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22 de agosto de 2011

Semen Cristus (13)



—Ya sabes que necesito meterme caballo, así que luego no me vengas con historias —le decía a María mientras masticaba el bocado que le había arrancado al bocadillo de longaniza.
En la estrecha mesa de la cocina, María lo miraba fijamente, divertida.
—A mí lo que me importa es que hagas bien tu trabajo. Y si lo haces bien, te aseguro que ganarás más dinero del que hemos acordado, dependerá de ti.
María sirvió un café y ambos encendieron un cigarrillo. David empezaba a acariciarse con nerviosismo los antebrazos. El mono le estaba subiendo.
—Soy santera, curandera. Y vivo de lo que la gente me paga por ayudarla. Y las ayudo aquí en casa. En el establo tengo montada la consulta y es ahí donde quiero que me ayudes.
—Yo no creo en esas cosas; ni dejo de creer.
La frente de David se había perlado de sudor.
—Anda, métete el caballo y vamos al establo, que te enseñaré tu trabajo.
David inició el ritual y cuando sus ojos estaban a punto de cerrarse, María le invitó a seguirla al establo.
Cuando las puertas de madera casi podrida se abrieron, el hedor que salía de allí y los ronquidos del puerco le despejaron la mente durante unos segundos.
—Este será tu puesto de trabajo —le dijo María cuando llegaron frente a la cruz.
—¿Qué quieres decir? No lo entiendo.
La mente de David se había aletargado, y el Diazepán que iba disuelto en el café lo estaba llevando directamente en caída libre al país de los sueños y las alucinaciones.
—Ven, confía en mí. Serás el actor principal de una película que haremos para nuestras feligresas. No temas, es todo placer. Un engaño para que esas guarras pasen un buen rato.
María le empujó para que subiera a la escalera y acomodara los pies en el poyete del poste de la cruz. David se dejó atar los pies y las muñecas, sólo deseaba dormir.
Cuando María metió la mano dentro del pantalón y cogió el pene, David deseó que se lo chupara. Protestó cuando vio que metía con habilidad su miembro en un sucio tubo de vidrio.
De pronto, el tubo vibró, David contuvo la respiración.
—Serás Semen Cristus a partir de ahora, te enseñaré que has de decir en todo momento y sólo tendrás que correrte. Sólo eso, Mi Semen Cristus.
A David se le escapó una risa ebria. Y de fondo, el placer que le producía aquel aparato, le hacía jadear.
—Repite David: “Bienaventurados vuestros coños sedientos de mí”.
David repitió con un hilo de voz. Las frases que María pronunciaba, se grababan en su cerebro certeramente. Todo era placer: la droga en su sangre, el viaje de su cabeza, su cuerpo descansado y lacio. Su pene gozando...
—Mi leche es la hostia bendita con la que habéis de comulgar.
Cuando David eyaculó, entendió su trabajo. Y le gustó.
María lo liberó de la cruz. El chico estaba demasiado colocado para volver a casa; lo dejó durmiendo en el establo, el cerdo roncaba contento de tener compañía y un par de escarabajos se enredaban en el sucio cabello del drogadicto.
Cuando María escuchó el motor de un coche aproximándose a la casa, se guardó en el bolsillo de la bata el pasamontañas negro con el que cubriría la cabeza de David para que siguieran creyendo que era Leo el de la cruz. Una penitencia que le había ofrecido a su Padre y a su hermano Jesucristo.
Martín bajaba del coche.
—¿Dónde lo tienes trabajando?
—Ahora ha ido a comprarme un par de cosas al pueblo.
—No te fíes de estos chicos, María. Ya sabes lo que son y lo que ocurre cuando el mono se les sube a la chepa.
—Sí, lo sé. ¿Por qué te crees que te he encargado todo ese caballo? Y te voy a comprar muy a menudo. Me tienes que bajar el precio.
—Bueno, ya hablaremos, si me haces otro pedido como éste en dos semanas, hablaremos de ello. Eso si aún conservas a David y no se te va corriendo con toda la mierda que pueda coger.
—Te aseguro que no lo hará.
—Bueno, tú sabrás lo que haces. Me debes dos mil euros, contando el suministro de un yonqui para tus tareas domésticas.
María soltó una carcajada con ganas.
—¿Alguien ha preguntado por David?
—Claro, un par de amigos del campamento. Les he dicho que me compró un par de papelinas hace un par de días y no lo he vuelto a ver más.
—¿Crees que le habrá dicho a algún amigo que venía a mi casa?
—Seguro que no, no se fían entre ellos. Si se enteran de que un amigo trabaja y lleva dinero encima, le roban lo que pueden y le rajan. Son como animales.
María pensó que así debía ser.
—Si alguien pregunta por él, no digas nada. Y me avisas, aunque no tenga importancia.
—Así lo haré, María.
Martín se subió al coche y cuando salió al camino, hizo sonar el claxon a modo de saludo.
María abrió un armario superior de la cocina, retiró los vasos y platos y tiró de la balda descubriendo un doble fondo, allí ocultó las drogas.
Acto seguido cosió en un pasamontañas un par de cintas rojas y anchas para crear una cruz cuyo poste bajaría entre los ojos y el travesaño quedaría en la frente.
Una vez acabado, con la agenda en la mano llamó a todas las feligresas anunciándoles que a la mañana siguiente se iniciaban las misas de Semen Cristus.
A Candela la cito dos horas antes de la primera misa.
—Candela, mañana empiezan las misas a Semen Cristus. Ha resucitado.
—María... Es maravilloso. Tan muerto que estaba... Es increíble lo que hace la fe y Dios.
María guardó silencio unos instantes, esperaba oír la voz angustiada y deprimida en la mujer. Esperaba sentirla apagada y estaba preparada para pasar un largo rato convenciéndola para que asistiera a la primera misa desde la resurrección. Quería matarla, zanjar el asunto antes de que flaqueara su ánimo y a través de ella se pudiera descubrir todo.
—Y yo me alegro de verte tan animada. Entonces te espero mañana a las nueve, me ayudarás a preparar la misa y conocerás al nuevo Semen Cristus...
Una voz lejana la interrumpió, había creído entender “bendeciremos el vientre de la loca”. Y era terriblemente familiar.
—¿Qué tienes a alguien en casa, Candela? Me ha parecido escuchar algo.
—Mi hijo está en la cama con gripe; y no ha hablado, debe tratarse de algún cruce en tu línea, yo no he oído nada —dijo Candela sonriendo a su hijo que se encontraba desnudo ante ella, con una fuerte erección—. No te preocupes, ya es mayorcito para quedarse solo, mañana seré puntual.
Colgó el teléfono, se arrodilló ante Semen Cristus y besó su sagrado bálano. Semen Cristus sujetó su cabeza y empujó la pelvis para hundir más el pene en la boca de su devota madre.
Cuando Carlos llegó a casa para comer, encontró a su mujer extrañamente animada, como si se hubiera repuesto en pocas horas de una depresión que la hundía en el desánimo más desconsolador.
—Lávate ya y no fumes, la comida está servida —le dijo tras besarle.
—Hoy estás muy animada.
—Sí, lo sé. Supongo que unas cuantas horas de sueño me han hecho bien. Fernando está en la cama con gripe.
—¿Ha tenido que salir a media mañana del colegio?
¬—No ha ido. Esta mañana ya tenía fiebre.
—Pues ahora la pasaremos todos, como cada año. Prepárate para pasar algún día más de sueño reparador.
Durante la comida escucharon y comentaron las noticias del informativo de televisión. Carlos durmió como cada día una siesta de veinte minutos y Candela limpió la cocina, escuchando música en la radio.
No había nada que la preocupara, Semen Cristus la protegía de todo mal.
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Iconoclasta

Las imágenes son de la autoría de Aragggón




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