Le temo a este dolor de cabeza, es insano. Es de esos que ves venir y que nada puede frenar. Uno intenta no pensar, detener el cerebro. Ralentizarse, hibernar.
Y es imposible, está bullendo. Y duele.
Y... ¡mierda!, no se cura con una sobredosis de analgésicos; sólo consigo tener un ardor de estómago que parece una llaga abierta e infectada justo en la boca del estómago; parece que me sube el ácido por el esófago e irrita la laringe.
Duele tanto la cabeza que acabo pensando en que esto va mal. Que debería empezar de nuevo, volver a nacer y tener el suficiente testimonio genético para que mi cerebro deje de imaginar. Un simple recuerdo de haber vivido esto antes y así poder frenar todo asomo de actividad durante el tiempo necesario para quitar presión. Que deje de producirse tanta conexión sináptica aquí dentro de mi cabeza.
Sonreír sin pensar en porque sonrío y llorar porque es lo estipulado en la especie.
Pero esto no es lo absurdo, lo absurdo es que abro la tapa de mi cráneo y la inclino un poco para ver en el espejo la causa de ese dolor de cabeza.
Es estúpido, pero los hay que nos abrimos la tapa craneal con la misma facilidad que otros saben mover los ojos en círculos. Lo de los ojos es una muestra de vulgaridad. Lo de la tapa de mi cráneo es pura filosofía trascendental.
Tampoco iba a ser tan pésimo en todo.
Pues encuentro la causa; hay un letrero luminoso profundamente clavado entre las rugosidades, y chispea en el terminal derecho según se mira el espejo, con lo cual no cesa de hacer intermitencias.
Anuncia: Tranquilidad.
Ahora empiezo a entender, ahora empiezo a comprender. Hacía mucho tiempo que no me levantaba la tapa de los sesos; es peligroso por las infecciones y si no se hace en un lugar completamente aséptico, se corre el riesgo de que se se pose un pelo, una pelusa o una mota de polvo que cause una infección.
Joder, me tengo que inclinar un poco para poder actuar con las pinzas de las cejas.
Consigo coger con cuidado el letrero y lo saco de su zócalo de conexión; puedo notar el chasquido líquido al desclavarse los terminales y unas gotas de sangre se deslizan por mi nariz y gotean en el lavabo. Es algo que no tiene importancia y además me alivia de cierta presión. Siento una intranquilidad espantosa, pero ya no hay rastro ese dolor de cabeza pulsante y cancerígeno. Con sumo cuidado, meto el minúsculo rótulo bajo el chorro del lavabo y lo limpio de sangre.
Una de las patas de conexión tiene un coágulo importante, lo rasco con la uña y lo vuelvo a poner bajo el chorro para eliminar pequeñas manchas de sangre ennegrecida.
Con toda intranquilidad lo seco e intento dominar con un esfuerzo sobrehumano un ansia descontrolada por salir de este planeta. Estoy muy intranquilo en estos momentos.
Lo difícil es insertar de nuevo el rótulo en su lugar. Con el primer intento clavo una de las patas fuera del zócalo y mi ojo derecho se cierra fuertemente. Cuando vuelvo a levantar la pata mal insertada, consigo el control del ojo.
Con el segundo intento me equivoco por una décima de milímetro y al entrar en contacto la pata con una rugosidad virgen, mi pene se endurece y tengo la impresión de que voy a eyacular sin control. Me gusta, pero no me parece oportuno.
Estoy a punto de correrme...
Al tercer intento consigo insertarlo y una total tranquilidad se apodera de mi estado de ánimo, todo está bien. Mi pene poco a poco se relaja y las pupilas también; ya no parezco un enfermo mental de esos que hablan con los marcos de las puertas.
Con la toalla seco las gotas de sangre y dejo los sesos en un aceptable estado de limpieza. No se aprecia ya rastro de sangre. El letrero Tranquilidad luce de una forma continua y sin sobresaltos.
Cierro la tapa de los sesos y me siento enormemente cansado.
Quiero dormir, necesito dormir.
Buenas noches vida, mañana nos vemos de nuevo.
Iconoclasta
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