Soy un trípode, un aparato. Una cosa completamente insensible, no siento nada. Tal vez algún día me cansé de sentir, de oír, de ver, tocar…
Olvidé la pena, el llanto, el amor, el hambre, el color, el calor, el frío y la mierda en la que me hundía.
Soy de un frío metal cárnico.
Mis dos pies están bien afianzados en la tierra y mi pene, la tercera pata, aunque lejos, muy lejos de tocar el suelo, es una barra firme, un caño de líquido espeso y blanco.
Disfruto con este alarde de erección constante. No preciso nada más, sólo la envidia de otros machos, el perverso deseo de ellos y ellas. Mi total indiferencia representa la divinidad. Los dioses son inmunes a todo, como yo.
Es un nivel de existencia superior.
Se me mantiene dura con el niño que se muere de hambre y con los cuerpos destrozados por bombas, por los críos que se abren de piernas ante el turista que los abanica con billetes. Por el coño mutilado de la negra.
Se me pone dura con el que se consume por el sida, se vuelven los cuerpos tan delgados…
Soy el cristo resucitado y mi pene es la redención divina.
A todos les doy apoyo, no importa lo podridos y destrozados que estén. No los amo, ni los odio; siento una completa, total y liberadora indiferencia.
No me importa nadie, es mi pene la muestra de que el mundo está vivo, de que no existe tanto dolor como dicen. Mis venas latiendo, mi glande rosado y mojado. Si hay fuerza en el mundo, mi pene es la prueba. El poder está en mi congestionada polla, es la fuerza divina que no atiende quejas ni risas.
La leche es el maná que a veces se derrama cuando demasiadas manos buscan apoyo, cuando las manos buscan placer.
Son blancos cuajarones de indiferencia lo que se me derrama sin querer, mientras fumo y observo las volutas deshilacharse en jirones de indiferencia.
Un niño exhausto y sin carne asió mi pene para incorporarse, agonizaba; mi pene se mantenía henchido, se agolpaba la sangre por ningún placer, sin excitación. Como Cristo ofrecí mi barra divina a la humanidad y él niño se aferró a él. Me sentía poderoso en mi indiferencia. Se agarró entre temblores, con un esfuerzo titánico se levantó. Ya de pie, consiguió andar unos metros más antes de morir.
Pocos pueden mantener esta erección en una situación así. No tengo la más mínima empatía.
Eyaculé sin placer, sin necesidad, sin excitarme, mi pene es así. Soy un trípode casi irracional.
No siento nada por el dolor de nadie, sólo soy un mecanismo de soporte.
Los que buscan apoyo cuando las fuerzas flaquean, los desesperados de dolor o pena pueden sujetarse a él, no importa que sus manos podridas de lepra me toquen, incluso me hacen cosquillas.
No desfallezco ante su dolor, me da igual, soy un trípode que se mantiene firme ante todo.
Y los poderosos, los que no tienen suficiente ya con la cocaína que esnifan, con las personas que compran para su uso personal, con las vidas que destrozan por pura codicia; ellos son los que se sujetan con la boca, a veces ni se sujetan. Sólo buscan mamar la divinidad.
Incluso muerden con hambre.
Como un Cristo yo les ofrezco mi pene, mi semen.
Tomad y bebed, ésta es mi leche, diría si me importara lo más mínimo.
Y mientras los desesperados se aferran a mi pene para no caer, los poderosos quieren ser como yo, me tocan continuamente, acarician mi pene, están obsesionados por mi potencia, quieren ser insensibles a su podredumbre mental. Quieren eyacular encima de los cadáveres y los sedientos.
Como yo lo hago, sin sentir nada.
No pueden, ni con sus narcotizadas narices, evitar sentirse mierdas con el paso del tiempo.
Me tocan continuamente, ellos son los que más eyaculaciones me provocan.
Vi tanta mierda hasta que decidí ser un trípode para la humanidad, que mis cojones se infectaron.
Creo tener gusanos en mis huevos, creo que mi semen es un cóctel de babas y larvas.
Y siento el picor de la infección, de la pus que se forma. Me rascaría por dentro si pudiera.
Ellos calman mi picor, los poderosos; el presidente aburrido me acaricia, me pasa la mano por el bálano hasta que le riego la boca con mi semen podrido. Me pregunta si me gusta, si disfruto. Y desespera por no oír mis gemidos.
No le respondo, no siento una mierda. Y su mano se acelera quiere que sienta, quiere ejercer su poder hasta para otorgarme placer. No le miro a la cara y sin un solo espasmo mana la leche podrida.
Cuando me derramo entre sus ojos, en su boca, no gimo, no siento nada. Sale el semen como un chorro muerto, grávido, y restos de larvas sacian su sed depravada. Es veneno puro lo que traga, y no me importa que muera con las entrañas devoradas. Vienen él y miles para adorar mi polla, a mamar la podredumbre que han creado.
Este es mi semen, tomad y bebed, porque no me importa si morís o matáis. Me importa nada los que lloran.
No soy humano, ni siquiera animal. Soy cosa.
Mama el juez y el rey cansado de no encontrar putas que superen lo que se tiran. No pueden comprar más de lo que tienen y les sobra dinero, les falta divinidad.
Soy su trípode, para ellos también me hice cosa y aparato. Ellos necesitan saber que hay más, que un pene permanezca inmutable a la muerte y a la miseria les da esperanza de que ellos puedan algún día eyacular con la conciencia enferma y sin vomitar.
Sienten envidia cuando el desamparado se cuelga de mi bálano buscando descanso y ni siquiera soy capaz de mirarlo, de hacer algo más que de trípode.
Ellos ansían este poder que me hace incansable, inagotable, perpetuo y eterno.
Mucho más que un dios renacido. Que un leproso redentor.
Tanto despreciar y sentir asco… Al fin soy lo que todos anhelaban ser.
Soy el trípode del universo.
Ella se cuelga de ahí abajo, y mama y mama y mama…
No siento nada, sólo su voz: “Dime que te gusta, dime que te doy placer” quiere destrozar mi indiferencia. Y chorrea blanca crema de su boca, y se sale de madre ante la lenta catarata de semen que la baña de la boca a los pechos, llora acariciándose su poderoso coño, no puede dar placer al trípode ni con todo su poder.
Dejan dinero bajo a mis pies, sacrificios al indolente Dios Trípode, quieren ser bendecidos por mi semen venenoso. Algunos creen que sin el dinero no saldría esperma por la tercera pata del trípode.
Y pringo a los más miserables con mi leche. No necesito nada de nadie. Me alimento de mí mismo, de mi profundo poder de erección.
Ni siquiera la ropa interior manchada de sangre y orina me provocan curiosidad, ni alarma, ni desprecio.
Tomad y bebed, esto que mana de mi pijo es la ponzoña.
Como un dios os la devuelvo, como un cristo resucitado, ignoro vuestros crímenes, vuestras salvajadas.
Tomad y bebed, esto es mi leche.
No hay maldición ni bendición, sólo la indiferencia hacia vuestra vida, hacia vuestra muerte.
Tomad y bebed.
Iconoclasta
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