El premio Planeta parece una especie de tómbola donde por algún oscuro azar queda un presentador de televisión con cierta amanerada verbigracia homosexual, como finalista.
Es lógico, si yo fuera editor buscaría vender, sobre todo, tras los fastos que rodean la celebración del premio y la cuantiosa suma que ofrece al ganador.
Se han de amortizar los gastos y cualquiera sabe que seguramente venderá más libros el Boris que el Millás. Es un pálpito que tengo.
Soy desconfiado por naturaleza. Por experiencia.
Y así, con amanerados chillidos y homosexuales bromas, los personajes más populacheros se hacen un rinconcito en la mente estúpida de los lectores que menos leen y más ven la tele (nada de lo que sentirse orgulloso, por cierto).
Es que si no es el gobierno, es el Planeta. La cuestión es tocar los cojones.
Buen sexo.
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