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8 de diciembre de 2008

Dangerous Pezons (final)

La puta me saludó con frialdad.

—¿No es un poco pronto? A las seis de la tarde se toma un café o se va al gimnasio.

Era una amargada.

—Trabajo en el turno de mañana. Y si no quiero que mi mujer se entere de que le pongo los cuernos y me gasto la pasta de las gratificaciones, he de llegar pronto a casa. Así que empieza a hacer alguna gracia, porque me ha costado una pasta —la saludé yo también.

—¿Así?

Se había cogido los pezones entre los dedos de cada mano y los comenzó a estirar, estiraba tanto y sin cuidado que parecían que los iba a arrancar, el broche central del sujetador se abrió y sus grandes tetas parecían pender aún más pesadas de su delgado y pálido pecho. Salían chorritos de leche entre los dedos que caían sobre sus piernas y braguitas.
La verdad es que la puta valía aquella pasta. Abrí la bragueta del pantalón y metí la mano necesitado de masturbarme.
Se dio unas fuertes palmadas en los pechos. Los pezones dejaban escapar de nuevo, finos hilitos de leche en aleatorias direcciones.

—Mira como me castigo por mala. Toda esta leche tirada por el cuerpo, por el suelo... ¿Qué comerá hoy mi hijito?

A mí la hambruna me la pela, no soy sociable ni solidario. Soy un hombre que folla y poco más. Así que su hijito me la pelaba también; pero he de reconocer que era de una malicia bárbara.

—Yo también tengo alimento aquí —y me saqué el pene por la bragueta, tiré de la piel y descubrí el glande amoratado por la gran irrigación sanguínea. Notaba cada vena retorcerse en torno al bálano como raíces buscando agua en una tierra seca sin vida.

Las cosas de follar siempre me inspiran líricas imágenes.
Emy separó las piernas, se llevó la mano a la braguita rosa de algodón y apartó la tela que protegía la vagina hacia la ingle tirando del camal. La vulva apareció brillante y mojada de leche materna.
Haciendo tijera con los dedos separó los labios mayores de la vulva y un clítoris largo y grueso floreció de entre aquella carne mojada y flexible. Nunca había visto algo así de grande. Se me hizo la boca agua y un filamento de fluido se desprendió lentamente de mi glande como símbolo de admiración.
De pronto, quedose quieta mirando fijamente mi polla. Está bien hidratada y cuidada, me depilo por higiene laboral y la someto a breves sesiones de rayos UVA para que tenga una bonita y apetitosa apariencia, ya que sirve para ilustrar algunos folletos de instrucciones de uso y publicidad de los condones. También es utilizada como modelo para realizar algunos regalos promocionales. Realmente, el noventa y cinco por ciento de mí, está en la polla. Son cosas que con las que uno aprende a vivir.
Abrió el cajón del tocador y sacó uno de aquellos famosos consoladores que se regalaba mediante sorteo. El ó la concursante debía enviar la prueba de compra de una caja de condones de la línea “Penetraciones de ensueño” y recibía como regalo la reproducción de mi pene a escala real.
Me emocionó vivamente.

—¡Eres tú! —exclamó mirando con incredulidad la polla de resina y la mía.

—Psé —dije con mi locuacidad habitual.

Y dejé de cogerme la polla para sacarle brillo a las uñas de mi mano derecha en el pecho.
Los ojos de la puta se entrecerraron como sólo una mujer aquejada de lujuria aguda puede hacerlo, levantó las piernas al tiempo que las abría y abierta en todo su esplendor se metió a mi hermano de plástico en el coño, tan rápida y profundamente que sentí como mi glande intentaba salir disparado para meterse en aquel coño indecentemente lleno y mojado.
Me aproximé a ella y acaricié sus pezones con mucho tacto, estaban tan duros... Se masturbaba con vehemencia y ya que me tenía cerca, me cogió con fuerza el pene y lo meneó como una posesa.

—Eres tan puerco... —y cerró con fuerza el puño en mis cojones.

Yo pensé en la imprevisibilidad que me comentó la recepcionista sobre las madres putas primerizas y no conseguí ser comprensivo. Lancé un grito muy agudo, casi femenino y tuve que darle una bofetada para que me soltara. Emy aflojó inmediatamente el puño y me dio un beso en la punta del pijo con una sonrisa traviesa. El reguero de sangre que bajaba por la comisura de sus labios, le daba un aire de vampiresa.
Y seguí jugando con sus pezones. Lo del tacto exquisito y la sutilidad me dura lo que una botella de agua mineral en boca de un etíope y cerré con fuerza mi puño en el pezón izquierdo. Emy se quejó y el chorro de leche que salió le dio de lleno en un ojo. El rímel negro se mezclaba con la leche y parecía desamparada; había una fuerte carga dramática en aquella habitación de puta.
Apreté más el pezón hasta que la punta enrojeció saliendo por el puño y ella clavó las uñas en mi bálano hasta hacerlo sangrar.

—¡Qué hijo de puta eres, cabrón!

A mí, incluso me gusta que me traten como un mierda durante el cortejo sexual, pero aquella puta parecía Regan (la niña de El exorcista), pero como mi pijo estaba rozando su teta derecha, sentí más gusto que miedo.
Y además, si una tía te dice eso moviendo la estatua de tu propia polla en su chocho, no tienes porque tomártelo todo a mal; en el fondo te están rindiendo culto como a un dios.
Ya quisiera dios meter su cabeza en el coño de una mujer caliente.
El follar me hace épico, fuerte, heroico y viril.
Dejó el pene de plástico clavado en su vagina y se dedicó a acariciarme los cojones con la otra mano. Yo los contraje con miedo a que sufriera otro ataque de imprevisibilidad.
La obsequié metiéndome el pezón dolorido en la boca y se le escapó un suspiro que casi provoca en mí una vergonzosa eyaculación precoz. Serán putas, pero tienen una forma de gozar muy intensa para desquitarse de los polvos aburridos y a-orgásmicos de los que son objeto por parte de la mayor parte de sus clientes.
Cuando mordí el pezón, aunque lo hice con cuidado, me inundó la boca de leche, tosí y me salió por la nariz. Le cogí un marlboro y me lo encendí para ayudar a pasar aquel mal trago. La nicotina y los alquitranes volvieron a crear una capa protectora en mi laringe y combatieron eficaz y rápidamente los nocivos efectos de la leche.

—¡Eres la más puta de las putas! —le susurré al oído.

Le saqué la polla plástica y la tiré al suelo, hice presa en el superclítoris y con los dedos índice y pulgar lo masturbé como si fuera un micropene. Emy, o se había ilusionado mucho con conocer al probador de condones de su marca habitual de condones o necesitaba un polvo de verdad como una loca. Porque cuando le metí los cuatro dedos en la vagina sin ningún cuidado, comenzó a golpearse los pezones con las púas del cepillo para el pelo. No sé por donde pasó la mano para hacerse con él; pero apareció allí y pensé en lo maravillosa que es la vida cuando nos ofrece su magia.
Le apresé bien la teta con la mano que tenía libre y le mantuve el pezón alto para que pudiera castigarse más certeramente. Noté como se me escapaba una gota de semen por el pijo y apreté el culo, la próstata y todo lo que pude para que aquello no fuera a más.

—Te está sangrando el pezón —así que saqué lentamente los dedos de la vagina para que se relajara.

—No, no, no... —se lamentaba entre gemidos.

No recuerdo bien lo que dije, sólo recuerdo palabras inconexas; estoy seguro de que dije algo sobre cagar, dios, la puta, la madre y algo sobre arrancar una cabeza a puñetazos.
Tengo unos prontos malísimos.
No sé como llegó aquella pinza de largas púas para el pelo a quedar enganchada en mi tetilla. Supongo que debería haber imaginado que algo así podría pasar cuando ella jadeó excitada:

—¿Te gusta joderme los pezones, eh cerdo?

Me la arranqué como King Kong se quitaba las pequeñas lanzas del cuerpo y continué trabajándome a la puta ignorando el dolor y la humillación.
Me coloqué a su espalda, muy zorro yo, cogí su otro pecho, que estaba menos magullado, lo elevé hacia su boca y la obligué a que mamara su propia leche. Yo tenía el pene pegado a su espalda y me frotaba rítmicamente contra aquella piel hidratada con crema especial para putas; que es una sub-marca de Dolce y Marrana especial para profesionales.
Ella solita y sin que yo se lo dijera, encogió los labios con fiereza y cerró los dientes apresando al pezón. Una y otra vez lo hacía resbalar por entre los dientes. No había que ser puta para saber que aquello dolía una barbaridad.
Pues siguió así hasta que se hinchó como el pulgar de mi mano.
La obligué a apoyar los pechos en el tocador con el culo en pompa y las piernas separadas. La penetré profundamente y bombeé en su coño hasta que noté como su coño se contraía, en ese mismo instante una oleada de humedad inundó mi polla y cuando la saqué, goteaba zumo de puta.

—Cerda, puerca, asquerosa, zorra... —le recité en el oído mientras se apretaba el pubis y el coño con la mano intentando contener el placer.

Conseguir que una puta se corra antes que tú, tiene mucho mérito, no soy un hombre humilde y de hipócrita modestia. En aquel mismo instante, pensé en pedirle dinero por el polvo; pero por puta que fuera, seguro que tonta no. Y dominé así mis fantasías sexuales de ser puto.
Los pezones daban pena, penita, pena de hinchados, amoratados y duros.
La obligué a tenderse de espaldas en la cama y yo me puse a horcajadas sobre su vientre, con aquellos tremendos obuses rozándome el pene.
Metí el pene entre las tetas y ella las apretó contra sí con ambas manos a la vez que los agitaba arriba y abajo.
Cuando sentí que la paja tocaba a su fin, le dije:

—Y ahora el tratamiento para la hidratación de los pezones.

Presioné el meato del glande contra la areola de su teta izquierda hasta que el semen empezó a derramarse pecho abajo. Hice lo mismo con la derecha hasta vaciarme completamente.
Y sintiendo un hambre atroz, le masajeé con mi propia leche los pezones hasta que estos se relajaron y ella también. Yo pensaba en la merienda. Follar me da hambre.

—Iconoclasta... Ummm... ¿Me firmarías mi juguetito?

—Claro, como no —recogí la polla de plástico del suelo, la limpié en la sábana y estampé mi firma con prisa. Se lo metí en el coño de nuevo.

—Te regalo una segunda sesión —me ofertó frotándose distraídamente el monte de Venus.

—No puedo quedarme más tiempo, tengo que recoger a mi hijo en el gimnasio.

—Puta loca —le dije a modo de despedida.

—Te amo —respondió imprevisible de nuevo y sentí cierta vergüenza, soy un hombre humilde.

Ojalá hubiera sido así de imprevisible hacía unos minutos la hijaputa.
Entré en la hamburguesería y dejé la camisa perdida de mayonesa y ketchup. Me embrutecí por el hambre a pesar de la irritación de mis testículos y la tetilla derecha.
Cuando llegué a casa, puse los cojones en agua muy caliente suspirando de alivio y aplicándome mascarilla hidratante en el pezón derecho intentando que consiguiera reducirse a su tamaño normal antes de que mi mujer llegara de trabajar para hacer la cena y se le ocurriera acariciar mi poderoso pecho como tantas veces suele hacer cuando tiene ganas de follar.
Peligro es mi apellido...


Iconoclasta

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