La tristeza se extiende en él como una marabunta de hormigas rojas que pican, que duele en cosquilleo allá por donde corren.
Triste como un ruiseñor viejo y sin fuerza para cantar.
Yace en ella.
Solo y oscuro.
El libro abierto muestra el inicio de un capítulo que escribió hace apenas un año, un siglo:
“te deseo hasta el dolor, y a pesar del tormento te amo…”
Apoyado tras el sillón, con las persianas bajadas para inundar de penumbra un lugar lleno de una luz de sol radiante, se arrodilla ante una pena densa y pegajosa.
Una luz que lo desnuda y muestra una espesa añoranza que no sabe ya de donde sale.
El sol es un foco que le hace sudar.
Que lo avergüenza dejando al descubierto medio siglo de fracaso.
Su tristeza se cierne en el pene aprisionado en su mano, en el batir del puño intentando engañar ese manto espeso de una melancolía aniquiladora.
Cambia lágrimas por una corrida, por un semen blanco como una paloma portadora de serenidad.
De buenas nuevas.
De la paloma decapitada y sangre en plumas blancas.
Un nuevo acceso de placer que enmascare la miseria que se le ha cogido a la piel como una sanguijuela.
No puede hacer daño.
No puede hacer el daño que le radia como un mazazo desde el hombro izquierdo hacia el corazón.
El pene no adquiere dureza a pesar de la mano desesperada que lo mueve. Del mudo grito de soledad e impotencia.
Nadie lo quiere ni lo quiso.
Se masturba como otras veces, soñando con una mujer que lo ame, que lo acaricie.
Y sólo hay un respirar entrecortado, no hay placer. Es sólo el batir de un pájaro negro, mojado en lágrimas. Intentando no quedar aprisionado en una pegajosa marea de alquitrán.
Se ha colmatado el alma de tantos deseos imposibles, ya no hay nada en su imaginación. Sólo breves amistades, mujeres que no lo amaron. Amigas…
Es como pudrirse, es no ser nada. Ni un solo beso en los labios, ni un solo abrazo. Palmadas vacías en su espalda.
Tanto soñar y pretender conocer el amor perfecto; quería el sumum del amor.
No un amor normal, algo nada usual.
Encontrar algo de verdad en el pozo de las mentiras.
Se escapa de su boca un prolongado gemido y apenas es consciente de que el glande se está ennegreciendo por falta de riego.
Ni siquiera intuyó vez alguna el amor, nunca lo vio, él tenía que ser perfecto. Esperar a una hermosa afrodita que lo elevara a un cielo de sólido azul y algodón blanco y suave. Joder…
Escritor del amor, y el ser más alejado del sentimiento real.
Escribió que de amor se moría, que la amaba como el mar ama a la costa; como las olas siempre rompiendo en su cuerpo. Eternamente.
Está podrido de soledad, escritor acabado y triste llorando en un salón, tras un sillón en la penumbra.
Y el pene no se endurece, ya ni su cuerpo responde a estímulo alguno. No le queda ni el placer de la autocomplacencia.
La tristeza se ha comido hasta sus fantasías.
Ni el semen cubre con su blanco la negrura.
Y si se acaba esto ¿qué le queda? Un libro, hablar más del amor que no conoce pero sueña que sea así.
Eso es nada, más de lo mismo. La misma mierda repetida en periódico simple.
Y si ya no hay nada, ha esperado demasiado tiempo.
Y Dios cae de golpe encima de él. Clavando sus divinas rodillas en su pecho.
Ese podrido Dios que no existe, que creía que no existía.
Es lo único que ve, porque no hay nada de ese amor soñado.
Sólo hay un Dios reventando su corazón y dejándolo con su pene fláccido en la mano, aprisionado.
Y él no creía en Dios.
¡Qué forma más triste de morir!
Y Dios ríe como una hiena con el hocico manchado de sangre.
Yo también, estos romanticones de final trágico son la hostia; tan exigentes y selectos…
Y sólo para inventarse una idea romántica para follar.
Hasta para un miserable infarto se inventan un dios.
Míralo, tanto amor y ahí lo tienes con la boca abierta soltando baba y la mano crispada encima del corazón. Ni su pene se ha puesto duro con el último estertor, con el último ronquido.
Hasta para morir han de dar la vara, coño.
Iconoclasta
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