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28 de marzo de 2009

Sin uñas

No hay aves trinando, no hay fulgores de colores en el aire; no son las flores más coloridas, fragantes y hermosas.
No hay nada de eso, no hay magia, no hay ilusión, no hay esperanza para la fantasía.
No es por ninguna belleza natural, ni por la armonía en el planeta por lo que me siento bien, cómodo.
De hecho, me siento exultante de optimismo.
Todo se debe a ti; hace tiempo que dejé de engañarme y mi mente prosaica y burda no me permite crear bucólicas y líricas alucinaciones.
Y no quiero ver más belleza que la tuya. No quiero ver un agua cristalina como no puedo obviar el hedor de la ciudad. Soy incapaz de decorar la realidad.
Nunca se me ha dado bien la decoración ambiental, sinceramente.
Sonrío y espero impaciente besarte sin ningún paraíso que nos acoja.
Y ahí estás, esplendes entre negros, grises y suciedad.
Bella y única.
No eres bella porque yo te vea así, no quiero repetirme. Sabes que no soy amigo de espejismos. Te parieron así de hermosa.
Y escupo la tierra que me sostiene porque me da asco. De la misma forma que me la llevaría a la boca si supiera a ti.
No haces el mundo mejor, eres lo más deseado de él.
No quiero ir al lugar más hermoso contigo. Tú eres lo sublime y el universo está en tus ojos. Los secretos de la vida y el placer perfuman tu piel. Reflejas una luz propia, no es la del sol que calienta al resto de seres. Es otra luz, es para mí. Es mía y mataría y descuartizaría por ella.
Este amor que me corroe y me mantiene vivo, no es un engaño o un sueño.
Quiero y deseo tus manos, tu piel, tu cabello...
Tu sexo es la fragua del mío.
Retrocedo al pasado porque me encuentro masturbándome como cuando era adolescente, es la única sensación de irrealidad que tengo.
Aferro mi pene y sueño con arrancarte con la lengua el secreto del placer que la belleza oculta en tu coño.
¡Dios! ¡Cómo te quiero! Exclamaría si fuera creyente.
Pero no puedo exclamar eso, sólo se me cae una baba de felino hambriento y mi mano se va a mi sexo, como tú haces. Me haces.
Y presiono, y te busco y presiono, y te busco y gruño un placer húmedo y blanco deslizándose por entre mis dedos.
Parecerá una tontería; pero te doy el valor de la vida. No es una frase al uso, casual. Es la verdad.
¿O acaso te crees que las uñas caen de los dedos como la piel de un reptil?
No tengo psoriasis.
No hay belleza en el amor, no es así como funciona. Cuando amas desesperado, arañas las paredes, sueñas y deseas que esté ahí. Clavas las uñas en el muro como si fuera la piel que amas y las uñas se separan de la carne y hay sangre y hay un dolor.
Y uno se pregunta dónde está la bendición del amor.
Tengo la polla sucia de sangre, de uñas que no son. De arañazos en el muro. De labios devorados.
Puta bella, ¿qué me haces? No es necesaria tu existencia para que yo viva. De hecho, no me acuerdo de respirar cuando te beso.
Las apneas de amor son una dulce forma de morir. Una tortura narcótica.
Camino descalzo entre cucarachas y ratas, crepitan, crujen con mis pasos. No hay nada que me engañe, no bebo, no me drogo. Y adoro ahora estar vivo.
No eres mi hechizo, eres mi infección.
No puedes mirarme e ignorar que eres el centro del universo y que giro a tu alrededor. No te puedes permitir humildad cuando el hombre sangra deseos, llora semen y por sus venas corren lágrimas.
¿Te das cuenta? Lejos de hacer el mundo más hermoso, creas extrañas mutaciones en mi organismo.
¿Sabes que sonrío llorando? ¿Sabes que es desesperante amarte aquí? Decidir de repente no abrirme las venas para no alejarme de ti es una forma de cobardía que no conocía.
Tampoco es que antes fuera una especie de Batman, no tenía intención de ser un hombre arrojado.
No hay término medio, soy todo tuyo.
La rata que he pisado se retuerce con la espina dorsal rota, y vuelvo a pisarla sin notar los arañazos de sus agonizantes patas. Es curioso que no sienta asco.
Soy consciente de lo horrendo, no hay nada que me ciegue.
Sí, ya sé que no es el mejor atrezzo para esta función. Sin embargo, todo lo horrendo pierde protagonismo y la sangre de otros es una alfombra de mediocridad sobre la que camino hacia ti. Suave y cómoda como la aterciopelada sangre que se cuaja lentamente.
Me has faltado toda la vida, eso es lo que ocurre.
Tengo tanto que pensar...
Obsceno... Es inevitable amarte y no pensar en la lujuria. Tu pensamiento está embutido en ese cuerpo y para llegar a él, debo lamer, tocar, penetrar...
Embestirte mil veces.
Mariposas en el estómago...
Son buitres arrancándome los testículos. Las mariposas viven tan poco tiempo, son tan efímeras que apenas han podido batir las alas cuando agonizan.
Las alas de tu amor son formidables y las plumas caen pesadas al suelo como tu ropa hecha jirones por mí.
A veces pienso que soy una especie de tosca mariposa. El tiempo pasa deprisa a tu lado y temo morir demasiado pronto. No temo la posibilidad, temo la certeza.
Joder... Me duele de dura que me la pones, coño.
Me duele el pensamiento cuando no estoy contigo y tu fragancia, tu ser, no está ahí para equilibrar la hediondez de lo que me rodea.
Ya ves, te parieron así, maldita amada. No tienes magia, no me engañas.
Te engendraron así para amarte a pesar de todo, por encima de todo.
Por encima de ratas y bichos negros, por encima de los volcanes ardientes y de los campos de cerezos en flor.
No es un buen lugar para amarte; pero yo sé que para ti sí lo es.
Y no entiendo como puedes querer a alguien que tiene toda esta basura en la cabeza.
Es algo que me obliga a amarte aún más.
Y callar.
Silenciar este tormento y sonreír como un triste augusto.
Sin uñas.


Iconoclasta

24 de marzo de 2009

Tristes

Si no hay amor, si no hay cariño; que irrumpa el odio y la violencia.
La destrucción y la sangre.
Cualquier bestialidad antes de que la tristeza anegue las yermas tierras del ánimo derrotado.
No es viable la vida con los hombros aplastados y los ojos húmedos de un pez recién muerto. Ser esclavo de la vida.
Antes asesino o asesinado que triste.
Los tristes desean morir y no tienen valor para extinguirse. Arrastran su vida como una maldición. Yo arrastro muertos.
Sus sexos sólo escupen residuos y miserias.
Y si hay amor, más vale que dure eternamente, porque así no se concibe la violencia.
Como si fuéramos ángeles patéticos de la diosa Hipocresía. Como si estar enamorado hiciera el mundo perfecto.
Tristes idiotas...



Iconoclasta

20 de marzo de 2009

El hombre sierpe (final)

Cuando llega a casa abre la puerta del salón que da al balcón para que entre la bestia. Se angustia al salir al balcón y no ver sus ojos opacos ojos verdes.

—No pienses más, te estás obsesionando. Fue terrorífico —intenta convencerse vertiendo en una cazuela un salteado congelado.

Un siseo en sus tobillos y un aliento frío eriza su piel con un escalofrío. Los ojos de la serpiente la miran fijamente desde el suelo y su cabeza sube por sus piernas delgadas de carnosos muslos.
El animal supera su vientre y se interna por dentro de la camiseta, siente su cuerpo resbaladizo entre los senos y su cabeza aparece por el escote. Se eleva hasta que sus ojos se encuentran frente a frente. La lengua bífida palpa sus labios con brutalidad, entrando entre ellos. Su sexo está cubierto y presionado por el cuerpo de la bestia. La respiración de la serpiente hace vibrar su clítoris y unas gotas de humedad se desprenden de la vulva para rodar por los muslos.
Linda ha abierto las piernas apoyándose en la encimera de la cocina y la serpiente bajo su falda, lanza la lengua rápida por toda su vulva. Se muerde los labios cuando la serpiente se abre paso en su vagina de forma brutal y siente que va a estallar “mi puto coño”. La mitad del cuerpo de la serpiente se ha arrollado en su pierna y sólo puede abrir más la otra para poder mantener el equilibrio.

Vosotras no sois repugnantes, sólo carnales.

La serpiente sale de la vagina, abre la boca y clava lentamente los colmillos en el pubis; la lengua castiga el clítoris durante unos minutos hasta crear un orgasmo bajo la falda que se propaga a través del vientre para estallar directamente en el cerebro de Linda.
Y mientras jadea e intenta regular su respiración, la serpiente repta ahora por su espalda, y sisea en su oído provocando en la mujer una sonrisa tierna.
Cuando Linda consigue mantenerse en pie sin apoyarse en la encimera, la serpiente ya ha desaparecido.
Se estira en el sofá sin haber comido y duerme absolutamente relajada a pesar de un calor pegajoso que provoca un sensual mador brillante en su piel.
Las venas de sus brazos resaltan con un brillante fulgor amarillo que se apaga paulatinamente hasta desaparecer al mismo tiempo que la respiración se normaliza.

Me erijo en Dios ante vosotras y me adoráis con los muslos abiertos y los pezones duros.

Linda se ha depilado el pubis y la vulva, cuando camina se excita con el roce íntimo de la braguita entre los labios y siente que se hace agua.
Hace ya ocho días que la serpiente la visita, que la usa. Ocho días en los que sólo piensa en ella, en sus escamas arrastrándose por la pared de su coño y en esos ojos que durante la oscuridad de la noche y el sueño, parecen flotar muy cerca de ella. Ocho días en los que tiene que dejar su puesto en la oficina para masturbarse en los lavabos dos o tres veces al día.
Cuando llega a casa se desnuda y corre la puerta del balcón. Escucha el suave roce del animal al deslizarse tras ella. Se arrodilla en el suelo y apoya también las manos. La serpiente avanza entre sus piernas separadas y hacia su rostro, arrastrándose por sus pechos plenos que penden pesados. La lengua recorre sus labios para jugar con ellos. La cola presiona en la vagina sin entrar y ciegamente tantea sus nalgas en busca del ano. Entra con tanta fuerza que le fallan los brazos y su rostro queda pegado al suelo. La cabeza de la serpiente repta por su espalda. Se siente acariciada y empalada. El ano está tan dilatado con la penetración, que le tensa la vulva. Alarga una mano hasta su sexo y acierta a encontrar el clítoris menudo y duro entre los pliegues de la piel. Cuando lo descubre, siente que se le nubla de visión, la lengua de la bestia ha aparecido entre sus dedos y fustiga con vehemencia esa dura perla rosada. La viscosa y pegajosa lengua... Es casi doloroso el castigo al que la somete.
La cola ha dejado de invadir su ano y ahora busca la vagina, tanteando e insinuándose por entre sus labios dilatados y blandos. Se lleva una mano a las nalgas para encontrar la cola del animal y ella misma la conduce a sus entrañas, la empuja sin cuidado, con ansia.

—Jódeme hasta reventarme, cabrona. Empálame zorra arrastrada.

El cuerpo de la bestia se tensa y se pone rígido; la cola se le escapa veloz de entre los dedos para penetrarla con un ataque veloz y violento. De la cópula se derrama un líquido lechoso blanco que lubrica el sexo y da un brillo mojado a las escamas.
Linda grita su placer acompañando con un vaivén de sus nalgas el ritmo de la penetración. Cuando aúlla ante el orgasmo, se encuentra con la cara de la bestia, sus ojos verdes se han tornado casi azules y hay un asomo de tristeza en ellos.
La lengua roza sus labios con lentitud, y le transmite una extraña sensación de pérdida. Cuando de su sexo resbala la cola del animal, siente vaciarse y un nuevo placer la obliga a entrecerrar los ojos.
La serpiente se aleja hacia el balcón.

—¿Adónde vas? Quiero ir contigo —susurra entre jadeos la mujer que ahora yace acurrucada en el suelo.

La serpiente gira la cabeza hacia la voz e inmóvil fija sus verdes ojos en los de la mujer de suave pelo rubio, hasta que una lágrima se desborda dejando un reguero negro de rímel en su pómulo. Se arrastra de nuevo a la oscuridad y a la inmundicia de las cloacas.

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No llega, la serpiente no aparece. Linda se asoma al balcón y escudriña los setos por donde ha desaparecido estos días.
Los setos se agitan y la cabeza de la serpiente asoma entre ellos, los ojos se encuentran, la serpiente yergue la mitad del cuerpo y agita la lengua, suavemente. Desaparece entre los setos. Linda llora.
Se masturba en el sillón, se toca y gime casi gritando. Intenta que la bestia la oiga, que la bestia acuda llevada por su lujuria.
Pero no aparece.
Al día siguiente, el animal asoma su cabeza de nuevo entre los setos para clavar su mirada en la de ella.

—Ven, ven, ven... —le suplica Linda aferrando a la barandilla, sus brazos se han tensado y bajo la piel, las venas pulsan amarillas.

La bestia desaparece de nuevo.

—Lin, tienes mala cara, no te encuentras bien. Vamos a urgencias. —le propone su marido al llegar a casa y verla tumbada en el sofá con unas profundas ojeras.

—Estoy bien, Loren —le miente.

Linda no come, no duerme. Sus ojos empañados de lágrimas impiden la buena visión para trabajar frente al monitor de su mesa. Hay momentos en los que rompe a llorar de forma intempestiva.
Dice sentirse mal y se va de la oficina. El jefe de la sección, lo comprende al ver las venas amarillas que como raíces se extienden por el cuello bronceado de Linda.

—No volverá, no me tomará —musita con la cabeza apoyada en la ventanilla del tren.

Camina despacio hacia casa, el calor parece hervirle la sangre.
No abre la puerta del balcón, al llegar a casa y eso la lleva a llorar de nuevo. Conecta el aire acondicionado y se desnuda.
Lleva la mano al sexo y no siente nada, no hay nada en su coño moviéndose, no se arrastra nada por su cuerpo. Está vacía.

Me arrastraré entre vuestras sábanas y me anillaré en vuestros pechos con mi cuerpo. Os arrancaré gemidos impúdicos; os tocaréis cuando os sisee en el oído y mi lengua roce vuestros labios entreabiertos.

El cuchillo que sostiene en la mano está agradablemente frío.
Sale al balcón, allí está la bestia.
Linda se clava el cuchillo en el cuello, y debe esforzarse por enterrar completamente la hoja en la carne. Los ojos de la serpiente la distraen de la sangre que sale entre sus labios. Los pulmones se inundan de sangre y ella no hace esfuerzo alguno por respirar. Su cuerpo cae sobre la barandilla y la cabeza cuelga inerte; de su boca un hilo de sangre cae en la cabeza del animal que se ha arrastrado para bañarse en ella.
Hasta que no cae una gota más de sangre, el animal no se mueve. Sus escamas están terroríficamente salpicadas de un rojo que ya se ha hecho casi negro, el calor seca la sangre y le roba su color vital.
Trepa por el tubo de desagüe hasta el cuerpo de la mujer. Sus ojos ávidos y brillantes miran con expectación las nalgas del cadáver. Del muerto sexo emerge con rápidos movimientos una pequeña culebra amarilla que la serpiente devora sin que llegue a tocar el suelo.

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El rostro del hombre sierpe está iluminado por el monitor del ordenador portátil. Teclea “mujer muerta” en el buscador del diario digital que normalmente lee.
No hay fotos, la breve noticia hace mención a un posible suicidio en la nueva zona residencial y de la víctima, sólo destaca su edad: treinta y dos años y sus iniciales: L.S.M.
Es mejor así. Recorta la noticia con el cursor y la guarda en Constrictor.
Su último amor de verano.
Los rayos del sol caen con fuerza y se siente melancólico y deprimido. El otoño se ha llevado a la bestia a hibernar en algún lugar de su cuerpo humano. El intenso dolor de la transformación, dejará paso a la monotonía diaria.

—Maldito... ¿Por qué no es el hombre el que duerme?

Nada es perfecto.
Nueve meses para ser Dios de nuevo. Nueve largos meses de vulgaridad y hastío.
De un violento manotazo cierra la pantalla del ordenador y desnudo se hace un ovillo en la penumbra del cuarto y llora la maldición de ser hombre.

Hurgaré en vosotras, en lo más íntimo, una y otra y otra vez hasta que me otorguéis vuestra vida; hasta que en vuestras entrañas se haga un hijo mío que devoraré para seguir siendo bestia hasta el fin de los tiempos.
Porque así lo ha querido algún Dios.



Iconoclasta

13 de marzo de 2009

El hombre sierpe (3 de 4)

Y penetraros, entrar en vosotras y sentir en mis escamas las convulsiones de vuestro placer.

Ahora sujeta el grueso cuerpo de la serpiente entre sus piernas, forzando que entre más en ella y lucha por separar las nalgas cuanto puede para que la cola que le está destrozando el esfínter pueda entrar y salir con más facilidad.
Y grita, grita y su vientre se contrae, su frente empapada de sudor se ha arrugado ante el orgasmo que colapsa su sistema nervioso de tal forma que nunca hubiera podido imaginar.
De los labios interiores de su vagina, se derrama un líquido caliente y espeso que se desliza hasta llegar al ano. Sus manos aún permanecen crispadas en el cuerpo del animal, que ahora está sacando la cabeza.
Eleva su cabeza y observa atentamente a la mujer que ahora cierra los ojos y se deja llevar por los pequeños espasmos residuales del orgasmo.
La serpiente se separa de ella y se dirige hacia la puerta del balcón, se yergue para picar en el cristal con el hocico.
Linda intenta levantarse pero se tambalea y cuando por fin lo consigue, se da cuenta de que sus bragas se encuentran por debajo de las rodillas, se las sube y se dirige a la puerta del balcón. Cuando la abre, el animal sale al exterior, alcanza la barandilla y se enrosca en el tubo de desagüe del tejado. Cuando toca tierra, desaparece entre los setos.
Linda llora, sus bragas están empapadas de humor sexual y los pezones amoratados. Se acaricia el pubis observando el lugar por el que la serpiente ha desparecido.


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El animal surge de nuevo por la boca del sumidero labrado en el bordillo y llega a su cuarto trepando por el mismo árbol.
Se anilla en la penumbra de un rincón de la habitación, esperando el crepúsculo que debilitará los rayos del sol.
La luz se torna anaranjada y el movimiento cósmico se acelera para dar paso a una creciente oscuridad. El animal abre sus increíbles ojos verdes opacos y su cuerpo se estira. Hay miedo en su mirada animal, la misma cantidad de miedo que de dolor cuando es hombre y se transforma.
El cerebro va tomando conciencia de su parte humana y las extremidades adquieren relieve bajo la piel y se desgajan del tronco central, los colmillos caen al suelo y dan paso a la dentición humana. La liberación total, llega cuando el pecho se ensancha y los pulmones consiguen inflarse de aire.
Durante unos segundos el hombre sierpe, se mantiene estirado boca arriba con los brazos en cruz y la planta de los pies en el suelo, absorbiendo frío de las baldosas.
Cuando se pone en pie, una arcada lo dobla y vomita dos esqueletos de rata y una bola de pelo.
La visión de ese vómito le lleva a otro hasta debilitarse de nuevo y caer de rodillas en el suelo, expulsando baba de su boca jadeante.
Son las ocho y media de la noche, apenas le queda una hora de tiempo para reponerse antes de salir de casa para una nueva jornada. Es especialista en una empresa de fundición de plástico.
No hay recuerdos, sólo sensaciones de su vida como animal, está enamorada la bestia y no sabe de quién. Por enésima vez, otra caza de amor, la pasión animal y primitiva.
El amor y la destrucción.
Venas que se abren, cuerpos que caen desde alturas letales, un veneno en la garganta, pastillas que tornan azules los labios. Otra muerte, otro suicidio.
Y así siempre, así toda la vida. Desde que se hizo sexualmente adulto, su cuerpo se transforma cuando el sol cae más vertical. Los veranos son para el amor y la pasión.
Durante todos los mediodías de verano, se arrastra por el mundo escondido entre mierda y ratas que a veces come. Y llega hasta ellas, preciosas y cálidas mujeres, guiado por un efluvio que sólo su cerebro de reptil es capaz de identificar; un efluvio que enamora a la bestia y hace desplegar una sensualidad tan animal como primitiva.
El verano se acaba, y su último amor en este año.
Y jamás conocerá a la mujer que enamoró a la bestia, las mujeres que enamoran a la serpiente y a su vez son tomadas por ella, no viven, sólo sufren un tiempo hasta que dan fin a sus vidas.
Enciende el ordenador y escribe la contraseña de acceso.
Abre una carpeta de imágenes titulada Constrictor y la galería de imágenes que contiene. Sesenta y cuatro noticias escaneadas de los periódicos van pasando lentamente y él intenta evocar cada mujer; pero sólo le llega un aroma identificativo de cada una que no aporta más que angustia y desazón ante la falta de recuerdos y sensaciones. No las quiso, no las amó, no las buscó. La bestia es algo que habita en él, que lo usa como cueva, como agujero oscuro y húmedo y a la vez cálido. Nunca han cruzado pensamientos la bestia y el hombre.
Cadáveres rígidos, restos en las vías de un tren, una mano ensangrentada, cada noticia tiene su color. Su particular presentación.
Y le gusta, su propio misterio y lo que esconde entre sus genes lo hace único. Y vale la pena ser único aunque repugne.
¿Quince años tenía cuando horrorizado sintió su cuerpo desgarrarse hasta convertirse en una serpiente? Hace veinticinco años que vive solo, aislado. Ha cambiado de domicilio más de doce veces.
Cuando un ojo humano captaba la monstruosidad reptante de color amarillo y negro deslizarse por la ventana de su casa, se creaba alarma en el barrio. La policía se presentaba en su casa y quería saber si tenía una serpiente y ésta no estaba debidamente encerrada en un terrario, porque “hay niños en el barrio”, “¿Podemos dar un vistazo al patio?”.
Era el momento de mudarse. La presión era grande, quien veía a la serpiente, la buscaba de nuevo. Y se hacía difícil moverse con discreción.
La bestia se mueve a plena luz del día y es difícil ser discreto.
Jamás sentirá nada por esas mujeres que se suicidaron, y ninguna mujer sentirá nada por él siendo hombre.
No le importa en absoluto, sólo padece breves episodios de melancolía, un rastro de humanidad que cada día está más olvidada.
Se acaba el calor, el verano se va y deberá pasar meses enteros sumido en la mediocridad, como un hombre más.
Cuando se transforma en serpiente, es Dios. Jamás ha querido otra cosa; si pudiera, no se transformaría en hombre jamás.


Retorcerme dentro de vuestros coños y embestiros desde dentro, anillando mi cuerpo en vuestras piernas para que no podáis cerraros ni defenderos del placer impío.


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Linda se ha vendado el codo, los colmillos de la serpiente han levantado la piel pero sangra poco. La braguita está empapada y no puede evitar pasar las manos por ella evocando sus propios gemidos, recordando la oleada de placer que la ha hecho olvidar que es humana. Tiene pequeñas ampollas que no duelen en el pecho por las quemaduras de las brasas del cigarro. Se aplica crema durante más tiempo del necesario. Y los pezones responden contrayéndose. E imagina la boca de la serpiente clavada en ellos, mamando, succionando...
Le explica a Loren que se ha golpeado el codo contra el cajón abierto de un archivador esa misma tarde, momentos antes de la hora de salir.
No se acuerda de que hace apenas dos horas, quería sexo con su marido. De hecho, ya no volverá a desearlo jamás.
Pasa la noche en vela, sin moverse de posición en la cama. Los ojos verdes de la serpiente danzan en la oscuridad y siente aún las vibraciones de los músculos del animal en su piel. En su coño.... en sus tetas. Los ojos de la bestia brillan de amor por ella como ningún ojo de ningún ser ha brillado jamás.
Se masturba silenciosa al lado de su marido. El primer rayo de sol entra por la ventana al tiempo que su boca se abre silenciosa para exhalar el último placer de la noche con la mano entre los muslos conteniendo su sexo como si fuera a estallar.
Ha tenido que esforzarse mucho en la oficina para hacer su trabajo y no pensar en ser tomada por el monstruo. El placer vence a la repulsión y el amor hace bellas las cosas más horrendas.


No soy tentación, no busco vuestra expulsión de paraíso alguno, sólo quiero vuestro placer que es el mío. Y mi alimento, mi razón de ser.

Camina deprisa el trayecto desde la estación de tren hasta su casa. El sudor corre por su espalda y se desliza entre sus pechos. La camiseta azul pálido muestra grandes manchas de sudor en las axilas, no lleva bragas bajo la falda, se las ha quitado en la oficina porque se le han empapado de su propio humor sexual.
Su melena corta y rubia se agita con cada paso rápido que da y sus pechos se mueven libres. El sujetador también la molestaba.


(Continúa)


Iconoclasta

5 de marzo de 2009

El hombre sierpe (2 de 4)

Coloca la mesita con el cenicero cerca del sofá y se vuelve a estirar con las piernas abiertas, una de ellas, en el suelo; como había dormido.
Está caliente, necesita sexo y tal vez no espere a que llegue la noche, cuando llegue Loren en un par de horas, lo va a recibir acariciándole los testículos y lo va a llevar a ese mismo sofá para que la folle.

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Soy una serpiente que repta ávida por las piernas de las mujeres.

La serpiente asoma furtivamente la cabeza bajo la butaca y lo primero que enfoca su visión es el pie de la mujer. El olor del tabaco le da una inopinada sensación de familiaridad.
Usa la lengua para acariciar la piel del tobillo, y en el mismo instante se lanza con velocidad, como un resorte, para enredarse a lo largo de la pantorrilla.
La mujer lanza un fuerte alarido; grita y patalea.
Saltan brasas del cigarro sobre sus pechos desnudos cuando se le escapa de entre los dedos. Sacude la pierna intentando sacarse de encima la repugnante serpiente; pero sólo consigue caer al suelo. Con cada movimiento por liberarse, el anillo que hace presa en su pierna aumenta la presión y siente la inconfundible sensación de la sangre retenida y colapsada en la carne. Los ojos verdes de la serpiente la observan con fijeza y su lengua inquieta y nerviosa, parece amenazarla.

—Cálmate Lin, que el animal no sienta tu miedo —se dice a si misma.

Con dificultad consigue gobernar su cuerpo y quedar quieta.
La serpiente no se ha movido, pero siente que ha relajado la presión de su presa. Ya no sisea amenazadora. Los ojos siguen fijos en los suyos.
En algún sitio oyó que mirar directamente a los ojos de un animal, constituye un desafío.
Ahora el animal avanza, su cuerpo viscoso y frío se desliza lentamente hacia el muslo. Siente sus asquerosos músculos ejercer tracción en su carne. El anillo ha superado la tibia y se detiene en la rodilla; el hocico de la serpiente se encuentra tan cerca del vientre que cree sentir su aliento en la piel.
Le duelen los brazos y la espalda en su lucha por mantenerse erguida en el suelo. El peso en su pierna empieza a debilitar su resistencia y se deja caer de espalda para descansar los brazos y los músculos lumbares.
Y para recuperar algo razón.
Alarga la mano hasta la mesita y palpa el sobre de vidrio hasta asir el teléfono. Cuando empieza a marcar el número de la policía, el anillo que apresa su pierna se cierra hasta hacerla gritar, si sigue estrangulando su muslo teme que le arranque la pierna.
Hace un nuevo intento por marcar los números, y la serpiente le lanza un ataque con la boca abierta, hace presa en su codo clavando los fabulosos colmillos y arroja el móvil lejos de si ante ese trallazo de dolor.
El animal ha vuelto a suavizar la presa y ahora arrastra la cabeza por su muslo, siente en la ingle la lengua gélida palpar la delicada piel. Parte del peso del animal ha pasado a la pierna izquierda y siente cosquilleo en los dedos del pie. La sangre parece llegar ahora normalmente.
Piensa que el animal debe estar aturdido, que se ha escapado del terrario de algún vecino. Parece no querer atacar más.
Con sumo cuidado y venciendo la repulsión que le produce, alarga la mano hasta la cabeza de la serpiente y ésta no hace ningún movimiento por evitar el contacto.
Cuando sus dedos se posan en la dura piel de la cabeza, los verdes ojos parecen desaparecer durante unos segundos tras unos párpados que han corrido verticales, en un extraño y absurdo guiño.
La actitud de la serpiente la tranquiliza.

Me deslizo entre hombres y mujeres muy alejada de sus alientos. Ellas, en ocasiones, no llevan nada bajo la falda y me excito tanto que mis escamas supuran un liquido viscoso tornándolas resbaladizas.

La serpiente parece dormirse y deja caer la cabeza sobre su muslo, el hocico está muy cercano a su sexo y el terror a que le pueda morder ahí la inmoviliza.
Ahora no hay presión alguna, en su pierna. El animal parece confiar en ella.
La lengua está rozando su braguita, y se mueve a lo largo de los labios vaginales. Hay un momento en el que la serpiente ejerce presión con el morro en la tela de la braguita y Linda se olvida de respirar.
Vuelve a acariciar su cabeza y la serpiente queda quieta, dejándose tocar y dejando la lengua lacia. El contacto del hocico contra su sexo es total y Linda intenta estirar la pierna para separar la cabeza del animal.

Soy repulsiva y adoro ser rechazada para después observar con mis ojos inhumanos sus piernas abrirse para ofrecerme sus sexos indefensos.

Ahora el animal se insinúa en su vientre parece oler su miedo, su cabeza erguida se balancea de un lado a otro chascando el aire suavemente con la lengua.
Vuelve a retroceder y al arrastrar su cuerpo hacia atrás, el elástico de la braguita se enreda sobre la tela y la mitad de su sexo queda desnudo.
Sentir en su sexo la piel de la serpiente es dar vida a una pesadilla; sin embargo, como si a su sexo no le importara, se humedece. Una corriente eléctrica apenas perceptible corre por su piel para descargarse en sus menudos pezones hasta endurecerlos.
La serpiente ha metido el hocico entre los labios mayores de su sexo, Linda intenta cerrar las piernas, pero el animal tensa sus músculos y separa aún más la pierna aprisionada. Siente una punzada de dolor en el fémur y relaja ambas piernas.
Cierra los ojos y llevándose las manos a la cara rompe a llorar.
El miedo ha ocupado ya su mente y apenas es consciente de que la serpiente está lamiendo su sexo, hasta que siente como el corazón se acelera y su sexo produce fluido.
Se le escapa un gemido de miedo, aunque le de vergüenza y asco reconocer que hay placer también.

Soy tan repugnante como indecente y carnal.

Parece haber pasado una eternidad de tiempo desde que la serpiente la ha atacado, y apenas han transcurrido más de cinco minutos.
Piensa que el animal no la herirá de nuevo, y no le queda más que esperar que Loren llegue a casa y avise a la policía.
Lentamente acerca la mano hasta la mesita, tantea con los dedos hasta dar con el paquete de tabaco y el encendedor. La serpiente levanta su cabeza y observa el movimiento de sus manos. Cuando exhala su primera bocanada de humo, la serpiente vuelve a meter la cabeza entre sus muslos, y con total serenidad, siente como la cabeza hociquea en su vulva para presionar el protegido clítoris con precisión.
Cierra los ojos dejando que el placer llegue a su mente y retira cuanto puede las bragas hasta dejar su sexo completamente desnudo.
El anillo que apresa su muslo se deshace, y la cola del animal se mueve arrastrándose bajo la pierna para liberarse. Aparece la cabeza en su campo de visión, para acercarse a su pecho izquierdo. Siente algo agudo golpear su vagina, la cola presiona entre sus piernas, mientras Linda sujeta el pecho con ambas manos para que la lengua de la serpiente azote el pezón hambriento.
No puede ver lo que está ocurriendo entre sus piernas, pero siente que su vagina se llena y vacía rítmicamente.

Soy serpiente para enredarme y reptar por vuestras piernas para llegar al centro mismo del placer y lanzar mi lengua bífida e inquieta a vuestro sexo; lamerlo y morderlo suave y venenosamente para excitaros.

La serpiente se retira, su cabeza vuelve a bajar hacia el vientre, hacia su entrepierna, a su coño a cada momento más inflamado. Nota en lo más profundo de la vagina, la lengua del animal agitarse. Eleva las rodillas flexionadas para que la penetración sea más intensa, para que entre más en ella ese cuerpo grueso que la llena y la hace lubricar como a una puta.
Piensa que tiene que ser una gran puta para hacérselo con una serpiente.
Ahora la cola se eleva por encima de su vientre y golpea los pezones alternativamente, hay un leve dolor que se convierte en una mortificación excitante. Sus pezones se han puesto tan duros que desearía que alguien mamara de ellos hasta reblandecerlos.
Se los pellizca brutalmente, y de su boca se escapa un gemido jadeante y algún grito sostenido cuando le sobreviene un orgasmo que la obliga a arquear la espalda.
La cola de la serpiente ha dejado sus pechos y ahora la siente presionando en el ano. Relaja el esfínter y la cola empieza a penetrar en él con suaves ondulaciones que la llevan al paroxismo del placer.

(Continúa)


Iconoclasta