Iconoclasta, provocación y otras utilidades para escapar del negro abismo del agobio.
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17 de enero de 2017
Música: gustos y tácticas
De vez en cuando por desgracia me topo con grandes musicólogos. Y como la experiencia a veces tiene utilidad, me cuido mucho de esos seres con exquisito gusto musical; auténticos doctores que te dicen: "Yo sí que te voy a pasar música buena".
Cosa que dicen convencidos de que yo voy a escuchar su música y además, mostrar agradecimiento.
Tan listos y tan inocentes. Membrillos...
Así que cuando me preguntan si me gusta la música, opto por una respuesta táctica: "No necesariamente".
Sobreviene un momento en el que el aire se torna denso y dan ganas de tomar un cuchillo y untar el pan con él. El musicólogo va a la deriva durante un rato y luego, ante la absurda ambigüedad de mi respuesta, lo más posible es que hable de climatología o fútbol.
Y en ese instante, muy astuto yo, recuerdo que tengo mucha prisa, pongo cara de: "me estoy cagando" y corto el rollo.
Lo cierto es que me gusta la música, la escucho todo el tiempo que estoy en mi cuartel general; pero jamás con auriculares: me incomoda llevar cosas metidas en cualquiera de mis agujeros.
Así que opto por ocultar mi gusto por la música y parecer aburrido y falto de interés para no soportar un rato largo de consejos musicales, que me voy a pasar por el culo con la misma naturalidad con la que escupo cuando voy en bici.
Disfruto la música que colecciono, y tanto es así, que es solo en mi casa donde la escucho, a salvo de interferencias del mundo y por supuesto, con un buen equipo musical (esto quiere decir: caro. Es que lo barato me da alergia).
Y por supuesto, los únicos discos que suenan bien, son los originales, los caros.
Los caseros o copiados, por muy clones que sean del original, suenan de pena por mucha ilusión que les pongan en hacerlos y en adquirirlos a precio de decir: "Por un euro y suena igual".
Y una mierda.
Si fuera pobre, y no tuviera más remedio, yo también diría que suenan igual. Incluso copiaría en internet la portada del disco y la imprimiría para sentirme menos miserable (si tuviera dinero para pagar una impresora dado el ejemplo).
Puedo ser tremendamente cínico conmigo mismo si me lo propongo.
Mi orgullo y mi elitismo no me permite tener en mi colección un horrible CD con la carátula en blanco (con el título escrito con rotulador o plumón permanente) y tan asquerosamente barato.
Pero insisto, no soy intolerante y comprendo que hay pobreza en el mundo.
Pareciera que me estoy riendo, pero no.
Bueno... ¡Ja!
Buen sexo.
Iconoclasta
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