"Las supernovas se producen como resultado del estallido final de estrellas suficientemente masivas, una vez que éstas han agotado todo su combustible nuclear: hidrógeno, helio, carbono... El estallido es tan violento que destroza literalmente la estrella, creando una nebulosa planetaria que se expande en torno suyo mientras el núcleo de la antigua estrella colapsa convirtiéndose, según la masa inicial, en una estrella de neutrones o en un agujero negro."
Supernova, estrella peligrosa y letal donde las haya. Discreta en esa inmensidad universal con su dramática carga pulsante. Es un cúmulo de sensaciones difícilmente asimilable por un humano. Muerte luminosa portadora de proteínicas moléculas de vida y mentes. Lanza secretos de pasión y muerte. Sugerente y magnética.
Somos una raza en extinción al borde de la catástrofe. Nos queda poco tiempo de vida para seguir siendo dignos.
Una Supernova arrasará el planeta en las próximas horas.
Somos unos pocos hombres y mujeres con una valentía dramática, con una nobleza metida tan dentro del alma que es difícil correr para esconderse del letal mensaje de la supernova. Nacimos así y estamos orgullosos de ello. Nos propusimos sentirla, subimos a una montaña alta y vieja y clavamos los dedos en la vieja tierra.
Ellos; los otros, corren a refugios, corren sin saber adonde ir. Cogen a sus hijos en brazos y les lloran y les dan mensajes de amor. Nosotros nos acercamos todo lo que podemos a esa supernova espléndida y mortal.
La observamos con un telescopio de plasma líquida, (zoom sensorial de tres trillones de luxes directamente conectado al nervio óptico). Sentimos con claridad, con cada una de sus pulsaciones, un mensaje de pasión y secretos codificados a través de una frecuencia que atraviesa pieles, carnes, huesos y médulas. Apoderándose de nosotros; sin ser conscientes de que la miramos de frente, con la mirada firme. Demasiado concentrados en ella como para sonreír. No usamos gafas ahumadas porque no es elegante morir así.
Y está allí sola, contra el Universo. Le dice que está ahí y que es su turno de ser ella. Y el Universo, cabrón y oscuro, la intenta apagar. Pero ella brilla allí sola, colgada del manto oscuro de la nada, pulsando continuamente por explotar; por conventirse en algo más poderoso que un sol. En un breve sol que dará algo de calidez a un trozo del Universo. No es mucho, pero la supernova lo intenta, lo consigue.
Y nosotros, pobres seres, esperamos recibir sus cálidos y letales rayos, sus incineradores secretos de vida.
Nacer para esperar, esto no es vida. Es el infierno con un decorado precioso. Intentamos sobrevivir con la esperanza de escuchar su in crescendo inhumano, cruel y desproporcionado.
Nos queda tan poca vida...
Que sus rayos lleguen a nosotros; intentaremos mantenernos vivos. Morir con su mensaje es mucho mejor.
Sentirlo entero antes de morir...; si es posible, por favor.
Engañaremos al cuerpo, transmutaremos el dolor de los rayos cósmicos que nos atraviesan en suaves aleteos de pequeñas mariposas de alas amarillas. Somos héroes mirando directamente a los ojos de la muerte.
Mi compañero (un hombre que no conzoco) está muriendo y aguanto la caída de su cuerpo, una mano en su nuca para que su mirada siga pendiente de la supernova. Le poso la mano en el corazón para confortarlo mientras mi espalda se quema por el bombardeo cósmico y le sonrío para que sepa que soy feliz, que no sufro dolor. Mi compañero cierra lentamente los ojos y posa su mano en la mía. Cuando noto su muerte, mi boca intenta gritar para conjurar todos esos secretos que la supernova nos está transmitiendo; ahogo un grito. Tengo miedo.
Es un poco cruel; creo que no sabe que somos poca cosa. Nuestros corazones se han sincronizado con sus pulsaciones, y hay un ansía dolorosa y agotadora. Pulsamos juntos con ella. Estamos indefensos ante su grandeza.
Y mantenemos con un sobreesfuerzo la mirada firme, sin pestañear, esperando que surja de esa crisálida una luz tan potente que dé vida al Universo negro y desolador. Que dé vida a un ser majestuoso.
El Universo parece encogerse un poco ante la magnitud de su luz. Que nos arranque unas lágrimas por fin, relajándonos. Morimos sintiéndonos pequeños. Ardiendo como pequeñas hogueras que no consiguen llamar la atención de nadie.
Un poco apenados.
Iconoclasta
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