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15 de enero de 2006

666: En un resturante parisino

Como un ser superior que soy, existen cosas que no me influyen o atañen. A veces, alguien o algo consigue que pierda el control por una futesa.
Las prohibiciones no se han creado para los dioses pero; el hecho de transgredirlas ante los primates o cualquier otro ser vivo da cierto romanticismo y motivación a mis actos.
Dijéramos que la ofensa de tratarme como a un igual me permite poner en marcha mi violencia, mi maldad.

Hace ya unos años, a los primates se les ha metido en sus patéticos cerebros el prohibir fumar en casi todos los recintos cerrados.
Pasan hambre, se matan. Sus hijos se chutan mierda en las venas, se mueren de cáncer, en automóvil y carecen de libertad alguna. Trabajan años y años y cuando llega el momento de jubilarse, se mueren en muy poco tiempo.
Son graciosos los primates.
No me canso nunca de violarlos, descuartizarlos… De matarlos.
El que un humano, un mono me diga lo que debo hacer, es algo que dispara lo más peligroso de mí.
Aunque si he de ser honesto, no necesito grandes motivos para destrozar vidas.
Unos especímenes al verme caminar por cualquier lugar del mundo, aunque sea de espaldas; intuyen que es mejor no rozarse conmigo.
Otros en cambio, son más valientes y a pesar de mi aura maligna, de peligro; creen que no se han de atemorizar por nadie y me molestan. Me aconsejan hacer esto o aquello, o me recuerdan alguna prohibición. Y estos valentosos nunca aprenderán porque los mato con la impunidad y la gracia que me otorga mi condición de ser superior.

En pleno centro de París, entré en uno de esos restaurantes de lujo. De esos que parecen casas de putas por lo recargado de su decoración. En realidad lo son, porque parece que por el precio, en vez de servirte unos entremeses, te van a hacer una felación dos ministras francesas.
No importa, chorreo dinero.
Elegí ese restaurante caro, selecto y feo porque por una buena propina al afeminado recepcionista, no le importa que me fume uno o diez de mis ostentosos habanos H. Hupman. Así que al entrar con el puro en la boca, le solté un billete de 50 €.
No prestó atención al cigarro y por un momento pensé que me la chuparía allí mismo.
El salón comedor aún no estaba lleno y me condujo hasta una mesa individual un tanto aislada del núcleo de mesas central. Discreta.
Un camarero me acomodó servilmente y estuve a punto de clavarle mi cuchillo en el corazón por servil; pero saqué un billete de 20 € que me quitó de los dedos.
Acto seguido le pedí entre volutas de humo, dos docenas de ostras, un par de latas de cocacola y unas patatas fritas. Me encanta ser vulgar en los más caros y selectos locales. Quien tiene dinero tiene clase, lo tiene todo; recordadlo.
Aún no me habían servido las ostras, cuando empezó a formarse cola en el mostrador de recepción; seguramente el relaciones públicas del restaurante salió a la calle para buscar clientela proclamando que habían niños y niñas pobres en el interior, y de los cuales se podía abusar sexualmente por el precio de un menú arregladito. Los condones corrían por cuenta de la casa.
Y así, sumido en mis profundas cavilaciones, el salón se comenzó a abarrotar de gente con dinero. Muy educados todos, claro…
Hasta sabían francés.
Soy un buenazo con demasiada paciencia en algunas ocasiones. Porque el hedor de los primates es repugnante.

Las ostras que me estaba comiendo con unas gotas de limón, aún se movían al bajar por mi gaznate.
Es hermoso comer seres vivos.
Me encontraba bien, feliz. Tranquilo.
Una pareja formada por una lujosa puta veinteañera y un viejo carcamal, tomó asiento unas mesas frente a la mía. Me comí a la puta con la mirada; el viejo exhibía una amplia sonrisa, saltaba a la vista que le había comido el rabo hace muy poco. Un pequeño cambio de tono en el maquillaje de la barbilla, delataba el reguero de semen por que se había escurrido de los labios de la puta.
Clavé con inmisericordia mi mente en la de ella, a través de sus ojos enormes de avellana, casi dorados.
Aspiré una gran bocanada del habano y exhibí mi lengua ancha y pesada.
El viejo leía la carta, mientras su guarra era catapultada al delirante deseo sexual de mi volición.
La primate me devolvió una mirada que poco a poco se fue cerrando con abandono y voluptuosidad. Humedeciéndose los labios.
Su mano bajó al paquete del viejo simio y bajo la mesa abrió la bragueta, oí el sonido suave, sacó su pene delgado que se puso tieso al instante.
El primate miraba hacia todas partes un tanto avergonzado mientras sus labios temblaban trémulos. En el movimiento del mantel se intuía el sube y baja de la mano de la guarra entre las viejas piernas.
Sorbí la carne de una ostra e imaginé lamer la vulva de la primate. Le envié la imagen de un limón goteando sobre los labios húmedos e hinchados de su coño blando y elástico. La obligué a que sintiera mi lengua presionando en su coño bajo la mesa. Y sintió realmente una especie de babosa deslizarse por sus labios mayores, profundizando, buscando ávido su clítoris.
Su vulva empapada era ahora un amasijo de placer.
Me froté los genitales con una obscena mueca dedicada exclusivamente a ella.
Soy generoso.

Y pensé en penetrarla con una navaja y cortar hacia el pubis hasta llegar al ombligo, más allá de su vientre simiesco.
En destriparla en medio de un gemido de placer, succionar sus intestinos y revolcarme carcajeándome entre esa serpentina sangrienta.
Me imaginé su horror entre el estremecimiento de un orgasmo apocalíptico.
Me dan asco los primates. Todos.

Ella deslizó la mano libre bajo la mesa y pude apreciar el gesto de meterla dentro de sus bragas; sus piernas se abrieron discretamente y dio comienzo a una caricia contenida.
Me saqué la polla y descapullé el glande con un tirón fuerte protegido de la mirada de todos por el mantel que colgaba de la mesa.
Cogí medio limón de la bandeja de las ostras y lo exprimí presionando con fuerza en el pijo. Refrescando el calor del miembro entumecido, el glande estaba ardiendo y lleno de baba lubricante.
Me correría en aquel limón y se lo daría a la primate para que se bebiera el semen…

Siempre hay alguien dispuesto a joder los mejores momentos de un ser superior.
Un trío de primates fue conducido por el servil recepcionista frente a mi mesa.
Justo en medio…
Era un matrimonio y su hija, la niña comenzaba a despuntar unas tetas que prometían ser enormes en poco tiempo. Se sintió avergonzada ante mi repaso. Vestía unos tejanos desgastados y una camiseta con la marca Gucci dibujada en pedrería rosa. Una chochada.
El padre, un cuarentón, vestía otro tejano pulcro y planchado, una camisa a cuadros y una americana azul marino holgada. La madre era una monada (valga la redundancia), lucía un vestido muy sencillo, vaporoso y fino. Hombros descubiertos y las rodillas al aire. Su piel artificiosamente bronceada se fundía con el sepia tostado de la tela.
Me la hubiera follado delante de su marido y su hija, allí mismo.
Era en definitiva, una de esas familias que sin ser millonarios viven con cierta holgura.
El macho tenía un porte adusto y grave. Antes de sentarse, se dio la vuelta y me miró brevemente a los ojos. Olfateó el aire y fijó su mirada en mi habano reprobadoramente. Con agresividad incluso.
O sea, con total elegancia y rotundidad marcó su territorio y demostró lo que pensaba de mí y mi puro.
Desde ese momento estaba muerto…
No le presté más atención y seguí exprimiendo el limón en mi capullo henchido de sangre pulsante; olía a sexo puro; esa mezcla de orín y sudor que hace salivar abundantemente a los primates.
Sentía bajar el zumo por mi bálano para llegar a los cojones y me temblaban los muslos de placer.
La puta seguía masturbándose con los ojos entornados y el viejo boqueaba con su rabo entre los dedos de la mona.
Aspiré otra bocanada y la expulsé con pereza, creando una densa nube de aromático humo.

La niña tosió…
El primate macho se levantó con rapidez y energía.

-Le ruego que apague el cigarro, mi hija es asmática.- exigió alzando la voz y provocando un súbito silencio en el salón.

La puta continuaba sobándose el coño, moviendo el rabo del anciano cadenciosamente.
El cabrón de Dios sabe muy bien cuando va a ocurrir algo malo. Dos enormes y pálidos arcángeles aparecieron tras las sillas de las mujeres de la familia modelo.
Sus hermosos cantos llenaron el local y los primates callaron en el acto sus murmullos, arrebatados por aquellas inhumanas voces.
Dios los envía a menudo cuando cree que puede hacerse cargo de algunas almas.
Como las de estas primates que se iban a desprender de sus cuerpos masacrados.
Los divinos seres se encontraban tristes y miraban lánguidamente sus pies emitiendo sus cantos de amor y perdón. Las plumas de sus gigantescas alas replegadas rozaban el suelo.

Me gusta, disfruto enormemente de esta capacidad que tengo para entristecer a las bestias celestiales.
El poder de hacer zozobrar la paz espiritual.
A veces haría fotos y todo.

Aquella interrupción, aquella orden del repugnante primate me llevó a una ira incontenible, descontrolada. Mis ojos se inyectaron en sangre, mis manos se tornaron huesudas, milenarias… Tendones y venas parecían rasgar la piel que los recubría. Las uñas crecieron rotas y negras. Afiladas.
Los caninos asomaron goteando sangre, deslizándose por encima del labio inferior.
Me puse en pie con la polla tiesa fuera del pantalón.
Los arcángeles de repente, atiplaron la voz y subieron dos octavas su canto, creando así un triste y suspendido lamento.
Lancé los dedos índice y corazón contra los ojos del mono macho, le reventé los globos y doblé los dedos para asirlo por dentro y por encima del arco superciliar.
Los arcángeles abrazaron a las hembras tras las sillas, intentando apaciguar sus almas sobresaltadas.
Arrastré el cuerpo del agonizante primate bien sujeto por mis dedos clavados en las cuencas de los ojos. Coloqué su torso encima de la mesa y al lado de la tía buena. Cogí el tenedor de la carne y empecé a clavarlo repetidamente en su nuca. No paré hasta dejar al descubierto la blanca médula entre medio de toda esa carne picada.
Mi polla gorda y dura goteaba fluido.
La cría boqueaba por aspirar aire en plena crisis asmática y la madre gritaba como una cerda.
Dejé caer el cuerpo del amado padre y marido, le abrí la boca en el suelo y acerqué la mía a la suya. Aspiré su alma gritona y asustada.
Ese cabrón era mío, los afeminados querubines se podían quedar con las hembras cuando acabara con ellas.
Me coloqué entre madre e hija, los arcángeles me suplicaron su perdón susurrándome al oído.

Así con fuerza el cabello de la madre, estrellé con fuerza innecesaria su cara contra la mesa y la mantuve así.
Con la otra mano tiré del cabello de la pequeña para echarle atrás la cabeza y le hice el boca a boca.
Le arranqué los labios de un mordisco y los mastiqué.
Levanté la cara de su madre y se los escupí.
Mi furia, mi ira los mataría a todos.
Y todos parecían esforzarse por no respirar. Por parecer muertos a mis ojos.
Empuñé el cuchillo del pescado y se lo clavé en la papada a la primate madre, algo que la hiciera callar de una puta y divina vez. Lo empujé tanto que le atravesé el paladar.
Manteniendo el cuello tenso de la niña, le golpeé con el canto de la mano en la glotis. Le aplasté su joven cuello y esos agónicos espasmos de su pecho, cesaron de repente al cabo de unos breves segundos.

Yo jadeaba furioso, buscaba a mi siguiente presa entre la manada de cobardes monos.
Estaba completamente desbocado.
Me fijé en la joven puta que seguía masturbándose y mi irá se aplacó, recuperé la compostura. Me acaricié el pijo ya más calmado. Mi respiración se pausó.
Por el rabillo del ojo, pude ver que el recepcionista estaba manejando el teléfono móvil.
Con una amplia sonrisa y tras haber recuperado mi cigarro abandonado en la mesa, me dirigí a él, sacando mi Glock de 9 mm. de la funda trasera del pantalón. Al idiota francés se le resbaló el teléfono de las manos. Encañoné su nariz por una fosa nasal y disparé sin más pérdida de tiempo.
El casquete craneal saltó en dos trozos y parte del cerebro nos salpicaron a mí y otros primates cercanos. Hubo algún grito de sorpresa por el estampido.
Los arcángeles callaron y cobijaban las almas temblorosas de las monas bajo sus alas.
Me encaminé hacia la puta, con la ropa húmeda de sangre y restos de carne y huesos pegados por la camisa y el pantalón. Mi polla asomaba gallarda y enhiesta.
Nadie me miraba a la cara, les parecía más apetecible a todos mi polla tersa y brillante.
Los primates son unos pervertidos, y cuanto más dinero tienen, peor aún.
Cuanto más me aproximaba a la puta, más fluido maloliente se descolgaba perezoso de mi pene.
Me lo cogí con el puño y se lo ofrecí a los querubines para que me lo chuparan.
Giraron la cara los muy desagradecidos.
Yo reí orgulloso de mi ingenio.
La puta se masturbaba ahora a dos manos, gemía escandalosamente y el viejo se había separado de ella asustado.
Usé la voz grave y relajante del melífluo Dios mientras cogía la cabeza de la zorra con mis manos y conducía su boca a mi pene.

-Bebe porque esta es la leche de Cristo.- y solté una carcajada feliz.

Los ángeles volvieron a la carga ante la blasfemia entonando una letanía de loor a Dios, tan antigua como ellos mismos.

La puta apenas podía respirar por que le obturé la garganta al hundir mi bálano en lo más profundo de su boca.
El viejo intentó separarla de mí y le clavé un cuchillo en el oído derecho. Elegí el de postre y se lo hundí hasta el mango.
Sus espasmos y rechinar de dientes me excitaban. La próxima vez que os hagan una mamada, procurad tener a alguien agonizando muy cerca. Es impresionante por decir poco, por decir lo mínimo.
Cuando comencé a sentir el orgasmo, la puta metió sus dedos por la bragueta y comenzó masajearme los cojones.
Me corrí con un gruñido feroz en medio de los gorjeos de ella por evitar ahogarse.
El semen le salía por la nariz.
Cuando le quité la polla de la boca, escupió gruesos cuajos de leche blanca y densa.

-Dale un poco al viejo, tiene sed.- le siseé malvado yo. Sarcástico.

Y se acercó al viejo primate, utilizó el cuchillo como asa para girarle la cara y con la otra mano presionó en su mentón para abrirle la boca. Ella abrió la suya casi en contacto con la de él y dejó resbalar el blanco semen que el viejo se empeñaba en escupir cuando la sentía en la garganta.
Yo me emocioné ante aquella tierna escena y unas lágrimas corrieron por mis mejillas sonrosadas.
Me metí la polla en el pantalón y liberé la mente de la puta.
En ese mismo instante, le sobrevinieron unas fuertes arcadas (como si fuera la primera vez que se tragaba la leche) y comenzó a chillar tan histéricamente, que tuve que pegarle un tiro en la boca para que se callara.
Salí a la calle con la ropa manchada de sangre y carne. Pero nadie me prestaba atención.
Los primates a veces son astutos.

La próxima vez que quiera fumar en un lugar público tendré que ir a un burdel de lujo. Pero en esos sitios la comida no es deliciosa.
Ni entran asmáticas.

Ya sé que es reprobable mi actitud, un dios no debería perder los nervios; se ha de mantener frío ante los primates.
El humor es importante.

Creedme, el idiota ese del padre de la asmática me cortó el rollo de la peor forma posible. Sólo Cristo y algún primate más han conseguido que pierda así la compostura.
Aunque desahogarse de vez en cuando nunca viene mal.

Durante estos acontecimientos, mi Dama Oscura se encontraba de compras por las joyerías y tiendas de moda, le encanta hacer ostentación de dinero.
Cuando en la suite del hotel le narraba lo ocurrido en el restaurante, se abrió de piernas excitada y se dejó lamer el coño por un pequeño yorkshire que había comprado para entrar en las tiendas en las que estaba prohibida la entrada de animales. Ella es como yo de compleja.
¡Aaaaaaaaaah, el romántico París!

Recordad: si queréis imitarme, controlad la ira. Paciencia y control con los idiotas.
Siempre sangriento: 666


Iconoclasta

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