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17 de octubre de 2006

Orines y cerveza

Barcelona, Pº Valladaura esquina C/ Artesanía.
En una mesa exterior del bar, una mujer joven mal vestida parece desmayada, tiene la cabeza sobre la mesa, no se ha acabado la cerveza que le han servido y bajo la mesa ha juntado las palmas de las manos encima de las rodillas.
Estoy seguro de que no reza, simplemente tiene un frío óseo en una tarde caliente en temperatura. Está jodida, yo diría que mucho.
Que es una yonqui, me parece redundante escribirlo, afirmarlo gráficamente.
A su lado y en el suelo reposa su sucia mochila casi infantil. Plástica y barata. O encontrada en algún container.
Lo más dramático, lo más desagradable: se extiende un charco bajo la silla y corre paseo abajo. Un río peligroso, infeccioso.
No me cuesta nada imaginar lo acabado y enfermo que tiene que estar el organismo para no poder retener su propia inmundicia. Para autohumillarse así mismo.
Yo creo que se está muriendo, que lo que le gotea del coño es su propia vida.
Pienso que es humillante mearse encima.
Tampoco siento pena, no debo ser una buena persona. Cruzo la calle cojeando y comentando con mi mujer, los pocos momentos que parecen quedarle de vida a la yonqui.
Desde la acera de enfrente observo al camarero tocar el cuerpo, para acto seguido meterse disgustado en el local.
Mientras compramos unos congelados, una ambulancia muy vistosa carga a la chica y se marcha sin prisa.
Pienso con cierto asco, en la putada que representa para el camarero tener que limpiar los orines de la silla. ¿Usará una manguera?
A mí no me gustaría hacer eso. Distraído he cogido una receta de bacalao gratinado con all i oli.
Me pregunto si podré escribir algo bohemio, agradable y subrealista en este diario de ideas. Los hay que sudan arte cada vez que piensan, yo no. Yo sólo veo con disgusto y desinterés lo que me rodea.
Tengo casi 45 años, tampoco me voy a volver demasiado delicado a estas alturas.
Buen sexo.


Iconoclasta

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