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28 de abril de 2010

De lo inmoral



Dirán que soy un pervertido, un hombre sin sensibilidad ni corazón.
Tal vez será porque tengo toda mi sensibilidad y emotividad danzando el hulla-hop en la punta del nabo, se me acumula en los testículos y crea una rica crema de nata capaz de embrutecer a la más frígida de las mujeres.
Esto es a costa de mi empatía con el entorno, es un precio que hay que pagar, ser insensible es una tremenda carga para los otros. Porque a mí, sinceramente, me la pela el dolor y el hambre en el mundo.
A mí me ha caído en desgracia ser un hombre sexual que da y goza placer. Es una cruz que llevo con resignación.
Tener un físico agraciado y una mente insensible, te convierte automáticamente en un esclavo de tus pasiones, del sexo.
Pobre de mí que follo y follo y soy tan deseado...
Yo estoy aquí por obligación, no pedí toda esta mierda que me rodea.
Así que soy único y vosotros muchos. Estáis en ventaja, cosa que me parece bien.
Cada uno tiene que asumir su propia responsabilidad y sentirse bien consigo mismo. Ser coherente con su forma de ser.
Por eso me siento muy hombre y muy macho cuando al despertar, y aún danzando en mi mente sencilla mi sueño pornográfico, mi pene babea un hilo viscoso de fuerte olor. Me gusta caminar hacia el lavabo con el pene tan duro, que cada paso es una vibración que se transmite hasta el glande y me hace sentir deseos de llevar clavada a una mujer, de follarla caminando con cada paso que doy.
La insensibilidad y lo amoral no están reñidos con la imaginación.
Yo me acepto tal como soy, vosotros no me aceptáis a mí y me suda la polla.
Estos fundamentos son constantes universales e inalterables y me tenéis que respetar de la misma forma que desprecio lo que me han obligado a aprender.
O memorizar.
No os necesito; pero yo sí que soy necesario. Soy un elemento extraño y al no formar parte de un gran colectivo, soy la necesaria excepción, la rareza que da contraste a lo mediocre, a lo tierno y lo sensible.
Nadie folla por instinto animal (dicen), yo sí.
De la misma forma que hay niños que se mueren de hambre con un pezón seco y cuarteado en sus labios débiles y otros comen foie de oca en el bocadillo de la merienda. Con toda esa complejidad de matices, mi personalidad es otro punto extremo, la indiferencia total a todo lo que no sea follar. Una perspectiva aberrantemente perversa; pero placentera.
Soy el ejemplo vivo de lo que nadie debería ser.
Me encanta.
Carezco de esa filantropía de la que hacen gala los millonarios y poderosos, y por la que dan una pequeña parte de su dinero a la beneficencia para paliar el hambre que ellos mismos provocan.
Si fuera sensible, si tuviera un mínimo de moralidad y vergüenza, me sentiría tan mal como vosotros. Me culparía a mí mismo de sobre alimentar a mi hijo con el jornal miserable de un trabajo de doce horas diarias, me sentiría mierda viendo la tele y convenciéndome que yo soy el responsable de parte de la hambruna, y no los pobres dirigentes políticos y millonarios.
El Papa parte la pata de una langosta y mancha sus gafas de blanca carne de marisco rica en fósforo, que lo hará más inteligente.
Siempre llueve sobre mojado y yo me corro en sus pieles suaves, en sus coños dilatados y resbaladizos.
En lugar de ser buena persona, de sentir cierta solidaridad o empatía con los desfavorecidos, me acerco a la mujer que deseo, le beso con fuerza y con ferocidad en la boca y aprieto con fuerza su sexo con mi mano. Ella, lo más probable es que me coja las manos y me enseñe que la debo presionar con más brutalidad, que no tenga miedo de presionar hasta cortarle el aliento.
Unos les roban la comida a los niños, otros sobrealimentan a sus hijos, otros pagan por ser absueltos de su responsabilidad y vosotros gemís ante el televisor por la subida de una hipoteca en la que nunca os deberíais haber embarcado si hubierais tenido algo más de marisco que comer para tener un cerebro más brillante.
Vuestra mediocre inteligencia es la voluntad de los filántropos adinerados.
Así que mientras todo el mundo está sensibilizado y lloriqueando como nenazas yo saco mi falo duro y brillante de humedad para meterlo entre sus muslos aún vestidos y excitarla.
Tengo mis recursos.
“Me vuelve loco tu coño de puta encelada”. Yo digo cosas así, sin complicaciones ni sentimentalismos. “Tengo el rabo tan duro y ardiente que te voy a marcar por dentro”, esta última pega duro y separa las piernas sin darse cuenta.
Nunca uso palabras bonitas, las palabras bonitas las usáis vosotros y los sobrealimentados para sentir pena por cosas banales, como la muerte de un político corrupto al que muchos idiotas votaron, o bien por las lágrimas de la puta de un torero que necesita diez millones de euros para comprarse una casita para su hija (una deficiente mental que nadie se da cuenta de que lo es) y su perrito de mierda.
Mientras todo eso ocurre, hundo los dedos en su coño sin preguntar, porque no necesito saber cuando está empapada. Son cosas que se me dan bien de una forma natural.
A mí me importa sacar mis dedos untados en su jugo sexual y obligarla a lamer, y lamerlo yo también. Que las lenguas se peleen por limpiar toda esa viscosidad.
Cuando ella aspira fuerte y se le entornan los ojos con mis dedos en su vagina, soy uno con el universo. Siento su carne palpitar, sus muslos relajarse y ponerse de puntillas para que los meta más adentro. Es entonces cuando para mí, la vida adquiere trascendencia.
Eso y cuando me masturbo obscenamente ante ella, cuando está muy caliente y me suplica que se la meta, que no eyacule en otro sitio que no sea su coño o sus pechos.
Yo soy un amoral insensible, que no provoca hambre en el mundo, tan solo me dedico a dar placer y sentir placer. Soy un cabrón mala persona.
Debería comer langosta y clavar su cáscara en la teta de la madre seca para que pueda chupar algo su hijo.
Ellos lo hacen y así obtienen su título de sensibles de mierda del puto siglo y lo celebran con un premio Nobel que aún los hace más millonarios.
A mí importa el rabo de la vaca loca el dinero, yo meto mi polla dura y venosa en su vagina con fuertes embestidas para que sus pechos se agiten hasta doler y obligarla a asirlos con los duros pezones asomando entre los dedos.
“Joder, este tío es sólo polla, ¿no puede pensar en otra cosa?”, estáis pensando.
Pues sí, la verdad es que no quiero ser otra cosa. Nunca me cansaré de repetirlo, me gusto, me va bien en la vida ser así. He encontrado mi camino.
Y pasa como una autopista por su coño.
Me gusta también alguna pequeña perversión. De la misma forma que a algunos individuos les gusta arrancar el clítoris a sus hijas, yo disfruto metiéndole una buena y oblonga fruta en el coño a la mujer. Y ellas cuando alzan la cabeza y ven esa fruta saliendo de entre sus piernas, juraría que se vuelven tan amorales como yo.
Me envanece que al final se me de la razón.
Uno piensa en que si más que una cuestión de ética o moralidad, se trata de una mera cuestión de gustos. Gusto por el marisco, por tocar y lamer los sexos, por comer langosta o por mirar a los niños que se mueren de hambre en los documentales y soltar unas lágrimas bebiendo una copa de coñac.
Luego está el asunto de trabajar. Yo no he nacido para pasarme doce horas al día trabajando. Me gusta follar y el resto del tiempo descansar, incluso leer o ver películas.
Sin embargo, a pesar de mi naturaleza extraña, estoy sometido a las leyes de la economía y tengo que ganar dinero.
También en eso soy amoral, siento decepcionar en todo; pero es que soy así de especial.
No trabajo, deambulo por las noches frente a las puertas de los más selectos restaurantes, siempre hay algún tipo que espera un taxi en la calle, que está demasiado borracho de licores de decenas de euros la copa. Siempre los hay que prefieren dar un paseo para estirar las piernas y despejarse de la gran cena.
Y los sigo, todos llevan tarjetas de crédito, varias. Son especialmente sensibles y emotivos con sus tarjetas de crédito.
A veces no necesito ni abrir la boca para que se dirijan al cajero automático y obligarles a sacar todo el dinero que sea posible. Me pica la barba postiza y la peluca; pero la alternativa sería tener que trabajar un chorro de horas.
Rara vez he tenido que matar a un matrimonio o una familia.
Así que sin abrir la boca en muchas ocasiones (todo lo contrario que cuando la mujer separa cuanto puede sus piernas para abrir su sexo y apoya las manos en mi cabeza para que le coma el coño y sentir mis dientes en su sensible carne de forma amenazadora y feroz), consigo guiarlos sin una sola palabra. Cuando apoyas el cañón de una pistola en los lumbares, se consigue la máxima atención y obediencia de los más sensibles seres de este mundo.
Cuando el cajero automático no da más dinero, caminamos como dos silenciosos compañeros en la noche hacia otro banco. Saco mucho dinero, lo suficiente para no tener que arriesgarme muy a menudo. Y cuando estoy satisfecho, los llevo a una calle poco transitada y les pego un tiro en la frente.
No es algo que me excite, no soy un pervertido, a mí me excita follar mujeres, masturbarme pensando en ellas, obligarlas a descender conmigo a lo más profundo y atávico del placer sin preocuparse por alguna otra cosa.
La muerte no me excita, es sólo el trabajo, la parte crematística de mi vida. Si pudiera, no mataría. Pero esta sociedad es así.
Unos matan miles de niños, pagan putas caras para que les digan que son muy hombres y a mí me importa todo una mierda. O trabajas o matas, o follas o te sensibilizas. O das placer o matas.
¿No es maravillosa la diversidad humana?
Todos esos matices de personalidad, esas ideas...
Esos coños lamibles y deseables.
Mi falo tan dolorosamente erecto por las mañanas, mi puño acariciándolo con rudeza, el glande desprendiendo un hilo de fluido, un semen escupido.
Muertos con la piel del cráneo chamuscada y tetas de pergamino más secas que la mojama.
Es esto la puta vida que unos disfrutamos de una forma u otra.
Soy inmoral, lo confieso, no lo siento.
Intimidades, cositas que contar.
Soy lo que nadie debería ser.
Una excepción que os hace mejores y casi angelicales.
Qué chochos...



Iconoclasta

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