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21 de abril de 2010

De babosas y locos



¿Es posible ser confundido con una babosa?
Yo creo que sí, que toda esta serosidad que en ocasiones dejo en el suelo como un rastro continuo de mi mismo no deja lugar a dudas.
Me parece indecente ser babosa, no es un animal digno, incluso aplastarlas me da asco. El mundo podría seguir girando sin babosas y a mí me importaría nada.
Porque no camino; en demasiadas ocasiones la percepción es la de que me arrastro.
No es desánimo, no es abulia. Es una lucha titánica por seguir avanzando. Y haceros sentir mal. No soy una buena persona, no pertenezco a vosotros a pesar de ser deprimentemente parecido en lo físico. Bueno, soy mucho más guapo, más fuerte. Y eso le da más valor y generosidad a mi constante autodestrucción.
Alguien ha parado el movimiento y necesito llegar, sé que si me muevo llegaré. Aunque no sé adónde, no sé a quien. Pero cada vez que el peso de la existencia se apoya firmemente en mis poderosos hombros, se me escapa el aire de los pulmones porque me han dado un gancho de izquierda en las costillas flotantes.
¿Desde cuándo saben nadar las costillas? Que absurda es la medicina.
Y me arrastro.
El suelo no es precisamente un ejemplo de tersura, no hay limpieza. No hay profesionales que se metan la mierda en la boca, la digieran y luego caguen latas de refrescos. Si yo me arrastro, si tengo que ser una repugnante babosa, no me costaría nada coger la botella rota de vidrio que hay a unos metros de mis narices y metérsela por el cuello a cualquier individuo al azar, sea cual sea su raza, edad, sexo o nacionalidad. Si no lo hago es por la misma razón por la que no aplasto con el pie las babosas.
En las películas se arrastran los personajes y sólo ensucian la camisa. No se destripan con la basura que dejan los humanos en la calle.
He levantado el cuello para no rajarlo con la botella rota. Prefiero agonizar que tener un final rápido. Me gusta molestar. Cuando uno carece de dignidad todos sus esfuerzos van destinados a hacer sentir mal a la cochina humanidad: joder sus sonrisas banales. Joderles un cumpleaños en una bonita tarde con la sangre de mi abdomen abierto... Cosas sencillas que demuestren que soy una babosa, no por casualidad, sino porque me he hecho a mí mismo con todas y cada unas de las cucharadas de mierda que he tenido que tragar.
Me arrancaría la piel a tiras frente a vuestros pequeños hijos y vomitaría coágulos por el glande. Más o menos como el loco que lamía el vidrio, pero con odio. No sé porque os odio; pero nací así, con esta rabia. Unos están locos, otros son babosas y por fin estáis vosotros que sois algo a cazar.
Ese intestino que ha quedado enganchado a la botella de cerveza rota, pertenece a mi cuerpo, podéis pisarlo si queréis pero que nadie intente recogerlo.
No hay dignidad en determinadas luchas. Las células no entienden de dignidades, su mensaje es vivir y partirse en mil pedazos para seguir manteniendo la cohesión en el organismo. No hay dignidad en vivir arrastrándose, aunque sea en el fragor de una lucha estéril que no conduce a nada. Y sin embargo, arrastrarse y demostrar mi más absoluta desprecio por vuestra comodidad y sonrisa, es casi mi misión.
Tengo sed. El propio vidrio que ha abierto mi abdomen y ahora se encuentra sucio de sangre y mierda, es un apetitoso trago. Tiro del intestino para alcanzar el vidrio enredado. Es una cuerda extraña esta de la que tiro. Se me escapan los mocos por la nariz cuando el dolor me hace contener un grito.
Seré una babosa, pero soy valiente.
Chupo el vidrio y me canibalizo a mí mismo sin ningún pudor. Yo también me corto la lengua; pero para vuestro pesar, no estoy entre barrotes, estoy pegado a vosotros como vosotros habéis estado pegados a mí durante toda mi babosa vida.
Si me habéis robado el aire, ahora aspiraréis mi muerte y el olor a mierda de un intestino que aún está lleno de heces.
No he cagado. Normalmente cago antes de salir de casa. Seguramente mi cerebro debía intuir que hoy abría espectáculo y no ha dictado reflejo de dilatarse al esfínter. A veces el cuerpo va por libre. A su puta bola.
Yo me dejo hacer arrastrándome.
Me acuerdo de aquel loco que tras los barrotes del manicomio, rompió el cristal de una ventana y con su desproporcionada lengua lamía el filo roto repetidamente. No podía tener sabor. Aquel tío estaba loco de remate, por eso estaba en aquella jaula de azulejos blancos de carnicería antigua. Yo aspiraba el humo del cigarrillo prendido de mis infantiles dedos. Me gusta pensar que me enganché al tabaco gracias a la locura.
El loco se cortaba la lengua una y otra vez lamiendo, y yo fumaba ante él. Tan cerca que olía la miseria de su aliento. Tan cerca, que las volutas de mi cigarrillo, se enredaban en sus pestañas sin que le impotara.
Si aquel tarado no estuviera loco, seguramente estaría arrastrando un trozo de intestino por el suelo y haríamos carreras por saber quien llega antes a no se sabe donde.
¿Por qué fumaba con doce años admirando la auto-mutilación de un loco? Eso me hace extraño, me hace horrible.
Quiero ser horrible, puesto que otra cosa no he podido ser. Los hay que mueren siendo simplemente familia de otros. Yo no quiero ni a dios.
Yo dejo un rastro de mierda y sangre en la calle. Y si el servicio de recogida de animales muertos me trata como la babosa que soy, es algo que no me importa.
Creo firmemente en la muerte, da igual quien se mee en mi boca cuando por mis propios intestinos deshilachados me desangre. No lo sabré, no sabré quien saca su sucio y reproductivo pene para mear. Porque la gran parte de los idiotas que pueblan el mundo, sólo usan el pene para mear y para soñar que dan placer a sus mujeres aburridas y hastiadas.
Yo no, yo hago gritar de placer a la más puta y vieja de las mujeres. Dar placer se me da bien.
No lo siento, parece que estoy inmunizado contra el placer, pero me satisface ver como se deshacen en jadeos, como abren las piernas y me ofrecen su vulva extendida con los dedos y hacen aflorar un clítoris duro y brillante. Me gusta lamer sus dedos clavados a su propia vagina intentando contener el placer que les hace sentir que sus coños van a estallar por la presión de mi lengua, de mi pene hambriento por un placer que no llega.
Mi semen mana lento, y tranquilo, apenas se me escapa un ronquido con la eyaculación. Me queda el dolor de la lengua, de tanto mamarles el coño. Eso me hace sentir macho.
Y sus dedos pringados de mi leche, de mi mala leche, también.
Pero la mayor parte del tiempo soy babosa. Ojalá fuera imbécil como la humanidad y no viera la realidad sin chovinismos provincianos.
La muerte es sólo eso y no vamos a ningún lado. La muerte no es ningún tránsito de mierda, cobardes.
Desaparecemos.
Todos mienten por cobardía, los religiosos y los místicos y paganos.
Me estoy muriendo y nadie ni nada tira de mí.
Me gustaría resucitar durante un par de segundos para deciros que vuestra “alma” sólo es vapor, que se disgrega sin tener conciencia y que todo lo que habéis hecho en la vida, no sirve para nada.
El alma se pudre y se hace materia gaseosa inane, sólo se posa en el pelo de los vivos como una caspa molesta.
Así que cuando os muráis, no seréis rien de rien, no iréis a ningún lado. No tenéis esperanza de nada.
No habrá segunda oportunidad ni otro tiempo ni lugar.
Simplemente os acordaréis de cómo me arrastré y os ofrecí toda esta miseria, para luego desaparecer sin más.
Me encanta saber que no volveréis, que desapareceréis para siempre.
Mirad como la babosa lame el vidrio manchado de su propia sangre y mierda. Mirad a la babosa valiente hacer alarde de un valor que vosotros no poseeréis jamás.
Tal vez deberíais fumar delante de un loco que con su podrido cerebro lame y se desangra por la lengua. No aspiréis incienso para vuestro control mental, son idioteces.
Mirad la miseria y luego vuestro reflejo en el espejo.
No sois para tanto, sólo babosas que se empeñan en caminar derechos, con cobardía.
No sé adónde voy a llegar, no sé cuanto podré luchar por seguir en movimiento, pero si os ofendo, daré por bien concluida mi vida.
Y recordad, los cerdos no se arrastran, soy una babosa, a ver si leemos un poco más. Hay una diferencia abismal entre un molusco gasterópodo y unas lonchas de bacon.
Es que os conozco tan bien...



Iconoclasta
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