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23 de febrero de 2012

Suturando horrores



Puntadas lentas y profundas suturan su vagina entre riadas de fluido lechoso.
Está desesperada y su coño es una fuente que la deshidrata. Ante el espejo de la habitación, sentada a los pies de la cama con las piernas abiertas, atraviesa los labios mayores con la aguja curvada, hace correr el hilo cerrando su coño con el esfuerzo de un dolor mortificante. Una baba sexual y densa se derrama de su vagina; la aguja resbala entre los dedos y una gota de orina que se escapa por una puntada especialmente dolorosa se esparce por el plástico transparente que protege la sábana de raso negro.
La sangre que sale perezosa entre las puntadas enturbia la claridad de sus dedos y de la carne que cose.
Una boca sellada a cualquier polla que quiera entrar sin su permiso, sin su venia.
Ojalá fuera tan sencillo, un deseo tan claro…
Entre dos puntos asoma el clítoris duro e irreverente, por muy fuerte que sea el dolor, se eriza, se desespera, se rebela ante el encierro. Entre todo ese dolor, una caricia suave en ese duro botón provoca que un jadeo profundo y oscuro se escape de su boca.
Siente la tentación de tocarlo más tiempo, de oprimirlo. Abre más las piernas y la sutura en su vagina se tensa. Un trallazo de dolor le provoca un escalofrío en los muslos y algo de excremento asoma por sus nalgas; una marea oscura deslizándose por el protector plástico.
Sexo, sangre, orina y mierda. Y el dolor lo enmarca todo: deseo y paranoia.
Un horror que la realidad esconde…
Un fotógrafo enfermo oprime el obturador y las lágrimas del deseo oscuro crean ríos negros en el rostro de la degenerada.
El fotógrafo desaparece de su mente enfebrecida y ante el espejo se muestra una mujer con algo sangrante entre las piernas sellado por negros hilos. Inflamado y tumefacto. Unos pechos llenos que se rebelan contra el sujetador, rebosando las areolas por las copas, parecen recibir los ecos del corazón. Suben y bajan con desasosiego con el suave roce de su dedo en un clítoris palpitante que deja hambriento.
Se reconoce puta y cierra su coño al mundo, a ella misma.
Se encierra en el dolor.
Se derrama yodo en el coño herido y el frío líquido da sosiego a su corazón acelerado.
Se traga un analgésico ayudada por un sorbo de café frío y se deja caer de espalda en la cama aspirando un cigarrillo, sin hacer caso al excremento frío que ahora toca su coxis.
—Soy una cerda… —y ríe olvidando el tormento de su mutilación.
La humillación es otro dolor, está bien.
Despierta de un sueño que no es más que el desmayo de una mente perturbada y las piernas no se atreven a cerrarse, su vagina está dura, encostrada y siente que late con furia. Alza la cabeza para mirarse en el espejo. Su coño está dilatado, los labios son carne enrollada y prieta. No conocía la magnitud de su sexo.
Sus nalgas están sucias de mierda.
Grita cuando se incorpora para dirigirse a la ducha, la sutura está dura y siente ganas de orinar.
Con la ducha en la mano, dirige el chorro a la vagina. El agua tibia le da paz y deja escapar la orina que se filtra por sus heridas y la obliga a doblarse de dolor.
No seca la vagina, no puede ni rozarla. Con cuidado, se coloca una compresa.
Camina con cuidado y se acuerda de cuando parió hace diez años. La habitación apesta y recoge con cuidado y asco el plástico protector.
Se prepara un sándwich de queso que vomita al instante. Se deja caer en el sofá con las piernas abiertas. La compresa está sucia de sangre y se transparenta en la braga blanca calada. Es un reflejo deforme ante el televisor apagado.
Hace cuatro horas que cosió su sexo y le duele como si solo hubieran pasado cinco segundos. No puede sacar de su mente su imagen reflejada en el espejo, el hilo corriendo y tirando de esa carne suave que tanto placer le proporciona. Su clítoris vuelve a rebelarse a pesar de todo ese daño auto-infligido.
No lo toca, en lugar de ello, toma hielo del congelador y lo mete entre la compresa y su carne.
Su hijo la observa con una sonrisa desde el marco de una foto en la mesita. Sonríe con una cacatúa en el hombro, hace cinco años de aquella foto en la reserva de aves; su padre estaba tras la cámara. Ella se sentía feliz y no tenía el coño hecho mierda.
Llora ante su hijo muerto y rememora el accidente. Un automóvil invade el carril y consigue evitar el choque completo frontal. El impacto lo recibe el lado derecho, donde su hijo va sentado y todos los vidrios del mundo les van al rostro, lacerando la piel lentamente. La puerta se dobla y se convierte en una cuchilla que se clava en el lado derecho de su hijo, rompiendo costillas y cortando pulmones.
Entre la sangre que lloran sus ojos, observa a su hijo intentar coger aire. Solo se le escapa sangre por la boca. Los coches unidos por el impacto, por fin se detienen y queda frente al conductor muerto que asoma su cabeza deshecha y vaciándose de sesos por el parabrisas roto. No le importa, intenta tomar a su hijo en brazos, pero el metal casi lo ha partido en dos y lo aprisiona. Ella desespera y no se da cuenta cuando un médico le inyecta algo y la desconecta.
Era un día hermoso, claro y con un cielo saturado y salpicado de enormes nubes de algodón. Cristian tenía siete años y miraba arriba soñando con algún día poder saltar en esas nubes. Clara se reía ante la ocurrencia, sonreía cuando vio demasiado cerca la cara del conductor que los iba a destrozar.
Despertó en el hospital con un intenso dolor entre las piernas, una parte del eje del volante, se había roto y se había incrustado en el monte de Venus desgarrando la vagina y parte del vientre. Gaspar, su marido se encontraba a su lado cuando despertó. Era médico en ese mismo hospital.
Aprendió que un dolor podía ocultar otro. Y su mente se abrió al placer enfermo a través de las manos de su marido actuando en su espantosa herida.
Las curas dolorosas: gasas empujadas al interior de la carne, coño adentro para limpiar y prevenir la infección. Los tirones de la sutura en su parte más sensible. La monstruosidad de un coño reventado… Su hijo casi en partido en dos a su lado competía por ser un dolor más agudo que el que había entre sus piernas y su vientre.
Los dolores se pelean por ser importantes.
Y la mente aprende a sacar provecho de ello. Aún a costa de la cordura.
La depresión es un caldo de cultivo para las paranoias. Y ahora su coño late de ansia esperando a su médico, a Gaspar.
—¡Clara! ¿Lo has hecho otra vez?
La despierta zarandeándola, tras abrir su bata y descubrir las bragas manchadas de sangre.
Se abraza a él aún sentada y besa sus genitales a través del pantalón.
—Me duele mucho, Gaspar. Me duele hasta el mismo corazón.
Hace meses que el tiempo ha dado un protagonismo demente al dolor de su coño. Es necesario hacerse daño para combatir el horror de Cristian muerto.
Hace meses que Gaspar no puede evitar sentirse arrastrado por su mujer a la misma depravación del dolor. A él también le duele.
Se arrodilla ante ella, y ante la mirada de Cristian.
De su maletín de primeros auxilios saca las tijeras y corta la braguita de Clara.
—Abre más las piernas —le exige con rudeza.
—No puedo, me duele mucho.
Gaspar separa con las manos las rodillas con fuerza y decisión, ella gime. Siente una erección húmeda crecer entre su ropa cuando ve el humor sanguíneo que mana de la sutura prieta.
Se saca el pene por la cremallera del pantalón ante la incomodidad y la visión del clítoris brillando entre todo ese daño.
Ella ha desabotonado completamente su bata y le ofrece los pechos endurecidos, Gaspar coloca una pinza quirúrgica en cada pezón y las aprieta hasta que Clara gime, hasta que los dientes de metal, están a punto de romper la tenue y sensible piel.
Por la vagina se desliza una baba rojiza que Gaspar lame suavemente a pesar de que ella intenta aplastarle la boca contra su sexo, agarrando su nuca con las manos.
La tijera entra veloz en el primer punto, el más cercano al ano y corta de golpe. La mujer eleva las piernas por el dolor intentando apartarse de su marido, él no lo permite y corta otro punto más.
—No te muevas… —le dice al tiempo que pellizca su vagina en la zona superior, sobre el clítoris.
Clara hace rechinar los dientes de dolor y placer. Permanece quieta y expectante con el corazón bombeando pura adrenalina.
Él frota ahora sus labios cosidos con el pene, presionando con fuerza, sintiendo las contracciones de dolor de su mujer. Ella tira de las pinzas consiguiendo desgarrar la piel de los pezones.
Gaspar corta rápidamente los once puntos de sutura que aún restan y Clara se muerde los labios por no gritar. Siente el placer de la liberación de su coño y el dolor que la lleva al placer más insano.
—Métemela ya. Jódeme, cabrón.
—Tendrás que hacer algo por mí —dice Gaspar incorporándose y abandonando el coño húmedo de sangre y baba sexual.
Se arrodilla en sillón, a su lado, y le hace coger su pene.
—Descubre el glande, Clara.
La mujer cierra el puño y tira del prepucio. Exhala un suspiro de placer al observar el meato cosido con dos puntos de sutura, los cabos están sueltos.
—Tira de ellos con los dientes.
Con los dientes estira los hilos y la sangre mana cubriendo el glande. Gaspar empalidece ante el dolor y sus testículos se contraen. Se ha mordido el labio hasta hacerlo sangrar.
Clara le da consuelo metiéndose profundamente el bálano, hasta la úvula y provocándose una arcada.
Ante la mirada de Cristian, hacen un coito ensangrentado con un dolor que le haría girar la cara a dios si existiera.
El dolor es el remedio a su horror.
Un día aparecerán desangrados unidos por sus sexos mutilados.
Suturando horrores, combatiendo el dolor con más dolor. Como si fuera posible…
Cristian continuará sonriendo con su cacatúa al hombro.
Todos muertos, ya no hay dolor.



Iconoclasta

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2 comentarios:

Anónimo dijo...

¡Muchas gracias!, necesité este relato para masajear mi imaginación.

Iconoclasta dijo...

Gracias a ti por tu comentario, Eleme.
Saludos.
Buen sexo.