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5 de octubre de 2006

Valeroso

Valeroso. Nº 99 de la ganadería de Antonio Miura. 4 años y medio. 505 Kg. de peso. “Negro bragao”. “Bien armao”. Fuerte de remos y ligera astilla en el pitón izquierdo.

Corre Valeroso sal del toril que la muerte te espera. Pisa fuerte y con orgullo la arena que con tu sangre has de teñir. La gente pide tu muerte y tú sales como una tromba a la arena, destilando fuerza y orgullo. Olvida tus hembras, la dehesa y las luchas encarnizadas con los otros machos. Tu astillado cuerno testimonia tus bravas luchas.

Tu suerte está echada.

Baja la testa, escarba la arena y embiste al hombre, que se demuestre tu bravía y coraje.
Pegas un topetazo al burladero que hace astillas las tablas y la gente aplaude tu fuerza.

Te sientes orgulloso, levantas tus armas y te sientes tranquilo. Pero tu sufrimiento acaba de empezar, se burlan de ti. Te marean. Y cuando embistes contra el caballo sientes el escalofrío del dolor por tu espinazo. Te clavan banderillas y te pican y te escarban la carne.
Fluye tu noble sangre y tus ojos se tiñen de rojo. Se ensañan contigo con crueldad y dolor.

¿Por qué te martirizan?

La sangre tiñe tu torso y saltas para sacarte de encima las banderillas que te duelen y agotan.

Valeroso no te desanimes a la hora de la muerte.

Embistes el capote, ya cansado pierdes pie y caes. La gente protesta, abres la boca porque necesitas mucho más bendito aire y te levantas con dificultad. No puedes evitar que te maltraten y dañen.

Te odian.

Te quieren ver cansado, sangrante y por fin muerto. No pienses en volver a la dehesa aquí dejarás tu noble alma.

Es tu destino Valeroso.

Y ahora que necesitas abrir la boca para respirar y no te lastiman piensas que ya han acabado de hacerte daño. Miras fijamente la muleta porque estás cansado y no desfalleces porque eres fuerte.

Y sin apenas poder reaccionar te salta encima el hombre que entierra en tus entrañas todo el acero que necesitas para morir. Te clava hasta el corazón una enorme espada que te desgarra y desconecta por fín de la crueldad que estás padeciendo. Y con la sangre que vomitas y los brincos por intentar sacar el mortífero acero, se te va la vida a raudales.

Tu vientre y tus patas se contraen y estiran en el último estertor. Ya no te harán más daño, Valeroso. Has cumplido. La gente aplaude. Yo siento el amargo sabor de tu muerte, tu dolor, tu fuerza y nobleza.

Siento que hubieras nacido para esto Valeroso.
Tuya es la muerte pero; nuestro es el pecado.

Iconoclasta, 23-9-01

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