseo Fabra i Puig. En una de aquellas calles paralelas y estrechas, se hallaba su piso.
Epecta sin embargo, eligió una de las zonas más altas de Barcelona. Su enorme piso se hallaba en Sarriá, donde debía enlazar con los ferrocarriles catalanes para llegar hasta ella cuando usaba el transporte público.
Una zona mucho más triste y muerta durante los días festivos, no había vida nocturna en aquella zona.
La gente era mucho más silenciosa y temerosa de la noche.
Desde un primer momento, aquella zona de la ciudad le pareció deprimente.
Pero Epecta era un ser que amaba el bienestar y la ostentación. Su belleza aristocrática la convertía en un habitante ideal de aquel lugar.
Parian subía las escaleras hacia el segundo piso. Era un edificio de 4 pisos de altura. Las luces eran tenues para evitar un excesivo consumo y en los rellanos se creaban zonas de penumbra que él escrutaba de una forma instintiva.
Cuando llegó a su piso, vio un reflejo plateado en el rellano superior, un destello.
Mirando atrás continuamente comenzó a accionar la cerradura con la llave y en el momento en que cerraba la puerta, oyó como alguien llamaba al timbre de la puerta de un piso que se hallaba al final del corredor.
-Estamos promocionando un nuevo producto de telefonía en la zona y... –recitó una voz de acento sudamericano.
Imaginó durante un segundo que Epecta estaba allí, que había conseguido rastrear la segunda señal que él torpemente volvió a emitir cuando se dio cuenta del fallo del emisor.
Sonó el timbre de la puerta y miró por la mirilla.
Era la comercial que había oído llamar a la puerta vecina.
-¿Qué quiere?– preguntó alzando la voz sin abrir la puerta.
-Quisiera informarle de un nuevo producto de telefonía que estamos promocionando por la zona.
-No me interesa.
-Muy bien señor ¿pero al menos le podría dejar el folleto explicativo?
Parian abrió la puerta y no hizo caso alguno del folleto que le invitaba a coger aquella mujer.
Su aura bronce era inconfundible, era otra reproductora.
Algo casi inimaginable.
Súbitamente, ella le empujó hacia adentro y cerró tras de si la puerta.
-Has matado a mi hija, crisalita. No volverás a matar a ningún hijo de Leptori.
Parian corrió hacia el salón y a punto de alcanzar la maleta sintió su hombro derecho reventar.
El brazo de la reproductora se había transformado en una pezuña afilada y dura que se clavó como una lanza.
Los ojos de Parian adquirieron un matiz frío y el dolor desapareció.
Con la pezuña de la reproductora clavada en su hombro y arrastrándola, alcanzó la maleta abierta y pudo asir el mango de un seccionador de queratina. Era la única forma de poder rasgar el exoesqueleto queratinoso de las leptoritas.
Accionó un pequeño mando oculto en el mango y la cuchilla comenzó a oscilar rápidamente entrando y saliendo del mango. En apenas un segundo, adquirió un color blanco intenso de temperatura.
La reproductora alzaba la otra pezuña en la que se convirtió su brazo derecho para asestar otro golpe en la cabeza de Parian.
Parian forzó su cuerpo a un lado retorciendo así la extremidad de la reproductora y provocó que perdiera el equilibrio. La pezuña alzada golpeó el suelo a pocos centímetros del cráneo de Parian.
Pasó el seccionador a la mano izquierda y dislocando el hombro, consiguió poner en contacto el filo del seccionador con la queratinosa coraza de la pezuña que le inmovilizaba.
El corte fue casi instantáneo y el agudo chirrido de dolor que emitió la reproductora pareció reventarle los tímpanos.
Pero sólo él y los perros podían oír el lamento infernal de ese ser.
Se incorporó rápidamente ignorando el dolor y pasó el filo por la parte más estrecha y aguda de la otra pezuña y ésta calló al suelo ensuciando el suelo con una hedionda sangre.
El abdomen de la hembra se expandió rasgando la cubierta de piel humana.
En su vientre estaba madurando otra criatura. Un macho a juzgar por el volumen. Sus extremidades amputadas habían dejado de sangrar y una masa blanda de queratina estaba regenerando los órganos amputados.
-Enviaré tus restos a Crisalis yo misma.
La piel de sus piernas se estaba rasgando allá por donde presionaban las erizadas púas del exoesqueleto.
Parian se lanzó a su vientre y la reproductora desvió el ataque con sus brazos, lanzándolo contra una pared.
Parian arrancó la pezuña incrustada en su brazo, alcanzó la maleta de nuevo y extrajo lo que parecía ser una linterna.
Se trataba de un haz láser frío.
Se lanzó a la carrera contra la leptorita, ésta había mudado su cabeza y parecía una enorme y peligrosa mantis religiosa. Sus ojos asesinos y predadores lo seguían con inteligencia, sus fauces se movían provocando chirridos y los pechos humanos comenzaron a desprenderse.
Parian se lanzó a su cuello tras conseguir situarse a su espalda y el haz láser separó limpiamente la cabeza del tronco.
El cuerpo se movía con fuertes convulsiones golpeando con fuerza el piso y las paredes.
Los vecinos llamaron a su puerta.
-¿Qué coño está haciendo ahí? Llamaremos a la policía.
Parian no respondió, el cuerpo cesó sus movimientos espasmódicos y aferró la cabeza decapitada que aún movía sus fauces peligrosamente.
El cuerpo de Parian se hallaba en estado de shock y los huesos del hombro salían astillados a través del músculo. Un reguero de sangre dejaba tras de si cuando se dirigía a colocar el emisor de frecuencias en la cabeza que llevaba en las manos.
Las fauces se movían levemente y cuando consiguió conectar el emisor al muñón, estas comenzaron a chirriar de nuevo.
Las reproductoras también estaban monitorizadas en Leptoris. Pero este tipo de señales tardaban aproximadamente 36 horas en llegar.
Se aseguró que no fallara la conexión del electrodo fijándolo con cinta adhesiva y dejó la cabeza en un rincón del salón.
Un hedor insoportable invadía todo el piso y abrió las ventanas para ventilarlo.
Registró el bolso de la reproductora y extrajo del forro el módulo de comunicación y transporte.
Con la mano izquierda tecleó el informe de lo ocurrido.
No lo hubo acabado cuando un sonido extraño llamó su atención.
Del conducto de la base del abdomen de la reproductora salió con un ruido húmedo una bolsa membranosa que envolvía a un bebé.
Parian cogió la bolsa sin sacar de ella al bebé y lo golpeó contra el suelo hasta que se convirtió en una masa informe de carne y sangre.
Esperaría instrucciones de sus mandos. Pero su cuerpo acusaba la falta de sangre y el dolor a un nivel inconsciente le hizo perder la conciencia, sus ojos se cerraron contra su voluntad y su cuerpo se relajó en la silla. Cayó al suelo.
Se sintió zarandeado, alguien le hablaba.
-Cicatrizarás en 12 horas. Mantente aquí hasta que no quede rastro de herida, Parian. Lamentamos lo ocurrido, esta reproductora no la teníamos identificada. Están mejorando la encriptación de sus comunicaciones.
Sintió como le inyectaban algo doloroso en la base del cráneo.
-Epecta no puede ver tu herida. Debes mantenerte las 12 horas aquí. Te emitiremos una señal para que despiertes. Recuerda, no podrás resistir otro ataque más. Epecta deberá ser neutralizada según tu plan oculto.
El intentaba susurrar algo pero; no podía. Quería irse de allí, ver el sol azul de Crisalis; no amar, no matar.
Las fauces de la cabeza de la reproductora continuaban chirriando al fondo del salón. Rítmicamente. Y no soñó nada en las 12 horas siguientes.
6
Un bip continuo de la pantalla del ordenador lo despertó, el hedor a descomposición le provocó náuseas.
En su hombro aún se notaba la piel magullada. Pero se sentía fuerte y seguro.
Cortó en pedazos el cuerpo de la reproductora y lo metió en bolsas plásticas herméticamente cerradas. Hizo lo mismo con la cabeza pero; con sumo cuidado para que no se desconectara el electrodo insertado.
Ocultó las bolsas en los armarios de la cocina y respiró aire nuevo asomándose a la ventana.
No era un día demasiado caluroso y a las 9 de la mañana el sol no había calentado demasiado esta región de La Tierra.
Un odio profundo hacia los leptoritas nubló su visión.
Y un profundo deseo de despedazar a Epecta ocupó su pensamiento entero.
Como una vaharada de gas venenoso que hinchaba las venas de su cuello.
Hasta que oscureció se mantuvo casi inmóvil en el piso, alimentando un odio ciego, una repulsión que le producía náuseas.
Salió de casa sin llevar nada encima, sin armas. Directo al encuentro con Epecta. A follarla con todo su asco.
Raquel lo recibe vestida con una bata de gasa transparente, su pubis se muestra difuminado por la gasa sutil que lo cubre.
Sus pezones parecen rasgar la tela que rozan.
Iván desciende al infierno de su conciencia esquizofrénica, enferma; para renacer con un deseo animal, furioso.
Raquel es su vida, sin ella no se puede vivir. No se debe vivir.
El coño de Raquel deja una mancha en la tela de la bata cuando ella misma se lleva las manos al sexo para incitar a Iván.
Iván la apresa entre los brazos y la oprime contra si, la estrecha con la fuerza de un amor destructivo. Pecho contra pecho, presionando sus genitales contra el vientre de Raquel, rozándolo.
Iván rasga la gasa y entre finos jirones queda desnuda. Siente como el pulso se acelera y la sangre se agolpa endureciendo el pene; haciéndolo crecer en la misma medida que besa la boca de Raquel.
Amándola a muerte.
Ella lo desnuda de cintura para abajo, con la premura de la pasión; respirando entrecortadamente. Ahogándose con el pene de él profundamente metido hasta la garganta.
Y él embiste arañándose el glande contra sus dientes blancos y risueños. Perfectos. Pequeños arañazos de la delicada piel de su glande dejan rastros de sangre en los dientes de Raquel.
E Iván la eleva y la tumba de espaldas en la mesa del comedor, abre sus piernas y besa sus muslos, muy cerca de su sexo, tan cerca que el aliento de él endurece el clítoris de ella.
Tan cerca que los dedos de él la invaden de golpe, sin dejarla respirar.
Y ella se mueve narcotizada por el placer que siente allí en su coño dilatado y mucoso.
Sus piernas se abren y cierran e Iván las inmoviliza abiertas en alto con sus manos cuando su pene entra con violencia en el coño de Raquel. Ella gime con una mezcla de dolor y placer. Parian se mueve dentro de ella como si fuera su última cópula, deseándola, amándola.
Sabiendo que ha de morir.
Y sin embargo presiona más adentro, presiona hasta que sus testículos se resienten de los golpes, del cadencioso ritmo.
Si le dijera entre los gruñidos de placer lo mucho que la desea, perdería el goce del momento. Y la golpea con dureza en el pubis, para excitarla; para que ella se sienta castigada por ese erotismo que le traga entero.
Que consume su vida.
Tiene el pene tan entumecido que no detecta que unos pequeños tentáculos se han pegado como sanguijuelas a su bálano, pequeñísimos tentáculos que bien podrían ser vellos.
Epecta tensa el interior de su vientre, sabe bien que ahora se avecina la eyaculación y se deshace de todo atisbo de deseo por ese humano, por Iván.
Un doloroso pinchazo lleva a Parian a liberarse de toda esa lujuria que le esclaviza, de ese deseo irrefrenable.
Miles de crisalitas muertos claman venganza en su cerebro;
Parian y Epecta gritan al tiempo en un orgasmo de odio y de supervivencia.
Parian cae al suelo, su pene se ha liberado y ha quedado grotescamente insertado en el sexo de Epecta, que aún aúlla ante un orgasmo asesino.
Y del pene, del muñón ensangrentando comienzan a surgir pequeñas venas que van engordando, creando en el extremo libre peligrosas puntas afiladas.
Epecta grita cuando uno de esos tallos se mete por su vientre ensangrentándola; desesperada por el terror a morir intenta arrancarse de su sexo el pene. No puede, está profundamente anclado.
Parian la observa con la cabeza ladeada, tranquilo y frío. No siente absolutamente nada por ella cuando los otros 16 tallos afilados se filtran por sus bellos y falsos ojos, por su boca tantas veces besada y deseada.
Por sus orejas.
Por su ano siempre dilatado y suave.
El vientre de Epecta se abre dejando caer un bebé ensangrentado y sus chirridos parecen rasgar la estructura del edificio.
Su miedo sólo es equiparable al tormento con el que es desgarrada.
Tres minutos más para que acabe de morir, para asegurar que no hay posibilidad de recuperación.
Parian puede volver a Crisalis.
Escupe sobre los restos de Epecta y de la cicatriz de su costado extrae el comunicador.
-Epecta está muerta.
Su cuerpo se torna traslúcido y se hace luz. Ahora que está libre de la misión los recuerdos llegan claros y lúcidos. Nació de una probeta, pero su hijo le sonríe en algún momento de su vida, le sonríe la cabeza decapitada por un leptorita.
Su mujer llora por él. Su mujer le espera en Crisalis.
Pero de ello hace siglos.
Están muertos; sus viajes en el tiempo los ha matado a todos con su ausencia.
El dolor de los recuerdos se hace insostenible. Su creador, allí en Crisalis modifica algunos parámetros que alivian todo ese dolor en Parian.
Parian llora convirtiéndose en rayo.
Llorando por lo que ha dejado de existir en su vida.
7
Iván se acerca a Georgina, prendido de su belleza, de su aura metálica y opaca.
-Eres preciosa…
-Y tú hermoso.- le respondió.
Iván es un crisalita, Georgina una reproductora leptorita.
Iván/Parian morirá de amor por ella; Georgina es su vida.
Parian es un cazador de reproductoras.
Un cazador eterno y errante.
Fin
Iconoclasta
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