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24 de septiembre de 2005

Esquizo

Breve inmersión en una alucinación esquizofrénica, pongo a prueba los nervios de vosotros pobres mortales, un poco de dolor mental no puede hacer daño, incluso ejercita la resistencia y la valentía.

Cierro los ojos y me encuentro en un mundo metálico, donde las hojas de árboles y plantas son cuchillas de afeitar, porque necesito ejercer la valentía sin que nadie pague por ello. A veces la vida es un poco esto, filos que cortan sin que apenas te des cuenta, porque uno piensa que sería perfecto que todo fuera hermoso; y lo hermoso es peligroso, oculta el dolor, anula la autoprotección.

Una preciosa rosa que destella con luminosidad salvaje, terciopelo metálico que si no lo toco me muero. Lo toco y mi cerebro da una alarma, grita y hace que retire la mano; no le hago caso y mi mano izquierda quiere rozar esa preciosidad metálica y aterciopelada. Es lo más turgente y suave que he sentido en mi vida y a pesar de que el filo de una hoja se mete entre uña y carne de uno de mis dedos, no quiero dejar de tocarla, la sangre es espectacular, rocío rojo resbala por la rosa cortante y la hoja sigue separando uña y carne. Mi cerebro se alarma más aún; es igual no le hago caso, es la cosa más preciosa que he visto.
Veo más cosas hermosas, una lágrima resbala por mi mejilla, no sé si el cerebro la envía como respuesta al trauma al que se ve sometido mi cuerpo o es que la belleza me ha impresionado demasiado.
Sigo mi camino y cuando miro mi dedo, la uña del dedo corazón está obscenamente separada de la carne; con los dientes estiro de ella y la acabo de quitar, caigo al suelo retorciéndome de puro dolor, un súbito mareo y vomito; el dolor es inmenso. Mi rostro está apoyado en el suelo porque he caído de rodillas y se clavan pequeñas agujas metálicas, el polvo del camino de este metálico paraje; mis manos no se pueden tocar entre ellas porque se clavan más profundamente las agujas y un dolor amortigua al otro. Un corazón late en mi dedo descarnado y carente de uña, y sangra y ensucia esta belleza.
A unos metros a mi izquierda se halla la salida de emergencia, cinco pasos y volveré otra vez a la normalidad, a un hospital para que me curen el dedo y me saquen estas astillas metálicas que parecen correr reptando por el interior del tejido de mis manos. Pero hay un manto verde más allá, el aire lo mueve y es como una alfombra radiante; hermoso y mortal. Hierba verde que irisdece formando multitud de arco iris y reflejan a veces la luz con tal intensidad que duelen los ojos, y uno de mis ojos sangra porque una de las astillas ha atravesado el párpado y la punta está continuamente cortando el globo ocular con cada movimiento.
La belleza es impresionante, mi cerebro dirige uno de mis pies a la puerta de emergencia, le digo a mi pie que quien manda soy yo y me dirijo como un crío entusiasmado a la verde pradera; cuando llego me descalzo porque quiero sentir esta grandiosidad; piso el hermoso manto, mi cerebro responde con un fuerte dolor de cabeza y por un momento mis miembros no obedecen, tomo el mando. Con los pies desnudos piso la hierba y las cuchillas de forma indolora crean profundos cortes en las plantas de mis pies, pero no tiene precio lo que siento; este dulce tacto es como un bálsamo. Resbala mi alma por su turgencia y mis pies desfallecen porque los tendones de la planta se han destrozado y asoman como tiras blancas con lunares rojos; precioso.
Hasta mi cuerpo entra en sintonía con esta belleza.
Las uñas de mis dedos han desaparecido y siento que ya me falta algo de sangre; mi cerebro dice que queda poco tiempo: "date prisa, hijo puta loco, nos vas a matar, nos estás matando".
Un dolor sube de forma electrizante desde mis pies y me atenaza los testículos. Los dedos de mis pies se contraen, se retraen hacia el interior hundiéndose en el manto y las puntas de esta hermosa hierba se clavan hasta el hueso descarnándolos.
Los pies no me aguantan más, no quedan tendones, tan solo veo el hueso descarnado del empeine y caigo al suelo y me revuelco en la hierba. Mi cerebro ya no existe, es tan sólo un pasajero dormido. Muy dormido.
Una brizna de hierba ha debido cortar algún nervio porque la parte derecha de mi cuerpo se ha quedado inmóvil y tan sólo puedo reptar dándome la vuelta del otro lado; la hermosa hierba me acoge y me mece y parece arrastrarme con dulzura; me quiere y me adora.
Y no puedo ver bien, la sangre tiñe mi rostro y me llevo la mano al ojo y no lo tengo, hay un filamento carnoso colgando, aparte de esto me faltan dos dedos. Sigo mi arrastre y suena a tela rota, (me es igual, ya me compraré otro pantalón). Intento abrir la boca para gritar de alegría y la mandíbula inferior se desencaja, los músculos están seccionados y no se aguanta en el sitio.
Siento un poco de miedo porque creo que voy a morir, voy a dejar de ver tanta belleza; porque no es el pantalón el que se me ha roto, es mi vientre que ha dejado en el camino el intestino cortado en pequeños trozos desgarrados.
Y no lloro de felicidad porque ya no sé donde se encuentra mi cara.
Siento un dolor creciente mientras el sol se oculta y el ocaso lo torna todo mágico.
Saturado.
Me palpo el pecho por un picor, mis pezones han desaparecido y toco directamente mis costillas pero; esto ya no duele.
Quiero ser esta belleza; un hermoso matrimonio de mi sangre con esta espectacular naturaleza a la que el viento arranca tañidos metálicos.
Tal vez me duerma un rato... Me siento cansado y abrumado por este paraíso turgente y cortante.
Buenas noches vida, no hace falta que vuelvas. Estoy bien así.

Iconoclasta

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