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4 de febrero de 2009

Dios aprieta

No camino, salto alegre y danzarín en una calle estrecha, tan estrecha que apenas hay unos minutos de sol al día.
No me importa que mis mantecas se agiten alborozadas con este alegre corretear. Sorteo con gracia y agilidad una mierda de perro, para chapotear al siguiente paso en un charco de meados y cerveza.

Mi esposa está embarazada, voy a ser padre. Y como soy de naturaleza confiada y optimista, estoy seguro que también seré el padre biológico.
No siempre me han de salir mal las cosas; es hora de que la vida me sonría.
Aún me quedan seis meses de paro.

Ahora hago el pino y camino con las manos.
Esto de la alegría es la hostia; no me duelen las manos en absoluto después de haber caminado quince metros de acera llena de vidrios rotos.
La sangre es inquietantemente hipnótica cuando fluye sin dolor.
Cuando la alegría entra en nuestros corazones, hay un importante ahorro de analgésicos.

¿Cómo será mi hijo? ¿Seré un buen padre?
Debo serlo y además deprisa, antes de que el páncreas se me deshaga del todo.
Quiero que cuando mi hijo hable, digan: “Dice las mismas cosas que su padre, que Dios lo tenga en gloria”.

Mi esposa ha llorado un poco cuando me ha dado la gran noticia. Yo no creo que llore por la duda de que pueda ver crecer a mi hijo. Llora porque ayer nos cortaron la luz. Estas cosas pasan, pero conozco un amiguete que es electricista y nos volverá a conectar el contador hasta que podamos pagar lo que debemos.
Tendré que regalarle a mi esposa alguna cosa para animarla. En cuanto cobre dentro de tres semanas le compro el bolso de la Betty Boop del bazar chino.
A ella le gustan estos detalles.
Le arrancaré una sonrisa, como la morfina me la arranca a mí.
La alegría es contagiosa y si no, debería.
Que la vida son cuatro días.
Me parece que yo voy por el tercero...
No importa, a veces los días se hacen larguísimos, yo mismo a veces, antes de inyectarme la morfina, pienso que son incluso insoportablemente largos. Afortunadamente, sólo son bajones esporádicos y la nube pasa deprisa.
Es tan larga la vida cuando duele... No vale la pena vivir días así, es mejor irse pronto.
Y cuando de nuevo el sol inunda la estrecha calle, me siento saltimbanqui.

Es una dura carga la de ser padre, tienes que educar a tu hijo, agradecer a tu mujer el que te haya hecho padre y mantener el equilibrio emocional necesario, para no amargarnos en un piso oscuro con una sola habitación y un comedor-cocina-lavabo, que nos cuesta el sueldo de uno de los dos.
Y menos mal que la morfina me la paga la sanidad pública, de lo contrario, el dolor del páncreas me habría vuelto loco y habría matado a mi esposa y al pequeño vampiro que lleva en su tripa.

Hay gente tan afortunada en el mundo por las cosas más tontas, que no agradecen que no haya ningún bulto en su cuerpo.
Los bultos, aparte de dolorosos, te acortan la vida.
A pesar de la morfina, a pesar de que correteo feliz y cándido como Caperucita Roja cogiendo margaritas por el bosque, me sube la tensión y me pulsan las venas de las sienes como dos tambores cuando pienso que de toda esa fortuna, suerte o tranquilidad que tantos disfrutan; no he gozado yo ni un ápice.
Parece injusto y es prácticamente imposible no concluir que la vida es una mierda y que ojalá una catástrofe natural arrase el mundo entero y que sean las ratas las que dominen la tierra.

Ahora voy a ser padre y no me puedo permitir estos pensamientos funestos. He de inyectarme más morfina. El médico es un buen tío, me ha dicho que ya he llegado a un punto en que me inyecte lo que necesite, que no vale la pena padecer si no es necesario; ya no puede hacer daño un exceso de euforia.

Quiero que mi hijo me recuerde como un hombre positivo, que sepa que en ningún momento me pudo el desánimo. Ha de saber que en esta sociedad lo importante no es integrarse. Lo importante es vivir intentando soslayar toda norma o ley sin que cause perjuicio en nuestra vida. Es la única forma de sentirse libre y hombre en esta civilización.
Le enseñaré de una forma suave y delicada, que es muy posible que haya heredado mi falta de suerte o fortuna. Que no se preocupe, gozará de valentía y fortaleza, son virtudes. La cobardía y la debilidad, por mucho que le mientan, jamás serán cosas de las que sentirse orgulloso.
La morfina puede que me haga parecer un payaso; pero no imbécil.

Hay gente de la que apartarse para evitar caer en el asesinato. No es por la morfina lo ingenioso de mis eufemismos; se debe a que siempre me ha gustado leer y escribir lo que pienso y se me da bien la locura caligráfica.
Y ahora salto y choco los tacones en el aire. Dos mujeres me miran con cierto asco y se bajan a la calzada para alejarse cuanto pueden de mí. Es normal, yo se lo aconsejaré también a mi hijo. Que siempre que vea un hombre extraño, un hombre que sonríe solo, o salta alegremente por la acera; se aleje de él. Nunca se sabe si te pegarán un navajazo con esa simpática sonrisa en la cara.
Por otro lado, la locura podría ser contagiosa. No hay que fiarse, ni tampoco obsesionarse. Es tan difícil encontrar el término medio como encontrar un trozo de mi piel libre de pinchazos de morfina.

Sé que despedirán del trabajo a mi mujer cuando sepan que está embarazada.
No hay problema, todo se arreglará, no puede ser que tanta mala suerte no alterne con algo de buena.
Ahora doy una voltereta de contento, voy a ser padre y estoy seguro de que llegaré a ver a mi hijo.
Pues no, ya es mala suerte la mía, he acabado la voltereta delante del camionazo de la basura que viene a toda velocidad en esta estrecha calle.
Menos mal de la morfina, porque esto va a doler.
Ni mi hijo, ni el bolso de la Betty Boop, ni nada de nada.

Con que Dios aprieta pero no ahoga ¿eh?


Iconoclasta

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