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28 de enero de 2009

El día de Obama y Aznar


El 20-1-09 pasará a la historia de mi vida como uno de los días en que me chirriaron los dientes durante más horas y con más frecuencia que en cualquier otro.
Talmente como si alguien clavara las uñas en una pizarra y la arañara.
Sólo vomité dos veces y encendí diez cigarrillos por el filtro. Como soy pobre por naturaleza, arranqué el filtro y me los fumé a pelo, como los machotes, y escupí cantimploras al ritmo del himno estadounidense.
El provincionalismo sentimentaloide y fanático de los estadounidenses en la fiesta de la toma de posesión del presi negro, me hizo ver de nuevo la verdadera cara de la chusma rumiante que se mueve en grandes manadas. A mí me parece bien que haya un presidente negro en su país; pero vamos, no me altera el ritmo de vida aunque fuera de color verde pistacho. Y eso de soltar una lágrima... Las lágrimas las dejo para los billetes de cien euros, que esos sí que me emocionan.



Y para mayor inri, ver al ex presidente español Aznar de labio leporino y voz de pervertido, tocado con un birrete y nombrado “Horroris Causa”, también me impactó vivamente. No sé qué clase de universidad (la valenciana Cardenal Herrera-CEU) ha cometido semejante error. Cuando llegue al poder lo pagarán caro. Los obligaré a trabajar.
Aznar con su perfil de buitre y aplastado por el peso del birrete y la capa, era también la imagen viva de la España profunda. Es imposible no pensar con que se debe medicar cuando habla. Tiene que ser algo muy fuerte para que la imbecilidad se agrave por momentos.




Parece que los presidentes españoles deberían acudir al logopeda y al colegio para aprender algo, tanto si cargan el paquete a la izquierda o a la derecha; al final siempre acaban en el centro, dando por culo.
Son maravillosas las cosas que tienen en común los estadounidenses y los españoles: un degenerado mal gusto por las celebraciones y una forma de adocenarse de lo más vulgar, valga la redundancia. Sólo que los americanos nos ganan, ya que su presidente al menos tiene carisma y un color más llamativo. Seguramente no servirá ni para estar escondido como pasa con todos los presidentes de todos los países, pero adorna la Casa Blanca más que los que aquí adornan La Moncloa.
Si los establounidenses tuvieran rey, serían ya igualitos que nosotros.
Así que ese día era imposible ver las noticias: Aznar asomó con su labio descolgado farfullando algo, entrevistaron a algún idiota que asistía a la investidura del Obama y hablaron del tiempo y el fresquito que haría en todo el norte de España.
¿Y para esto vamos al colegio de pequeños? Ya nos podrían hacer imbéciles desde un principio, es una pérdida de tiempo aprender y desaprender.
Seré malo y cruel, pero ojalá se instaure una dictadura antes de volver a tener que soportar un acto de investidura americano.
Y ojalá que cierren la universidad que le ha puesto un birrete al border line de Aznar.
Buen sexo.



Iconoclasta

24 de enero de 2009

El probador de condones: el amor es anal

Encontrábame haciendo sudokus en la consulta del traumatólogo por un dolor bastante fuerte que tenía en un dedo tras pillármelo en el archivador.
Estaba buscando la ficha de los nuevos condones Obama’s Maricuelas Black (ahora es imprescindible que todas las pollas luzcan la cara de Obama con la misma histeria que en todas las series televisivas aparezca un maricón y una tortillera ingeniosos y superinteligentes), la nueva línea de condones para liberales me tenía angustiado, ya que no sabía si eran aptos para la fuerte tracción anal y peluda de los más aguerridos juláis, la ficha técnica me iba a desvelar el secreto. El cuarto de archivadores estaba atiborrado de armarios y la maciza Yoli también buscaba documentos. Fue ella quien quiso rozar sus pechos contra mi espalda buscando ayuntamiento carnal en aquel estrecho pasillo, me empujó con sus tremendos pitones, se cerró el cajón y me pilló el dedo.
Yo grité, insulté y blasfemé contra Dios, cosa que si hubiera existido, ya me habría castigado haciendo que la polla se me cayera a pedazos y la Virgen devolviéndome los insultos arrebolada ella.
— ¡Uy, perdona! ¿Te he hecho daño? —dijo soltando una carcajada sin inteligencia alguna.
— ¡No, qué va! —dije con ganas de pegarle un tiro entre los ojos.
La falangina del dedo índice de la mano derecha había cogido un color oscuro, casi negro y si no fuera por el dolor, me hubiera quedado contemplándolo un rato largo con curiosidad y pensando sobre la extraña forma en la que el cuerpo reacciona ante las agresiones y traumas.
Cogió con delicadeza mi dedo sangrante y lo besó manchándose los labios (los de la cara) de sangre. Todo lo puta que era se hizo patente en aquel beso que me puso duro el miembro a pesar del dolor que se ocultaba tras mi sonrisa.
Gracias a mi innata naturaleza sexual, el dolor pasó a segundo plano. Invité a Yoli a que se diera la vuelta y apoyara sus tetas en los archivadores que había a su espalda, levanté su falda, hice a un lado sus braguitas manchándolas de sangre y la penetré con violencia. Su vagina estaba inundada de flujo, me encanta el chapoteo de los sexos en cópula. Le pellizqué un solo pezón, el izquierdo, el derecho no podía ya que si movía el dedo destrozado, corría el riesgo de eyacular precozmente debido a lo complejo de mi mente. Como nos encontrábamos en un sitio tan estrecho, ella no pudo doblarse bien y la penetración fue muy intensa, ya que el ano recibió un fuerte masajeo. Me corrí balbuceando: “Hija de puta subnormal” y acaricié la cara interna de sus muslos por los que bajaban dos pequeños ríos de blanco y cremoso semen.
Se dio la vuelta de nuevo y me besó vigorosamente cogiendo mi bálano aún pulsante, exprimiendo las últimas gotas de semen.
—Eres un cielo —susurró con aquellos labios aún manchados de sangre.
Me limpié bien el capullo en la tela de su falda antes de irme al departamento de Recursos Humanos a recoger un volante para que me visitaran en la mutua.
—Pero la polla la tienes bien ¿no? —preguntó evidentemente alarmada la jefa de personal.
Es normal que hagan estas preguntas, trabajo con el pene todo el día y la peña cree que paseo mi terso glande por las pestañas de las carpetas archivadoras dejando un rastro húmedo como una babosa.
Después de tres horas en la sala de espera de urgencias, desde una consulta una enfermera gritó mi nombre; recogía su negro cabello bajo una cofia, una mascarilla con una cruz roja dibujada no dejaba ver más que sus oscuros y crueles ojos. Un ajustadísimo uniforme se pegaba a su cuerpo como una piel. Yo calculaba con frialdad y con el miembro en plena expansión que no debía llevar bragas, no se notaba costura alguna en su pelvis bajo aquel prieto uniforme.

—El doctor no está, le haré la primera cura.
Me hizo sentar en la camilla.
Yo soy de naturaleza simpática y amable con las mujeres, a los tíos que les den por culo. Y díjele con un derroche de ingeniosidad:
—¿Quieres que me baje los pantalones?
Lanzó una enigmática sonrisa ante mi ingeniosa pregunta, una especie de ¡Je! un tanto despectivo, socarrón e inquietante. Yo diría que no le gustó mi broma a la borde.
—Sí y apóyate en la camilla.
—No jodas —le respondí con la voz contrita.
Soy un bocazas.
Se hicieron añicos mis ilusiones al comprender que me iba a banderillear contra el tétanos. Pensé por el ruido a lata desgarrada que debían tener las vacunas en conserva. También escuché el inconfundible ruido que hacen los guantes de látex, he visto muchas películas y conozco muy bien ese sonido, siempre precede a los dedos que invaden el interior de los hombres. Dedos impíos de proctólogos sin corazón.
—Relájate, salao —dijo con un sarcasmo que no me tranquilizó.
Sentí algo frío presionar el ano y mis peores temores se hicieron realidad: enema. Esa enfermera debía estar confundida. Yo no necesitaba una lavativa para calmar el dolor del dedo.
—Me parece que te has equivocado. Yo vengo por un dedo destrozado, mis intestinos y mi culo están perfectos.
—Pues si sabes tanto ¿por qué no te curas tú solito?
Intenté incorporarme; pero me puso la mano en la espalda obligándome a quedar en aquella absurda posición.
—¿Qué tiene miedo el machote?
Aquella mujer era un diablo, una psicóloga potente y preparada, no pude evitar picarme y quedarme quieto para demostrar mi valor y coraje.
Tampoco se trataba de una lavativa; tras la presión inicial se me dilató el ojete y luego se cerró tragándose el extraño supositorio. No me sentía nada excitado, mi sexualidad es muy sana.
Cuando me introdujo el décimo me lagrimeaban los ojos, ya me estaba aburriendo y tenía el culo dolorido. Me incorporé intentando mantener con dignidad todo aquello que me había metido.
Sostenía en la mano una lata de aceitunas rellenas y se estaba comiendo una tan plácidamente, la muy golosa.
—¿Me has metido en el culo media lata de aceitunas?
—Pues sí, me apetecía algo de cerdo relleno.
Qué rencorosa era la hijaputa.
La llamé guarra y alguna cosa más que no me acuerdo. Ella impasible y sin quitarse la mascarilla, cogió el teléfono de la mesa:
—¿Seguridad? Un paciente está nervioso.
Pasaron apenas unas décimas de segundo cuando apareció el guardia y me pillaba aún con “uta” entre los labios.
Me aporreó en mis tersas nalgas y salió disparada una aceituna que impactó en su camisa. Yo grité, él dijo algo descortés y me soltó otro golpe.
Salió otra aceituna a la velocidad del sonido con estampido que jamás hubiera pensado que mi cuerpo pudiera producir.
Se quejó y se llevó una mano a la mejilla, se le había quedado pegado el relleno de anchoa.
—¡Qué cabrón! Ahora en la jeta...
Los seguretas no son muy listos, pero aprenden bien si los sometes a intensas sesiones de comportamiento condicionado. Ya no me pegó con la porra en el culo.
Cogiome por el pescuezo sin dejarme subir los pantalones y me echó a la puta calle. La enfermera gritaba con voz afectada:
—El cerdo quería que se las quitara yo.
Ya una vez en la calle y antes de subirme los pantalones para evitar que cualquier mujer o julandrón que pasara por allí se amorrara a mi exuberante y lustroso pilón, intenté librarme de mi carga; me apoyé en un árbol doblé la cintura y tras un gran esfuerzo lancé una andanada de aceitunas acompañadas de una sonora ventosidad. El mundo entero se detuvo guardando silencio con los ojos fijos en mí.
Los vecinos se asomaron a las ventanas sin sospechar siquiera la procedencia de aquel estampido. Debían temer que se tratara de una bomba de ETA o Alcaeda.
Hubo un daño colateral que no revistió gravedad: una vieja que salía de comprarse unas bragas de fantasía en un bazar chino, se estaba quitando de la dentadura los restos de una aceituna.
Si aquel era un día aciago para la anciana, pensé que en cuanto se probara aquellas bragas y dadas las noticias sobre las reacciones alérgicas que producen ciertos productos chinos, se le pondría el chocho del tamaño de una calabaza. Hay personas a las que el destino sólo les depara sinsabores y aceitunas rellenas con olor a mierda.
Y por lo visto también era un día aciago para mí; un policía venía a toda hostia, probablemente porque mi rabo escandalizaba y el cagar olivas no es algo que te haga popular.
Como quiera que el dedo no afectaba a la motricidad de mis piernas, salí corriendo a pesar de que el policía me pedía por favor, que me detuviera para ayudarme a subir los pantalones y llevarme al gastrointestinal para revisar el porqué de aquellas extrañas, violentas y exóticas deposiciones públicas.
Tras un par de travesías a la carrera, el poli se dio por vencido (son las ventajas de vivir en un país con pocos recursos) y yo me metí en un bar a fumar tomándome una cocacola y un bocadillotortillapatatas.
Pensé en volver a la mutua y ponerle los cuernos a mi esposa, me había enamorado de aquella sanitaria traviesa y perversa.
Mi psique es tan compleja...


Iconoclasta

20 de enero de 2009

Queridos muertos

Demasiados sueños con los muertos. Son ellos los que no me dejan tranquilo. Se empeñan en vivir, en usar mi sangre y respirar por las noches en mi cerebro; y parece que no se dan cuenta de que murieron, de que un día los lloré.
No me atrevo a decirles lo muy muertos que están, no tengo porque ser cruel.
Daría lo que fuera por rozar su piel y sentir la calidez de su vida (su barba rasposa, mi piel de niño, manos fuertes y serenas que transmitían cariño sin escatimar, generosamente, naturalmente).
No se puede volver.
Vendería mi alma por cruzar una palabra con ellos; mientras tanto, los mantengo engañados en mi cabeza.
No se puede volver.
Aunque son diferentes: vivos no eran tan sarcásticos, divertidos y sexuales. No los quería tanto.
No sabía cuánto se podía querer, han tenido que morir para que yo lo supiera.
No soy una buena persona.
Y los muertos deberían ser más delicados con mi mente.
Puede que estén mejor muertos, enterrados los cuerpos.
Mis queridos muertos...


Iconoclasta

17 de enero de 2009

Balance año 2009

Creo que ya es hora hacer balance del año 2009, que las cosas se van dejando dejando y acabamos haciendo el balance a final de año cuando ya nada tiene remedio.
Es todo asquerosamente igual que en el 2008.
¿Tantas uvas y alegrías para esto?
Han pasado diecisiete días y esto no se mueve.
Y ahora las buenas noticias:
Dentro de poco, dicen, que se acabará el madrugar para ir a trabajar, puesto que no habrá trabajo alguno que hacer. Viviremos como en la Roma decadente cometiendo toda clase de excesos por un ocio tantas veces clamado a los dioses.
En la década de los ochenta del siglo pasado, con aquella crisis que empezó a mediados de los setenta, se crearon miles de pistas de petanca, y parados y jubilados llenaban los parques públicos y cualquier solar que encontraran.
A saber que nueva distracción prepararán en esta crisis una vez que Israel (uno de los pocos países que curran) haya acabado su trabajo.
Si yo fuera uno de esos político-funcionarios, ya mismo estaría pergeñando alguna manifestación de distracción. Hace ya muchos años que la peña no se manifiesta por nada económico y político, y eso no debe suceder. Yo creo que se inventarán otro motivo ecológico y así tendrán además la excusa perfecta para clavarnos otra polla tatuada con “impuesto medio ambiente”. Por ejemplo, algo así como: No a los bigotes rotos de las focas que hociquean entre montañas de latas de cerveza sumergidas en los océanos.
Y es que va a haber mucha res con tiempo libre y eso no mola.
Por otro lado, y si las depresiones, suicidios e incestos no lo impiden, habrá mucho más buen sexo como es lógico y de esperar. Y lo que es mejor, en muchos casos será gratuito ya que parados y paradas se solidarizarán entre sí.
Buen sexo e id reservando vuestro juego de petanca, y sobre todo el imán recoge pelotas, que luego el dolor lumbar os impedirá una satisfactoria relación sexual.


Iconoclasta

15 de enero de 2009

Yo, Dummy

Soy un dummy que se da golpes continuamente. Tenazmente.

Me gusta el deporte de riesgo. Soy osado.

Me soban, me fijan en asientos de vehículos y me usan para toda clase de pruebas violentas. A veces, me tiran desde alturas que si no fuera dummy, harían que me cagara por la pata abajo. El miedo a veces puede ser muy romántico.

Espero ansioso que me lancen contra sus tetas. La ingeniera jefa está buenísima, ya vería la muy maciza si el dummy se está quietecito de la misma forma que cuando lo sientan en el coche para matarlo. Disfrutando haciéndole daño.

Y es que tengo otro trozo de dummito pegado a mí (concretamente entre las piernas) que te cagas.

Soy como Pinocho pero en polla y no lo digo porque sea un mentiroso charlatán asexuado hijo de la mente senil de un carpintero.

Cuando me lanzan desde una altura mortal, volteo en el aire con gracia y agilidad felina para no aterrizar de cara al suelo. Con este pedazo de dummito que tengo siempre vistoso y altanero, me quedaría clavado en la tierra. Incluso podría doler.

Aunque los dummys no sienten dolor.

Eso dicen.

Alegar ignorancia no exime de responsabilidad a los envidiosos. Y todo porque soy un dummy muy bien dotado. Estoy seguro de que no lo hacen para salvar vidas humanas. Son como hienas los ingenieros.

Soy un dummy pegado a un dummito que los acompleja hasta la vergüenza.

Da igual lo que hagan, yo no tengo miedo. Si me han de arrojar al fuego o meterme entre un montón de hierro, no gritaré. Y si ha de doler que duela.

Soy arrojado y crash y test son mis apellidos.

Claro que no soy un dummy idiota; prefiero que hagan las pruebas de impacto las familias en sus vehículos; que se estrellen con felicidad fraternal; así en familia con los corazones henchidos de felicidad dominguera. Muy unidos, como debe ser.

Que nadie se piense que los dummys somos misioneros, yo no lo soy.

Nos gusta follar como a todo el mundo. Aunque a este gilipollas que tengo por compañero y que le falta un brazo y una pierna, no dice nada. Simplemente choca sin ningún tipo de inquietud. También hay dummys idiotas y viejos.

Los ingenieros son unos hijoputas.

¿Por qué no hacen las pruebas con los peluchitos de sus hijos?

Me encanta que la ingeniera jefa me roce con sus pezones cuando me acomoda en el asiento y afloja el cinturón de seguridad para que me haga más daño.

¡Qué guarra y masoca es! Me pone a cien en todos los aspectos.

Es una ocupación que está bien, vives la emoción del riesgo y después te pasas media vida viéndote a cámara lenta, adetrás, adelante, rápido, congelado.

Empalmado.

Me gusta cuando saltan los cristales y se clavan en mis ciegos ojos. Y lo que más disfruto: cuando el impacto es muy fuerte, me doblo tanto que puedo besar mi dummito y tenerlo metido un buen rato en el agujero de mi cara. Si tuviera ojos de verdad, me quedaría bizco.

He de reconocer que hay un poco de frustración en mi mente de maniquí de impactos; los humanos son cortos y no se dan cuenta de mi sexualidad y mis necesidades.

A mí el amor me importa tan poco como el arañazo del retrovisor de la puerta del conductor; no quiero cosas imposibles como el amor. Soy un dummy que conoce sus limitaciones.

Estoy nervioso, espero impaciente que la ingeniera jefa se siente en mis rodillas. A veces ocurre; hay días en los que ha de regular los sensores del salpicadero, se sienta en mis rodillas y mi dummito se mete dentro de ella. Y estamos así un buen rato hasta que lanza un gritito y se pasa la mano por el cuello entrecerrando los ojos.

Yo me hago el tonto; pero a juzgar por lo empapado que queda mi dummito, la ingeniera jefa ha pasado un buen rato.

Y yo.

No siempre ocurre, otras veces es un mecánico que huele a sudor rancia el que me pasa el sobaco por la cara. Si tuviera dientes y boca articulada, le arrancaría de una dentellada la piel y la melena que le cuelga.

Lo bueno si escaso, es totalmente angustioso.

¡Hala! ¡Ya está!, ya han encendido el motor del coche y han dejado en la pista un bloque de hormigón del tamaño de un cerdo.

Bueno, al trabajo. A ver si hay suerte y el impacto me dobla hasta poder meterme el dummito en el agujero de la cara.


Iconoclasta

11 de enero de 2009

San Zapatero de Calcuta



Escuchando al Zapatero lloriquear por Palestina, he sentido una profunda vergüenza de ser español (la verdad es que me la pela ser español, sólo quería dar más dramatismo al texto).
Nunca había visto a un actor de asociación de vecinos llorar tan mal y hacerse el emocionado, desde que una vez hace ya tiempo, vi al ridículo y maricón Hitler en un viejo documental, dando golpecitos a un atril con sus pervertidas manos de pederasta y el repugnante tupé tapándole la frente.
Porque Zapatero, casi lloraba repitiendo “Palestina la herida” “Palestina” y “Pa----les-----ti------na”. El actor ante tanto derroche de lágrimas y jetas de profunda contrición (o algo en el vientre de ese hombre no funcionaba bien en ese momento), parecía haber olvidado los trescientos asesinatos que cometieron en su país terroristas islámicos.
Por lo visto, los Reyes Magos de la edición 2009 no le dejaron regalos y aprovechó la rueda de prensa para asegurarse un buen lote para el año que viene, convirtiéndose en todo un santurrón de lo más emético para cualquier humano maduro sexual y mentalmente.
A todo esto, queridos niños, os he de decir que los Reyes Magos no existen y son vuestros padres quienes os compran todos esos juguetes.
Entre palabras silabeadas y separadas entre sí con pausas de eternos segundos de aburrimiento que obligaban a los que asistían a la rueda de prensa, a mirarse las uñas mientras capeaban el tostón; el Zapatero contrajo los músculos faciales en un rictus de dolor y ofreció las palmas de sus manos abiertas con santidad. He de reconocer que todo ese dolor derrochado, y arrastrando aún añoranza por las pasadas fiestas navideñas, me puso la polla dura ante tal dechado de humanidad. A veces mi sexualidad dura, hostil y desalmada me produce inesperados momentos de alegría.
Seguro que luego el español santurrón y el beato palestino, han tenido una sana relación conyugal.
Qué chocho y qué poco hombre...
España tenía que ser.
Lo que yo digo: un país no es pobre por casualidad o injusticia; lo es porque no puede ser otra cosa.
Y mucho menos cuando un presidente tiene tanto carisma y poder de resolución que ha de mendigar que le dejen una silla en las reuniones de primeros mandatarios mundiales. Seguro que le van a hacer caso y los israelíes más que ninguno. Je.
Casi que prefiero que me llamen catalán que español. Los políticos deberían pensar que su imagen puede influir mal en los ciudadanos que no tienen culpa alguna de estar bajo su yugo.

Buen sexo.


Iconoclasta

6 de enero de 2009

Un bello misterio

Si hubiera un misterio que diera por inexplicable qué es ella, aún tendría esperanza para no pensar que soy un hombre preso simplemente de una mujer humana. Un vulgar pelele encoñado de una tía.
No es que me disguste; pero si ha hecho esto conmigo, que se me permita dudar de su humanidad.
Soy tan sórdido y pragmático que parece una broma amarla tan perentoriamente. Sé que no estoy loco porque conservo mi trabajo y ninguna mañana me he despertado en un calabozo vestido con las bragas y el sostén de mi madre.
Eso no pasaría jamás, hasta el más lejano y remoto de mis nervios mantiene a buen recaudo el secreto de mi amor por ella. Estoy enamorado; mas conservo la razón.
Está bien, soy un poco paranoico y amar así debería ser motivo de alegría; pero soy cauto y pesimista por sistema; hay mucho envidioso y alguien podría querer apartarme de su lado.
Si algo me ha enseñado la vida, es que hay humanos que sólo viven para envidiar. Hombres, mujeres, niños, niñas, ancianos y ancianas que sólo viven para observar con envidia, mientras un hilo de baba animal se desprende de su belfo inferior.
Ambicionan lo que ellos no podrán conseguir jamás.
Da igual cuánto tengan, coge al tío con más dinero del planeta y trátalo como a un igual: le rechinarán los dientes y su día estará marcado por una corrosiva necesidad de demostrarte que es poderoso y arruinará tu vida para que un día al cruzarte con él, le hagas voto de admiración mamándosela de rodillas.
Y en medio de toda esta mierda y mediocridad espantosa que a veces se pega a mi piel como una brea maloliente, está ella.
Conozco el mundo y sé como se comportará cualquier individuo en un momento determinado. Conociendo esto ¿cómo ha sido posible que ame tanto a alguien? Porque no hace milagros, no me tiene en un perpetuo orgasmo.
Habla conmigo con pasmosa sencillez y sin venir a cuento, me pellizca una mejilla y con un gritito de niña me dice: “¡Uy, cuánto te quiero!” Yo entre dientes y mirando a izquierda y derecha por si alguien se ríe, le digo muy rápido y flojito: “Y yo”.
Soy parco en palabras. Sé muy bien que cuanto más se habla por ser ingenioso, más probabilidades hay de que te jodan. O de tener que conocer a más humanos, cosa que no me apetece, no soy sociable.
A lo largo de la vida he tenido que pedirle a muchos que se callaran; el dolor de cabeza que me producen me provoca náuseas. El otro día en el metro, sin ir más lejos, vomité en el pecho de un mendigo que pedía, puesto que “es mejor pedir que robar”. Yo no tenía la gripe ni gastroenteritis; pero cuando el tipo se me puso delante con la mano extendida, oliendo a orina y cerveza agria, me dio una arcada y arrojé toda mi comida en su cazadora tejana sucia y rota.
El se me quedó mirando y yo un tanto asustado por aquella repentina náusea díjele: “Lárgate apestoso de mierda”. El amargo sabor del vómito me puso de mal humor. Ya digo yo que no soy un buen conversador.
Con ella no me pasa, la escucho hablar durante horas y me encuentro ante ella en un océano tranquilo y cálido en cuyas aguas se transmite su voz y sólo la suya. Nadie interfiere.
No es romántica ni sugerente la idea; pero ella es el tanque de aislamiento donde se altera mi conciencia, donde me encuentro a salvo de esta cotidianidad infecciosa.
Qué poderosa es.
Si fuera crédulo o supersticioso, pensaría que es un ente angelical.
Su verdadero encanto radica en que es humana, la parieron así. Si fuera divina no sería tan frágil.
A veces llora en una escena de una película romántica o dramática. Le pegaría fuego al cine, a la cinta, al televisor o al lugar donde nos encontrásemos en ese instante. Y lo que es peor: me gustaría llorar con ella para que no se sintiera sola en ese momento de acusada sensibilidad.
No puedo llorar por nadie más que por ella.
Mi amor por ella es algo que transmite hasta mi piel y por esa sencilla razón, la no-diosa se coge de mi brazo y apoya la cabeza en mi hombro. Cuando noto su lágrima calar la ropa, me siento hombre en todo su significado. No hay ninguna prueba de amor tan intensa como la lágrima de quien amas en tu piel. Cuando eso ocurre, es que no existe frontera alguna, es más íntimo que follar.
En ese instante en el que me siento bautizado por sus emociones, giro con disimulo la cabeza a un lado, me soplo las uñas y me las froto con vanidad en el pecho.
Con chulería sería más correcto.
Si alguien le hiciera daño, le arrancaría la espina dorsal con mis dedos. No soy un hombre refinado como otros; que no sea un envidioso y me importen una puta mierda mis congéneres, no hace de mí alguien pasivo o estoico. No soy inofensivo en absoluto. Y no es por hacerme publicidad.
Odio en la misma medida que amo y me siento orgulloso de ello.
Así pues, a pesar de ser un hombre práctico y que toca de pies a tierra, aún me permito soñar cuando camino con ella de la mano. Un día me guiará por un camino en el aire y saldremos de esta atmósfera de luz vulgar que tanto me aburre e incluso me pudre; hablando de cosas banales sin dar importancia al hecho de que el homicida vacío del espacio no nos mata. Y así acariciaré el terciopelo cósmico.
El polvo de asteroides tan viejo como mi pensamiento se prende en mi ropa como una pátina añeja; pero en su cabello oscuro parece oro viejo. El universo huele a melancolía fría y estática. En el espacio están las añoranzas expuestas y de la mano de mi no-diosa los sueños viajan en carrusel a nuestro alrededor.
Me siento pequeño y le ruego que no me lleve de vuelta allá abajo. Quisiera estar más tiempo ahí, toda la vida.
Me pellizca una mejilla y me dice:”¡Uy, cuanto te quiero!”.
Los hombres no lloran, y yo que siempre he sido incapaz de llorar, tengo que taparme los ojos con la mano y decirle que si llego a saber que salimos al espacio, me pongo gafas de sol, el polvo estelar es un poco irritante.
Cómo se ríe...
Si hubiera una leyenda sobre ella que explicara el origen de su divinidad, creería que es una diosa y tal vez la veneraría; pero es una mujer. Es piel, carne y amor. Sólo es posible amarla y cuidarla porque es frágil. Casi tanto como yo.
Enciendo un cigarro frente a un planeta que ella llama Dulcerimious, hay tres lunas una azul, una roja y otra verde. La tierra es ocre, los pies se hunden en ella y tiene la temperatura de su piel.
Es un cigarro lo que estoy fumando, lo juro. Es ella la especial, la autora de mundos de inenarrable belleza. De momentos de serenidad.
Cuando mi lágrima cae en aquella tierra, se forma un minúsculo cráter. Sube una nubecilla de polvo y se arremolina en caprichosas volutas: un pequeño brillante aparece en el cráter. Ella me mira atenta, sonriendo.
—Una más, cariño, llora una más por mí.
Lo difícil es llorar sólo una. En este dichoso Dulcerimious, el polvo me provoca irritación y las lágrimas son incontables e incontenibles.
Dos pequeños cráteres se han formado a nuestros pies, cuyos brillantes reflejan desde su interior los colores de las tres lunas.
El vértigo de la belleza es simplemente aniquilador y las murallas de contención de las emociones, hace ya un par de segundos que han estallado.
Llorar con ella es reír. Se libera el líquido acumulado en el organismo, seguramente por la descomposición de las sales minerales. Cualquier físico diría que en esa atmósfera se disuelven con más rapidez, y ¡hala!, a llorar como una Magdalena.
Es extraño Dulcerimious, no te puedes fiar de ver a un hombre reír, seguro que está viviendo un drama devastador. Ella se ríe cuando pienso esto en voz alta; pero se ríe de verdad, no llorando como yo. Me dan una rabia las listillas...
Cuando la beso y cierro los ojos, mi amor por ella es de esos tres colores lunares que se han quedado grabados en mi retina y el amor ya tiene todas las propiedades de un ser vivo. Tamaño, peso, calor y color.
Ella me ahorra la tristeza de la vuelta a la Tierra, no deja de besarme hasta que siento el sol calentar mis hombros. Mis lágrimas se han secado y su sonrisa me conforta de esta tristeza que me produce el retorno.
No hay misterios, no son posibles en este mundo feo; pero ella lo es. Nada explica como es posible amar con este afán en este tiempo y en este lugar.
Mi bello misterio...


Iconoclasta